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Erotismo, Dibujo, Diseño

La gozosa irreverencia

Museos de Londres y París acogen una amplia muestra del trabajo como dibujante e ilustrador de Aubrey Beardsley, quien con su obra singular y transgresora desafío los patrones de la sexualidad y los roles de género de la mojigata sociedad victoriana

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Durante varias décadas, para los museos británicos Aubrey Beardsley (1872-1898) fue una especie de artista maldito. Les asustaba el carácter transgresor de su obra, su abierto desafío a los patrones de la sexualidad y los roles de género de la sociedad victoriana. Por eso la ignoraban, o bien exponían solo aquella zona de su producción que resultaba menos ofensiva a la moralidad.

Este año, una muestra en Londres ha venido a recatar a Beardsley del olvido en que lo confinó la corrección política. Hasta el 20 de septiembre, la Tate Britain acoge una exposición que recorre sin censura su ejecutoria. Se trata de la primera que esa prestigiosa galería le dedica desde 1923, y es además la más completa (unas 200 piezas) realizada en Europa desde la seminal de 1966 en el Victoria & Albert Museum of Art and Design, que significó el renacimiento del famoso dibujante e ilustrador. La muestra pasará después al Musée d’Orsay, de París (octubre 13 a enero 10 de 2021) y será la primera monografía de Beardsley que se podrá ver en Francia.

“No creo que viva mucho más que Keats”, vaticinó Beardsley. Y su predicción se cumplió con una pasmosa exactitud: al igual que el poeta compatriota suyo, solo alcanzó a vivir veinticinco años. Esa corta existencia no le impidió, sin embargo, dejar una huella perdurable en el mundo de la ilustración. Fue además un personaje carismático, y la amplia difusión que tuvo su trabajo lo convirtió en una figura clave de la escena artística londinense de la década de 1890. A tal punto su arte y su persona marcaron esos años, que se les apodó “el Período Beardsley”. Un amigo suyo, Max Beerbohm, lo confirmó al comentar: “Yo pertenezco al Período Beardsley”, y su muerte marcó el fin de una era.

A los siete años le diagnosticaron tuberculosis, una enfermedad que entonces era incurable. La certidumbre de que irremediablemente moriría fue probablemente lo que lo hizo quemar etapas con premura, trabajar febrilmente y realizar una rápida experimentación y desarrollo de su estilo. Ya desde pequeño lo consideraban un niño prodigio. Desde los quince años tocaba el piano y en 1883, después de haberse mudado con su familia a Londres, daba conciertos con su hermana. Su interés por dibujar también se manifestó desde la infancia, y a los diez años vendía dibujos que eran imitaciones de la escritora e ilustradora de libros infantiles Kate Greenway. En 1891 se produjo su encuentro con el pintor prerrafaelista Edward Burne-Jones, quien al ver su potencial lo aceptó como discípulo y le aconsejó centrarse en el arte. Siguiendo su sugerencia, Beardsley se matriculó para tomar clases nocturnas en la Westminster School of Art, aunque asistió poco.

En 1892 viajó por primera vez a París y quedó cautivado por los numerosos carteles que la adornaban. “La belleza ha sitiado la ciudad”, comentó. Eso le hizo ver las posibilidades de ese nuevo formato de producción para exteriores y la capacidad de la reproducción del color a gran escala. Para él, la publicidad era vital en la vida moderna, así como una ocasión de integrar el arte en la nueva vida.

En la capital francesa se impregnó además el arte japonés, que ejercerá una notoria influencia en su estilo. Otras fuentes en las cuales se inspiró fueron los pintores prerrafaelistas, los vasos griegos que pudo ver en el British Museum, el arte renacentista y la obra de Edward Burne-Jones, su temprano mentor, quien pintaba figuras alargadas que tenían cierto parecido con las suyas. Pero Beardsley supo adaptar esas influencias a sus propios fines y las combinó para crear un estilo personal.

Fue por primera vez noticia en 1893, gracias a un artículo titulado “Un nuevo ilustrador”. Apareció en la revista The Studio y lo firmaba Joseph Pennell, un experto en arte. En el mismo, este elogiaba el trabajo de Beardsley por ser “tan notable en su ejecución como en su imaginación, una combinación muy rara”. Asimismo, celebraba el uso de “la reproducción mecánica para la publicación de sus dibujos”. El trabajo iba acompañado con dibujos de inspiración japonesa, así como ilustraciones de Le Morte d’Arthur, un proyecto en el que entonces el artista trabajaba.

Le Morte d’Arthur fue el primer encargo importante que recibió Beardsley, y dio lugar a una de sus grandes obras. El editor J.M. Dent decidió publicar con una nueva ortografía el texto escrito en 1485 por Thomas Malory, que era uno de los favoritos de los prerrafaelistas. La edición estaba concebida para ponerlo al alcance del público en un libro de gran tirada, y Dent encomendó a Beardsley su ilustración. Este realizó unos 360 dibujos en tinta, en los que incorporó motivos griegos, grotesco, sexualidad ambigua, y en algunas ocasiones ignoró por completo el original de Malory.

Muchas ilustraciones son motivos florales, cuidadosamente dibujados a mano. Predominan las pinceladas de acuarela negra en grandes áreas de fondo blanco, diseño común en los grabados japoneses. Había ya asomos de su deliciosa irreverencia y su gozosa incorrección, y quien se fije con atención descubrirá en una tela de araña la figura de un pene. Le Morte d’Arthur era una de las obras más queridas por el artista y marcó el principio de su madurez, así como el nacimiento de lo que se conoce como “la mirada Beardsley”.

Robó parte del protagonismo al texto

En 1893, Beardsley hizo un dibujo a partir de Salomé, la tragedia que Oscar Wilde había escrito en francés. Se titula J’ai Baisé Ta Bouche, Jokanaan y apareció en la revista de arte The Studio. Al escritor le gustó mucho y él y John Lane, su editor, encargaron al artista ilustrar la edición en inglés de la pieza. Beardsley creó en total 17 ilustraciones, de las cuales entonces aparecieron diez. En algunas se aparta de la obra y recrea escenas que nada tienen que ver con el argumento. En 1907 John Lane editó un álbum titulado A Portfolio of Aubrey Beardsley’s drawings illustrating “Salome” by Oscar Wilde, que contiene las imágenes tal como fueron concebidas, sin las censuras ni las mutilaciones que sufrieron la primera edición y la mayoría de las posteriores. Ese portafolio se puede ver en la muestra de la Tate Britain.

Esas láminas se distinguen por el detallismo, la composición, la expresividad de las figuras, el excelente dominio de las áreas en blanco o en negro. Beardsley combina temas de sensualidad y muerte y explora un amplio espectro de deseos sexuales. Se dedicó además a ocultar elementos provocativos, y como recordó Lane, para descubrirlos “había, por así decirlo, que colocar sus dibujos bajo un microscopio y mirarlos al revés”. El editor censuró algunos detalles “problemáticos” en Enter Herodias y rechazó dos ilustraciones. Se le escaparon, en cambio, algunos elementos eróticos y sorprendentemente permitió algunos dibujos burlones, entre ellos una caricatura de Wilde.

El libro causó una gran sensación y las escandalosas ilustraciones contribuyeron a darle notoriedad a la obra antes de que se estrenase. Tanto Beardsley como Wilde estaban encantados de provocar tanta admiración como repudio, pues estaban asestando un golpe a la mojigata y represiva sociedad victoriana y a su estricto código moral. Conviene anotar que, en su momento, el trabajo de Beardsley le robó parte del protagonismo al texto. Las ilustraciones trascendieron la pieza teatral, crearon otra ficción y se convirtieron en sí mismas en objeto de culto Aunque era consciente de ello, el escritor tenía en alta estima el trabajo del artista y no dudó en estampar en un ejemplar de Salomé esta dedicatoria: “Para Aubrey. Para el único artista que, además de mí, sabe lo que es la Danza de los Siete Velos, y puede ver esa danza invisible”.

Beardsley se concibió como parte de su obra y se creó una mitología y una imagen. Constituía en sí mismo un personaje, similar al de sus dibujos. Al igual que el autor de La importancia de llamarse Ernesto, era un decadente ingenioso, un dandi que disfrutaba escandalizando y provocando. Era un hombre refinado y se hizo famoso porque solo usaba trajes verdes y pañuelos amarillos. Era feo y tenía un extraño rostro delgado y huesudo y unas manos muy largas.

No se sabe si es cierto o no, pero se decía que dibujaba en habitaciones completamente cerradas y tapizadas de negro. Según unos, trabajaba en la oscuridad absoluta. Otros, en cambio, aseguraban que se iluminaba con velas, incluso durante el día. Muchos datos acerca de su vida están rodeados de tanta ambigüedad como su personalidad. Sus cartas revelaron que se sentía atraído por las prostitutas, pero poco más se sabe sobre su sexualidad. Todo eso llevó a un crítico de la época a calificar a Beardsley como “un curioso misterio”.

En 1894 se realizó en Londres la primera exposición de carteles, que en ese momento disfrutaban de un boom en Inglaterra y empezaban a ser reconocidos como una forma de arte. La muestra incluía trabajos de artistas franceses como Jules Chéret y Toulouse-Lautrec, a quienes se consideraba padres del cartel moderno. Significativamente, se exhibieron también posters de Beardsley, con lo cual se le situaba al mismo nivel que aquellos artistas que lo habían inspirado.

Ese mismo año, Beardsley pasó a ser el editor de arte de The Yellow Book, que se convirtió en la publicación más icónica de esa década. Se trataba de una revista trimestral que combinaba textos literarios e ilustraciones, y a diferencia de otras de esa época no incluía publicidad. Era irónica, arriesgada y tenía una cubierta amarilla, que deliberadamente remitía a las de las novelas eróticas francesas. Estas iban envueltas en papel de ese color para alertar de su contenido lascivo. Y eso constituyó para el público británico un signo de que iba a hallar en la revista un contenido similar.

Obligado a vender su casa e irse a Francia

Aunque arte y literatura estaban en pie de igualdad, fueron los dibujos de Beardsley los que acapararon la mayor atención y le dieron a la revista su reputación innovadora. Su estilo audaz y su modernidad recibieron elogios y rechazos a partes iguales. El primer número se agotó rápidamente y fue necesario hacer tres impresiones para atender la demanda. Con cada entrega, la notoriedad del artista aumentaba. Sin embargo, The Yellow Book halló reacciones hostiles en la prensa, que se escandalizó con los textos y con las irreverentes ilustraciones. Estas eran parodiadas en el semanario humorístico Punch, y el diario The Westminster Gazette, llegó a expresar que la publicación debería ser ilegalizada.

El meteórico éxito que consolidó a Beardsley como un gran ilustrador duró poco. En 1895, Wilde fue procesado por tener relaciones sexuales con hombres, algo que en Inglaterra estuvo penalizado hasta 1967. A medida que el escándalo se fue extendiendo por Londres, el sector más reaccionario volvió la mirada a la revista y, en particular, a su editor de arte. En la mente de la población, este se hallaba ligado a Wilde a través de Salomé, un vínculo que era condenatorio. A eso se sumó que la prensa reportó erróneamente que al salir del Hotel Cadogan, que era su favorito, el escritor llevaba en la mano una copia de The Yellow Book, cuando en realidad era un ejemplar de la novela Aphrodite, de Pierre Louÿs. Multitudes airadas rompieron los cristales de las oficinas de la revista. John Lane, su editor, cedió ante la presión y despidió a Beardsley.

Con su cese, este perdió su entrada económica y además se enfrentó a un ambiente hostil. Le llamaban “el discípulo del diablo”, varios dibujos suyos fueron incautados por la policía y muchos libreros se negaron a exhibir sus trabajos en las vidrieras. A pesar de su fama internacional, su situación financiera era precaria. Beardsley se vio obligado a vender su casa, a someterse a una humillación pública e irse a Francia. Primero residió en Dieppe, el balneario favorito de muchos escritores y artistas británicos. Allí encontró a Leonard Smithers, un afanoso editor asociado con el movimiento decadente y controversial amigo de Wilde, quien le propuso publicar una nueva revista para hacerle competencia a The Yellow Book.

En enero de 1896 empezó a circular The Savoy, que contaba con Beardsley como editor de arte y con el poeta Arthur Symons a cargo de la sección de literatura. Inicialmente tenía una periodicidad trimestral, pero a partir de la tercera entrega pasó a ser mensual. Beardsley publicó allí algunos de sus mejores trabajos, y The Savoy se convirtió en una de las revistas más significativas y más bellamente ilustradas de ese período. Eso no impidió que al cabo de un año y tras sacar ocho números dejara de salir. Uno de sus colaboradores, el poeta W.B. Yeats, declaró que la revista había librado valientemente “la batalla contra el público británico, en un momento en que teníamos a todos contra todos”.

Beardsley era un gran admirador del escritor Alexander Pope. Todo lo contrario de Wilde, quien lo ridiculizó diciendo que “hay dos formas de desdeñar la poesía; una es que no te guste, la otra es que te guste la de Pope”. El artista se embarcó en el proyecto de ilustrar su poema cómico-heroico en cinco actos The Rape of the Lock. En esas láminas desarrolló un estilo nuevo, altamente decorativo e inspirado en el rococó francés. Son dibujos exquisitos y muchos críticos los incluyen entre sus obras maestras.

El famoso pintor norteamericano James McNeill Whistler, a quien no le gustaba el trabajo de Beardsley, tuvo que cambiar su opinión cuando vio el portafolio y declaró: “Aubrey, he cometido un gran error. Eres un gran artista”. Abrumado por ese inesperado elogio, el aludido se echó a llorar. Incluso el semanario Punch, que lo había ridiculizado, reconoció que The Rape of the Lock era “una delicada curiosidad”.

El artista también ilustró la novela epistolar de Theóphile Gautier Mademoiselle de Maupin. Se trata de una de las obras más subversivas de la narrativa francesa del siglo XIX. Cuenta la vida de Madelaine de Maupin, quien, harta de los hombres, decide travestirse con la finalidad de explorar y descubrir sus propios secretos. Adopta la identidad de Théodore, un joven de una extraordinaria belleza que seduce por igual a hombres y mujeres y vive sabrosas aventuras galantes. Es una mascarada sobre la condición de la mujer y las relaciones sentimentales, en la que los personajes se ven obligados a romper con todas sus ideas preconcebidas y a entrar en un embarazoso y divertidísimo juego de seducción y desconcierto. Como resulta obvio, era una historia idónea para el artista, quien la ilustró con un estilo suavemente decorativo, que continuaba la exploración de su nuevo medio de expresión.

La lubricidad estampada como un sello

En la primavera de 1896 y después de su viaje a Bruselas, sufrió una severa hemorragia del pulmón. Consciente de la cercanía de la muerte, fue de un sitio a otros en busca de un aire más saludable recomendado por los médicos. El avance de la tuberculosis era implacable, pero las nuevas inspiraciones no cesaban de llegarle. Dio inicio a sus dos series más sexualmente explícitas. La primera fueron ocho ilustraciones para la comedia de Aristófanes Lisístrata. La segunda, para la Sexta Sátira de Juvenal, un ataque misógino a la moral y a los hábitos sexuales de las mujeres en la antigua Roma. El exuberante erotismo y los temas de ambos textos sintonizaban muy bien con su humor irreverente y su fascinación por los distintos aspectos de la sexualidad. Mas fueron pocos los contemporáneos suyos que conocieron esos dibujos. Su “indecencia” los hacía impublicables. Smithers los imprimió en una edición limitada, que se vendió a un selecto grupo de coleccionistas, a través de suscripciones privadas.

En ese tiempo, mucha gente pensaba que su obsesión por lo erótico provenía del hecho de que era joven y tísico. De acuerdo a una curiosa pero extendida percepción en el siglo XIX, la tuberculosis iba de la mano con la obstinación por el sexo. Lo cierto es que en Beardsley eso respondía a su intención deliberada de procurar la provocación y desafiar los tabúes victorianos. De ahí vienen las tetas, culos, penes erectos, así como las escenas de homosexualidad y amor lésbico que abundan en sus dibujos. Eso ha motivado que incluso al referirse a sus obras, se hable de la “erotización de la línea”.

En su trabajo se plantea la duda constante acerca del límite entre erotismo y pornografía, un tema acerca del cual Ariel Schettini ha comentado: “Si bien sus trabajos nunca son deliberadamente pornográficos tienen, en las miradas de los personajes, en el detalle sobre los genitales y en el impudor de sus presencias, la lubricidad estampada como un sello, como si cada obra fuera la imagen prohibida que ve un niño por primera vez, cuando se siente observado por mirar y entiende que hay algo en esos trazos donde acecha lo prohibido”.

En sus últimos años, Beardsley se quedó inválido y su concentración y sus energías se fueron debilitando gradualmente. Iniciaba nuevos proyectos que luego abandonaba. Escribió poemas y relatos cortos, así como una novela romántica, Under the Hill, que dejó sin acabar. Se basa vagamente en la leyenda de Tanhäuser, y fue publicada en 1907 con el título de The Story of Venus and Tanhäuser. En ediciones sucesivas aparece con el título original restituido.

Al final de su existencia, Beardsley se convirtió al catolicismo. Motivado por esa fe, en su lecho de muerte escribió a Smithers para pedirle que destruyese todos sus dibujos “obscenos”. Una solicitud que el editor, por supuesto, ignoró. Terminó así claudicando ante la misma moral que había despreciado su obra. Falleció en la población francesa de Menton.

Dejó una de las visiones artísticas más singulares del siglo XIX. Poseía un talento poderoso, inusual y transgresor y describió la realidad a su manera, como él la veía. Lo hizo a través de un estilo mordaz, elegante, ecléctico, grotesco, que hace que sus ilustraciones sean inconfundibles. Influenciado por el arte japonés, optó por una limpia fineza de líneas que se distingue por los espacios perfectos, las formas redondeadas, las grandes superficies blancas, el uso estilizado del pincel. En sus últimos trabajos, exploró un estilo más barroco e intrincado, como lo ilustran sus láminas para Lisístrata. Tuvo una marcada preferencia por el blanco y el negro, pues a diferencia de los otros colores y los tonos medios, les daban a sus dibujos un matiz que subraya su mensaje provocador y su perversión.

Muchos de los artistas contemporáneos de Beardsley han caído en el olvido, por no poseer valores próximos a la sensibilidad moderna. En cambio, sus obras continúan siendo vigentes y relevantes, y hoy podrían pasar por creaciones hechas en nuestros días. Eso explica que en el siglo XX pintores como Kandinsky, Picasso y Klaus Voormann estuvieran entre sus primeros admiradores. La exposición de 1966 en el Victoria & Albert contribuyó a su redescubrimiento por parte de las nuevas generaciones. Estas hallaron en sus dibujos aspectos que coincidían con sus propias propuestas antisistema. Y les proporcionaron el telón de fondo perfecto para modos de vida alternativos y experimentales.

Con sus extrañas figuras, de pelo largo y llamativo vestuario, Beardsley tuvo un impacto en la moda de los años 60. Entonces se abrieron nuevas boutiques para satisfacer las demandas de las jóvenes independientes y liberadas. Las ropas usadas por estas reflejaban su rechazo de las convenciones. Como en la época del artista inglés, imagen y estilo volvieron a ser una expresión esencial de la nueva sensibilidad rebelde y contracultural.

Hubo también un renacimiento del Art Nouveau, en el cual Beardsley tuvo un papel significativo. Su huella se advierte en posters, carátulas de discos y revistas alternativas como Oz, cuyos editores fueron perseguidos por cargos de obscenidad. Beardsley influyó, asimismo, en la publicidad, el diseño comercial, la decoración de interiores e incluso en el arte del tatuaje.

La exposición que dio pie a estas líneas cubre la intensa ejecutoria que a lo largo de siete años desarrolló Beardsley, quien murió en pleno ascenso de su carrera. Permite apreciar la casi totalidad de su no muy extensa obra como dibujante e ilustrador. Se han incluido además piezas de los artistas que lo inspiraron como Toulouse-Lautrec y Gustave Moreau, así como las de otros a quienes él inspiró, como Picasso y Voormann. Una parte de la muestra se puede ver en internet, a través de este enlace: https://www.tate.org.uk/whats-on/tate-britain/exhibition/aubrey-beardsley/exhibition-guide