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Cortázar, Literatura

La gran travesura del cronopio

Hace medio siglo salió de la imprenta Rayuela, una novela que, junto con otras publicadas por esos años, marcó el ingreso definitivo de la literatura latinoamericana en el canon occidental

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Algunos se han adelantado y ubican el hecho en febrero. Pero no fue así. La primera edición de Rayuela salió de la imprenta el 28 de junio de 1963, bajo el sello de la Editorial Sudamericana. Fue a partir de ese mes, inicio de la temporada invernal en Argentina, cuando llegó a manos de los primeros lectores esa novela que, junto con otras publicadas por esos años, marcó el ingreso definitivo de la literatura latinoamericana en el canon occidental.

El medio siglo de la obra más emblemática de Julio Cortázar será festejado ampliamente. Alfaguara publicará una edición conmemorativa limitada, con un apéndice donde el propio Cortázar cuenta la historia del libro. Ese lanzamiento viene acompañado además de otras actividades relacionadas con el escritor argentino, ya que el 12 de febrero del año que viene se cumplirán 30 años de su muerte y unos meses después, el 26 de agosto, el centenario de su nacimiento. En Buenos Aires habrá homenajes y celebraciones. Dentro de unos días se le dará el nombre de Rayuela a la Plaza del Lector, donde se encuentra la Biblioteca Nacional. Asimismo en Madrid la Fundación Juan March está finalizando el proceso de digitalización de la biblioteca personal de Cortázar donada por su albacea, Aurora Bernárdez, y que estará así disponible en internet.

Vuelvo al detalle del mes cuando Rayuela terminó de imprimirse. El 3 de junio de 1963, Cortázar envió desde París una carta a su amigo Jean Barnabé, que aparece recogida en el tomo 2 de sus Cartas (Alfaguara, Madrid, 2012). Allí le comenta: “Antes de irme a Italia, terminé de corregir las últimas pruebas de mi novela, y las envié por avión al editor. Si han llegado sanas y salvas, el libro aparecerá a mediados de julio, y entonces podrá decirme algún día si lo que espera de mí, esa explosión a que alude en su carta, se ha producido o si todavía sigo encerrado y un poco distante”.

En la correspondencia de Cortázar, se puede seguir también el proceso de la escritura de Rayuela. En otra carta a Barnabé, fechada el 27 de junio de 1959, le dice: “Cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género”. Y en otra misiva, esta del 30 de mayo de 1960, le apunta: “No es una novela, pero sí un relato muy largo que en definitiva terminará siendo la crónica de una locura. Lo he empezado por varias partes a la vez, y soy a la vez lector y autor de lo que va saliendo... La cosa es terriblemente complicada, porque me ocurre escribir dos veces un mismo episodio, en un caso con ciertos personajes, y en otro con personajes diferentes, o los mismos pero cambiados... Me propongo empezar por el final y mandar al lector a que busque en diferentes partes del libro, como en la guía del teléfono”.

Francisco Porrúa fue el audaz responsable de que la novela se publicase (a él se debe también que viera la luz Cien años de soledad, y además fue el fundador de la legendaria editorial Minotauro). Cortázar le habló por primera vez sobre ella en una carta del 19 de agosto de 1960: “Un día le pediré que lea lo que estoy haciendo ahora, y que es imposible de explicar por carta. Ignoro cómo y cuándo lo terminaré; hay cerca de cuatrocientas páginas, que abarcan pedazos del fin, del principio y del medio del libro, pero que quizá desaparezcan frente a la presión de otras cuatrocientas o seiscientas que tendré que escribir entre este año y el que viene. El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra”.

Cortázar redactó su novela en el número 9 de la plaza del general Beuret, en París, cerca de la sede de la UNESCO, institución para la cual entonces trabajaba. Demoró en escribirla unos cuatro años y para mayo de 1962 la había terminado. Cuando la tenía bastante avanzada, comenzaron sus dudas en cuanto a que los editores se arriesgaran a publicar una obra tan experimental y transgresora (“será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana”). Esto ya se lo había expresado a Porrúa en agosto de 1961: “No me imagino a Sudamericana publicando eso”. A ello se sumaba que en 1951 Sudamericana había publicado un libro de cuentos de Cortázar, Bestiario, cuyas ventas habían sido muy escasas.

El propio Cortázar era consciente de la gran ruptura que proponía su novela, aunque tal vez no se imaginaba que con ella provocaría un huracán, una explosión. En una misiva a Porrúa le expresa: “Se da la paradoja de que muchísimas imperfecciones no puedo ni quiero quitarlas, aunque me duelan y me fastidien. Yo creo que nunca se escribió un libro tan a contrapelo, tan a contralibro”. Cito nuevamente unas palabras suyas extraídas de la carta a Barnabé: “Personalmente, creo no haber escrito nada mejor que El Perseguidor; sin embargo, en Rayuela he roto tal cantidad de diques, de puertas, me he hecho pedazos a mí mismo de tantas y de tan variadas maneras, que por lo que a mi persona se refiere ya no me importaría morirme ahora mismo. Sé que dentro de unos meses pensaré que todavía me quedan otros libros por escribir, pero hoy, en que todavía estoy bajo la atmósfera de Rayuela, tengo la impresión de haber ido hasta el límite de mí mismo, y de que sería incapaz de ir más allá”.

El lector como una especie de enemigo hermano

Cuando salió la novela, pocas fueron las críticas favorables que tuvo en Argentina. Pero pese a ello, empezó a venderse y a ser leída por los jóvenes. Cortázar creyó que había escrito una obra para gente de su edad (entonces andaba por los cincuenta años), pero resultó que la reacción más entusiasta y la admiración las halló entre los jóvenes. El primer año se vendieron 5 mil ejemplares. Al siguiente, 10 mil. Y al tercero, 20 mil. Rayuela se difundió además por América Latina y España, donde ese éxito se confirmó. En 1966 se tradujo al francés, y luego al inglés, el italiano, el alemán, el polaco, el holandés, el checo. Pocas novelas han alcanzado esa repercusión con tanta rapidez. Cincuenta años después, la novela sigue vendiendo unos 15 mil ejemplares al año. Sin embargo, en ese fenómeno hay un equívoco, pues en modo alguno se trata de un libro fácil de leer.

La primera sorpresa aguarda nada más abrir la novela. En las primeras páginas hay un Tablero de dirección, que nos indica que la lectura se debe hacer en un orden determinado. De acuerdo a esas instrucciones, “a su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. El primero se puede leer en la forma corriente hasta el capítulo 56, ignorando “sin remordimientos” lo que sigue. Para acceder al segundo, se comienza en el capítulo 73 y luego se sigue el orden indicado al final de cada uno. Eso obliga a ir saltando de una página a otra, como se hace en una rayuela. En caso de confusión u olvido, se puede consultar la lista incluida por el autor. De acuerdo a eso, del capítulo 73 hay que pasar al 1, de este al 2, después al 116, y así sucesivamente. En otras palabras, se va saltando continuamente hacia atrás y hacia adelante.

Como el propio escritor puntualizó en varias ocasiones, esos aparentes caprichos tienen como propósito convertir al lector en una especie de enemigo hermano, en un cómplice, en un colaborador de la obra. El plan secreto de Cortázar no consistía en modificar la historia de la literatura, sino cambiar al lector, transformándolo en un elemento activo. Este tiene que intervenir en el texto y construir la novela, del mismo modo que el autor la construye. Mosaico caleidoscópico, modelo para (des)armar, Rayuela delega en el lector activo la responsabilidad de recomponer su decurso, como si ese rompecabezas incluyese otras muchas novelas virtuales.

Aquella propuesta que desacomoda los hábitos de lectura y produce otra experiencia, disgustó a los lectores más acomodaticios y perezosos. En cambio, deslumbró a aquellos dispuestos a aceptar lo que para el escritor español Julián Ríos es “una incitación al viaje libre, donde el lector es elector de su itinerario, verdadero salteador de caminos, que puede renovar los saltos y asaltos por sus cuadriláteros de papel sin agotar el juego de la literatura aleatoria y de la relectura”. Destaco en esa cita el término juego, pues resulta un elemento clave en Rayuela. Es eso precisamente lo que más disfruta de la novela de Cortázar la poeta salvadoreña Claribel Alegría. Reproduzco a continuación lo que expresó acerca de ello.

“Hay otros libros igualmente bien escritos, igualmente imaginativos y filosóficos y poéticos, pero ninguno me permite jugar como Rayuela. Esa es mi fascinación mayor: puedo jugar con ella, saltar y construir y destruir, armar mi propio libro, mis propios libros, eliminar a Morelli si me da la gana, o colocarlo en otra parte, colocarlo como ventana en vez de puerta, como una ventana escoltada por puertas, o tal vez ni siquiera como ventana, sino como persiana para ver a través de la ventana sin que me vean los de afuera. Puedo también eliminar a Traveler y a Talita y quedarme solo con Oliveira y con la Maga, con el París de Oliveira y de la Maga, y negarme a que alguien «me cure del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette… (…) Rayuela es un libro que me cambió la vida, que me hizo descubrirme y aceptarme y alegrarme de haber nacido juguetona y qué lástima que no lo fui más cuando era joven”.

La novela está dividida en 155 capítulos, distribuidos en tres partes: Del lado de allá, ambientada en París, Del lado de acá, que ocurre en Buenos Aires, y De otros lados. Esta ultima está integrado por 99 capítulos, “prescindibles” para aquellos lectores que esencialmente se interesan y preocupan por lo que va a suceder, por el desarrollo del argumento. Se trata de un conjunto de citas (Lévi-Strauss, Lezama Lima, Anaïs Nin, Artaud, Bataille, Gombrowicz, Octavio Paz), recortes de diarios, sentencias, diálogos, anécdotas ilustrativas y meditaciones de Morelli, un escritor apócrifo y especie de alter ego de Cortázar. En realidad, esos capítulos no son tan prescindibles, pues contribuyen a dar a la novela su pleno carácter de obra abierta y polisémica. En esas páginas figuran además textos en los cuales el autor explica y justifica el propósito de sus radicales innovaciones. Un ejemplo que lo ilustra es la “nota pedantísima de Morelli” con la que se inicia el capítulo 79: “Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco). Sin vedarse los grandes efectos del género cuando la situación lo requiera, pero recordando el consejo gidiano, ne jamais profiter de l´élan acquis (…) Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie”.

Novela del lenguaje, de la inventiva verbal

Aparte de ser una novela de las innovaciones formales, Rayuela es también una novela del lenguaje, de la inventiva verbal, de los juegos de palabras. Cortázar hasta se inventa un lenguaje, el gíglico, mediante el cual da sentido al sinsentido a partir de sonidos y ritmos. Lo emplea en el capítulo 68, para describir una escena erótica: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios”.

Sin embargo, el anterior es uno de los varios lenguajes que Cortázar pone en juego. A lo largo de la novela emplea diferentes tonos y registros, desde el irónico y humorístico al más sobrecogedor y dramático. Eso hace que Rayuela sea varias cosas a la vez, y que en sus páginas haya de todo para todos. Véase este fragmento tomado del capítulo 7, en el que, al igual que el que antes cité, se describe una escena amorosa, pero en un estilo totalmente distinto: “Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

De los fragmentos de la novela que hasta aquí he reproducido, se pude deducir que, además del juego, el humor es otro elemento que interviene en todas las instancias. Es un humor irreverente, subversivo, irrisorio, que aparece desde los primeros capítulos. Hay páginas en que alcanza el nivel del paroxismo y el absurdo, como ocurre en el famoso episodio del capítulo 41. En el mismo, Oliveira se está quedando sin hierba para fumar, por lo cual le pide a Traveler, quien vive en el piso frente al suyo, le dé un poco de la suya. Ambos deciden improvisar de ventana a ventana un puente de tablones. El propósito es que Talita lo cruce riesgosamente para llevar a Oliveira un paquete de yerba. Un hecho tan sencillo como pasarle la hierba o lanzársela, se convierte en un desbarajuste, en el que se quiebran todos los lazos de la lógica. Cortázar tiene la habilidad de crear el absurdo con el tono habitual de lo cotidiano, además de que pone de manifiesto su gran soltura narrativa.

Novela entrañable, con episodios antológicos y personajes que no se olvidan, Rayuela fue una obra fundacional que rápidamente se convirtió en un hito y partió en dos la narrativa hispanoamericana. Su publicación hizo que de inmediato lucieran anticuadas las novelas leídas hasta entonces. En opinión del escritor argentino Arnaldo Calveyra, “el impacto que causó fue tan grande, que era impresionante descubrir que se podía escribir de aquella manera, con aquella libertad, como si fuese Dios”. Eso ha llevado a que algunos incluso comparen el libro de Cortázar con el fenómeno que, para la literatura en lengua inglesa, supuso el Ulises de James Joyce.

Cincuenta años después de que Rayuela saliera de la imprenta, ya casi no se escriben obras tan declaradamente situadas en la línea experimental. La narratividad ha regresado y se vuelto a imponer. Hay por eso quienes anteponen el Cortázar cuentista al Cortázar novelista. Sostienen que en la primera faceta, el escritor argentino ha resistido mejor y con más firmeza los embates del tiempo y los vaivenes del gusto. Es cierto que en la narrativa breve, Cortázar dejó un puñado de textos realmente memorables: “Casa tomada”, “El perseguidor, “Carta a una señorita en París”, “Autopista del sur”, “La noche boca arriba”, “La señorita Cora”, “Circe”, “Continuidad de los parques”, “La salud de los muertos”… Con todo, es insensato negar que, más allá de sus audacias técnicas, Rayuela conserva muchos de sus valores. Constituye una obra clásica, y como tal siempre hay que volver a ella, incluso para discutirla. Medio siglo después, leerla sigue siendo un acto de lucidez.