La mejor revista ilustrada
Aunque fundó y dirigió numerosas publicaciones, Social fue sin dudas el proyecto que mejor dio la medida del talento, la intuición y el olfato de Conrado W. Massaguer como editor
De igual modo que su labor como caricaturista lo sitúa, junto con Rafael Blanco y Juan David, entre los grandes artistas cubanos del siglo XX, Conrado W. Massaguer es uno de los pioneros del arte gráfico moderno, campo en el cual sentó escuela y dejó la huella inconfundible de su talento.
Esa faceta de su versátil personalidad estuvo ligada a su actividad como editor de revistas. Massaguer debe buena parte de su celebridad y prestigio a Carteles (1919-1960) y Social (1916-1933, 1935-1938), revistas ambas fundadas por él. Conviene decir, no obstante, que se trata solo de dos de las numerosas publicaciones que creó y sacó adelante. Algunas tuvieron una corta existencia y no pasaron de unos pocos números. Algo que no desalentó a Massaguer, pues era una actividad que evidentemente disfrutaba. Eso tiene que ver además con algo que sobre él comentó Alejo Carpentier: era muy buen periodista, tenía instinto periodístico y sabía hacer una revista.
Esa aventura como editor la inició en marzo de 1913 con Gráfico, de la cual salieron 248 números y circuló hasta septiembre de 1918. Su contenido era variado y además de dar cabida a informaciones y artículos de fondo sobre los problemas nacionales e internacionales, incluía cuentos, poemas y trabajos sobre literatura, historia, artes plásticas. A partir del número 19 se incorporó como jefe de redacción Emilio Roig de Leuchsenring, que mantuvo una estrecha amistad con Massaguer y después volvió a colaborar con él en Social.
Cuando estaba ya al frente de esta última publicación, Massaguer empezó a editar Pulgarcito (1919-1920), de periodicidad mensual y dirigida a los niños. Contenía cuentos, poemas, relatos de carácter histórico, adivinanzas y otros entretenimientos para ese público lector. Entre otros autores, en la misma colaboraron Bernardo G. Barrios, Aurelia Castillo de González, Dulce María Borrero, Lola R. de Tío y Gustavo Sánchez Galarraga. Era considerada un “hermanito menor” de Social, y según se dio a conocer en las páginas de esta, Pulgarcito murió “víctima de la indiferencia de los padres cubanos”.
En 1915 Massaguer se separó de Gráfico y, según contó él mismo, ya entonces tenía la idea de empezar a sacar Social. Más aún, había decidido cómo iba a ser su formato: “Yo veía que El Hogar, Bohemia, El Fígaro y Letras vivían agónicamente. El público cubano, ya conocedor de las excelentes publicaciones neoyorquinas, se resistía a pagar 25 centavos por esas revistas que eran literarias pero nada artísticas y solo con una extensa crónica social”. Así fue como en enero de 1916 dio inicio a la que para él significó “la más bella aventura de mi vida periodística”. La tirada inicial fue de 3 mil ejemplares y se vendía a 40 centavos, o 40 kilos, como decimos los cubanos. Ya desde esa primera entrega, la revista se presentó, cito palabras de su supremo demiurgo, con un lujo que La Habana jamás había visto.
Massaguer apareció desde ese número como director, aparte de lo cual era el diseñador, el principal ilustrador y el caricaturista. En 1918 Roig de Leuchsenring asumió la responsabilidad de la parte literaria, cargo que a partir de 1922 pasó a denominarse director literario. En su conferencia “Un ascenso de medio siglo”, Alejo Carpentier señaló que la dicotomía Massaguer-Roig de Leuchsenring constituye uno de los fenómenos más insólitos de la cultura cubana a comienzos del pasado siglo. Y explica de este modo su afirmación:
“Massaguer, de origen humilde, aspiraba a ser burgués, y Emilito, que procedía de una clase burguesa, que era burgués, aborrecía la burguesía y aspiraba a combatir a la burguesía. Coléricos ambos, aunque muy cordiales en la amistad, exigentes en el trabajo, capaces de momentos de mal humor (…) sin embargo, había entre ellos dos una especie de respeto en el terreno de cada uno. Massaguer se quedaba con sus novias, se quedaba con su Yatch Club, se quedaba con sus bailes —a uno de ellos fue disfrazado de Napoleón—, mientras Emilito tenía carta blanca para en un número determinado de páginas, publicar exactamente lo que le diera la gana; y quiso hacer de Social un organismo de las nuevas expresiones de vanguardia que habían cuajado en el minorismo”. La revista, de hecho, se convirtió en el órgano del Grupo Minorista. Algo de lo cual el propio Massaguer estaba orgulloso: en su tarjeta de visita después de su nombre se leía: “Del grupo Minorista”.
Mucho más que una revista mundana y frívola
En la primera entrega Social se definía como “una revista consagrada únicamente a describir en sus páginas, por medio de lápiz o lente fotográfica, nuestros grandes eventos sociales, notas de arte y crónicas de moda”. El título era, por tanto, equívoco, pues no remitía al socialismo ni a movimiento social alguno. Massaguer, y cito de nuevo a Carpentier, no solamente “quería sacar los anuncios, halagar la vanidad de la high life y la alta sociedad, publicando lo que fue Social en 1916 cuando salió, una revista de eventos sociales, de bailes, de banquetes, de fiestas, de saraos, de reuniones de señoras para esto o lo de más allá, pero esto le permitía entrar en unos salones que él aspiraba a ver de cerca, un poco como Marcel Proust joven quería entrar en los salones de una cierta sociedad parisiense, de la que él contaría su réquiem, lo que no hizo Massaguer”.
Pero sobre todo en su primera etapa, Social fue mucho más que una revista mundana y frívola, surgida al calor de la Danza de los Millones. En ese aspecto fue decisiva la presencia de Roig de Leuchsenring, quien abrió las páginas a las figuras más valiosas de la época, tanto de Cuba como del extranjero. En 1926, en un artículo titulado “Diez años de labor”, él mismo hizo este balance: “Cuando asumí en 1923 la Dirección Literaria me propuse agrupar junto a la revista los elementos intelectuales nuevos de Cuba, valiosísimos la mayor parte de ellos, pero dispersos y disgregados, como se encontraban también todas las demás figuras de nuestro mundo literario y artístico. Y mis propósitos los he visto, con creces, realizados (…) Al Grupo Minorista debe Social su auge y esplendor literario y artístico, lo que hoy significa y lo que hoy vale. Sin los minoristas, mi labor hubiera sido incompleta y defectuosa”.
En el año 1986, la Biblioteca Nacional José Martí publicó el Índice de la revista Social (1916-1938) (es de lamentar que, a diferencia de lo hechos con otras publicaciones, ese volumen no incluya un texto introductorio). Quien revise las páginas de ese libro, podrá tener una visión de la larga lista de colaboradores cuyas firmas aparecieron en Social. Cito a continuación unos cuantos: Juan Marinello, Alfonso Hernández Catá, Emilio Ballagas, José Lezama Lima, Nicolás Guillén, Regino Pedroso, Enrique Labrador Ruiz, Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Carpentier. Y entre los extranjeros, Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Antonio y Manuel Machado, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Paul Valéry, Juan Ramón Jiménez, Langston Hughes, Miguel Ángel Asturias, Miguel de Unamuno, José Carlos Mariátegui.
La revista tuvo muy buen acogida entre los lectores, lo cual hizo que la tirada se fuese aumentando. Eso permitió a Massaguer comprar un taller de impresión, situado en la Quinta Jorrín, en Tulipán y Cerro. Lo llamó Instituto de Artes Gráficas de La Habana, y llegó a alcanzar una gran reputación. El taller contaba con los adelantos técnicos más avanzados en ese momento, entre ellos la revolucionaria y novedosa impresión en offset o fotolitografía, que se usaba por primera vez en América Latina. Allí se inició la reproducción de carteles en grandes cantidades. Uno de los primeros fue el del I Salón de Bellas Artes, que Massaguer había ayudado a crear. A principio de la década de los 20 Social rendía tantas ganancias, que Massaguer abrió una oficina en Nueva York, ubicada en el mezzanine del Hotel McAlpin. Más tarde tuvo agencias en Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Panamá, República Dominicana y España, países donde la revista circulaba.
Si Roig de Leuchsenring contribuyó a darle a Social un sello particular en el campo cultural y literario, Massaguer se responsabilizó de hacer de ella un regalo para la vista. Ya desde la portada se advertía la presencia de un concepto gráfico moderno y elegante, deudor de la pintura europea, a la cual Massaguer, pese a que fue autodidacta, había tenido acceso. Una vez más hay que hacer referencia a las Massa-girls. En las cubiertas hay un notorio predominio de las figuras femeninas, que aparecen dibujadas con un perfil muy audaz, en el que el art déco se entrelaza con líneas cubistas. La precisión de los trazos, la técnica depurada, el cuidado de los detalles y las hermosas ilustraciones interiores, fueron otros aciertos que cimentaron el atractivo diseño y la sólida factura que distinguieron a Social. Massaguer no exageró al expresar que hasta entonces los cubanos no habían conocido una revista tan lujosa.
Para la década de los 30, Social había alcanzado, de acuerdo a su director, un puesto cimero entre las publicaciones de América. Esa posiblemente fue una de las razones que lo animaron a atacar de forma más abierta al régimen de Gerardo Machado y, en particular, al dictador. Sin embargo, en 1933, al hacerse más tensa la situación del país, se vio obligado a emigrar con su familia a Estados Unidos. Eso significó el cierre de Social. Acerca de ello, Massaguer apuntó: “Lo sentí como cuando se muere una novia que nos acompañó en los mejores tiempos. Acepté los designios del destino, con la esperanza de que algún día volvería a publicar la mejor revista ilustrada, que no transigió jamás con gobierno alguno, y que se mantuvo con la entrada que le proporcionaban sus ventas, suscriptores y anunciantes. Fueron días muy amargos, pero nos consolamos con la huida del tirano y sus secuaces”.
Actividad absolutamente diabólica como editor
Volvió a Cuba en 1934 y aquí encontró que había sido despojado de sus talleres. Aunque según él, en los negocios no tuvo la misma buena suerte que gozó en sus andanzas artísticas, solo necesitó un año para sacar de nuevo Social con la técnica del fotograbado. Admitió que “no era la de antes, pero soñaba con que volvería a su categoría de antaño”. Pero eso ya no fue posible. En esa segunda etapa los trabajos de carácter cultural y literario casi desaparecieron y la revista quedó reducida a una publicación “de sociedad, elegancias y frivolidades” (de ese modo la definió Roig de Leuchsenring en 1937, en una carta que dirigió a Massaguer). En 1947, su fundador luego quiso revivirla en Yucatán, pero en México ya existía una publicación con ese nombre. Lanzó después Desfile, que de acuerdo a él recordaba mucho a Social, pero la mala situación económica lo obligó a cerrarla seis meses después.
Social fue sin dudas el proyecto que mejor dio la medida del talento, la intuición y el olfato de Massaguer como editor. Pero esa actividad absolutamente diabólica para la caricatura que Carpentier le reconoció, la tuvo también como fundador de revistas. Al mismo tiempo que sacaba Social, creó, junto con su hermano Oscar, Carteles, que como expresaba el lema que adoptó en 1950, fue “más que una revista, una institución nacional”. Su quehacer como editor fue incansable y a las publicaciones que creó y dirigió hay que sumar además Cinelandia y La Chispa.
En los años 40, Massaguer se dedicó fundamentalmente a trabajar como caricaturista en los diarios Información y El Mundo. Allí tuvo las secciones “Massaguericaturas”, “Massaguerías” y “En esta Habana nuestra” (en esta última alternó con Don Gual, su alter ego). Asimismo diseñó programas para instituciones culturales, hizo decorados para sociedades de recreo y realizó algunas exposiciones de su obra. En 1944 fue condecorado por sus méritos periodísticos con la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes.
En 1951 fue nombrado delegado en Hollywood de la Comisión Pro Defensa del Tabaco Habano. Entonces fue acogido por figuras tan célebres como Walt Disney y los hermanos Warner. Ese mismo año pasó a laborar en el Instituto Cubano del Turismo, y posteriormente su nombre cayó en un injusto olvido. Al aludir a los hechos que ocurrían en la Isla a fines de la década de los 50, se limitó a llamarlos tormentosos y dijo que prefería abstenerse de calificarlos. Ese mutismo que adoptó ante el ya inminente triunfo de los barbudos tal vez explique por qué nada se sabe de los que fueron sus últimos años.
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