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CON OJOS DE LECTOR

La profundidad de la sencillez

En 'Paso a nivel', su último poemario, Manuel Díaz Martínez apuesta por una escritura transparente y coloquial que desborda cercanía, cordialidad y calidez humana.

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Hay libros que se comentan con inmenso placer, seguramente porque hacerlo es una manera de retribuir al autor el placer que nos proporcionó su lectura. En tales ocasiones, que son menos frecuentes de los que uno desearía, los apuntes críticos vienen a ser, en realidad, una muestra de agradecimiento público. Eso tiene que ver no sólo con los valores literarios, sino además con el tono de cercanía, cordialidad, bonhomía y calidez humana que desborda esa escritura. Es con ese sentimiento de gratitud que quiero escribir en esta ocasión sobre Paso a nivel (Editorial Verbum, Madrid, 2005, 74 páginas), el último poemario publicado por Manuel Díaz Martínez (Santa Clara, 1936).

"Discúlpenme, / si pueden y si quieren, / este discurso sumario, / acaso ingenuo, acaso pretencioso, / sobre el Poeta, la Palabra y la Poesía / —o, si lo prefieren, / sobre el vano prodigio que sería el Universo / si no contase con la angustia del hombre que lo mira. / Quizás sea el momento de decirles / francamente / lo que pienso sobre materia tan resbaladiza, / sin tomar, es un decir, las debidas precauciones". Con estos versos, pertenecientes a Mínimo discurso del Poeta, la Palabra y la Poesía, se abre esta gavilla de textos. Es una de los varios que Díaz Martínez dedica a un tema del cual se ha ocupado con frecuencia a lo largo de toda su obra. Lo señaló ya en 1984 Antón Arrufat, quien al presentar un libro suyo expresó que "la poesía y la vida del poeta preocupan sin tregua a Díaz Martínez".

En otros poemas incluidos en Paso a nivel, su autor dialoga, más allá de la muerte, con poetas que admira y también con otros vivos a quienes se siente afín. Ejemplos de ello son Fernando Quiñones se nos fue de viaje, En el extremo de una soga, Salva de bienvenida, Recado a Rafael Alcides, Visita a Federico, Preguntas debajo de un ciruelo (1 y 2), Desacuerdo. No se trata, sin embargo, de textos intelectuales. En éste, como en sus varios registros temáticos, Díaz Martínez conserva siempre una calidez humana que libera esos textos de caer en el culturalismo frío, en literatura sin alma. A ello contribuye además una escritura natural, cordial, accesible, que no confunde la elaboración con el engolamiento retórico o las impostaciones retóricas. Para ilustrar lo que trato de decir, copio a continuación un fragmento de ¿Qué fue de Luis?: "Cernuda, / ¿qué hizo usted / de aquellos zapatos blanquinegros / y de aquel traje claro que resplandecía / y de aquel fino bigote a lo Gregory Peck? / ¿Qué hizo usted de todo eso? // ¿Y de la pipa? / ¿Qué hizo usted de la pipa? // Cuéntenos qué fue de aquella soledad / que magnánimamente le encajó la vida. // (…) En fin, / Cernuda, / ¿qué fue de Luis?".

Mas como antes apunté, Díaz Martínez posee varios registros temáticos. En algunos poemas del libro hallamos la mirada hacia la propia existencia, hecha desde la madurez. La muerte, la caducidad de la vida, lo que en ella hay de perdurable, asuntos que han sido tratados por el poeta en otras ocasiones, dan lugar ahora a reflexiones llenas de tanta sensatez como sosiego. Esa voluntad meditativa adopta asimismo un tono sutil, suave. Es, como comentó Giuseppe Bellini, "una filosofía sin dramatismo, matizada tiernamente más bien por el afecto". Una serena aceptación y una tenue melancolía impregnan páginas como Fin de feria, Información al público, Ruego, Despedida. Pero como si quisiera restarles gravedad a esos asuntos, Díaz Martínez da cabida a un humor elegante, que introduce una saludable nota de desenfado. Eso le permite escribir sin solemnidad sobre un tema tan grave como el de la muerte: "Tengo la sana costumbre, / por Feria y por Navidades, / de hacerle largas visitas / a mi discreto cadáver. // Siempre que voy me lo encuentro / más sabio y más saludable / y disfrutando del muere / como no disfruta nadie. // (…) Cuando voy a visitarlo / —jamás con acompañante— / lo obsequio con un silencio / y un sinfín de eternidades. // Él me regala un reloj / de minutos desechables. / Al despedirme le digo: / Never more! Y él dice: ¡ Vale!".

No se permite flaquezas sentimentales

En su celebrada vertiente elegíaca (recuérdese, entre otros, ese excelente poema que es Carta a un amigo, que figura en más de una antología), se inscriben La noria de la memoria, Décimas a la muerte de mi padre, Meditando con mi ausente madre y Te escribo a la vieja dirección, que se hallan entre las páginas más hermosas de Paso a nivel. En ellos Díaz Martínez logra una gran intensidad humana, aunque lo hace —y es uno de sus aciertos— manteniendo siempre la sobriedad de la emoción y sin permitirse ninguna flaqueza sentimental. "Yo te escribo / las cartas que nunca te escribí cuando sabía / dónde estabas esperando. / No sé dónde pueda estar esa mirada tuya / que ahora más que nunca apetecen mis palabras, / pero te escribo a la vieja dirección, / allí donde había humedad en las paredes, / y un cofre para las memorias, / y un espejo para los silencios, / y una puerta para tus adioses / y mis regresos", escribe en el último de esos poemas.

En Paso a nivel hay también espacio para reflexiones de otro carácter, como la que Díaz Martínez hace en Patria, que se halla también entre los mejores textos del libro. En esa línea de poesía social está En verdad os digo, donde el poeta expresa: "El problema / fundamental / de las revoluciones / es igual al de la Pureza: / ambas tienen / vocación de esfinge. // De ahí que Pureza y revoluciones / acaben / heraclitinamente / en la cuneta". Y cercano a la tradición del Quevedo más satírico y burlesco está Mercadillo, que por su brevedad copio aquí completo: "—Por favor, señor tendero, / ¿qué cuesta este busto del / Máximo Líder Egregio? // —Costaba mil reverencias,/ ahora cuesta un pedo y medio".

Esa transparencia en el decir y esa voluntad de comunicación con el lector que logra Díaz Martínez en Paso a nivel no conspiran en detrimento de los valores literarios. Asimismo el desenfado que adopta su escritura en muchos de los poemas tampoco lo lleva a renunciar a ser reflexivo y sugerente. Como aprendió en muchos de los poetas españoles que tan bien conoce, sabe hallar la profundidad en la sencillez, pues aunque para algunos parezca una paradoja, complejidad y claridad no constituyen conceptos antagónicos. La suma de todas esas cualidades cristaliza así en un libro realmente hermoso, que viene a enriquecer una trayectoria poética que, felizmente, aún está inconclusa.

Expresado su agradecimiento en las líneas anteriores, quien firma esta nota prefiere retirarse y dejar a sus lectores en la muy buena compañía de Manuel Díaz Martínez, a quien pertenece esta Despedida: "Tristeza, despídeme de la nostalgia: / me voy a la vida que me espera / en el resto de pasión que habito. / (De ti bien sé que no puedo despedirme. / Verás que ni lo intento.) / Dile que le agradezco los atardeceres / y perfumes que almacenó en mi pecho. / Dile, con cuidado, que ya no la necesito".