Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Música

La sinfónica de nuestra música popular

Cuarenta años después de su primera comparecencia ante el público, Irakere mantiene su condición de alma mater de la música cubana contemporánea

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Hace cuarenta años se presentó ante el público de Santiago de Cuba un grupo de nueva creación. Quienes asistieron a aquella actuación ignoraban que estaban asistiendo al nacimiento de Irakere, la banda que revolucionó nuestra música.

No tuvo ningún destaque en la prensa. Tampoco existía la posibilidad de que se realizara alguna actividad para recordarlo. Pero en el pasado mes de abril se cumplieron 40 años de la primera actuación ante el público de Irakere. Eso ocurrió exactamente el día 25 y tuvo como escenario el estadio de Santiago de Cuba. Quienes tuvieron el privilegio de asistir a aquella presentación, ignoraban que estaban asistiendo al nacimiento de una leyenda musical con nombre yoruba.

Pero para hablar del comienzo de la trayectoria de Irakere, es necesario ir varios años más atrás. Remontarnos a lo que se puede llamar la prehistoria. Al respecto, es oportuno citar unas palabras de Chucho Valdés, el gran demiurgo de la banda: “Para nosotros el grupo siempre existió, estuvo presente en todo momento. Era como algo pendiente. Al inicio, no tenía nombre, solo era una idea en la que trabajábamos”. Ya desde los años 60, Chucho se sentía insatisfecho con su trabajo en la agrupación de la cual formaba parte. Me refiero a la Orquesta Sabor de Cuba, que dirigía su propio padre, Bebo Valdés. No quería continuar haciendo la misma música. Eso lo llevó a tratar de buscar otra sonoridad, y para ello optó por un formato diferente al de las jazzbands.

En 1963, paralelamente a su labor en la orquesta del Teatro Musical de La Habana, creó Chucho Valdés y su Combo, al cual incorporó elementos del jazz. Lo integraban Carlos Emilio Morales, Paquito D´Rivera, Julio A. Vento, Alberto Giral, Kike Hernández y Emilio del Monte. A ellos se sumó después el cantante y percusionista Armando Borcelá (Guapachá). De esa etapa es el disco Chucho Valdés con Guapachá, sobre el cual el primer ha comentado: “Yo creo que esas grabaciones deberían retomarse, para medir cómo estábamos en aquel momento. Y pienso que estábamos bastante bien”. También grabaron bajo el sello Areíto otros dos discos, Jazz Nocturno y Descarga, ambos de 1964, que en 2007 fueron rescatados en el compacto The Complete 1964 Sessions. En el mismo se recogen además varias descargas jazzísticas que se editan por primera vez.

En 1967, se produjo un hecho que cambió temporalmente el rumbo inicial de aquel proyecto. Se creó la Orquesta Cubana de Música Moderna, que tuvo entre sus fundadores a la mayoría de los músicos que más tarde formarían Irakere. Hasta hoy no se ha realizado una valoración de aquella agrupación. Es un trabajo por hacer que ojalá alguien asuma. Ni siquiera se puede acceder a las grabaciones, pues estas se reducen a los discos de vinilo de la época. En todo caso, se puede tener una idea del trabajo de la OCMM a través de títulos como El ñame con bacalao, Pastilla de menta, El Niche (Ajá Bibí), Porque ya no estás, Te vas a casar, así como las versiones de Vehicle, The Man I Love y Popcorn. Todas se pueden encontrar en Youtube, aunque casi ninguno va acompañado con imágenes de las presentaciones.

Pero después, la OCMM tomó otro camino y pasó a servir de orquesta acompañante de cantantes solistas, lo cual no interesaba a Chucho ni a otros integrantes que compartían sus inquietudes musicales. Eso reactivó la idea de formar un conjunto. Chucho pensó entonces en un trío que no copiase la estructura de los tríos norteamericanos (piano, contrabajo, batería). Para ello, sustituyó este último instrumento por tambores batá, arará y yuka, pertenecientes a la tradición cultural afrocubana. Se unió al bajista Carlos del Puerto y al percusionista y cantante Oscar Valdés, y juntos emprendieron la andadura como agrupación aún sin nombre.

La acogida fue muy favorable. Asimismo grabaron un disco, que apreció bajo el título de Jazz Batá. Incluía cinco temas: Son n. 2, un son-jazz, Neurosis, un son, y las baladas Laureen y Paila. El quinto era un afro-jazz y se titulaba Irakere, palabra de la lengua yoruba que, entre otras acepciones, significa selva, vegetación, bosque impenetrable. Aquel disco fue uno de los primeros trabajos de música popular en el que se incorporaban tambores batá.

En 1970 realizaron además una gira a Polonia, para la cual se sumaron otros músicos. Con ello el trío pasó a ser quinteto. Lo integraban Oscar Valdés, Paquito D´Rivera, Enrique Plá, Carlos del Puerto y Chucho. En Varsovia se presentaron en el Jazz Jamboree Festival, uno de los más importantes y antiguos de Europa. Era el primer grupo cubano que participaba en un festival internacional de su tipo. En aquel evento interpretaron Misa negra, compuesta por Chucho en 1969. El asombro de músicos y espectadores fue mayúsculo. Entre los participantes se hallaba el pianista norteamericano Dave Brubeck, quien actuó con su cuarteto.

Arduos trámites burocráticos

En el libro El son no se fue de Cuba, Chucho le contó a la periodista colombiana Adriana Orejuela Martínez lo que a continuación reproduzco: “Fuimos poniendo la Misa negra, con cantos yoruba, con oraciones en esa lengua, con toques rituales (…) Fue un escándalo, porque ese día tocaba el Cuarteto de Dave Brubeck, que cerraba el espectáculo. Él nos oyó. Éramos muy jóvenes, estábamos asustados. Cuando terminó, Brubeck nos mandó a buscar, nos dio un abrazo. Me dijo que lo que yo estaba haciendo era un nuevo camino para el desarrollo de la música cubana y su fusión con el jazz. Me dijo: Never stop. Fue el mejor premio, mejor que el aplauso del público, y fue lo que me inspiró a seguir haciendo más ese trabajo y también a ampliarlo. De ahí nació la idea de hacer Irakere”.

Al regresar a Estados Unidos, Brubeck se llevó una copia del audio de la Misa negra. Su idea era hacérsela escuchar a los organizadores del prestigioso Festival de Newport, para que invitasen al quinteto cubano. Pero entonces las restricciones que imponía el embargo se cumplían a rajatabla, y la invitación no fue posible. De todos modos, la presentación en el Jazz Jamboree Festival sirvió para dar a conocer internacionalmente al excelente pianista que es Chucho. Su maestría y su impresionante despliegue de virtuosismo hicieron que en 1972 un jurado compuesto por Duke Ellington, Miles Davis, Court Basie y Dave Brubeck, lo eligieran como uno de los cinco mejores pianistas de jazz del mundo. Chucho compartía esa selecta lista con Bill Evans, Herbie Hancock, Oscar Paterson y Chick Corea.

Al regreso de Polonia, Chucho decidió ampliar el quinteto. Su decisión tenía que ver con su propósito de ganar un nuevo público para el jazz, que entonces no era masivo en Cuba. Eso implicó, en primer lugar, incorporar instrumentos de viento y, después, metales. De ese modo, se fue redondeando la idea del grupo que Chucho planeaba conformar. Los primeros ensayos se hicieron en la cocina de la casa de Oscar Valdés.

En el documental Chucho Valdés featuring Irakere, el destacado músico recuerda que en el año 72 se realizó en el Teatro Amadeo Roldán un encuentro de música latinoamericana, al cual asistieron representantes de varios países del área. Para aquel evento, le encargaron componer un tema para que lo estrenara con el grupo. Allí interpretaron un huapango con aires jazzísticos, que dejó asombrados a los artistas extranjeros. Esa vez, el productor del encuentro preguntó a Chucho con qué nombre debían anunciar a su conjunto. Inicialmente, él no supo qué contestar. Pero luego de pensar, le dijo: Irakere. Al escuchar su respuesta, el señor le comentó: ¿Irakere? Ese nombre es muy raro. Es un nombre que no pega. Mejor busca otro.

Lograr la autorización para dejar la OCMM y crear Irakere como banda independiente conllevó una serie de arduos trámites administrativos. Hay que recordar que en esos años el jazz no era bien visto en Cuba, probablemente porque para muchos funcionarios era parte de la “música del enemigo”. Finalmente, el proyecto recibió luz verde y en enero de 1973 pudieron grabar su primer disco. El núcleo original lo integraban Chucho, piano, dirección y arreglos; Oscar Valdés, percusión; Carlos del Puerto, bajo; Paquito D´Rivera y Carlos Averhoff, saxos; Carlos Emilio Morales, guitarra; Jorge Varona, trompeta; Bernardo García, batería; Alfonso Campos, congas. Al año siguiente, se incorporó Arturo Sandoval y Enrique Plá pasó a ocupar la plaza de baterista. Casi todos provenían de la OCMM, aunque cuando el grupo hizo sus primeras presentaciones Plá y Averhoff se hallaban cumpliendo el servicio militar en la Banda de Música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.

El tema con el cual se dieron a conocer fue Bacalao con pan, compuesto en 1972. Originalmente, era instrumental, pero durante los ensayos Oscar Valdés incluyó la frase que le da título. Fue su estreno como cantante del grupo, lo cual siempre realizó conjuntamente con su labor como percusionista. Es oportuno decir que aunque después se convirtió en una pieza emblemática del “período clásico” de Irakere, en el momento cuando se estrenó Bacalao con pan suscitó polémicas y fue atacado por los músicos y críticos más puristas.

Algo parecido ocurrió con el público. Al inicio, los melómanos de la Isla no estaban preparados para una propuesta tan innovadora y revolucionaria. En el documental que antes mencioné, Chucho y Oscar cuentan que durante las primeras actuaciones en el Salón Mambí, los bailadores estaban desconcertados ante unas piezas que, a excepción de Bacalao con pan, no estaban concebidas para bailar. Eso llevó al grupo a incorporar a su trabajo esa otra línea y a incrementar un nuevo repertorio. No obstante, en aquellas presentaciones empezaron a notar que había personas que preferían escucharlos. Eso se explica porque aunque se trate de números rítmicos e idóneos para mover el esqueleto, su excelente instrumentación los hace igualmente disfrutables al oído.

Romper esquemas y ensayar nuevas sonoridades

En los años siguientes, Irakere fue creando un repertorio caracterizado por esas dos líneas básicas: una claramente jazzística y otra bailable. En ambas, el grupo adoptó como precepto algo que el periodista peruano Luis Delgado-Aparicio ha definido atinadamente: la ejecución de la música en su más alto grado de dificultad. La experimentación llevó a sus integrantes a romper esquemas y a ensayar nuevas sonoridades. Una de las primeras innovaciones fue incorporar los ritmos e instrumentos afrocubanos, que en general estaban confinados a los ámbitos folclórico y religioso. La fusión, para muchos el aporte más trascendental de Irakere, pasó a ser una filosofía, un modo de concebir e interpretar música. Todo ello bajo la tutela perfeccionista de Chucho. Eso hizo del grupo un crisol y un laboratorio donde se materializaron con plena libertad arriesgadas propuestas musicales, y que además permitió que muchos músicos jóvenes se desarrollaran y madurasen.

Ya desde los primeros temas, se pusieron de manifiesto las que se convertirían en cualidades distintivas de la banda: un acople perfecto, una técnica impecable, unos arreglos elaborados que permiten apreciar la calidad de las composiciones y ofrecen posibilidades de sobresalir individualmente a los instrumentistas. Acerca de este último aspecto, hay que destacar que la suprema armonía que caracterizó a Irakere nunca impidió el lucimiento como como solistas de unos músicos que, en mayor o menor medida, eran todos estrellas.

Para mencionar solo a los del período clásico, ahí se cuentan varias de las figuras más importantes de la música cubana contemporánea: Paquito D´ Rivera, extraordinario saxofonista a quien Chuco no duda en llamar genio; Arturo Sandoval, superdotado y virtuoso; Jorge Varona, poseedor de un estilo propio y una limpia ejecución; Enrique Plá, baterista talentoso y capaz; Carlos del Puerto, el mejor bajista que ha pasado por la banda; Chucho, cuya excelente calidad como pianista lo ha situado a nivel internacional entre los maestros. En fin, se podría continuar la lista de nombres y elogios.

A eso hay que sumar el rigor y las largas sesiones de ensayos que tenía el grupo. Oscar Valdés ha comentado que en ese aspecto Chucho aplicaba una disciplina similar a la de los deportistas, y particularmente “le complicaba la vida a los metales”. A propósito, en opinión del director de Irakere la sección de metales que integraban D´Rivera, Averhoff, Sandoval y Varona es la mejor que ha conocido la música cubana.

Buena parte del repertorio lo compuso Chucho, a quien además corresponden los arreglos. No obstante, otros miembros también incursionaron en ese campo y aportaron canciones. Tales son los casos de Paquito (Chekeré son), Sandoval (Iya), Oscar Valdés (La verdad, Santiaguera, Añunga Ñunga, Moja el pan) y, en la etapa posterior, José Luis Cortés (Rucu rucu a Santa Clara). Asimismo en algunas ocasiones Irakere se abrió a compositores ajenos al grupo, como Tania Castellanos (En nosotros) y Juan Almeida (Este camino largo).

Recordando tal vez una de las líneas que desarrolló la OCMM, ocasionalmente hicieron también versiones de éxitos internacionales. Recuerdo dos, Misaluba y Taka Takata, aunque no se cuentan entre las canciones que mejor representan a la banda. En cambio, el trabajo con autores tradicionales cubanos dio lugar a versiones muy buenas: Los ojos de Pepa, de Manuel Saumell, De una manera espantosa y La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez, La comparsa y Danza de los ñáñigos, de Ernesto Lecuona. En especial, este último tema se enriquece de manera notable con un arreglo que melódicamente le aporta un lirismo que lo acerca al blues.

Por otro lado, es imprescindible dedicar algunas líneas al trabajo de creación hecho a partir de géneros tradicionales cubanos. Uno de ellos fue el danzón, que entonces se tenía como consideraba agotado. Con Irakere el danzón renació con sonoridades nuevas y sorprendentes en Valle de Picadura y Cien años de juventud. Otro tanto hicieron al experimentar con el guaguancó (Ese atrevimiento, Xiomara Mayoral), el son en clave de rumba (Chekeré son), la conga (Baila mi ritmo).

En esos temas, los géneros tradicionales estaban puestos al día y enriquecidos con estructuras, instrumentaciones y arreglos modernos. Eso hace que, por ejemplo, Baila mi ritmo participe igualmente del funk. Aquí conviene reproducir unas palabras de Leonardo Acosta: “La única alquimia de Irakere procede de la espontánea creatividad de sus integrantes. Al no existir ningún empeño comercial, se hacen innecesarias las prácticas de laboratorio, y el grupo puede interpretar una contradanza, un son montuno o un chachachá sin temor a parecer «anticuado», ya que de hecho están tocando al mismo tiempo otra cosa”.

El jazz es un elemento más

Irakere creó así una música que conjugaba la riqueza con la variedad, y que se ajustaba mal a la etiqueta de jazz latino. Por supuesto, es innegable que contribuyó a la evolución del jazz, al verificar su capacidad de acoger y celebrar expresiones musicales de diferentes culturas. Por ejemplo, la afrocubana, anunciada ya en el nombre del grupo. Pero como digo, se trata de una agrupación versátil, que no admite el encasillamiento en las clasificaciones convencionales. El jazz es una de las principales fuentes a partir de las cuales creó su impresionante y poderosa sonoridad, pero no es la única. Así lo ha reconocido Chucho, quien tanto le debe a esa manifestación: “Del jazz hemos extraído muchos factores, al igual que los hemos extraído de los clásicos, los impresionistas, los contemporáneos, la música latinoamericana. El jazz es un elemento más”.

Cuando parecía que había transitado todos los espacios del espectro musical, Irakere sorprendió a propios y extraños con un impresionante y memorable concierto. En el mes de septiembre se presentaron durante dos fines de semana (22, 23 y 24; 29, 30 y 1 de octubre) en el Teatro Karl Marx, de La Habana, con el afamado compositor y guitarrista Leo Brower. La combinación de aquellos doce maestros ha quedado como uno de los grandes acontecimientos artísticos de la década. Tuvo además una calurosa acogida por parte del público, al punto que se tuvieron que prorrogar las fechas del concierto.

En un momento en que aún existían prejuicios que separaban lo popular y lo culto, Brower e Irakere apostaron por un programa que se proponía demostrar lo contrario. La integración de esas dos corrientes iba en dos direcciones. Por un lado, se tomaron partituras originales de Mozart, Beethoven, Heitor Villalobos y Joaquín Rodrigo y las condujeron gradualmente a la sonoridad popular, a través de instrumentaciones y puentes creados por Brower. Por el otro, eligieron una opción mucho menos común: realizar versiones clásicas de temas del repertorio popular como The Entertainer, de Scott Joplin, The Fool on the Hill, de John Lennon y Paul McCartney, y Drume negrita, de Eliseo Grenet. En ambos casos, los resultados fueron artísticamente notables, algo que se puede apreciar en el disco que recoge la grabación de aquel concierto. Dentro de esas interpretaciones, sobresalen como joyas irrepetibles Romance (Juegos prohibidos), el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez, el adagio del Concierto para clarinete de Mozart y las variaciones de la ópera La Molinera, esta última con un Paquito D´Rivera sublime y en estado de gracia.

El de 1978 fue además el año que marcó el inicio del descubrimiento a nivel internacional del grupo. En 1977 la capital cubana fue escenario del Havana Jam, en el cual participaron relevantes figuras del jazz de Estados Unidos. Entre las personas que entonces viajaron a la Isla se hallaba el presidente de la firma discográfica Columbia, quien a su regreso gestionó para que el grupo fuera invitado al Festival de Newport. Eso se materializó al año siguiente, cuando Irakere estableció el precedente de ser la primera agrupación musical cubana que se presentaba en Estados Unidos. El hecho fue posible gracias a la etapa de distensión en las relaciones entre los dos países, que hubo durante el gobierno de Jimmy Carter.

En Newport los cubanos se presentaron junto a artistas del renombre de Mary Lou Williams, McCoy Tyner, Bill Evans, Larry Coryell, Maynard Ferguson. La acogida fue altamente positiva, entre músicos, espectadores y críticos. El etnomusicólogo y especialista en jazz John Storm Robert comentó: “El trabajo que hacen no se parece a nada de lo que se ha intentado aquí. Su énfasis en elementos de jazz y rock es mayor que en los grupos neoyorquinos de salsa y fusión. Es mucho más intensamente cubano, con nuevos tratamientos de la percusión tradicional, nuevas maneras de combinar el jazz, el rock y la música latina en los solos y en los bloques, nuevas formas de mezclar elementos, nuevo todo”.

En esa ocasión, el Festival de Newport programó un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. Fue la consagración definitiva de Irakere. A eso le siguió una gira por varias ciudades de Estados Unidos. A partir de entonces, aquellos cubanos desconocidos pasaron a ocupar un sitio de privilegio, reservado a los grandes artistas que han expandido los horizontes musicales. Por otro lado, parte de aquellas actuaciones quedaron registradas en un disco que recibió comentarios muy encomiásticos. Al año siguiente obtuvo un Grammy en la categoría de música latina, un triunfo sin precedentes de la música cubana en el mercado discográfico de Estados Unidos. En varias ocasiones, cuando le han preguntado sobre cuál es la mejor pieza de la extensa discografía del grupo, Chucho no duda en contestar que es aquel disco. Y justifica así su elección: “Un concierto milagroso, sin una sola nota falsa, con una energía que fue in crescendo”. CBS fichó además a Irakere, pero debido a las restricciones del embargo, para lograrlo necesitó un verdadero ejército de abogados.

Fin de la formación original

Tras aquellas presentaciones en Estados Unidos, Irakere realizó numerosas giras internacionales. Su presencia pasó a ser reclamada en los principales eventos de jazz. Asimismo empezaron a ser frecuentes los encuentros y los escenarios compartidos con renombrados artistas: Chick Corea, Maynard Ferguson, Stan Getz, Herbie hancock, Michael Brecker, Al Di Miola y muchos otros. Todo eso aportó a los cubanos una gran experiencia. Por otro lado, el trabajo de la banda fue comentado en decenas de artículos críticos, en los que se destacó el carácter innovador de su propuesta, capaz de influir incluso en los jazzistas norteamericanos.

En 1980, Paquito se exilió en Estados Unidos y unos años después lo siguió Sandoval. Eso marcó el fin de la formación original. En los años siguientes, se incorporación varios instrumentistas jóvenes. Entre otros, cabe mencionar a José Luis Cortés, Miguel Díaz (Angá), Germán Velazco, César López, Orlando del Valle (Maraca), Mario Fernández (El Indio), quienes aportaron frescura e ideas nuevas.

La salida de Paquito y Sandoval no afectó la actividad del grupo, pero significó la pérdida de dos excelentes instrumentistas que eran insustituibles. Consciente de ello, Chucho concentró su esfuerzo en lograr que Irakere sonara como una verdadera banda. El resultado fue una mayor homogeneidad. Eso, sin embargo, no significa que privara de posibilidades de lucimiento a los músicos más talentosos. Para ilustrarlo, basta escuchar ese joropo con aires de Bach que es Las margaritas. En ese tema, compuesto especialmente para él por Chucho, Germán Velazco demuestra brillantemente las posibilidades expresivas del saxo soprano.

En 1988, Chucho se replanteó la sonoridad con la inclusión de la tecnología más moderna, que en ese momento consistía esencialmente en los sintetizadores. El propósito era, como él expresó, agregar muchos elementos que el grupo no tenía, pero sin caer en el abuso. “Serán elementos para ayudarnos, pero seguiremos con nuestra línea afincada en las raíces folclóricas y las tradiciones musicales cubanas, para trabajar la música popular, la bailable y el jazz”.

En abril de 1983, Irakere se unió a la Orquesta Sinfónica Nacional para ofrecer un concierto en el Teatro Mella. Aunque ese experimento se había hecho ya en otros países, en Cuba era la primera vez que algo así se realizaba. Las composiciones de Mozart y Bethoven se escucharon así junto a las de Lecuona y Saumell, y a los instrumentos tradicionales se sumaron las sonoridades aportadas por la electrónica y la percusión afrocubana. Piezas como Tema de Chaka, Homenaje a Charles Mingus y la suite Misa negra, adquirieron matices nuevos al incorporar la poderosa masa sonora de la OSN, que fue dirigida por Manuel Duchesne Cuzán. Asimismo el 31 de marzo de 1990, el grupo acompañó a Silvio Rodríguez, en el concierto que tuvo como escenario el Estadio Nacional de Santiago de Chile.

Para finales de la década de los 90, era evidente que la experiencia de Irakere había completado su ciclo. En 1988 José Luis Cortés y Germán Velazco dejaron el grupo para fundar N.G. La Banda. En 1997 Chucho hizo lo mismo, para dedicarse a trabajar en proyectos personales. Pare cochero, el último disco editado con el nombre de Irakere, salió en el año 2001. Además de que incluía varios temas de años anteriores, como Bacalao con pan, Chékere son, Juana 1600, el sonido ya no era el mismo. Lo más sensato era, pues, aceptar algo que resultaba obvio: la muerte natural de Irakere.

Cuarenta años después de su primera comparecencia ante el público, Irakere mantiene su condición de alma mater de la música cubana contemporánea. Cuando se escuchan hoy sus grabaciones, admiran por la técnica y el virtuosismo de sus instrumentistas, la manera de concebir los bloques de metales, los rompimientos y diseños del bajo, el estilo de emisión y dicción del sonido, el tratamiento de la percusión afrocubana, la creatividad para combinar manifestaciones tan distintas como el jazz, el rock, la música culta y las expresiones tradicionales cubanas. Eso justifica que a Irakere se le conozca como la sinfónica de nuestra música popular. Difícilmente volveremos a contar con una banda tan estupenda.