Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Con ojos de lector

La tradición reinventada

Con 'Natural', Pedro Luis Ferrer prosigue el proyecto, iniciado con 'Rústico', de dar a conocer su producción musical más reciente.

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Para Ponte

A la chita callando y como si quisiese hacer honor a su nombre, la compañía Escondida Music está recuperando la música de Pedro Luis Ferrer (Yaguajay, 1952), luego de los varios años de alejamiento de los estudios de grabación a los cuales estuvo confinado. A la salida el año pasado de Rústico, se ha venido a sumar hace pocos meses Natural (2006), que al igual que el compacto anterior recoge muestras de la producción más reciente como compositor e intérprete de Ferrer.

De acuerdo a lo que ha declarado él, Rústico y Natural forman parte de un proyecto que contempla en total cuatro discos. Ambos han sido grabados en el modesto estudio que posee en su casa en La Habana. Y además de la independencia que ello le proporciona, responde a su propósito de crear una música sin maquillaje ni añadidos superfluos. Son esas condiciones técnicas precisamente las que le permiten conservar ese estado natural y rústico que quiere posean esas canciones. Cada compacto, ha adelantado Ferer, tendrá su propia personalidad, su propio sello distintivo, su propia lógica. Y entre sus planes está el invitar a músicos extranjeros para que trabajen con él en los próximos compactos.

Esa búsqueda de una música genuina, prístina y despojada de cosméticos adulteradores se hace evidente desde las primeras notas de Fiesta de mujeres, el tema que abre el disco. Ese tres tan maravillosamente tocado por Ferrer nos devuelve un sonido que, con la introducción de la tecnología y los instrumentos electrónicos, hemos ido perdiendo. "Oh, mujeres, preciosas mujeres, / a mí me gustan naturales / sin pintas ni andariveles", canta en otra de sus composiciones. Y uno piensa que, además de a las mujeres, se refiere también al programa estético que desarrolla en las dieciséis piezas recogidas en Natural.

Tres, maracas, guitarras, bongoes, claves, marímbula, güiro, cajón, tambores batá, son ésos los instrumentos utilizados por Ferrer y los integrantes de su bunga, nombre que él prefiere dar al pequeño conjunto que lo acompaña. Opción coherente y sabia para interpretar unas canciones que beben en algunos de los géneros tradicionales cubanos. A ellos Ferrer se acerca, sin embargo, con una actitud nada arqueológica ni sumisa. Me parece oportuno recordar aquí la tesis que Pedro Salinas desarrolla en su brillante libro Jorge Manrique o Tradición y originalidad. El poeta y ensayista español prueba que el gran acierto de Manrique consistió en el modo en como supo asimilar a fondo una larga tradición de la literatura española (la elegíaca), para hacerla suya y recrearla con medios propios. La tradición, como demuestra Salinas, constituye un patrimonio que lejos de ser un estorbo para el artista, representa un impulso, un estímulo para su creatividad. El gran peligro al hacer uso de ella reside en no ir a parar al tradicionalismo, en no saber emplearla, en repetirla mecánicamente, en no revitalizarla con la fuerza de un yo original.

Quien esté familiarizado con las manifestaciones más representativas de nuestro acervo musical, de seguro ha de identificar en el compacto de Pedro Luis Ferrer sonoridades pertenecientes a la guaracha, los ritmos afrocubanos, la música campesina. Pero ninguna se escucha aquí en su estado puro, ni conserva su estructura original. Ferrer ha ido a ellas para recrearlas con un espíritu atento por igual al respeto como a la libertad creativa. Fue a ellas para reinventarlas, no para repetirlas servilmente. A partir de esta premisa, crea incluso géneros nuevos, como el bautizado por él como la changüisa. Ésta resulta de la mezcla del changüí, variante del son propia de las zonas montañosas de Guantánamo, y de la tonada espirituana y el coro de claves, ambos procedentes de la región central de la isla, la misma donde nació Ferrer.


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