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Abuso, Lesbianismo, Literatura

La violencia a puerta cerrada

Con En la casa de los sueños, Carmen Maria Machado se propuso hablar en voz alta y romper el silencio existente sobre el maltrato doméstico en las relaciones lésbicas. Un potente, innovador y lúcido testimonio acerca del horror que puede ocultar la vida cotidiana

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Cuando publicó su brillante y perturbadora colección de cuentos Her Body and Other Parties (2017), Carmen Maria Machado (Allentown, 1986) llamó de inmediato la atención de los críticos. El libro obtuvo además el National Book Critics Circle Award y fue finalista en National Book Award y el International Dylan Prize. Su impresionante talento quedó espléndidamente confirmado con In the Dream House (2019), que la ha situado como una de las escritoras más radicales, inquietantes y lúcidas del actual panorama literario.

Tras la edición de Su cuerpo y otras fiestas, ahora podemos leer en español, en magníficamente traducido por Laura Salas Rodríguez, En la casa de los sueños (Editorial Anagrama, Barcelona, 2021, 316 páginas). Como el libro precedente, estamos ante una obra radical, provocadora, cáusticamente inventiva, que juega con los géneros, retuerce los clichés y se adentra un territorio inexplorado. Pero al mismo tiempo es una obra diferente, que se aparta de la ficción para abordar una traumática experiencia autobiográfica.

Se abre el libro con citas de tres autores. Una de ellas pertenece a Zora Neale Hurston: “Si mantienes tu dolor en silencio, te matarán y encima dirán que te gustó”. En su libro, Machado se propuso precisamente hablar en voz alta, romper el silencio existente sobre el maltrato doméstico en las relaciones queer (ese es el término que ella prefiere emplear). Un tema acerca del cual existe lo que la escritora denomina un “silencio archivístico”, y del que solo se ha empezado a hablar a partir de la década de los 80 del siglo pasado. Eso hace, anota, que “intentar encontrar rastros, en especial de lo que no culminan en una violencia extrema, es increíblemente difícil. Nuestra cultura no invierte en ayudar a la gente homosexual a comprender lo que significan sus experiencias”.

En una entrevista, Machado atribuye el hecho de que las historias de abuso lésbico han sido silenciadas por ser “relatos que crean complicaciones”. “Necesitamos que las narraciones gais sean universalmente inspiradoras y positivas. Al seguir luchando por la respetabilidad, debemos presentar siempre una cara respetable. No basta con que seamos seres humanos para merecer derechos. También debemos ser personas ejemplares. Es cínico y asqueroso. El resultado es que los homosexuales, igual que otros grupos oprimidos, terminan callando sus experiencias. Es la angustia de la minoría: si no tienes cuidado, alguien te verá haciendo algo humano y lo usará contra ti”.

Cuando estaba dando sus primeros pasos como escritora, en una cena con amigos Machado conoció a una chica rubia, de ojos azules, con “una sonrisa deslumbrante y una voz ronca que suena como cuando arrastran una carretilla por encima de unas piedras”. Su familia disfruta de una holgada posición económica, lo cual le permitió haber estudiado en Harvard. Habla francés con fluidez, tiene su misma edad y también es escritora.

Con ella inició su primera relación lésbica, luego de varias experiencias sexuales con hombres. La joven, cuyo nombre nunca se revela, posee una casa en Bloomington, Indiana, donde pasaron a vivir juntas. Al poco tiempo, sin embargo, el idílico romance empieza a degenerar y los sueños se convirtieron en pesadillas. La amante comenzó a mostrarse controladora, paranoica, manipuladora. Sus celos enfermizos y sus inexplicables cambios de humor dieron paso a agresiones verbales e incluso físicas. Las agresiones seguidas de muestras de indiferencia o de total normalidad se convirtieron en algo usual: “Por la mañana, la mujer que te puso enferma de miedo prepara una cafetera, bromea contigo, te besa y te rasca con dulzura el cuero cabelludo como si no hubiera pasado nada. Y, como si hubieses dormido, un nuevo día amanece”.

A propósito de una discusión que prácticamente se suscitó sin motivo y que puso de manifiesto la faceta peligrosa de su amante, Machado escribe: “La noche en la que me persiguió por la casa de los sueños y yo me encerré en el baño, recuerdo estar allí sentada con la espalda contra la pared, rogándole al universo que ella no dispusiese ni de las herramientas ni de las habilidades necesarias para retirar el cerrojo de la puerta. Su incompetencia técnica fue una suerte, y mi suerte fue poder sentarme allí, observando cómo la puerta ponía a prueba sus goznes con cada golpe. Pude quedarme sentada en el suelo y llorar y decir todo lo que quise porque en aquel momento era un pequeño espacio mío, aunque después de eso nunca volvería a serlo. Durante el resto del tiempo que pasé en la casa de los sueños, mi cuerpo se cargaba de alarma cada vez que entraba en el baño; pero, en aquel momento, me hallé lo más cerca posible de estar a salvo”.

Una mazmorra de la memoria

Después que se produjo la primera escena de violencia, su maltratadora pareja le advirtió: “No puedes escribir sobre esto. No te atrevas a escribir nunca sobre esto. Espero que te haya quedado claro, joder”. Es decir, la obligaba a mantener el silencio sobre los “villanos queer”, a someterse a la reticencia de la propia comunidad gay respecto a la verbalización de casos como el suyo. La casa de los sueños pasó a ser así, sucesivamente, retiro de depravación, casa encantada, cárcel y, por último, “una mazmorra de la memoria”. Algo que lleva a la escritora a comentar: “La casa no es esencial para el maltrato, pero qué coño, ayuda: un espacio privado en el que los problemas privados tienen lugar, como dice el cliché, a puerta cerrada”.

En una entrevista, Machado contó que cuando quiso encontrar libros que trataran sobre los abusos en las relaciones queer, realmente le costó mucho encontrarlos. Raramente se escribe sobre un tema que históricamente ha permanecido oculto o del cual se ha hablado poco. ¿Cómo sacar a luz la violencia doméstica en unas relaciones que, en buena medida, siguen siendo tabú? Machado logró, no obstante, bosquejar una genealogía integrada por referentes en la música, en ensayos que relaciona en el epílogo y en las batallas legales libradas para situar a la sociedad frente a esos casos de abusos. Sobre este último aspecto, Machado hace notar la miopía del sistema legal, que no ofrece protección y, lo que es peor, no ofrece contexto a ese tipo de maltrato. Con lo cual le impide la entrada a determinados tipos de víctimas.

En la casa de los sueños tiene, pues, la singularidad de que el caso que relata no tiene como agresor a un hombre heterosexual con mentalidad machista y abusiva, sino a una lesbiana. Revela y denuncia una realidad relativa a la violencia en la pareja dentro de la comunidad queer. Pero si el ámbito en el cual tiene lugar la historia es novedoso, la forma de contarla también debe serlo. En lugar de escribir un testimonio autobiográfico al uso, Machado optó por una arquitectura fragmentaria e híbrida, que responde al estado en que se encontraba su vida en ese momento y que hace evidente la complejidad del propio proceso de la escritura del libro.

Este está compuesto por viñetas cuya extensión varía. Algunas tienen cuatro o cinco páginas, mientras que otras se reducen a un párrafo y hasta a una línea (“Podemos follar —dice—, pero no podemos enamorarnos”). Cada una tiene un título que la enmarca: “(La casa de los sueños como) legado”, “(La casa de los sueños como) fantasía”, “(La casa de los sueños como) musical”, “(La casa de los sueños como) novela negra”… Hay unas cuantas que constituyen cuentos casi independientes. Otras adoptan un tono ensayístico, y en algunas la escritora hace el análisis de una película, un cuento para niños o un capítulo de una serie de televisión. Juega además con los géneros narrativos (novela erótica, romántica, de terror, de iniciación), lo cual le da la posibilidad de reformular la historia. La lectura es interrumpida además por digresiones, así como por numerosas notas a pie de página que destacan la ruptura de tabúes. Todos esos recursos le permiten a la escritora reflexionar y explorar más a fondo el tema.

Como ha comentado Machado en varias ocasiones, la redacción del libro fue para ella un proceso difícil y doloroso. “No fue un proceso catártico ni sanador (…) Me parece aceptable decir que escribir este libro fue un auténtico asco. Lo odié profundamente y seguramente no volvería a hacerlo. Fue como una piedra en el riñón: tenía que extirparlo para poder escribir otras cosas”. Aquella experiencia le dejó secuelas, y como apunta en el libro “el trauma ha alterado el ADN de mi cuerpo, como un antiguo virus”.

Probablemente por eso, la escritora sintió la necesidad de desdoblarse para poder contar su historia. De otro modo, le habría resultado imposible luchar con unas vivencias tan traumáticas y desgarradoras. Decidió entonces narrar buena parte de las viñetas empleando la segunda persona. En la titulada “(La casa de los sueños como) ejercicio sobre el punto de vista” expresa: “Tú no siempre fuiste un tú. Yo era todo —una relación simbiótica entre mis mejores partes y las peores— y después, en cierto sentido, fui dividida: un tajo limpio apartó a la primera persona —aquella mujer segura y llena de confianza, la chica detective, la aventurera— de la segunda, que siempre se mostraba angustiada y temblorosa como un perro de una raza demasiado pequeña”.

En una de las últimas viñetas, que corresponde a la etapa en la que ya se había recuperado, Machado relata un viaje que hizo con su hermano a Cuba. Fueron con el fin de visitar Santa Clara, donde nació y creció su abuelo. Allí descubrió con sorpresa que esa ciudad está hermanada con Bloomington. Entre las impresiones que narra, copio estas líneas: “Caminar por Santa Clara fue bonito y fantasmagórico, porque no podía dejar de pensar en mi abuelo vagando por aquellas calles. Tampoco dejaba de imaginarme que estábamos caminando por un mapa paralelo de Bloomington, Indiana. Así deberían funcionar las ciudades hermanadas: podría caminar por las dos al mismo tiempo, separadas por un telón de gasa, delgado y místico, y si me dirigía al lugar indicado en el momento indicado podría avistar la otra ciudad. Podría sacudir una cortina-espacio-temporal al lado de un pollo y encontrarme mirando a la casa del sueños, a la gente que ahora vive allí”.

Con En la casa de los sueños, Machado ha escrito un potente, innovador y lúcido testimonio acerca del horror que puede ocultar la vida cotidiana. A su obra le hacen plena justicia las palabras que Johana Thomas-Corr publicó en el diario británico The Guardian: “Lo que hace este libro autobiográfico sea tan extraordinario no es solo su inventiva literaria, sino también su inquebrantable honestidad”.