Actualizado: 01/05/2024 21:49
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CON OJOS DE LECTOR

Los hombres mueren, el chisme es inmortal

Varias investigaciones científicas recientes han revelado que lejos de resultar dañino, ser chismoso e indiscreto es bueno para la salud.

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Esencial para la existencia de la sociedad

Pero para que no me reprochen que baso mi defensa del chisme en argumentos librescos y poco sólidos, a continuación paso a resumir algunas investigaciones recientes que vienen avaladas por su carácter científico. La primera se llevó a cabo durante dieciocho meses y fue conducida por los antropólogos Kevin Kniffin (Universidad de Wisconsin) y David S. Wilson (Universidad Estatal de Nueva York). Ambos concluyeron que ser chismoso e indiscreto es bueno para la salud, pues contribuye a elevar el ánimo, ayuda a establecer relaciones amistosas, previene la mala conducta y hace circular información importante. De ahí que califiquen ese hábito como esencial para la existencia de la sociedad.

El estudio arrojó que dedicamos al chisme entre el 20 y el 65 por ciento de nuestras conversaciones diarias. Esas charlas se extienden a todos los grupos sociales y tienen lugar tanto en la casa como en el trabajo. La investigación reveló también una concepción que hasta ahora se tenía y que se relaciona con algo que la periodista argentina ha tratado con mucho cachondeo: "El chisme nos ha sido dado a las mujeres como el pelo largo y las ideas cortas, y no solamente el chiste: sobre todo su disfrute, su desgloce, su epifanía. Tanto como nos debe irritar el pelo crecido en las axilas, así nos debe lubricar un buen chisme. Y, si se me permite, diré que esa lubricación, acompañada por palpitaciones, grititos, carcajadas y gestos sobreactuados, debe ser compartida con otra mujer (…) Chicas: durante siglos nos habrán privado de muchos privilegios y beneficios, pero no podemos negar que los chismes nos han sido reservados como una potestad tan específica que, automáticamente, feminiza al varón que se le atreva". Craso error: según Kniffin y Wilson, los hombres chismeamos tanto como las mujeres, aunque ocupamos más tiempo hablando de nosotros mismos.

Otra investigación similar fue realizada en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Londres, por Kathryn Waddington y Jennifer Drapkin. Según ellas, aunque chismear es visto como algo trivial, es muy terapéutico y hace a la gente sentirse feliz. De acuerdo a los resultados de su estudio, emplear un rato en departir con los compañeros de trabajo puede redundar en una mayor creatividad de los empleados. "El cotilleo es visto normalmente con suspicacia por los empresarios, pero tiene efectos potencialmente positivos para ellos y para su personal en las profesiones estresantes", expresó Waddington en el congreso de psicología donde presentó el estudio. De esto ya se habían ocupado los psicólogos laborales, al advertir a los jefes que no sean demasiado duros con los subalternos que los critican: hablar mal del jefe une al colectivo. Es famoso el caso de Herb Brooks, entrenador del equipo norteamericano de jockey que participó en las olimpiadas de 1980. Brooks logró que sus inexpertos jugadores ganasen la medalla de oro, haciendo que lo odiaran. Como ha comentado, el desprecio de éstos consiguió que se olvidaran de sus diferencias y trabajaran juntos. Por otro lado, Robin Dunbar, de la Universidad de Liverpool, sostiene que el chisme pudiera ser la causa principal de que el homo sapiens desarrollara el lenguaje.

Quien dude de la excelente salud que mantiene hoy el arte de cotillear sólo tiene que hacer una prueba: averigüe entre familiares y desconocidos, entre propios y extraños, quién ganó las elecciones presidenciales en Perú; o cómo se llaman los protagonistas de Brokeback Mountain; o cuántas mujeres en Latinoamérica son actualmente presidentas de su país. Seguramente el número de respuestas correctas ha de ser bajo. Interróguelos, en cambio, sobre el divorcio de Jennifer Aniston y Brad Pitt y los amores de éste con la mosquita muerta de Angelina Jolie. Ese tema sí que les parecerá interesante. Le hablarán sobre él con un lujo de detalles y una excitación que lo han de dejar alucinado.

Y tras esos argumentos científicos, finalizo con uno musical. Hay una cantante cubana llamada Graciela cuyas grabaciones yo disfruto mucho, sobre todo porque son muy simpáticas. Disfrutó de su momento de gloria en las décadas de los cuarenta y los cincuenta, y su carrera estuvo ligada a las orquestas de Mario Bauzá y Machito. A esa etapa pertenece un número llamado La bochinchera, en el cual no canta, sino que conversa. El estribillo que canta el coro dice: "Graciela la bochinchera, si no le cuentan mete un berrinche", y en la segunda parte Graciela le contesta de este modo: "No digo yo si meto berrinche y todo. Tú no ves que a to el mundo le gusta el chisme, mi hermano, y yo cargo la culpa. A mí el chisme me alimenta, y me entretiene a la vez. Tú no ves que yo siempre ando por ahí caminando, a ver lo que me puedo llevar (…) Hijo, y dondequiera que estamos nosotros existe el chisme, porque fíjate, que se van del barrio y lo llevan para cualquier lugar y sigue el chisme en su apogeo, porque eso es bueno y alimenta. ¿Cómo te gusta?". Pues eso mismo, Graciela: el chisme es bueno y alimenta.


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