Actualizado: 18/04/2024 23:36
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

CON OJOS DE LECTOR

Los libros negados y malqueridos (I)

Razones literarias han llevado a algunos autores a renegar de obras que escribieron en su juventud.

Enviar Imprimir

Manuscritos destruidos antes de que se publicaran

Pero al lado de esos defectos, había en aquellos libros hallazgos que permitían vislumbrar la presencia de una voz original, si bien aún indecisa. En algunos poemas de El mundo se dilata, por ejemplo, estaban además en embrión los módulos de su obra posterior, y en los mismos se insinuaban ya la jocosidad y la nostalgia que luego se explayarían en las maravillosas décimas de Mañas de la poesía, que Octavio Paz elogiaría con tanto entusiasmo. Mas no existen argumentos capaces de disuadir a González Esteva, quien con el mismo tono de resignación catastrofista del escritor argentino ha comentado: "Ni modo. Aun los libros malos son más poderosos que nosotros".

Ese descontento con la inmadurez de las primeras obras ha llevado a algunos escritores a extremos cercanos a la obsesión. Juan Ramón Jiménez, quien era famoso por haber reescrito infinidad de veces muchos de sus poemas, renegaba a tal punto de sus primeros libros, Ninfeas y Almas de violeta, que se dedicó a robar los ejemplares de las casas de sus amigos y hasta de las bibliotecas públicas. Una vez recuperados, los arrojaba a las llamas de la chimenea de su casa. Sé que no faltarán los que le den la razón y justifiquen el proceder del poeta español. Pero personalmente pienso que en su caso cabe aplicar algo que escribió Alberto Manguel para referirse a la destrucción de obras que se han llevado a cabo en las dictaduras: "La esperanza ilusoria que acarician quienes queman libros es que, al hacerlo, lograrán borrar la historia y abolir el pasado".

Y qué decir de quienes determinan destruir sus manuscritos antes de que lleguen a ser impresos. El ejemplo más emblemático es seguramente el de Franz Kafka, quien nunca creyó que sus textos tuviesen verdadero valor literario. Se cuenta de él que no permitía leerlos, por considerarlos inacabados o bien por dudar del sentido de su imaginación creadora. Asimismo antes de morir, pidió a su gran amigo Max Brod que destruyera todos lo escrito por él. Por fortuna, éste incumplió su voluntad y en lugar de hacer lo que se le había pedido, dedicó el resto de su vida a servir de generoso y escrupuloso albacea de Kafka. Gracias a su traición, ha comentado Manuel Vilas, la historia de la literatura le debe el capítulo más hermoso y enigmático del siglo XX.

En otras ocasiones, en cambio, esa voluntad destructiva se materializó. Antes de dispararse un tiro en el vientre que la tuvo agonizando durante varios días, la poetisa María Luisa Milanés (1893-1919) destruyó todos sus manuscritos. En una autobiografía que dejó inconclusa, expresa acerca de esa decisión: "No seré yo quien deje mis dolores al descubierto ni quien profane mis goces al publicarlos". Otro suicida, el narrador Calvert Casey (1924-1969), escribió en inglés su primera novela, Gianni, Gianni, que para él era su obra más honesta y original. De ese original sólo se salvó un capítulo, del cual entregó una copia al español Rafael Martínez Nadal. Es lo único que hemos podido conocer de aquel texto en el que, según Casey, había expuesto al desnudo su íntima verdad. En ambos casos, la determinación tremenda de eliminar el cuerpo pareciera prolongarse con la de borrar también los últimos testimonios de la labor creativa, como si se buscase que la desaparición sea total.


« Anterior12Siguiente »