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Cádiz, Martí, Teatro

Los pies en Cádiz, el corazón en La Habana

Un recorrido teatral recuerda los 150 años de la llegada de José Martí a España. Una obra sonora que se va escuchando, a medida que se va de un punto a otro de la más americana de las ciudades españolas

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Tradicionalmente, Cádiz ha mantenido con la América hispana unas relaciones tan extensas como intensas. Entre sus antecedentes, el más relevante data de 1812, cuando esa hermosa ciudad acogió las Cortes. Entonces se aprobó la famosa Constitución, adelantada para su tiempo y que ya en su primer artículo decía: “La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Era una modificación radical del imperio, que situaba en pie de igualdad a los ciudadanos de la metrópoli y los de sus colonias.

La “Pepa”, como popularmente fue bautizada aquella Constitución, tuvo un gran impacto del otro lado del océano, pues propagó las libertades. Permitió que en esa vasta región se empezara a hablar de democracia y que, después, se establecieran gobiernos republicanos muchos antes que en otras grandes regiones del planeta. Esa influencia también es visible en varios de los posteriores textos constitucionales que allí se ratificaron, así como en el desarrollo del liberalismo y de los sistemas democráticos. De igual modo, es oportuno recordar que en Cádiz habían estado Simón Bolívar, José de San Martín y Francisco de Miranda, quienes lucharon junto a los españoles contra la invasión francesa.

Es por eso natural que al pasear por Cádiz uno se encuentre con las avenidas de América y del Perú, y que varias de sus calles lleven nombres como Buenos Aires, Chile, Colombia, Honduras, Cuba, Guatemala, Presidente Rivadavia. En algunas de sus plazas y parques se pueden ver estatuas y bustos de Rubén Darío, Juan Pablo Duarte, Bolívar, Miranda, San Martín y José Martí. Los gaditanos nunca han tenido reparos en recordar y rendir homenaje a los grandes próceres de la independencia americana, lo cual habla muy bien de su forma de ser.

Desde 1986, la más americana de las ciudades españolas organiza por estas fechas el Festival Iberoamericano de Teatro. Durante varios días, los cómicos procedentes de esos países acuden a esa cita anual para conocerse y confrontarse en los numerosos acentos de las lenguas ibéricas. Fue el primer festival de su tipo de los que se realizan en España que desvío la ruta de los encuentros hacia ese lado del océano. Una vocación a la cual hasta hoy se ha mantenido fiel.

Pese a las circunstancias especiales que ha impuesto la pandemia, sus organizadores han decidido celebrar, entre el 23 de octubre y el 8 de noviembre, la que es la trigésimo quinta edición del festival. La programación combina 20 espectáculos presenciales con propuestas semi presenciales o virtuales. Asimismo, se han previsto talleres, conversatorios y encuentros. Adaptándose a las condiciones actuales, los organizadores cuidan que en todas las actividades se apliquen rigurosamente las normas de seguridad sanitaria.

Esta última semana, el festival se extiende temporalmente y acoge, apoya y visibiliza iniciativas y proyectos que se han generado en el ámbito iberoamericano durante los últimos meses, debido en gran parte a los efectos del confinamiento a escala global y a las vicisitudes políticas y económicas de la región. A su vez, cada proyecto propone una selección de obras: una videoperformance, una lectura dramatizada y nueve piezas de videodanza, a las cuales se podrá asistir virtualmente.

En estos últimos proyectos, el teatro se amolda a estos tiempos tan especiales que hoy vivimos. A través de ellos, propicia la experimentación y la búsqueda de nuevos formatos fuera de los escenarios tradicionales. Dentro de ese programa, tiene una particular significación para los cubanos Cádiz en José Martí, que se estrenó el 23 de octubre y que, una vez finalizado el FIT, se quedará de manera permanente en esa ciudad donde tanto se ama y se respeta a nuestro relevante prócer. Se trata de un encargo hecho por el festival a Abel González Melo, para conmemorar los 150 años de la llegada a Cádiz de Martí, una efeméride que se cumplirá el 1 de febrero del año que viene.

Ese día del año 1871, arribó Martí al puerto de Cádiz. El capitán general de Cuba le había conmutado la condena de prisión por la deportación a España. Tenía dieciocho años, y los había cumplido pocos días antes durante la travesía en el vapor “Guipúzcoa”. González Melo dedicó medio año a investigar y documentarse, y se encontró con que la breve estancia en Cádiz es uno de los pasajes más desconocidos de la vida de Martí. Así que al sentarse a redactar el texto, tuvo que recrearla amalgamando fuentes y personajes históricos con una buena dosis de imaginación. Esa es la génesis de la ficción documental que es Cádiz en José Martí.

Un viaje físico y también interior

Para escribir el texto, González Melo adoptó el romance, una combinación métrica originaria de España que Martí empleó en “A Micaela”, el primer poema que compuso a los quince años. El dramaturgo lo dividió además en diecisiete cuadros, cifra que era la edad de Martí cuando salió de Cuba. Corresponde, a su vez, a los diecisiete puntos de Cádiz en los cuales se desarrolla cada cuadro. Estos también cuentan con equivalentes habaneros, que se incluyen en el título. Así, el del primero es “Puerta de Tierra (Cádiz) & Puerta de Tierra (La Habana)”. En esos diecisiete puntos de la ciudad se han puesto unos carteles redondos en vinilo. Llevan un código QR, a través del cual los paseantes pueden acceder al audio de la grabación de la escena que allí tiene lugar. Para ello, solo necesitan llevar un Smartphone provisto de auriculares.

Y es que Cádiz en José Martí está concebido como un recorrido, como una obra sonora que se va escuchando a medida que se va de un punto a otro. Es una expansión del hecho teatral, que prescinde de escenografía porque la ciudad pasa a ser el escenario. En cada cartel hay un mapa en el cual se sugiere un orden para el itinerario, pero este se puede hacer también de manera aleatoria. Eso es posible porque el texto no posee una estructura dramática convencional. No sigue una línea argumental, y entre los cuadros no existe más conexión que la que puedan tener los parques, edificios, iglesias, murallas y avenidas de una ciudad.

Los personajes principales son Martí y la propia ciudad de Cádiz. El primero se dedica a recorrer los diecisiete puntos de la ciudad, y durante el camino se va encontrando con figuras de las artes, las ciencias y la política española del siglo XIX. Todas han nacido en la región gaditana: Francisco Serrano, Emilio Castelar, María Antonia Montenegro, Segismundo Moret, Fermín Salvochea, Juan Bautista Chape, Eduardo Benot, Cayetano del Toro. En ese paseo se le aparecen también las visiones de Leonor, su madre, de su hermana María Matilde y de Rafael María de Mendive.

Aunque posteriormente escribió sobre algunos de ellos, con los primeros Martí no llegó a tener contacto en la vida real. Por ejemplo, su diálogo con Fermín Salvochea, quien fue alcalde de Cádiz, no pudo ocurrir, porque este se hallaba a la sazón en el destierro. Pero como apunta Cádiz, “en la función, sin embargo,/ las cosas suceder pueden/ aunque nunca hayan pasado”. Y en cuanto a las apariciones de sus familiares y su maestro, forman parte de las tercas remembranzas que le suscita a Martí aquella ciudad, que tanto le recuerda a su Habana natal. Aparte de ser un viaje físico por calles, plazas, catedrales y castillos de Cádiz, el suyo es también un viaje interior que a ratos deriva hacia el delirio. Eso lo lleva, en ocasiones, a no saber bien en dónde se halla, si en Cádiz o en La Habana: “Pero ¿dónde estoy? ¿Qué es esto?/ ¿No ha venido de visita/ mi madre a verme? No arrastro/ prisiones yo de por vida?”.

González Melo ha resuelto con talento e inteligencia las limitaciones dentro de las cuales tuvo que moverse al redactar el texto. Ya apunté que no estamos ante una obra dramática propiamente dicha, en la cual pudiera desarrollar una trama. Tampoco podía soltar demasiadas amarras a su imaginación, dado que se refiere a un personaje histórico de tanta significación para los cubanos. En ese sentido, optó por una dramaturgia distinta, cuya teatralidad no se aprecia con facilidad a simple vista o, como mejor cabe decir aquí, a simple escucha.

Un ejemplo que ilustra muy bien lo que apunto, lo es el personaje de Cádiz (una mención obligatoria para el buen trabajo que realiza Charo Sabio). Su función más evidente es la servir de narradora que acompaña a Martí en su caminata por la ciudad. Esa función, sin embargo, no la cumple fría y distanciadamente, sino que se involucra y se suma al paseo: “Llegamos, junto a Martí,/ al sitio que antaño fuera/ Convento de San Francisco/ aquí en Cádiz. De él, hoy queda/ memoria en archivos viejos/ y esta acogedora iglesia/ fundada en el XVI”. Entre Cádiz y Martí se establece además una suerte de identificación cómplice, que permite que el diálogo que uno inicia sea continuado por el otro:

“CÁDIZ. Aunque la conversación

con Chape un poco de calma

le ha brindado, nuestro joven

necesita ver el agua

del mar otra vez, sentir

que está cerca de su casa.

Por eso toma la calle

de Calderón de la Barca

y en unos segundos llega…

MARTÍ. …a la Alameda Apodaca,

que se extiende junto al mar,

y cuya brisa en el alma

se mete, cual si estuviera

en la Alameda de Paula

de mi Habana”.

Conversaciones imaginarias con cimiento documental

Asimismo, Cádiz identifica a personajes que entran, indica las transiciones y describe aquello que quien escucha el texto no puede ver (“Leonor se acerca a Martí./ Le besa en la frente tibia./ Se va yendo lentamente”.) Apremia al joven paseante para no que demore el cuadro y pueda pasarse al siguiente (“Llega/ la hora de proseguir,/ Martí, que alguien nos espera”.). E incluso lo estimula a regresar imaginariamente a su Isla natal: “Pero viajemos a Cuba./ ¡Vuela, Martí! ¡Vamos, vuela!”. Y en el último episodio, le vaticina el futuro que le aguarda: “Pronto has de seguir camino,/ José Martí: cuatro años/ te esperan en la Península,/ y otros destinos lejanos/ después te reclamarán./ Perecerás solitario,/ pero Cuba irá contigo/ adonde vayas, muchacho./ Y un día, aunque no lo sepas/ hoy, para cada cubano/ serás el hombre más digno,/ el mayor orgullo patrio”.

Los encuentros de Martí con los demás personajes están concebidos como conversaciones imaginarias que poseen, no obstante, un sólido cimiento documental. González Melo las escribió tomando muy en cuenta el perfil de los interlocutores de Martí, y a partir de eso escogió los temas sobre los cuales los personajes charlan. Copio a continuación un fragmento de diálogo en el que interviene Juan Bautista Chape, quien fue un ilustre farmacéutico y una lumbrera en medicina e historia natural:

“MARTÍ. Las heridas

que dejaron los grilletes

que en presidio me oprimían…

Esta, aquí, junto al tobillo…

Esta otra, más arriba…

Esas llagas, señor Chape,

no han sanado todavía.

Y no lo harán, creo yo.

Cada noche me atosigan

convulsiones y fantasmas.

Si usted, sin embargo, estima

que algún remedio curarme

puede, que alivio daría

al ardor que me consume

un bálsamo, una bebida,

una cápsula o no sé

cuál milagrosa resina,

si puede, por Dios, librarme

de este dolor, le estaría

agradecido hasta el fin.

CHAPE. No he de decirle mentira,

amigo Martí. La fiebre,

la irrefrenable agonía

que percibo, no es del cuerpo:

no está en la piel esa herida.

Una llaga más profunda

lo abrasa adentro: diría

que curarla no es posible

mientras, intacta, perviva

la causa que lo engendró”.

A través de esos contactos humanos, el joven Martí va adquiriendo madurez y definiendo conceptos que después pasarán a formar parte de su pensamiento. Él mismo lo reconoce en el decimosexto episodio, cuando le expresa a su madre: “Cada persona que en Cádiz/ he encontrado, madrecita,/ me ha dado un poco de aliento,/ me ha enseñado que es mentira/ que cubanos y españoles/ tengamos siempre distintas/ consideraciones sobre/ la libertad y otras dignas/ razones del ser humano./ El yugo colonialista/ es inclemente, es infame,/ pero no hay antipatía/ en mí para los honrados/ que la verdad de la Isla/ quieren descubrir y apoyan/ nuestra causa con justicia./ A esos españoles que/ nuestras ansias legitiman/ los tomaré como hermanos,/ les brindaré mi energía”.

Esos textos hermosamente escritos están muy bien interpretados por un elenco de actores gaditanos y cubanos. Estos dicen los versos con naturalidad, con fluidez y con una esmerada y nítida dicción, algo en este caso esencial. Gracias a ellos, la palabra cobra vida y sentido. Por otro lado, la grabación se ha enriquecido con un magnífico concepto sonoro, del cual constituyen un elemento importante las imperecederas Danzas cubanas de Ignacio Cervantes. Asimismo, se han adicionado algunos efectos (campanas, olas, sonido del viento), todo ello con una mesura muy de agradecer y de elogiar. No se olvide que se trata de una experiencia sonora, no de una representación en el espacio multisensorial del escenario.

Aparte de rendir homenaje a nuestro relevante patriota y escritor, Cádiz en José Martí es un proyecto de miradas cruzadas en el cual se pone de relieve la hermandad que existe entre la ciudad andaluza y La Habana. A lo largo del fascinante recorrido que propone, González Melo resalta la historia, las tradiciones culturales y la riqueza arquitectónica de ambas. La acuciosa investigación que llevó a cabo está filtrada en unos textos que proporcionan una amplísima información, que es puesta al servicio de quienes hagan el itinerario. Quien firma estas líneas confiesa que al finalizarlo, salió “muy aprendido” y agradece a sus creadores por una divulgación tan seria y amena.

Cádiz en José Martí. Idea original, texto y dirección: Abel González Melo. Diseño del espacio sonoro: Antonio Dueñas. Actores: Charo Sabio (Cádiz), Abel González Melo (José Martí), Pedro López Raya (Francisco Serrano), Eduardo Bablé Neira (Segismundo Moret), Susana Rosado (María Antonia Montenegro), José Manuel Dueñas (Emilio Castelar), Sergio Torrecilla (Fermín Salvochea), José Luis Gómez (Juan Bautista Chape), Yailín Coppola (Mariana Matilde Martí), Pepe Bablé (Eduardo Benot), Rey Montesinos (Rafael María de Mendive), Lolo Ruiz (Cayetano del Toro), María Isabel Díaz (Leonor Pérez). Títulos de escenas: Sándor Menéndez. Música: Danzas cubanas de Ignacio Cervantes. Piano: Carolina Etreros. Temas musicales gaditanos: “La canción de Batillo”, original de Eduardo Bablé Neira, con la voz de Elena Amalia Bablé Pereira y coro de niños y mujeres de la compañía La Tía Norica. Melodía del carillón y campanadas de San Juan de Dios, interpretadas por Eduardo Bablé Neira.