Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Yugoslavia, Cine

Memorias de una dictadura cinéfila

Un interesante documental reconstruye la historia del cine yugoslavo bajo el régimen comunista. Un viaje iniciático al corazón de la gran puesta en escena dirigida por ese realizador sin cámara que fue Tito

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Nada más comenzar, en la pantalla aparece una cita del filósofo francés Jacques Rancière: “La historia del cine es la historia del poder para crear historia”. Sigue otro letrero en el cual se dice que “esta es la historia de un país que ya no existe más, excepto en películas”. Finalmente, aparece un mapa de ese país, Yugoslavia, que a continuación se separa en seis partes: Croacia, Eslovenia, Serbia, Macedonia, Bosnia-Herzegovina y Montenegro.

Es el preámbulo del documental Cinema Komunisto (Serbia, 2010, 101 minutos), primer trabajo como directora de Mira Turajlic (Belgrado, 1979), quien además escribió el guión. Interrogada acerca de lo que la llevó a realizar ese filme, expresó: “Estaba interesada en investigar cómo alguien usó el cine para crear una narrativa oficial para un país. Y en ese sentido, mi documental es acerca de cómo Tito tuvo el poder para escribir la historia de Yugoslavia. Solo a través de la realización de Cinema Komunisto me pude dar cuenta de que Tito fue, de hecho, un gran cuentacuentos. Y nosotros queríamos vivir en esa gran historia. Para mí, hay un fuerte paralelo con el hecho de que cuando el cuentacuentos muere, la historia se deshace”.

El interesante filme de Mira Turajlic documenta una historia ya concluida, una época que hoy pertenece al pasado, un mudo desaparecido que esas imágenes hacen resurgir. En poco más de hora y media, se reconstruye la relación del cine yugoslavo bajo el régimen comunista. Es decir, la historia de un arte y una cultura que estuvieron ligados de modo orgánico al poder político. Más específicamente, al poder político ejercido de manera omnímoda por un hombre, Josif Broz Tito (1892-1980), primero mariscal y después presidente de por vida de Yugoslavia. Retomando las palabras de su directora, se puede resumir su documental como un viaje iniciático al corazón de la gran puesta en escena dirigida por ese realizador sin cámara que fue Tito.

A través de los materiales de archivo y los reveladores testimonios que se incluyen en el documental, particularmente en la entrevista a Leka Konstantinovic, su proyeccionista personal durante 32 años, se revela una faceta de Tito que, para muchos, resultará desconocida: era un gran cinéfilo. De acuerdo al registro que llevó el proyeccionista, en el tiempo que estuvo a su servicio vio 8.801 películas. Eso arroja un promedio de 250 al año, aunque en 1957 la cifra se elevó a 365. Tito tenía especial preferencia por los filmes norteamericanos, sobre todo los westerns, y sus actores favoritos eran Kirk Douglas y John Wayne. Esa afición al séptimo arte explica que con él, las relaciones entre el cine y el estado tuvieron en Yugoslavia un carácter singular, un poco en consonancia con la peculiaridad que bajo su mando adquirió el socialismo en Yugoslavia.

Pero además de su cinefilia, Tito fue consciente del enorme poder del cine y lo utilizó y mantuvo como un arma de propaganda masiva. A través de ese medio, creó una mitología idealizada de Yugoslavia. Uno de los éxitos alcanzados por él fue precisamente el de vender una imagen de hermandad y fraternidad de un país multiétnico. En muchos de los filmes que entonces se produjeron se exalta la leyenda de un pueblo unido por un “socialismo de rostro humano”. Ese mito construido en la pantalla, demostró su fragilidad cuando esa ficción llamada Yugoslavia colapsó ante la brutal realidad de la guerra.

Traer coproducciones con Hollywood y la Europa capitalista

En 1947, por un decreto firmado por Tito se empezaron a construir en la colina Kosutnjak, en Belgrado, los Estudios Cinematográficos Avala. Fueron edificados con trabajo voluntario de los trabajadores y los jóvenes, y la idea era que se convirtiesen en el “Hollywood del Este”. Por ello el cine pasó a tener la máxima prioridad en Yugoslavia. Ambiciosamente, se pensó que se realizarían 100 filmes al año, pero la cifra nunca pasó de 13. En cambio, Yugoslavia se convirtió en el segundo país, después de Francia, en donde los filmes nacionales eran más vistos que los extranjeros.

Tras la ruptura de Tito con Stalin en 1948, las películas soviéticas desaparecieron de las salas y a partir de entonces empezaron a proyectarse cintas norteamericanas. En esos años, particularmente cautivaron a los espectadores los filmes acuático-musicales y en tecnicolor de Esther Williams. Ese love affair fue recreado, años después, en Hej Babu Riba (1985), cuya protagonista se llama Esther, en homenaje a la nadadora.

En el período en que el país estuvo gobernado por Tito, se produjeron unas 750 películas. Otra cosa muy distinta era la calidad artística que predominaba en esa producción. Impulsado por el mariscal, se creó y dio un especial impulso a los Partizanski film, los filmes bélicos ambientados en la II Guerra Mundial. Eran obras de pura propaganda, en las que se exaltaba y glorificaba la actitud heroica de los partisanos frente al invasor nazi. Como cuentan algunos de los testimoniantes del documental, para los rodajes se ponían todos los recursos a disposición de los directores. Cuentan que el ejército estaba al servicio de estos. Incluso hubo jóvenes que cumplieron todo el servicio militar haciendo de extras. Veljko Bulajic, uno de los directores más famosos entonces, comenta que “el resultado artístico era absolutamente terrible”. Una opinión que corrobora Bata Zivojinovic, actor que protagonizó varias de aquellas películas: “La mayoría eran horribles. En muchas de ellas, lo único que yo hacía era matar alemanes de principio a fin”.

Los Estudios Avala conocieron su época de esplendor a partir de 1962, cuando su dirección fue asumida por Ratko Drazevic, un partisano que al terminar la guerra pasó a ser oficial de la policía secreta. Sobre él corrían rumores de que, además de haber matado a 200 hombres, se había acostado con 2 mil mujeres. Hablaba algunos idiomas, lo cual le fue de utilidad para la tarea que se le encomendó: abrir canales y traer coproducciones con Hollywood y la Europa capitalista. Esto último era algo de lo cual ya existían antecedentes. En 1953 se filmó con Austria The Last Bridge, una historia de amor entre un comandante de los partisanos (Bernard Wicki) y una enfermera alemana (Maria Schell). Dado su controversial tema, se le hizo un pase privado a Tito para que decidiera si debía estrenarse o no. Asimismo en 1958 Belgrado acogió el rodaje de The Tempest, una producción de Dino de Laurentis que la revista Life reportó como el filme épico más ambicioso hecho hasta entonces en Europa.

El primer filme internacional hecho en los Estudios Avala fue The Long Ships (1962), en cuyo elenco figuraban Richard Widmark, Sydney Poitier, Russ Tamblyn y Rosana Schiaffino. Era una película de vikingos en coproducción con Inglaterra, y en Belgrado su rodaje provocó una verdadera vikingmanía. Los jóvenes se dejaron crecer el pelo, con la ilusión de obtener un papel como extras. Con ello corrían el riesgo de ser penalizados: las melenas contravenían las directrices de la Juventud Comunista, que las consideraba poco higiénicas. No era esa la juventud que aparecía en Rekobrojna (1962), el primer dirigido a ese público que se convirtió en un gran éxito de taquilla. Sirvió de plataforma de lanzamiento para Milena Dravic y Ljubisa Samardzic, quienes se convirtieron en superestrellas.

Los productores norteamericanos y europeos muy pronto se dieron cuenta de la ventaja que significaba rodar en los Estudios Aval. Eran los segundos más grandes de Europa. Y entre las facilidades que ofrecían, contaban con un lago artificial y un establo con 500 caballos. Eso hizo que fueran escogidos para filmar varias epopeyas históricas. Una de ellas fue Marco Polo (1964), con Alain Delon, Dorothy Dandridge, Bernard Blier y Mel Ferrer. Nicholas Ray vivía entonces en Belgrado, y Ratko Drazevic trató de convencerlo para que se encargara de la dirección, pero no lo logró.

Otra superproducción rodada en Avala fue Genghis Khan (1965), coproducida con Inglaterra, Estados Unidos y la República Federal Alemana, en la cual actuaron Omar Sharif, James Mason, Eli Wallach, Françoise Dorleac y Telly Savala. Y sin ánimo de hacer lista, menciono también la miniserie de televisión War and Peace (1972-1973), adaptación de la novela de León Tolstoi hecha por la BBC y con Anthony Hopkins y Morag Hood como principales intérpretes.

Toque de glamor a las producciones nacionales

Como era de esperar, Yugoslavia no tardó en contar con un festival que sirviera de vitrina a su producción cinematográfica. La sede escogida para albergarlo fue Pula, una ciudad situada en las costas de Croacia. A partir de 1954 pasó a acoger el evento, cuyas presentaciones tenían lugar en un anfiteatro que data de la época de los romanos. Cada noche asistían entre 10 mil y 15 mil personas, aunque como dice uno de los testimoniantes del documental, cuando el público no era suficiente se completaba con marineros. No hace falta decir que Tito era el padrino del festival. El día antes de proyectarse cada filme, él lo veía en un pase privado en su mansión. Leka Konstantinovic, su proyeccionista privado, se encargaba de informar sus “opiniones” a los miembros del jurado. Y estos las tomaban muy en cuenta, a la hora de otorgar los premios. Para los realizadores, ganar en Pula era muy importante, pues significaba la garantía de poder filmar el siguiente proyecto.

En Cinema Komunisto no se habla de las protestas de los jóvenes que se produjeron en Yugoslavia en 1968, bajo el influjo del mayo francés. De aquel movimiento emergió una nueva generación de cineastas comprometidos social y políticamente. Se les conoce como la “ola negra”, y a la misma pertenecen Dušan Makavejev, Alexander Petrović, Zelimir Zilnik, Mika Antic, Mića Popović y Marko Babac. Sus filmes se caracterizaban por su lenguaje cinematográfico no tradicional, su humor oscuro y su examen crítico de la realidad social de ese momento.

Varios de esos filmes no recibieron permiso para que se proyectaran, y algunos directores se vieron obligados a irse al extranjero por miedo a la persecución. En 1970, en su discurso por el año nuevo, Tito anunció la “contraofensiva”, una campaña oficial contra la “corrupción cultural y política” que buscaba “reparar el rumbo” de los años 60. Como parte de la rectificación de lo que se consideraba una política liberal, un grupo de películas fueron prohibidas. Incluso se dio el caso de Lazar Stojanovic, que fue enviado a prisión a causa de su filme de graduación, Plastic Jesus, en el cual se burlaba de Tito.

Retomando el asunto de las coproducciones, eso hizo que Yugoslavia recibiera la visita de numerosas figuras internacionales. Eran alojados en el Hotel Metropol, el mejor de Belgrado. Hasta hace unos años, cuando fue desmantelado, en su vestíbulo se podía ver un Hall de la Fama, con fotografías de las estrellas que allí se hospedaron. Algunas además fueron huéspedes personales de Tito, quien las alojaba en la mansión que tenía en Brioni, su isla privada. En el documental de Mira Turajlic se ven imágenes en las que Sofia Loren y Carlo Ponti aparecen en la piscina de la casa. Desconocedores, suponemos, de la verdadera realidad del país, esos artistas se dejaron fascinar por la afición cinéfila y el apoyo que Tito daba a ese arte. Así, en Cinema Komunisto se ve a Orson Welles declarar que era “el hombre vivo más grande de todo el mundo”.

En 1969 se quiso añadir un toque de glamor a las producciones nacionales. Y para ello se invitó a reconocidos artistas extranjeros para que tomaran parte en películas financiadas por el Estado. La ocasión la brindó el aniversario de la mayor batalla humana librada por los partisanos yugoslavos en el río Neretva, en enero de 1943. El filme se rodó junto con productores de Italia y la República Federal Alemana. Fue dirigido por Veljko Bulajic y los principales personajes fueron interpretados por Yul Bryner, Hardy Kruger, Franco Nero, Sylva Koscina, Orson Welles, Curt Jurgens y Serguei Bondarchuk.

La batalla de Neretva fue la película más cara filmada en Yugoslavia, y su presupuesto lo aprobó directamente Tito (de acuerdo a distintas fuentes, osciló entre 4,5 y 12 millones de dólares). El rodaje duró 16 meses y en el mismo tomaron parte, como extras, 10 mil soldados del ejército. Se construyeron cuatro pueblos y una fortaleza, que posteriormente fueron destruidos. Igual destino corrieron numerosos tanques soviéticos T-34, que se remodelaron para que parecieran los Tiger I alemanes. Veljko Bulajic convención a Tito para que le autorizara a volar un puente, en lugar de usar una maqueta. Y como con su apoyo todo era posible, así fue como se rodó la secuencia. El puente metálico fue volado y su estructura cayó a las aguas del río Neretva, al igual que 5 toneladas de artillería y armas. El puente se mantiene hasta hoy tal cual quedó, y se ha convertido en un lugar muy visitado.

Algo glorioso que a nadie le importa

En su versión original, la película duraba 175 minutos, pero para su estreno en países como Estados Unidos su metraje se redujo a 102. El cartel fue diseñado por Pablo Picasso, y fue el segundo de ese tipo hecho por él (el anterior fue para el primer filme de Luis Buñuel). Según cuenta en el documental Bulajic, en lugar de compensación económica pidió que le mandaran una caja del mejor vino de Yugoslavia. Entre los espectadores nacionales La batalla de Neretva tuvo un gran éxito. En el extranjero también gozó de muy buena acogida, algo a lo cual debe haber contribuido su atractivo elenco internacional. También son notables las escenas bélicas, que al cabo del tiempo conservan una gran fuerza épica. En Cinema Komunisto, Yul Bryner habla muy bien sobre la película, e incluso compara a Bulajic con Cecil B. de Mille. La batalla de Neretva fue uno de los más bien pocos filmes yugoslavos que se estrenaron en Cuba.

El éxito que tuvo La batalla de Neretva hizo que Tito se decidiese a autorizar que por primera vez se realizara una película sobre su participación en la II Guerra Mundial. Sin embargo, para darle vida no se escogió a un actor nacional. Esa tremenda responsabilidad correspondió a Richard Burton. El filme se tituló Sutjeska (1973), aunque internacionalmente se llamó The Battle of Sutjeska. El mariscal asistió al rodaje y estuvo al tanto de que hasta el más mínimo detalle fuera auténtico. Burton pasó tiempo con él, quien entre otras cosas, lo asesoró en el uso de la pipa. Su entonces esposa Elizabeth Taylor estuvo presente en la filmación, pero declinó la propuesta de interpretar a una enfermera. Sutjeska fue escogida para competir por el Oscar a la mejor película extranjera, pero no fue nominada por la Academia. Compitió en el Festival de Cine de Moscú, donde recibió el premio especial. En la página web de Cinema Komunisto aparece el dato de que en 1974, cuando el Innombrable visitó Yugoslavia, Tito le hizo proyectar La batalla de Neretva y Sutjaska. El susodicho quedó tan impresionado, que la noche siguiente pidió ver de nuevo las dos cintas.

Aparte de las coproducciones y los rodajes extranjeros en los Estudios Avala, la cinematografía yugoslava tuvo otra fuente de ingreso de divisas en la exportación de los Partizanski film, los filmes de partisanos. Se hacían en serie, pues eran usados como medio de propaganda. Un caso difícilmente explicable es de Valter brani Sarajevo (1972). Se rodó en honor de Vladimir Peric, el Valter real, un agente encubierto que murió en los días finales de la liberación de Yugoslavia. La cinta fue muy popular tanto allí como en otros países del Este de Europa. Nada, sin embargo, comparable a la gran aceptación que tuvo en China, donde se convirtió en película de culto entre los espectadores. Durante treinta años, se proyectó en la televisión nacional la noche del 31 de diciembre. Si se piensa en la población con que cuenta ese país, es fácil concluir que Valter brani Sarajevo es la cinta más vista del mundo. Eso además hizo de su protagonista, Bata Zivojinovic, un artista muy famoso entre los chinos.

Asimismo en 1985, el gobierno de Mozambique, país que acababa de convertirse en país independiente, comisionó a los cineastas yugoslavos para que, siguiendo el patrón de los filmes de partisanos, realizaran la primera cinta sobre la lucha guerrillera contra el colonialismo. Fue así como se filmó O tempo dos leopardos (1985). Pero en 1980 había muerto Tito, y Yugoslavia ya no era ya la que había sido bajo su mando. En 1987 fue rodada Escape from Sobibor, protagonizada por Rutger Hauer. Fue esa la última vez que el ejército dio apoyo técnico para un rodaje. En 1991, el Festival de Cine de Pula fue cancelado por sus organizadores. Pocos días después, se iniciaba el conflicto de los Balcanes (1991-1995). Fue uno de los más devastadores y cruentos del siglo pasado, y en él se enfrentaron serbios, croatas y musulmanes.

La última parte de Cinema Komunisto trasmite un sentimiento mezcla de nostalgia y cólera. En esas imágenes se hace un recorrido por los Estudios Avala. Los edificios e instalaciones que décadas atrás conocieron una etapa de esplendor y sirvieron de set a tantas películas nacionales y extranjeras, hoy ofrecen el triste espectáculo de un pueblo fantasma. Los decorados y vestuarios acumulan polvo, pues desde hace años nadie los utiliza. En una entrevista, Mira Turajlic comentó que los Estudios Avala son “algo glorioso que a nadie le importa”. Y añadió: “Esas ruinas son nuestra tragedia”. En 2005, la nueva constitución de Serbia dejó de reconocer a los Estudios Avala la categoría de propiedad social. Fueron puestos a la venta, pero hasta la fecha nadie se ha interesado en adquirirlos. El futuro de los 100 empleados que aún los mantienen es incierto.