Literatura, Literatura cubana, Poesía
Mujer tenía que ser
En su faena poética para adultos, Emma Pérez se desmarcó de la poesía femenina escrita en Cuba en esa época. Fue una escritora independiente, pero también alerta a las exigencias de su tiempo
En algún sitio leí que el olvido es como el Purgatorio: de él se sale y se entra. Pero hay casos en los cuales eso no parece cumplirse. Lo digo pensando concretamente en Emma Pérez (Cartagena, España, 1902-Miami,1988), de cuyo fallecimiento por cierto se han cumplido este año tres décadas. Es una escritora cuyas huellas han sido borradas por el tiempo y por la inmerecida e ingrata desmemoria de sus compatriotas, tanto de dentro como de fuera de la Isla. Integra la lista de los excluidos del Diccionario de la literatura cubana, y en el segundo tomo de la Historia de la literatura cubana únicamente se le menciona como compiladora de la antología Cuentos cubanos (1945). Solo aparece incluida por el investigador Jorge Domingo Cuadriello en su Diccionario bio-bibliográfico de escritores españoles en Cuba.
En el año 2003, el presente cronista publicó en este mismo diario un artículo acerca de su excelente obra poética para niños. Desde entonces, solo Rafael Rojas y Ana Casado Fernández, que yo sepa, se han ocupado de ella. El primero lo hizo en junio de 2015 en su blog, en un texto titulado “La desaparición de Emma Pérez”. La segunda, investigadora de la Universidad Complutense de Madrid, en “Al otro lado de la piedra: cárcel y escritura en Poemas de la mujer del preso de Emma Pérez”, un extenso e inteligente ensayo publicado en la revista digital La Habana Elegante (n. 53, Primavera-Verano 2013). Esta falta de bibliografía crítica sobre la autora se debe, entre otras causas, a una primordial: ninguno de sus libros se ha vuelto a dedicar, por lo cual el acceso a los mismos solo es posible en las contadas bibliotecas que los poseen.
Aparte de su producción destinada al público infantil, Emma Pérez —su nombre completo era Esther Emma Elena Pérez y González Téllez— publicó tres poemarios para adultos. El primero fue Versos (1923), que debido a las razones antes mencionadas nunca he podido leer. Y como no gusto de hablar de lo que desconozco, me voy a limitar a reproducir un fragmento del comentario que Jorge Mañach le dedicó en las páginas del diario El País:
“Este librito es, pues, un librito romántico todavía; es decir, romántico por edad, no por escuela. Pero ¿qué hermano poeta dijo que no había una finísima sensibilidad de mujer, un genuino talento poético desbordándose de este libro-bebé, desde la primera composición hasta la última? Claro está que hay, ‘todavía’, la impericia de la edad, las torpezas y contaminaciones del novicio, como cuando se siente peligrosamente «Ibarbouresca» la autora, o se queja de que «ya le duelen los músculos faciales», o increpa: «Vida, ¡qué poco equitativa eres!»; y tal. Pero, a trueque de eso, qué hallazgos de sugerencia —«y era un largo silencio la casa provinciana»—; e imaginación pensativa: «Tú que diste a los cielos, a cambio del tormento/ de ser altos y fríos, leves nubes de tul…», y de emocionado lirismo en la «Canción de un gris inútil…», «El Consejo de Nervo…», «Y en cambio…»”.
El segundo libro de Emma Pérez tiene unos antecedentes a los cuales es preciso referirse. A finales de la década de los 20, los intelectuales cubanos, y también varios extranjeros, emprendieron una campaña para lograr la libertad de Carlos Montenegro. Este se hallaba cumpliendo en el Castillo del Príncipe una condena por asesinato, y durante esa etapa se dio a conocer como un prometedor cuentista. Los escritores nucleados en torno a la Revista de Avance fueron quienes encabezaron aquella campaña y además editaron bajo el sello de esa publicación el primer libro del recluso, El Renuevo y otros cuentos (1929). Emma Pérez también se interesó por aquel escritor y decidió escribirle una carta. Eso dio lugar a un intercambio epistolar que después se convirtió en relación amorosa. Culminó con el matrimonio de ambos cuando aún Montenegro se hallaba en la prisión, de donde finalmente salió en 1931.
En su libro Vida y memoria de Carlos Montenegro, Enrique J. Pujals recoge un testimonio de este que me parece interesante reproducir: “Mi matrimonio y relaciones con Ester Emma Luis Pérez González Téllez constituyeron una leyenda, no solo en mi medio. Es de considerar los prejuicios sociales y las razones familiares que debió enfrentar mi mujer. Su madre movió cielo y tierra para evitar nuestra unión. Incluso hizo que me visitara el Secretario de la Presidencia para persuadirme a no contraer nupcias con Emma: «Usted es un intelectual, pero…». Su hermano Gustavo provocó que lo detuvieran para conocerme. Hablamos. Ya después en libertad, tanto su madre como su hermano, también lo fueron míos.
“Emma me dedicó su libro de versos poemas de la mujer del preso. No creo que mujer alguna haya escrito un libro de amor tan intenso sin necesidad de inventarse almas. Con la suya sola expresó nuestro drama, hasta hacer legible, con sus palabras, lo inefable. No es extraño, después de este Canto que yo no haya escrito nunca un cuento de amor. Conservamos de este libro un solo ejemplar. Le he propuesto reeditarlo. Ella está conforme siempre que lo subtitule: Lo que el viento se llevó. Se llevó las hojas, pero no las raíces ni el tronco”.
Independiente y alerta a las exigencias de su tiempo
Pienso que la información anterior resulta suficiente para entender el contexto y las circunstancias de las que surgió poemas de la mujer del preso (1932). En esos poemas, la afirmación de Fernando Pessoa “el poeta es un fingidor” no se aplica. El sujeto existencial y el sujeto poético tienen una total coincidencia. Esto lo hizo notar Félix Lizaso, quien en la reseña del libro que publicó en la revista Cervantes apuntó: “Quisiéramos despojar a este libro de su peso enorme de realidad, y no podríamos. Pero vamos a constatar que la realidad no gravita sobre el lirismo del poema, sino que es solo la base en que asienta su planta (…) Es que la realidad no enturbia el lirismo, sino que puede aun depurarlo”.
Lo primero a decir de Poemas de la mujer del preso es que Emma Pérez se desmarca de la poesía escrita por mujeres en Cuba en esa época. Fue una creadora independiente, pero también alerta a las exigencias de su tiempo. Nada hay en esos textos que remitan al tono femenino y casero, denostado por un sector de la crítica. Emma Pérez se adentra en territorios más originales y arriesgados, y apuesta por una escritura en la que se advierte la moderada influencia de las corrientes de las vanguardias. Eso se pone de manifiesto en el abandono de los metros regulares y la rima, el empleo del verso libre, las metáforas insólitas, la libertad expresiva, la ausencia de mayúsculas y signos de puntuación.
A esas características, Nicolás Guillén, otro escritor que saludó el libro de Emma Pérez, agrega la sobriedad técnica, la independencia, la fuerza, el dominio de la imagen nueva y el concepto cabal de las dimensiones poéticas contemporáneas. Eso lo lleva a afirmar que “el movimiento poético moderno tiene ya en Cuba una representación femenina de primera fuerza”. También compartía esa opinión Jorge Mañach, quien comentó que poemas de la mujer del preso “es de una novedad auténtica y depuradísima”. Eso hace que en esos textos “hay un ligamen tan manifiesto entre sus recursos y sus intenciones que el sentido emocional se hace patente”.
El libro lleva esta dedicatoria: “al ex–número 8962: mi esposo, Carlos Montenegro”. Está compuesto por veinticinco poemas, en los que Emma Pérez se dirige a este, cuando aún estaba en la cárcel. En su ensayo, Ana Casado Fernández sitúa poemas de la mujer del preso dentro de la literatura cubana de temática carcelaria y destaca que la inaugura en la poesía (un par de años después, apareció Versos míos de la libertad tuya, de Teté Casuso). Y concluye que su autora “elabora un imaginario del espacio carcelario muy singular, partiendo de la visión del que queda fuera y de la relación entre el interior y el exterior del mismo (…) intentando, a través de la poesía, dar forma —cuerpo y alma— a ese «tú» prisionero y, también, ofrecerle la palabra como puente de salvación desde el reflejo de su más solitaria espera”.
A lo largo de todo el libro se insiste en la existencia de dos realidades contrapuestas: la de la mujer y la del preso: “del lado de acá de los fosos/ mis brazos abiertos/ del lado de allá tu agonía/ ya confundida con la piedra”. Las separa un muro que acaba por contaminarlo todo: “la derrota era en mis manos tan de piedra/ que mis manos eran piedra también”. Un muro además contra el cual nada pueden los esfuerzos por atenuar la separación que impone: “inútiles abrazos desnudos/ que quieren vencer tanta piedra”.
En esos poemas hay desgarro sentimental, pero Emma Pérez nunca se permite rebajarse al sentimentalismo: “extenderás con emoción los brazos/ y no podrás aprisionar mi carne// buscarás en la piedra mi sombra/y encontrarás la tuya/ bajo la angustia de mi ausencia”. Lo resaltó Félix Lizaso, al expresar que “la muda angustia pudo desatarse en despedidas de pañuelos; se contuvo a sí misma, y no dejó en libertad sino el vuelo de las palomas anunciadoras”. Se trata, en resumen, de una poesía sobria, precisa, con un fraseo de aliento particular y unas imágenes con personalidad propia. Gracias a una retórica especial, esos hallazgos se ordenan en ese eje irradiador de significado que debe ser el poema.
Notable intensidad emocional
En su tercer poemario, Emma Pérez volvió a apostar por una escritura precisa, sobria y despojada de excesos, para abordar un tema que justamente la exigía. Los ocho poemas que componen Elegías por Luisa Téllez (1944) están dedicados a evocar la figura de su madre y de “su leve muerte, que ahora pesa tanto”. En el texto que abre el libro, escribe: “Andaba hasta la yerba que no crece/ más de un cuarto, trémula y humilde./ Ansiaba un breve patio con polluelos/ y un jardincillo familiar, sin rosas.// Decía: «La dulzura está en el fondo/ de un silencio con briznas desprendidas/ hacia nuestros cabellos en desorden».// Pero siempre la palma de su mano/ tuvo que romper gritos, como un muro.// ¡Si sabré yo que nunca soñó mármoles!/ En césped quiso dar su frente fría”.
En esos textos se va trazando fragmentariamente la imagen de una mujer de extracción social humilde (“la sombra de tu traje sin adornos”), que trabajaba para mantener a su madre y sus hijos, con quienes compartía “dos alcobas húmedas”. En uno de los poemas leemos: “Eras tan frágil,/ y, sin embargo, dominabas/ aludes y huracanes, simplemente/ alisándote un poco con la mano/ los cabellos de niebla”. En esos años, Emma Pérez estaba vinculada al Partido Socialista Popular, lo cual asoma en algunos versos: “Comparto la pobreza que ocultaba,/ luchando por un mundo generoso”.
El libro alcanza una notable intensidad emocional cuando la escritora admite que amó a su madre sin ternura, sin saber expresárselo: “Muchas veces mi absurda indiferencia/ correspondió a tus dones incansables.// Pero sabías/ —por ello tu extremada/ solicitud— que al irte,/ no por tus pasos, no, llevada,/ única forma para tal partida/ desoladora, me iban a azotar/ las olas de este amor sin márgenes/ y, por no desatarlo antes de tiempo,/ iba en puntillas por mi lado/ tu labor sin descanso, noche y día,/ como callados cielos cuidadosos”. Más allá de gustos y preferencias, a Elegías a Luis Téllez difícilmente se le pueden negar sus méritos literarios.
Aparte de su quehacer poético para niños y para adultos, Emma Pérez dejó una abundante producción como ensayista y periodista. Parte de su trabajo en la primera de esas facetas lo dio a conocer en los libros Literatura española y americana en doce unidades (1944), Lo que leemos (1945), Historia de la pedagogía en Cuba, desde los orígenes a las guerras de independencia (1945), ¿Quién es el cubano? Notas para un curso (1946), Política educacional del presidente Grau (1948) y Cómo ser fieles a Varona (1949). En el periodismo se inició en la década de los 20. En Santa Clara dirigió la revista Villa Clara. Una vez que finalizó los estudios universitarios de Pedagogía y Filosofía y Letras, se estableció en La Habana. Trabajó en el diario Noticias de Hoy, donde durante varios años escribió la columna Mi Verdad y la Vuestra. Fue redactora de Tiempo en Cuba y, de 1953 a 1954, dirigió la revista Gente de la Semana. Colaboraciones suyas aparecieron en Gaceta del Caribe, Nosotros, Universidad de La Habana y Bohemia. Tras salir de Cuba en 1960, editó en Nueva Orleans el semanario en español Siempre. Hasta hoy, esos textos permanecen inéditos e inaccesibles a los lectores, pues nunca se han recopilado en libro.
Treinta años después de su fallecimiento, Emma Pérez continúa en ese limbo de los autores que no se menciona, ni para bien ni para mal. Eso se debe, lo dije antes, a que ninguno de sus libros se ha vuelto a publicar. Constituye una injusticia que no debe prolongarse más, pues su legado posee un valor que es imposible negar. “La conciencia de un pueblo no se hace olvidando, sino recordando”, dijo Mañach. Reeditar sus obras es una necesidad y un imperativo, para que las nuevas generaciones tengan a acceso a ellas. Tal vez algún lector de estas líneas conozca a sus herederos y les pase este mensaje. Es una reparación que le debemos a nuestra insigne compatriota.
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