Narrar con el lenguaje de los sueños
Treinta años después de haber obtenido el Premio Biblioteca Breve, Sonámbulo del sol sigue siendo dentro de nuestra narrativa hasta un texto novedoso y extraño
“A veces corría al espejo y se palpaba (entrañándose en él como un entozoario) haciendo muecas, tanteándolas sobre la figura reflejada como si allí cobraran relieves inusitados a ese contacto imaginario ensimismado turbio y sin tino… las manos a su vez aparecían como arrugas que hubiéranse vuelto voluminosas y hubiéranse realmente desprendido y flotasen y flotasen al fondo de aquella espesa superficie de agua congelada. Se acercaba se alejaba se acercaba se alejaba… ahí está la impavidez ahí la impenetrable maravilla de existir el aposento de la luz del espejo al sol y del sol al espejo y entrambos él corriente de vida de vida de vida de vida. Echa el aliento una y otra vez… Desde la respiración desde la sangre que hierve este humillo titubeante aterriza en el espejo por la boca entreabierta y progresivamente nublado el rostro desaparece allá atrás como las raíces en la tierra fijando el cuerpo en esta inusitada y tibia opacidad surge lúbrico inmemorial todas sus fibras hasta la médula… en esa última mueca el ahorcado”.
El fragmento que antecede a estas líneas pertenece a Sonámbulo del sol, la novela con la que Nivaria Tejera obtuvo hace treinta años el Premio Biblioteca Breve. Era la segunda vez que ese preciado galardón iba a parar a manos de un escritor cubano (Guillermo Cabrera Infante había sido el anterior) y la primera que lo ganaba una mujer. El jurado lo integraban Luis Goytisolo, Juan Rulfo, Pere Gimferrer y Juan Ferraté.
Tan pronto se dio a conocer la noticia, en la prensa española comenzó una polémica que hizo correr mucha tinta. Antes de que fuese premiada, la novela de Tejera se había publicado en francés por Denöel, en su colección Les Lettres Nouvelles. Estaba contratada por Seix Barral, editorial que auspiciaba el Premio Biblioteca Breve, pero por deseo de la autora fue incorporada al certamen tan pronto se convocó. Algunos periodistas llegaron a pedir por eso que se invalidara el galardón. Como entonces escribió alguien, era mayor el interés por dilucidar si debía considerarse inédita o no la obra, que por su calidad estética. Lo cierto es que, como aclaró Juan Ferraté, director literario de Seix Barral, la novela continuaba estando inédita en el idioma en que originalmente fue escrita.
En el panorama de nuestra prosa de ficción, Sonámbulo del sol sigue siendo hasta hoy un texto novedoso y extraño. Pudiera decirse que es el relato triste de un hombre que tiene hambre y se dedica a deambular, bajo un sol ardiente, por las calles de La Habana de los años 50. Pero Tejera practica una narrativa que prescinde de la anécdota y rehúye contar cosas. Como apuntó José Luis Jover, uno de sus defensores, la historia de Sidelfiro no se cuenta, sino que en todo caso se presenta o se representa. Hay en esta postura puntos de contacto con la Nathalie Sarraute de la primera época, la de Tropismos, sobre quien Tejera había publicado en Cuba un ensayo y a la cual declara seguir de cerca.
Sonámbulo del sol se compone fundamentalmente de un montaje de metáforas exuberantes y sensoriales, y está escrita en un lenguaje que quiere ser vitalmente poético. Unas veces, adopta la estructura de la prosa traspasada de poesía; otras, la disposición vertical y el diseño gráfico de esta. La escritora nos sumerge en un monólogo obsesivo, delirante, desarrollado hasta el infinito, un verdadero manantial de imágenes, un chorro discursivo permanente. Provee datos, fragmenta un mismo diálogo, acumula desdoblamientos, repeticiones e insistencias casi matemáticas. Todo ello con el propósito de “entablar entre personaje y lector una posible respiración común”, de transmitirle esa “atmósfera de calles discontinuas, vagas impresiones, vacío”, e impregnarlo de la sensación de “lo cotidiano irrespirable”.
Pese a la renuncia de Tejera a contar una historia, hay en la novela un personaje, ese mulato se treinta y tres años que sobrevive gracias a algunos míseros y temporales empleos. Sidelfiro es un ser incomprendido, solitario, elemental, una conciencia vagabunda que encarna la filosofía de la impotencia y situada al margen de una sociedad que no está hecha a sus dimensiones y apetencias humanas. Pero sabe que no vive, que solo sobrevive y jadea. Junto a él, hay otro personaje fundamental: el implacable sol del trópico que todo lo descompone y que, como dijo Oscar Wilde, mata las ideas.
Como en otras novelas cubanas, aquí se repite el propósito de recrear La Habana. En este caso, a través de su latido y su vida interior. Pero a diferencia, por ejemplo, de Tres tristes tigres, que es una celebración de la noche capitalina, Sonámbulo del sol es una obra llena del sudor, el calor y la luz cegadora de la ciudad: “A lo lejos en el mar podían verse reflejadas lámparas y vestidos, ropas escamadas que incitaban a los pececitos a comérselos a todos vivos, a saltar por los dorados ventanales abiertos aleteando, despaturrando. Pero el humo de los cigarrillos Camel y de los tabacos Partagás Romeo y Julieta mezclados a las pestes diversas del grajo, las voces estridentes, voces de los ministros de las esposas de ministros y jefes y menos jefes en desafío anacrónico con las esposas de los embajadores y ministros consejeros y secretarios y agregados con las misiones extranjeras, incoherentes y libidinosas, el cuacuacuá de las misiones norteamericanas de polo a polo invadían la atmósfera de dentro y de fuera del Ministerio”. Tejera consigue darnos una imagen de lugares y calles de La Habana, de sus sonidos, olores, sabores. Otro crítico español, Santiago Arizona, comentó que trata de una novela “hecha desde los sentidos, desde la música, desde la cadencia, desde el ambiente”.
Escasamente complaciente con el lector adocenado
Algunos han señalado a Sonámbulo del sol falta de profundidad en los problemas humanos, así como que lo lírico sea un elemento perturbador y fatigoso para el lector medio. La autora ha defendido su voluntad de romper barreras y límites que a ella, como creadora, no le sirven. Y en cuanto a que el suyo es un libro poco accesible, expresó: “Yo no creo en el lector medio. ¿Qué es el lector medio? Un señor que se acomoda a lo que le dan, y esto desde la escuela. Yo intento aportar algo, hacer que el lector escale, que trate de comprender”.
Otra escasamente complaciente con el lector adocenado y acomodaticio y con algo de reto para su paciencia, exige de él un entrenamiento, una progresiva aclimatación a sus cánones. Es una obra que demanda un lector atento, dispuesto a entrar en su escritura alejada de los lugares comunes, pero cuya dificultad no es en modo alguno gratuita. Juan Ramón Jiménez sostenía que no hay por qué entender en su totalidad un poema; basta con que nos impregnemos un poco de su honda imaginación. Pues eso: dejarnos impregnar de sus sugerencias, signos, enigmas y percepciones, es el mejor método para acercarnos a Sonámbulo del sol.
A propósito de estas tres décadas que cumple Sonámbulo del sol, Pedí a Nivaria Tejera que redactase un texto breve, en el cual expresara cómo ve hoy su novela. Con la amabilidad que la caracteriza, me hizo llegar las siguientes líneas:
A LA SOMBRA DE SONÁMBLO DEL SOL
Me preguntas cómo veo Sonámbulo del sol treinta años más tarde. Hojeándolo para contestarte me atrevo a decir que sigo viéndolo como el libro de cierta iluminación que, por esas acrobacias de la Historia, busca recobrar en el tiempo que pasa una recóndita actualidad, ya que la reminiscencia de su argumento intrínseco, es decir, tanto el desempleo crónico del protagonista Sidelfiro como la dictadura crónica de la Isla continúan siendo recalcitrantes y poderosas maquinarias de este mundo. Y la única forma posible de desenmascararlas era —y sigue siendo— la de desbloquear fronteras lingüísticas y cánones establecidos y echar mano al vertiginoso estilo literario que lo caracteriza (el escritor Héctor Bianciotti la catalogó de “una escritura en trance”) a fin de que la palabra LIBERTAD cobre raíz y vuelo a la vez. Y sacudir así el adormecimiento.
Pour la petite histoire, publicado y premiado en pleno Boom, el realismo mágico lo ignoró de todas todas, a pesar de que ser situado por la crítica y la Editorial Seix Barral “entre las muestras más logradamente renovadoras de la actual novela en lengua española”. Al parecer, su magia era “harina de otro costal” y además, al coincidir su aparición con el caso Padilla, Sonámbulo del sol iba a contracorriente de su cacareado engagement, oscurantistas razones que obstruyeron su mecánica de distribución marginándolo y dejándolo “fuera del juego”.
Creo que Sonámbulo del sol sigue siendo esa experiencia de escritura que expande cualquier vivencia más allá de la visión siempre limitada de la vida cotidiana, al permitir la modulación de movimientos interiores, a lo Nathalie Sarraute, que dan acceso a la ficción, invitando a saltar reglas establecidas, no como principio sino como finalidad. Y todo ello convierte su contenido “no tanto en el relato de un sueño como en un relato hecho con el lenguaje de los sueños”, como se dijo entonces; y aún hoy en su libro Insularidad en la obra de Nivaria Tejera: un archipiélago transatlántico, María Hernández-Ojeda lo considera “una amalgama formal estructurada por medio de un lenguaje onírico-poético”.
En un artículo del Fígaro Litteraire, el periodista Jean Michel Fossey establecía por aquellos años que Tres tristes tigres de Cabrera Infante era el libro clave de La Habana nocturna y Sonámbulo del sol, el de La Habana diurna. Aunque la vertiente erótica, voluptuosa, lúbrica, exuberante, a guisa de exorcismo del tabú homosexual, también aparece en mi capítulo sobre el Auditorium, donde la música de El Pájaro de Fuego, de Stravinsky, realza a manos llenas la fiesta de los sentidos, reanimando a los eternos penitentes del séptimo círculo dantesco.
Sí, treinta años después, volvería a escribirlo. Su experimentación dio lugar, sin duda, a la bifurcación de un enigma existencial del que continúan dando trazas otros libros míos como Huir de la espiral, recientemente publicado por Verbum, y el inédito (en vías de) Buscando otro nombre al amor. Y creo que la memoria de su jadeo, su voracidad lingüística, refleja la avalancha aplanadora del presente con la densidad de un espejo.
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