No bastan las buenas intenciones
Es difícil saber si en esta película las malas actuaciones se deben a los actores o a ese guion repleto de consignas y clichés que resultan casi imposible enunciar
El término “plantado” comenzó a escucharse en Cuba hacia 1964, tras la mal llamada “Lucha Contra Bandidos”. Fue acuñado por los prisioneros políticos que se negaron a renunciar a sus ideales en prisión. Se les quiso obligar a vestir el uniforme de los presos comunes, a realizar trabajos forzados y se les ofreció reducirles sus absurdas y casi infinitas sentencias si se acogían a un plan de rehabilitación. Se negaron a todo ello y mucho más y fueron castigados con innumerables e indescriptibles abusos que incluían torturas físicas y mentales y que a muchos les costó la vida o la sanidad mental.
Los primeros plantados fueron Alfredo Izaguirre, Adolfo Rivero Caro y Onirio Sánchez. Hubo, a partir de ahí, centenares más. Entre los nombres más conocidos se encuentran Pedro Luis Boitel, el poeta que murió en la cárcel durante una huelga de hambre y cuya familia fue también víctima de vejámenes por parte de los carceleros. Otros fueron Mario Chanes, Ernesto Díaz Rodríguez, Angel de Fana y Roberto Martín Pérez, pero la lista es muy extensa y también incluye a los excomandantes Huber Matos y Eloy Gutiérrez Menoyo.
La narrativa de estas seis décadas ha sido dominada por la versión oficial del gobierno a través de sus oficiosos escribas y lo que se ha contado desde la visión de los “vencidos” no ha tenido la resonancia que merece por carecer de la autoridad formal que concede el poder y porque han tenido que enfrentar una poderosa maquinaria propagandística.
Se ha escrito y filmado bastante, pero no lo suficiente, aunque gracias al advenimiento de los medios digitales y a las fisuras que la erosión del tiempo ha dejado en los mecanismos de poder del totalitarismo cubano, ahora muchas personas se van informando con mayor rapidez. Guillermo Cabrera Infante dedica una estremecedora viñeta a la muerte de Boitel en su libro Vista del amanecer en el trópico (1974), está la novela Plantado, de Hilda Perera, editada en 1985 y las múltiples denuncias del sistema carcelario cubano hechas por Reinaldo Arenas en su obra Antes que anochezca (1992). Más recientemente existe un ensayo de Elizabeth Burgos publicado en la revista Encuentro de la cultura cubana (2005). En cine está el excelente documental Nadie escuchaba (1987), dirigido por Néstor Almendros y Jorge Ulla sobre las violaciones a los derechos humanos en las prisiones cubanas y el documental Plantados (2006), de Rafael Lima y David Ernsberger. Ha habido otros, pero este tema nunca se tocará lo suficiente y los pueblos tienen memoria muy corta y casi nunca escuchan con detenimiento.
El filme Plantados es el primer largometraje de ficción que se realiza sobre el tema. Dirigido por Lilo Vilaplana, un multipremiado director con experiencia en la televisión colombiana y también la de Miami y con guion del propio Vilaplana, a seis manos con Juan Manuel Cao, periodista y exitoso presentador en la televisión de Miami, quien sufriera el presidio político en carne propia y Angel Santiesteban, narrador y guionista quien ha ganado el premio Casa de las Américas y el de la UNEAC, y que también sufrió presidio político a muy corta edad, el filme, más allá de sus buenas intenciones se queda muy corto tanto de sus objetivos artísticos como de los propagandísticos.
La narración central gira sobre Ramón, un expreso plantado, ahora residiendo en Miami, que en el parqueo de un supermercado cree ver al capitán (o teniente) Mauricio, quien fuera su principal verdugo durante sus años de presidio. Lo sigue y se convence que es el mismo hombre.
Para ilustrar los abusos perpetrados contra los plantados y la maldad de Mauricio, la trama se mueve elípticamente entre las contradicciones de Ramón respecto a lo que debe hacer con Mauricio como acto de justicia y los flashbacks a los momentos del presidio político.
El primer problema es que ninguna de las partes despega dramáticamente, volviéndose predecibles y reiterativas. El salvajismo conque se presenta el pasado, aunque cierto, resulta cinematográficamente excesivo, machacón y saturante, lo cual minimiza su credibilidad y le resta fuerza a su mensaje. El quid del cine de ficción no reside en el mero hecho de basarse en hechos reales, sino en utilizar la mentira para contar la verdad, o sea, nada fue así, pero todo fue así.
En cuanto a la parte presente, los motivos que llevan a Ramón a reclutar a sus “sobrinos” para ajusticiar a Mauricio, no están bien presentados y Gilberto Reyes es incapaz, como actor, de expresar las emociones por las que pasa Ramón, con convicción. Su actuación es muy mala. Todo el dramatismo de la persecución se diluye.
El guion tiene varios problemas. Por una parte, no contextualiza bien la situación y quienes no estén familiarizados con los hechos, no tienen idea de lo que está pasando ni la razón. Por mucho que mencionen a Fidel Castro y al Che Guevara, de la forma que se presentan los abusos, parece que resultan de los caprichos de un carcelero malévolo y no de un asunto sistémico propio del totalitarismo. No solamente los diálogos carecen de coloquialismo, sino que, en el caso de los presos, la mayoría hechos en base a presos reales, todos parecen tomar turno para hablar o gritar y competir por ver quien dice la frase mas grandilocuente con la mayor solemnidad. Los personajes están construidos con exceso de estoicismo, que los convierte en caricaturas de los héroes que representan.
También usa demasiados recursos maniqueos de las telenovelas, como presentar a muchos de los guardias con un cabo de tabaco en la boca mientras golpean a los presos. No hay grisura ni ironía en este filme que se toma demasiado en serio. Es una sobredosis de testosterona (incluso las mujeres plantadas, que las hubo, no son más que mencionadas de paso) que intoxica a todos los personajes y se desborda sobre el público.
Es difícil saber si las malas actuaciones se deben a los actores o a ese guion repleto de consignas y clichés que son casi imposibles de enunciar. Y al parecer, no se le dio mucho espacio de improvisación a los actores, que parecen repetir los parlamentos como loros amaestrados.
Curiosamente el personaje de Mauricio es el mejor escrito y Carlos Cruz se aprovecha de la oportunidad para lucirse en una breve pero eficaz actuación. Como a Miravalles en El hombre de Maisinicú, le dan la mejor frase cuando le dice a Gabriel: “Para ser hijo de puta hay que nacer, y tu no tienes para eso, mi hijito”. Otro actor que consigue irse por encima del guion, a pesar de que le construyen un personaje excesivamente repulsivo, es Frank Egusquiza como Mauricio de joven carcelero.
Hay una frase en inglés que dice “Preaching to the choir” que liberalmente puede traducirse como “tratar de convencer al convencido”, que se le puede aplicar a esta película. Debido a todos sus defectos, su mensaje queda limitado a los creyentes y a los bien informados, los que menos lo necesitan. Es una lástima porque es un tema importante, que se merece más, algo mejor. En el cine no vale solamente lo que se cuenta, sino cómo se cuenta.
Plantados (EEUU, 2021). Dirección: Lilo Vilaplana. Guion: Lilo Vilaplana, Juan Manuel Cao y Angel Santiesteban. Director de fotografía: Carlos Andrés Hernández. Con: Gilberto Reyes, Carlos Cruz, Ariel Texidó y Frank Egusquiza. De estreno en salas de Miami.
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