Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Literatura

Ojos llenos, manos vacías

Las ferias del libro son una ventana para los cubanos, pero la mayoría se enfrenta al dilema de los altos precios.

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Vorágine inflacionaria

En la década de los ochenta, en Cuba se llegaron a publicar más de 2.300 títulos por año con tiradas de miles. Más de la mitad de lo impreso se destinó a la educación. Un diccionario enciclopédico de medicina no era una quimera entonces.

Con la crisis de los noventa, la industria poligráfica —como tantas otras— se desplomó y los libros también fueron capturados por la vorágine inflacionaria.

"En 1993 —momento más agudo del período— se producen 568 títulos con impresiones que apenas rebasan los dos millones de ejemplares", reconoce Carlos Mas Zavala, funcionario del Instituto del Libro.

A una distancia más que añorada queda la primera edición revolucionaria del Quijote. Precio de salida: veinticinco centavos.

Para intentar paliar la crisis, las autoridades decidieron pasar la gestión editorial a un esquema de autofinanciamiento, con lo que los precios oficiales abandonaron para siempre su atractivo popular.

Si para la época la edición de lujo de la poesía de Eliseo Diego podía adquirirse por menos de cinco pesos, ahora un libro similar, como el teatro escogido del dramaturgo Abelardo Estorino, no baja de los veinticinco pesos.

Los lectores se resienten de tal política. "Entre un libro de veinticinco pesos y una libra de leche, las cosas se pueden poner feas y quedar uno como ignorante", argumenta G.S., un ratón de librería.

Desde el clítoris hasta Chomsky

En una de las naves de la húmeda fortaleza colonial, un enjambre de curiosos husmea, como rescatistas ante un sismo, en la pila de libros de editoriales españolas. Salen todos a tres convertibles, setenta y cinco pesos al cambio oficial. No es una ganga, pero es lo mejor que se ofrece.

"Encontré una novela de Tom Wolfe, mi preferido", dice exultante un joven rapado y manillas de colorines en las muñecas.

La disparidad gobierna el amasijo. Desde un texto voluminoso sobre el clítoris hasta un estudio sobre el imperio estadounidense, del lingüista Noam Chomsky.

Los que penan por cómics encuentran su botín en Las mil y una noches y los fans de la novela rosa suspiran ante una saga de Corín Tellado. Los consumidores de terror se llevan a Stephen King y los fans de Madonna se crispan cuando descubren en el montón una biografía no autorizada de la diva.

Algunos, con mucho disimulo y manos ágiles, aprovechan el gentío para robar algún ejemplar pequeño. Los trabajadores sociales están a la viva. Controlan la cola y vigilan los posibles hurtos bien atentos a los abrigos y bolsillos de los pantalones "cuatropuertas" —bolsillos de cargo—.

A más de uno han detenido, haciéndoles devolver la mercancía sin mayores consecuencias. Sólo el sofocón. Otros como Robert han "escapado". Se lleva a casa una novela de Noah Gordon.

"Robar un libro no es robar", dice citando a un imaginario Martí que jamás escribió tal cosa.


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