Piano cerrado
A pesar de su publicitada calidad, la enseñanza artística en los pueblos de Cuba es una quimera y pasto de la vulgaridad.
"Viajaba por toda Cuba, desde Pinar del Río hasta Baracoa. Examinaba a los alumnos de todas las academias, hasta que las intervinieron en el año 1968". La que dice esto es ahora una viejecita locuaz de 86 años. Se llama Concepción Rodríguez, le dicen Concha, y fue la examinadora principal del Conservatorio Internacional de Música de María Jones, en el habanero barrio del Vedado.
El Conservatorio de María Jones, hoy Escuela Elemental Manuel Saumell, albergó en sus aulas a insignes de la música cubana como Gonzalo Roig y Margot Rojas. Tenía 34 academias para la enseñanza musical y fue el más importante de América Latina desde los años veinte hasta la década de los sesenta.
Lo anterior no hace sino apuntar a la nostalgia, por la existencia de vías más accesibles en este campo de la docencia. Y además de asegurar un ambiente artístico y refinado en el entorno pueblerino, evitaba las trifulcas y decepciones que provocan las hoy llamadas "pruebas de aptitud" para las Escuelas Vocacionales de Arte (EVA).
"Cuando termino mis años de academia, me validan el título, me adjuntan el contrato a la Academia Latinoamericana y cada seis meses venían y me examinaban. Hasta que me subieron a examinadora. Los muchachos no tenían que becarse, ni separarse de sus padres, lo aprendían aquí mismo, en cualquiera de los otros municipios, 34, donde había academias de piano", dice Concha mientras sus manos acarician la boca del piano, que ha permanecido cerrada.
La situación de la enseñanza musical en Cuba no se ha detenido, y si es verdad que la calidad se mantiene en planos estelares, amparada por la calidad y cantidad de sus egresados, con premios internacionales frecuentemente, la fiebre elitista hace mella en la aspiración de los convocados y candidatos en desventaja mayor: aquellos que residen fuera de las capitales provinciales.
Un camino espinoso
Para asegurarse de que sus hijos serán aspirantes a una posibilidad real, algunos padres hacen funcionar sus 'varitas mágicas', instrumentos que le otorgarán el aprobado en las pruebas de captación para las Escuelas Vocacionales de Arte (EVA).
"Yo pagué a una instructora de arte para que, en horarios extras, le diera clases de piano a la niña", dice Arnaldo, y continúa: "Cuando los aspirantes que viven en los municipios hacen las pruebas, tienen que vencer dos veces. A eso súmale que, en muchos casos, tienen que becarse desde los siete u ocho años".
La reanimación de las Escuelas de Instructores de Arte ha venido a servir de parche, pero la costura ha sido peor. En una sola escuela se concentran todos los docentes de la provincia, y con ellos los alumnos, por lo que cuando un profesor falla, afecta a todos por igual.
Sin embargo, un profesor, que no quiere dar su nombre, encuentra en estas escuelas la posibilidad de su realización como docente: "Vine desde un pueblecito, y si es cierto que esta no es una gran escuela, en el país las hay peores, y donde yo vivía, con una Casa Comunal de Cultura, ni soñar podía con impartir estas clases".
Su plaza fija la comparte con la de profesor a domicilio, o en el suyo propio: "Lo mismo preparo alumnos para el pase de nivel, que asesoro a grupos a un paso de ser profesionales para evaluación, pero los niños dejan más ganancias y, junto con sus padres, de paso, son más agradecidos".
En ese camino de entrada, estancia y egreso a (y de) las escuelas de arte, el caso de Yenia es común: "No quise hacer música popular, y como en mi provincia no había ningún formato cercano a la música clásica, vine de docente en el tiempo de práctica. Pero ahora ni hay los profesores de entonces (que sugería cierta competitividad), ni los alumnos tienen el mismo interés", admite.
"Aquí, en San Germán —dice Concha otra vez—, hicimos dos grandes conciertos, uno de ellos hasta con banda rítmica infantil y todo. Fíjate si fue grande la cosa, que hasta el Diario de La Marina lo reseñó. Durante un tiempo guardé los recortes y cuando el general Don Loynaz del Castillo vino a mi casa, en aquello de La Ruta Martiana, vio los recortes sobre los conciertos y me pidió que les tocara algo mientras descansaban, y lo hice, y tomaron notas, entonces el periodista que traían lo escribió, y volví a salir en La Marina".
Del sueño de la academia a la vulgaridad cotidiana
Mientras algunas fanfarrias enfundadas en la retórica de la cultura de masas, han acercado sus estridencias a la última "batalla de ideas", para algunos la docencia a "lo grande" no pasó de ahí.
Laura canta en los restaurantes de la playa y en los sitios de la ciudad donde la soliciten: "Esto de 'hacer sopa' no es lo que yo quería, pero como profesora de Teoría y Solfeo ni me pagaba el alquiler, ni me daba para vivir (…) En un tiempo había buenos profesores, pero ahora todos quieren viajar o dar clases donde les paguen mejor o donde no te exijan tanto en lo político", repara.
Tropiezos más, tropiezos menos, la realidad es que la supuesta reanimación en los municipios del país todavía no pasa de la música grabada, la escasa calidad de los artistas aficionados y una exigua programación de concertistas u otras opciones afines.
Las escuelas siguen graduando a músicos que luego verán "los toros desde la barrera" o desde las polvorientas calles de provincia. Los amantes de la buena música, en los pequeños pueblos, sienten cómo pasan los años sin un buen espectáculo, mientras la prensa y los informes al servicio de la política cultural dicen otra cosa.
Con 86 años, a Concha no le queda mucho más que abrir o cerrar el piano y los recortes del Diario de La Marina. Del fin de las academias prefiere no hablar y baja la tapa del piano con fuerza. Como un portazo. Quién sabe.
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