Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Con ojos de lector

Polemiza, que algo queda (IX)

El Indio Naborí y un jovencísimo Jesús Díaz sostuvieron una polémica en torno a lo que debe ser la literatura revolucionaria.

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En julio de 1966, la revista Bohemia dedicó su sección Arte y Literatura a recoger las opiniones de varios escritores cubanos acerca del tema de las relaciones entre literatura y revolución. Uno de los nombres que allí aparecen es el de Jesús Díaz (La Habana, 1941-Madrid, 2002), quien unos meses atrás había obtenido el Premio Casa de las Américas de cuento con el libro Los años duros. Entre las opiniones expresadas por él, hubo unas que dieron mucho que hablar y que motivaron que se viera involucrado en una polémica con un conocido poeta popular.

Al la pregunta ¿Qué entiende usted por literatura revolucionaria?, Díaz respondió a su vez con varias interrogaciones: "¿Debe ser la literatura revolucionaria necesariamente literatura de épocas de revolución social? ¿Una literatura que toque profunda y novedosamente problemas humanos —Dostoievski— es o no revolucionaria? ¿Cómo explicar la superioridad —a que aludía Engels— del 'católico y reaccionario Balzac' que, sin embargo, al decir de Marx supo prever el futuro sobre Zola? ¿Es revolucionaria una buena parte de la literatura soviética — Chapaiev, La Joven Guardia— que a pesar de tratar en todas sus páginas el tema de la Revolución quedarán en la historia como ejemplo de mala literatura? Y en Cuba, ¿son ejemplos de literatura revolucionaria las décimas del Indio Naborí, o las cuartetas de Martín Proletario? ¿Puede el socialismo aceptar que la antigüedad quede representada en la historia literaria por La Ilíada, la edad media por El Cantar Del Mío Cid, el capitalismo por La Montaña Mágica, y quedar él representado por una literatura reducida a la consigna?".

En su número de agosto 5, Bohemia publicó la "Respuesta fraternal a Jesús Díaz", en donde el Indio Naborí (Jesús Orta Ruiz, Guanabacoa, 1922) contestaba a las opiniones acerca de su obra aparecidas días atrás. Empieza dirigiéndose a Díaz, a quien no conocía personalmente, aunque aclara que todas las referencias que tenía sobre él eran buenas. No esperaba por eso que levantara su voz desdeñosa contra él, poniendo su caso "como centro de toda la problemática intelectual de Cuba". De su coraje juvenil y revolucionario, expresa, esperaba en realidad denuncia valiente "a todos los problemas que afectan el mundo de nuestra cultura". Y agrega: "Pero tú quisiste cerrar los ojos ante ese dilema, y disparaste contra el punto que te pareció más débil, y que si no es el más brillante tampoco es el más oscuro".

Pasa luego a referirse a lo difícil que considera que se pueda ser un crítico cabal a los veinticuatro años, pues "en esa edad, la pasión puede enturbiar los cristales de la realidad, y el crítico debe ser sereno y consecuente". Asimismo Naborí señala que por mucho que se haya estudiado, tampoco es posible a los veinticuatro años haber acumulado "los conocimientos suficientes para emitir aseveraciones absolutas". Para avalar su opinión, enumera algunos ejemplos de escritores con cuya obra los críticos se equivocaron o fueron injustos (Mark Twain, Rubén Martínez Villena, El Cucalambé).

Otro aspecto al que dedica buen espacio es al desdén que, según él, demuestra Díaz por la poesía popular, los trovadores cortesanos y los juglares, que constituyen la base indispensable para que se puedan dar poetas como Homero. Un desdén, apunta, que lleva a verlo como "un irresponsable guajiro intruso que planta sus botas enfangadas en el Palacio de Bellas Artes". Dado que Díaz lo considera un atrevido que ignora la técnica y se pone a versificar de manera primitiva y rústica, Naborí pasa a citar algunos juicios que en su momento se escribieron sobre su libro Estampas y Elegías (1955). Lo firman, entre otros, Juan Marinello, Agustín Acosta, Antonio Méndez Bolio, Rafael Suárez Solís, "personalidades que en cuestiones literarias, saben largamente más que nosotros".

Acerca del rumbo que tomó su obra después de 1959, expresa que para entonces ya había superado la etapa del simple versificador, y que la crítica más seria lo distinguía ya como poeta. En ese sentido, expresa a Díaz: "Eso lo ignoras o quieres ignorarlo. Lo primero es perdonable, pero lo segundo no es nada limpio". Comenta además que cuando comenzó la lucha ideológica, algunos dirigentes —"y por cierto nada incultos"— consideraron que su versificación cotidiana podía ser útil "como vía graciosa y sutil para llevar a nuestros campesinos y a nuestros obreros el mensaje de la Revolución". Aunque algunos le aconsejaron no aceptar tal tarea, Naborí la asumió gustosamente, "soltando el violín que ya estaba bien afinado, y tomando nuevamente la humildísima bandurria". Que le pregunten al Partido.

Esa vuelta suya a los orígenes populares, dice Naborí, recibió el elogio diario del pueblo, que solicitaba su presencia aquí y allá. Fue elogiada también por dirigentes nacionales, y a través de Vilma Espín y Blas Roca le llegó este mensaje de la comunista española Dolores Ibárruri, la Pasionaria: "El espíritu del Romancero español está en los versos del Indio Naborí. Siempre los leo con gusto y emoción". Admite que hay muchos textos suyos que tienen un carácter transitorio y sólo cumplieron un rol de tiempo y espacio. Pero en conjunto, no renuncia a ese poemario cotidiano, "porque si aisladamente pueden ser intrascendentes, yo sé que en la unidad tienen cierto valor. Si no pueden constituir la epopeya, serán, aunque tú lo dudes, apuntes emocionados para ella".

Y luego le comenta a Díaz: "Sin embargo, tú dices que son de relativa efectividad política, después de haberlos despojado de todo mérito artístico. Ese punto no voy a discutirlo. Pregúntale al Partido y a las organizaciones revolucionarias. Si un día esa labor, que tanto te molesta, no fuese necesaria, no habría que trucidarme. Bastaría que el Partido me dijera: ¡Ya! En cualquier frente de la Revolución yo estaría contento. Pero mientras que haya una organización revolucionaria que me lo solicite, lo seguiré haciendo gustosamente por el encargo, pues no me piden nada que no esté en mi corazón".

Al final de su respuesta, Naborí escribe: "¡Caray, Jesús, me estás volviendo vanidoso! Y esto no es bueno. Hay que ser modesto, sencillo, más en una hora en que hay tantos méritos callados y efectivos. Valga la autocrítica". Recuerda que tradicionalmente, las revistas y periódicos de Hispanoamérica han acogido la versificación popular, sin que los grandes artistas se hayan molestado. Y si esto fue ayer, "sería absurdo que una Revolución de obreros y campesinos desterrara el arte popular, única base del futuro Homero, por el escrúpulo de unos nuevos intelectuales aristocratizantes". Atribuye el juicio que Díaz expresó sobre su obra a su inmadurez, no a su innobleza, y confía en que esa actitud la modificará con los años: "Sé que tienes talento y hay en ti madera para tallar un gran espíritu".

En su número de septiembre 16, Bohemia publicó el artículo de Jesús Díaz "Para una cultura militante (Tres notas sobre arte, y otra)". Como se aclaraba, en cierta medida era una respuesta a la carta que le dirigió Naborí. Y en efecto, a partir de la reacción que sus palabras provocaron en el autor de Estampas y Elegías, redactó un texto que no pretende contestar de manera directa a éste, sino que es una fundamentación teórica y sólidamente sostenida del tema propuesto en la encuesta de Bohemia. Eso es aclarado por Díaz en la parte final de su trabajo, donde anota que esos apuntes, "en primer lugar, intentan ser más que una respuesta, un análisis de algunos de los graves problemas que afectan a la cultura cubana. En segundo lugar, en la carta de Naborí se mezclan, constante y lamentablemente, las más equívocas alusiones personales, con interpretaciones erróneas de mis palabras y las ideas de su autor sobre los problemas de la cultura (…) Nunca, en mis declaraciones, me referí a la persona, solamente tomé un aspecto de la obra, la escrita con posterioridad a la Revolución, para ilustrar una parte de mi pensamiento".

Comenta Díaz que muchas personas le han preguntado por qué no aludió a otros problemas en la encuesta. Estaban pensando, precisa, en un título concreto, Paradiso, no mencionada por él entre las obras cubanas que reflejan el proceso revolucionario. Su ausencia obedece a que, "independientemente de la opinión que nos pueda merecer dicha obra, la encuesta era sobre literatura revolucionaria. Nadie puede pensar en Paradiso al hablar de literatura revolucionaria. Entiendo que el populismo es un problema importante en la literatura revolucionaria. Por eso decidí llamarle al pan, pan; y al vino, vino".

Señala Díaz que la carta de Naborí fue acompañada por una buena cantidad de manifestaciones: "unas décimas 'alusivas' en el semanario Palante, un artículo de Víctor Agostini en el periódico El Mundo, una serie de mentiras difundidas desde un programa radial, y muchos comentarios infundados en salones y esquinas. Insisto en la idea de que resulta cualquier cosa, menos revolucionario, difundir clichés falsos sobre una persona cuya vida y obra se ignoran. Jesús Orta Ruiz no entendió el sentido de mis palabras y las redujo a la mención que hice de su obra. Se sintió tocado en lo personal; no fue mi intención, lo siento".

Jesús Díaz finaliza así su trabajo: "Para concluir, ratifico todos mis criterios expresados en la encuesta sobre literatura revolucionaria, y espero que el sentido impersonal de las notas anteriores faciliten la discusión de ideas".