Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Artes Plásticas

Postpintura: Entre fotografía digital y caballete

A raíz de 'Amsterdam', la última exposición de Armando Mariño.

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Si la pintura vuelve a ocupar un protagonismo renovador en el campo de producción de las artes visuales se debe, fundamentalmente, a un cambio en su estrategia discursiva. En términos estéticos esto se traduce en una postura diferente tanto hacia los materiales como hacia los soportes.

La nueva pintura pacta con todos los avances tecnológicos, pero también deja abierto una vía de rebelión como revisión crítica en el empleo de dichos avances a la hora de plasmar el hecho pictórico.

Desde el punto de vista estético, es aventurado designarla con un estilo específico, pero si se puede adelantar que orienta su visualidad hacia a un realismo de nueva connotaciones conceptuales. Es decir, que instituye su capital simbólico y su poética expresiva en una percepción esencialmente virtual de la realidad, en la medida en que el soporte fotográfico digital se convierte en terreno privilegiado para destilar las diferentes propuestas.

Amsterdam, la actual exposición de Armando Mariño en la galería Fernando Pradilla de Madrid, además de constituir un giro en la trayectoria pictórica del autor, es un claro ejemplo de la nueva estrategia discursiva asumida por la pintura actual.

En anteriores exposiciones como Angustia de las influencias o Estéticamente correcto, por ejemplo, Mariño anclaba su expresión en códigos estéticos de la Neo figuración, donde el contenido sociopolítico precedía al discurso propiamente pictórico con un fuerte componente de narratividad.

Antes, se “reproducían” obras o fragmentos de obras representativas (más que reproducir, se citaban) de la historia del arte pasada o contemporánea que, parodiadas a través de la figura del negro, generaban nuevos sentidos de formas y contenidos.

En Amsterdam, en cambio, sin abandonar el ámbito de la figuración y la sensualidad retiniana, Mariño postula una nueva actitud en los mecanismos de represtación del discurso pictórico. Aquí el arranque figurativo ya no son imágenes representacionales de obras reconocibles, sino fotografías digitales manipuladas por ordenador de sucesos relacionados con el terrorismo sacados del espacio sociocultural.

Estas fotografías, después de ser impresas, sufren nuevos procesos de manipulación: son dobladas, rasgadas o fragmentadas y vueltas a recomponer y escaneadas. De este diálogo o encuentro de medios físicos y virtuales, de esta disolución permanente del referente hasta borrarle cualquier evidencia que lo haga irreconocible como una imagen de la realidad, emerge esa extraña textura que remite, de algún modo, a un inquietante realismo de figuración temblorosa, destilado por las obras que forman la muestra. Son los casos, por ejemplo, de trabajos como House of the Victims, Bus o Storm, todas del 2005.

Amsterdam parece tematizar el terrorismo como uno de los tantos efectos “colaterales” del neo capitalismo liberal, cuya ideología encarna el fenómeno de la globalización. Sus imágenes, sin embargo, no son literales o evidentes de masacres o situaciones de violencia terrorista. De este modo, el espectador es obligado a recrear su propio correlato, a reconstruir a partir de su imaginación un cuadro que en apariencia se muestra incompleto. Lo reconstruye con una carga de subjetividad, que en el caso de la foto se hubiese visto agotada en virtud tanto de la repetición informativa como de su escasa ambigüedad poética.

En plena era globalizada, en pleno encuentro de civilizaciones con un formidable crecimiento sociocultural, existe también un foso difuso e insondable que es el terrorismo. Existe y no ya como guerra pública entre estados, sino como privatización del horror, que en definitiva es la privatización de la guerra.