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Santí, Antología, Literatura cubana

Rescatar del silencio y el olvido

Tres compilaciones de textos dispersos o perdidos de Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y Virgilio Piñera vienen a contribuir a que podamos tener una idea más completa y cabal de la ejecutoria de esos escritores

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Para el ensayista e investigador Enrico Mario Santí, el pasado ha sido un año muy fructífero. A lo largo de 2022 salieron de la imprenta tres antologías preparadas y prologadas por él: Libro de Arenas. Prosa dispersa 1965-1990 (Casa Vacía-Arteletraestudio, 458 páginas), El silencio que no muere. Poemas 1953-1964 (Huerga y Fierro, 204 páginas) y Teatro perdido (Arteletraestudio, 322 páginas). En ellas ha recopilado textos de Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y Virgilio Piñera, respectivamente. Esos tres libros vienen a engrosar y enriquecer una extensa bibliografía que, pese a la variedad de autores y temas que cubre, en conjunto se caracteriza por el impecable rigor y el esmero que Santí pone en todo lo que hace.

Paralelamente a su faena ensayística y muy vinculada a ella, Santí se dedica también a rescatar del olvido textos pertenecientes a escritores relevantes. Me refiero al valioso trabajo que significa recuperar para los lectores páginas que, por haberse publicado en revistas y periódicos, hoy resultan muy difíciles de consultar. Inició esa labor con Primeras letras (1988), un volumen en el que recopiló una amplia selección de escritos desconocidos del mexicano Octavio Paz, fechados entre 1931 y 1944, es decir, en sus años de formación. Al comentar aquel título, Hugo Verani expresó que Santí merece el reconocimiento de todos los estudiosos del autor de El laberinto de la soledad. Y opina que su mérito es doble: “recopilar textos dispersos de Paz, enterrados en publicaciones de difícil acceso, y esclarecer con precisión su itinerario artístico y humano”.

No he podido acceder a Libro de Arenas. Prosa dispersa 1965-1990, así que daré noticia de su salida a través de materiales que he podido consultar en la red. Se trata de segunda edición revisada y aumentada de la compilación publicada originalmente en 2013 en México por DGE Equilibrista/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y que cuenta con prólogo y notas de Santí y Nivia Montenegro. Como estos apuntan en el texto de la contraportada, en la misma se reúnen textos de Reinaldo Arenas (1943-1990) que quedaron rezagados al morir él y que hasta ahora no se habían rescatado. Al referirse a ellos, los compiladores expresan que “todos están atravesados al menos por tres temas: la pasión literaria, la política anticastrista y la fuerte personalidad de su autor”.

Aclaran, no obstante, que Libro de Arenas no es propiamente una obra literaria, ni tampoco un alegato político. “Se trata de una voz rescatada de la dispersión —vale decir, del silencio y del olvido—, máxime cuando muchas de las causas que provocaron esa voz siguen silenciando a tantas otras”. Justifican su publicación argumentando que en nuestros días, cuando la obra del autor de Celestino antes del alba cuenta con una creciente popularidad y ha encontrado su público lector, “faltaba completarla con una voz, dispersa más allá de la otra que sobrevive, y hoy reunimos en este modesto pero no por ello menos importante, o infinito, Libro de Arenas”.

En un comentario sobre ese libro, Duanel Díaz Infante ha destacado la importancia de que esté accesible todo Arenas, “porque incluso en la parte menos lograda de su obra de ficción, que es la poesía y el teatro, y en sus desiguales ensayos, reseñas y prólogos, chispea su genio extraordinario”. Esa labor de propiciar una lectura completa, afirma, la viene a facilitar Libro de Arenas. Cita las palabras del prólogo de Santí, para quien esta antología “complementa esos tres puntales de la bibliografía de Arenas que son Antes que anochezca (1992), la compilación de ensayos Necesidad de Libertad (1986; 2001) y las Cartas a Jorge y Margarita Camacho (1967-1990) (2011)”.

Este es ya el Arenas que conocemos

Díaz Infante se refiere al contenido y anota que “además de ensayos, reseñas, cartas abiertas, escritos autobiográficos y dos largas entrevistas realizadas recién llegado al exilio, Libro de Arenas incluye algunos textos de ficción: el bosquejo de Otra vez el mar que la editorial barcelonesa Argos Vergara publicó en la primera edición de la novela, los «treinta truculentos trabalenguas» dispersos en El color del verano, y cinco cuentos escritos a comienzos de los sesenta, entre los cuales se encuentra «Los zapatos vacíos», aquel relato que impresionó a Eliseo Diego y le franqueó a Arenas, a sus veinte años, la entrada a la Biblioteca Nacional”.

Expresa, asimismo, que “es en esta segunda sección, titulada «Literatura», donde radica, a mi entender, la mayor contribución del libro. Si bien los cuentos son tentativos, las reseñas, publicadas en las revistas Unión, La Gaceta de Cuba y Casa de las Américas entre 1967 y 1970, no lo son: este es ya el Arenas que conocemos; el caudal y la cadencia de su prosa, ese brillo que los descuidos o imperfecciones formales que asoman alguna que otra vez no mellan en absoluto. No deja, sin embargo, Arenas de sorprendernos por la agudeza de sus juicios críticos”.

Si en Primeras letras Santí reveló a un Octavio Paz en su etapa formativa, en El silencio que no muere. Poemas 1953-1964 ha realizado algo similar con Severo Sarduy. Su meticulosa labor de búsqueda en bibliotecas y archivos ha dado como fruto una muestra completa de los primeros textos poéticos del escritor camagüeyano. Como anota en la introducción que los precede, un rescate inicial de ese canon lo hizo Cira Romero en Severo Sarduy en Cuba, 1953-1961 (2007). Esos 44 poemas escritos entre 1953 y 1959 han sido incorporados a esta edición, que “sobrepasa ese número en más del doble, añadiendo algunos rezagados, otros inéditos y expandiendo las fechas hasta 1964, cuando de su propia mano el autor publica Poemas bizantinos”.

Santí comienza la extensa introducción resumiendo sucintamente las gestiones hechas por él, y detalla las fuentes consultadas para reunir el material del libro. Pasa después a hacer un recorrido de la trayectoria biográfica de Sarduy hasta su llegada a Francia. Lo que vino después, aclara Santí, es decir, el resto de su vida y su brillante carrera literaria, rebasan los limites cronológicos de su texto introductorio.

Las páginas restantes, que ocupan la mayor parte del espacio, están dedicadas a la producción poética recopilada en El silencio que no muere. El compilador la ha distribuido en tres bloques: I-Camagüey (1953-1955), II-La Habana (1956-1959) y III-Atlántico (1959-1964). Este último está conformado por páginas escritos por Sarduy a medida que se fue desplazando a lo largo de tres mares: el Caribe, el Atlántico y el Mediterráneo. Se cierra con Poemas bizantinos, conjunto en el cual el joven poeta ensaya nuevos caminos. Se trata, afirma Santí, de “la más experimental de sus secuencias, una serie de doce textos escritos, o al menos concebidos, durante un viaje a Grecia y Turquía en agosto de 1961 pero no publicados hasta 1964”.

Destellos del poeta que despunta

Santí hace una perspicaz lectura del contenido de esos tres bloques. Desentraña sus claves, señala balbuceos; pero de igual modo también sabe percatarse de los destellos del poeta que ya despunta, con hallazgos a tomar muy en cuenta. En algunos poemas descubre además antecedentes que se proyectarán en la obra posterior de Sarduy. Así, subraya que los Poemas bizantinos hacen recordar el “Diario indio” de su novela Cobra (1972), “con sus abundantes, impresionantes pasajes ecfrásticos, tan intensos como misteriosos”. Y concluye expresando:

“No cabe duda, al menos para este editor que también fue amigo y lector, que estos primeros poemas, aun contando balbuceos juveniles y posteriores ripios, tienen poco que envidiarle a la producción de poetas de su propia generación, ni en Cuba ni en lengua española. Una secuencia lírica como «Fábulas», por ejemplo, bastaría para asegurar un prominente puesto en el canon. Por eso resulta a todas luces inexplicable que a estas alturas su obra siga ausente de las múltiples antologías que se le han dedicado al tema, tanto dentro como fuera de Cuba (…) Pero la historia, como sabemos, es implacable y justiciera. La justicia no es solo poética”.

A lo anterior hay que sumar otros aspectos que hacen de El silencio que no muere un esmerado y valioso trabajo. En una sección titulada “Algunos facsímiles” se pueden ver fotos de unos poemas aparecidos en el periódico El Camagüeyano, la página inicial de los Poemas bizantinos y el Calendario médico de Warner, 1948, que Sarduy usó en 1955 como cuaderno poético. Se incluye, asimismo, un álbum con doce imágenes del escritor, tomadas en Camagüey, La Habana y París. Completan ese bloque final una lista de las fuentes de donde procede cada uno de los poemas y un índice de sus primeros versos. Todos esos materiales quedan muy bien reproducidos gracias a la buena calidad del papel. Un último aspecto a apuntar es el tipo de letra y el puntaje escogidos, algo que los lectores han de agradecer.

Teatro perdido es el título con el cual inicia su andadura la Biblioteca Vacía. De acuerdo a lo que apunta Santí, es un esfuerzo común que está animado por el objetivo de “dar a conocer obras inéditas o perdidas de escritores y artistas, no solo cubanos”. A eso añade: “Proponemos no un faro, aunque sí al menos una intensa linterna que ayude a conocer esas obras, sobre todo de autores consagrados que han caído por la borda y merecen nueva vida”. El proyecto contará con la colaboración de la editorial Casa Vacía, y Santí invita “a los interesados a que no solo consuman nuestra oferta, sino ofrezcan las que ellos atesoren o puedan ayudarnos a ese rescate, a esa iluminación”. Al tomo que reúne la producción dramática dispersa de Piñera, se sumará otro que rcogerá sus Poemas perdidos.

Integran este primer volumen cinco obras que nunca fueron publicadas en libro: Clamor en el penal, En esa helada zona…, Los siervos, Poema teatral y ¿Un pico o una pala?. Con la primera, su autor se estrenaba en la escritura dramática. La última la estaba escribiendo cuando la muerte lo sorprendió y quedó sin terminar. En esta helada zona… estaba perdida y los lectores tienen acceso a ella por primera vez. Los siervos se publicó en la revista Ciclón, y años después Piñera la descreditó y rechazó. Tras su muerte, fue llevada a escena por Teatro de la Luna, bajo la dirección de Raúl Martín.

Poema teatral fue un guion breve que su autor concibió para el grupo Teatro Estudio, que lo estrenó en 1969. Un dato curioso es que Piñera además intervino en las representaciones, probablemente en el papel del Narrador. El texto fue dado a conocer en 2001 en La Gaceta de Cuba. Al igual que hace en las compilaciones anteriores, Teatro perdido cuenta con un texto introductorio, en el cual Santí, además de proporcionar una documentada información, realiza una inteligente lectura de esas obras.

Los tres volúmenes a cuya publicación me referido representan tres aportaciones muy valiosas. Reunir la obra dispersa de un autor resulta una labor imprescindible y muchas veces contribuye a que podamos tener una idea más completa y cabal de su ejecutoria. Algo que resulta particularmente necesario cuando se trata de escritores tan relevantes como Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y Virgilio Piñera.