Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Literatura cubana, Cecilia

Retrato de un país y una época

La nueva edición de Cecilia Valdés constituye una notable aportación, que propone y estimula una lectura que subvierte la manipulación que le agregó envoltorios y mitificaciones y la redujo a producto sentimental de entretenimiento

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Tras las dos últimas ediciones que circularon en Cuba, Cecilia Valdés o La Loma del Ángel merecía un desagravio. La de 2011 apareció con el título incompleto; la de 2014, con una fea portada en la cual se ve una figura femenina que grita: “¡A ella, a él no!”. Vaya por Dios Todopoderoso, que se le haga esto al que, a juicio de Manuel de la Cruz, es “el libro más revolucionario que haya engendrado el intelecto cubano”.

Pues bien. Ese desagravio acaba de producirse y se puede afirmar que no puede ser mejor. La novela de Cirilo Villaverde vuelve a estar al acceso de lectoras y lectores con la edición anotada que prepararon el escritor Reynaldo González y la investigadora Cira Romero (Ediciones Boloña, Publicaciones de la Oficina del Historiador, Colección Raíces, La Habana, 2018, 505 páginas). Se ha impreso como un libro de gran formato, que posee una expresiva portada que firma Sigfredo Ariel.

Esa cubierta, además de sus valores estéticos, constituye el pórtico visual idóneo para esta edición. No aparece en ella una recreación de su celebérrima protagonista, ni tampoco una imagen alusiva al romance incestuoso que se cuenta en la novela. A partir de grabados antiguos, Sigfredo Ariel armó una suerte de mural que establece un contraste entre la vida de lujos y saraos de la sacarocracia cubana y la inhumanidad de la trata de esclavos, pilar este en el cual se sustentaba la bonanza de ese sector de la sociedad colonial. Esto es, muestra un cuadro panorámico de esta. Y ese es precisamente el criterio rector de esta edición, como lo adelanta sucintamente González en esta nota que se lee en las primeras páginas:

“Esta edición de la novela Cecilia Valdés o La Loma del Ángel, de Cirilo Villaverde, se basa fielmente en la que publicó el autor en 1882. Intentamos rescatarla de recensiones interesadas que accidentaron su comprensión en más de un siglo. No se trata de hallazgos, sino de elementos que estaban visibles sin que fuesen atendidos. En nuestra lectura cosechamos líneas de la novela y citas de la correspondencia privada del autor y del grupo delmontino, para obviar interpretaciones más inspiradas que investigadas. Consciente del ambicioso plan de su obra —retrato de un país y una época desde una historia de amor interdicto—, Villaverde esclareció dos columnas: su trabajo de narrador y su vida de combatiente anticolonialista. En atención a algunas lagunas de información que puedan tener las actuales generaciones sobre el período anterior a nuestras guerras de independencia, incluimos referencias de asuntos que toca el tema central, alejados de la novela, que permitirán compulsar datos y propiciarán fuentes complementarias. Las que remitan a páginas del relato, de satisfacción inmediata, las ponemos entre corchetes; a las otras damos el tratamiento habitual. Actualizamos la ortografía y allanamos las abreviaturas, socorridas en el intercambio habitual. Esta labor, alejada de todo afán retórico, fue posible gracias a la experiencia y la generosa colaboración de la investigadora Cira Romero”.

El empeño de González por rescatar la obra cumbre de nuestro siglo XIX de las lecturas fáciles, superficiales y atenidas a criterios preconcebidos, se remonta a algunas décadas atrás. En su libro Contradanzas y latigazos, publicado en 1983 y que tuvo una edición aumentada en 2013, se propuso escudriñar Cecilia Valdés desde el presente. Realizó una lectura desacralizadora y cuestionadora, que arroja luz sobre ángulos ciegos de la novela y desmitifica conceptos esenciales de nuestra cultura. Parte, como anuncia en el título, de “los chasquidos del látigo” y “los juguetones compases de la contradanza”, para examinar el complejo entramado de relaciones y sectores sociales que había entre esos dos polos.

Destaca el acierto de Villaverde, al “haber captado una época y una concepción de la vida en sus más complejos pormenores”, en una obra que constituye una reconstrucción crítica de la realidad colonial. Emplea un copioso cuerpo de documentos y referencias, que reunió mediante una acuciosa investigación. Su aguda inteligencia y su sólido conocimiento de la época dieron lugar a un texto que es un modélico ejemplo de estudio interdisciplinario. En su libro mezcla crítica literaria, observaciones sociológicas, valoraciones históricas, sin que falten apelaciones a recursos narrativos.

Pormenorizada descripción de la vida habanera

Para la edición objeto de estas líneas, González redactó un extenso estudio introductorio de 63 páginas, titulado “Cirilo Villaverde y los Delmontinos: El drama racial en Cecilia Valdés”. En el mismo aporta nuevos argumentos a lo antes escrito por él. Entre otros muchos aspectos, comenta que cuando las primeras ediciones empezaron a aparecer, en las primeras décadas del siglo XX, la novela “padeció la torcedura frívola de considerarla puro entretenimiento, bajo apreciaciones de simples gacetilleros”. La recensión se centraba en el principal personaje femenino, traduciendo la consideración que en la colonia se daba a mujeres como ella, “mulatas expósitas, generalizadas rumbosas y de mala fortuna”. Al respecto, González anota que los atractivos bien perfilados que el autor le puso “parecieron trampas de seducción, sin que faltasen apreciaciones presuntamente científicas”.

En cuanto al debate —en su opinión, sobrevalorado— de su definición como participe por igual del costumbrismo y del romanticismo, González afirma que Villaverde asumió el primero “desde ángulos menos favorables al ambiente retratado, porque su comprensión del género divergía de sus colegas (…) No se detuvo en condescendencias al indicar la habitual orientación de estampas y curiosidades”. Y sostiene que tampoco se ciñó “al patrón heroico-romántico de presumibles luchas y personajes vindicadores”.

Y al hacer una valoración general de la obra, González concluye que “pocas novelas decimonónicas de América Latina tuvieron el destino de Cecilia Valdés: ser un documento de obligada consulta sobre un período marcado por la violencia y el crimen, sin perder la condición de relato sentimental. Junto a las características dadas a los personajes y una pormenorizada descripción de la vida habanera, indaga en el imaginario colectivo y las instituciones cuya crueldad e intolerancia motivaron el argumento”.

Cira Romero también contribuye a la edición con un texto, mucho más breve que el de González. Se titula “Cecilia Valdés o La Loma del Ángel: idas y vueltas de una novela” y en él detalla el proceso que hizo que la llamada “primitiva” Cecilia Valdés de 1839 se transformara, al pasar de la revista La Siempreviva a publicarse en libro ese mismo año, en “el inicio y la cima de un género”. Romero además expresa su valoración de la obra magna de Villaverde y apunta que “muestra el talento y la perseverancia de quien sabía, o presentía, que de sus manos había nacido una materia viva, que debía modelar para la posteridad”.

A la investigadora se deben, asimismo, los materiales adicionales que optimizan la edición: el bloque Cirilo Villaverde y su época, la bibliografía citada y consultada y el listado de las ediciones que pudo localizar. Al revisar estas últimas páginas, sale a la luz que la primera traducción fue al inglés, en 1935. Las siguientes fueron al ruso (1963), el polaco (1976), el rumano (1983), el checo (1983), el francés (1984), el chino (1986) y el portugués (2011).

También pertenecen a Romero los varios centenares de notas que contribuyen a que hoy se pueda disfrutar y comprender mejor la novela. Unas sirven para identificar a personajes reales que aparecen o se mencionan (Francisco Vives, José Severino Boloña, Vicente Escobar, para citar unos pocos). Otras ubican con exactitud lugares de La Habana en donde se desenvuelve la acción: Iglesia del Espíritu Santo, Barrio de San Isidro, Casa de Gobierno, Cuartel de Dragones, Colegio de Buena Vista, Jardín Botánico, Teatro Principal; o bien documentan hechos históricos a los cuales se alude (el Tratado de Inglaterra de 1817, la Constitución de 1812, el año en que ahorcaron a Aponte). Y, por último, están las notas que aclaran el significado de términos y frases ya en desuso. Por ejemplo, de ponina en ponina (de fiesta en fiesta), el naipe (la cabeza), de luego a luego (pronto, de inmediato), gañate (la garganta), gustar la tijera (hablar mal del prójimo), vaqueta (cuero), me tengo tragado (estar convencido).

Pienso que de las líneas anteriores se puede deducir que esta nueva edición de Cecilia Valdés es de un gran valor. Por un lado, propone y estimula una lectura que subvierte la manipulación que le agregó envoltorios y mitificaciones y la redujo a producto sentimental de entretenimiento. Aquí, en cambio, se propicia una interpretación en buena ley, que, atiende, ante todo, lo que dijo Villaverde. Por otro, incorpora materiales complementarios que proporcionan elementos para un aprovechamiento razonado de su lectura.

Se trata, en suma, de una notable aportación que permite un disfrute cabal de la novela: entrar en sus detalles, gozar sus matices, las referencias a la época, las figuras y hechos históricos, las costumbres, los modos de pensamiento.