Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura, Literatura cubana, Literatura infantil

Ser iguales, pero no demasiado

Cristina Rebull obtuvo este año el Premio Norma con un libro para niños, que tiene el acierto de tratar un tema serio de modo refrescante y divertido

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Aunque cuenta con una trayectoria más que respetable como actriz, dramaturga y directora de teatro y televisión, hasta ahora Cristiana Rebull no tenía antecedentes conocidos en la literatura para niños. Por eso constituyó toda una sorpresa que este año obtuviera el Premio Norma, que por primera vez ha recaído en un autor de Cuba. No pudo haber tenido un inicio mejor, ya que se trata de un galardón muy importante, creado en 1995 para estimular entre los escritores latinoamericanos la literatura para niños y jóvenes, y también despertar y consolidar en ese público el gusto por la lectura.

Entre todas las obras presentadas este año, escritas en español y en portugués, el jurado seleccionó Por culpa de una S. Sus integrantes argumentaron que la obra de Cristina Rebull “se caracteriza por su excelente calidad, la originalidad en el tratamiento del tema del doble, la frescura del personaje infantil y el manejo del humor”. El libro fue publicado hace algunas semanas, y dado que las ediciones de Norma se distribuyen en unos cuantos países, tiene asegurada una amplia difusión.

Ya desde el título mismo del primer capítulo, Cristina Rebull anticipa que su novela no va a discurrir por los caminos más tradicionales: “Capítulo anterior al capítulo primero que también puede leerse como capítulo final”. Y en efecto, la frenética persecución en el interior de un hospital que allí se narra, tiene su desenlace en el último capítulo. En los nueve que siguen al “anterior al primero” se cuenta la historia que empezó un año atrás, cuando Fanuel, el narrador, y su hermano gemelo Manuel cumplieron, con un minuto de diferencia, los diez años.

Esa historia tiene como personajes a una familia un tanto alocada y singular, compuesta por tres generaciones… de gemelos. Gemelos además que son idénticos, y a los cuales se les ha enseñado a mantener la igualdad por encima de todo. Eso empieza por los nombres con los que se les ha bautizado (Fanuel y Manuel, Delia y Dalia, Eloy y Aloy, Amelia y Amalia, Eslinda y Erlinda) y se extiende a la ropa que usan. Incluso en algunas ocasiones la abuela y la tía abuela repiten al unísono palabras que aprendieron cuando eran niñas: “¡desastre!”, para las situaciones embarazosas; “divino, divino”, cuando las circunstancias son favorables.

Un incidente ocurrido la celebración del cumpleaños de Fanuel y Manuel es calificado por Amalia con el primero de esos términos. La anciana, quien era la que con más pasión defendía lo de ser iguales, descubrió que la colita de la letra ese de FELICIDADES en la torta de Manuel era más larga y delgada que la de su hermano. Lo que para otros miembros de la familia era un detalle sin importancia, para Amalia no lo era: “Ahí está el error. Una ese hoy, otra mañana y poco a poco dejamos de ser quienes somos”.

La repentina muerte de una de las abuelas viene a generar después una situación de cambio. Pero dado que las dos eran idénticas, inicialmente sus familiares no sabían de cuál de ellas se trataba. Todos se enfrentan a esa incógnita y aguardan alguna señal que les revele la identidad. Finalmente, la que está viva les dice que quien falleció fue Amalia. A partir de entonces y aunque era esta a quienes él y su hermano más querían, Fanuel comenzó a sentir que compartía con Amelia una complicidad que no alcanzaba a comprender en toda su dimensión.

Eso sí, no dejaban de intrigarle ciertas actitudes raras de ella. Por ejemplo, que no supiese dónde está la nuez moscada o que retozara en la cama con Constante, cuando se jactaba de que no le agradaban los perros: “Nunca me agradaron y no me van a empezar a gustar después de vieja”. Pero el narrador lo atribuye a la muerte de Amalia: “Ha perdido a su hermana y como está sola, no sabe exactamente quién es”.

Por culpa de una S, sobre cuyo argumento me abstendré de dar más detalles, tiene el acierto de tratar un tema serio de modo refrescante y divertido. El narrador y su hermano comprenden que ser distintos no tiene por qué ser un desastre; que se puede buscar la diferencia en la igualdad; y que cada persona debe preservar su identidad y defenderla por encima de todo. Al final, los dos logran que pese a ser una familia de gemelos, ya no sean tan iguales. En primer lugar, sus recién nacidas hermanas se llamarán Aurora y Rosario, para que desde pequeñas entiendan que aunque son gemelas, pueden ser diferentes. Asimismo, por primera vez Fanuel y Manuel recibirán regalos distintos el día de su cumpleaños. Como al primero le gusta escribir, su papá le ha prometido una computadora. Y el segundo aclaró que “para nada le interesa una computadora y que prefiere un juego de construcción con muchos tornillos, tuercas, destornilladores y pinzas”.

Respecto a sus méritos estéticos, el libro de Cristina Rebull justifica los elogios del jurado que lo premió. Está muy bien narrado y estupendamente escrito, con una prosa que cuida tanto la calidad literaria como el desenfado de su narrador infantil. Su autora logró además darle un tratamiento original e imaginativo al tema de la diferencia, que en los últimos años otros autores han tratado desde ángulos más explícitos (por ejemplo, el color de la piel o la opción sexual). A eso se suma el buen manejo del humor, que está dosificado de manera que no resta seriedad al asunto. No quiero dejar de mencionar las ilustraciones de la colombiana María Fernanda Montilla, llenas de gracia y encanto. Son esos los principales alicientes que encontrarán quienes se asomen a las páginas de Por culpa de una S.