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Teatro inglés, Shakespeare, Teatro

Shakespeare entre doctores y enfermeras

La compañía Cheek by Jowl se atreve con uno de los romances tardíos del dramaturgo inglés. El resultado es un espectáculo dinámico, limpio, atento a los detalles, en el que no hay nada que distraiga de la palabra y del juego actoral

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Los espectáculos de Cheek by Jowl suscitan la admiración dondequiera que se presentan. Eso quiere decir por medio mundo, pues acumulan presentaciones en 400 ciudades de varios países. El grupo fue fundado en 1981 por Declan Donellan (Manchester, 1953), a quien el diario francés Le Figaro definió como “irlandés por el origen, inglés por educación, europeo por cultura, universal por el pensamiento y uno de los directores de escena más originales de hoy”. Desde la creación de Cheek by Jowl, trabaja con el escenógrafo Nick Ormerod, su socio y pareja. Sus nombres aparecen unidos en las más de 30 producciones de la compañía, a las cuales hay que sumar los que Donellan ha realizado con el Royal National Theatre, Old Vic, Teatro Maly de San Petersburgo, English National Opera y Teatro de Arte de Moscú.

Aunque ha llevado a escena textos de Brecht, Alexander Ovstroski, Alfred de Musset, Lermontov, John Webster, Calderón de la Barca, Sheridan, Racine, Lessing, Lope de Vega, Chéjov, Jarry, Pushkin y Tony Kushner, a Donellan debe su fama internacional a los montajes de Shakespeare. Este es el autor predilecto de Cheek by Jowl y desde sus inicios se mantiene en su repertorio. Considerado como el mejor discípulo de Peter Brook, Donellan es uno de los grandes renovadores de la dramaturgia shakesperiana, la que ha dado modernidad y frescura y ha liberado de la solemnidad. Sabe escudriñarla con una óptica limpia y desprejuiciada, capaz de redescubrirla y aportarle nuevas lecturas. Troilo y Crésida, El rey Lear, La duodécima noche, Como gustéis, Otelo, Sueño de una noche de verano, Hamlet, Medida por medida, Mucho ruido y pocas nueces, son algunas de las obras escenificadas por él, varias de las cuales cristalizaron en montajes que han devenido legendarios.

Actualmente, Cheek by Jowl es una compañía inglesa con una dimensión transnacional: cuenta además con elencos en Rusia y Francia. Precisamente con este último acaba de presentarse en Madrid en el Teatro María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional. Conviene decir que sus visitas a España son regulares y frecuentes (la primera data de los años 80). Aquí cuentan con un público fiel que aguarda con impaciencia su retorno. Eso explica que desde hace varios meses estuviesen agotadas las entradas para las cinco funciones de Pericles, príncipe de Tiro. Se trata de la primera producción en francés del grupo, después de Andromaque y Ubu Roi. Tras su estreno en París, pasó al Barbican de Londres y este fin de semana recalará en el Festival de Teatro de Nápoles, Italia.

Ha sido una arriesgada y valiente decisión la de Donellan al escoger Pericles, mucho más para su primer Shakespeare en francés. Forma parte del ciclo de sus romances tardíos, que incluye Cimbelino, Cuento de invierno y La tempestad (todas han sido montadas por Cheek by Jowl). Se suele representar muy poco y es una de sus obras más extrañas. Aunque está incluida en el First Folio, edición que recoge el corpus dramático del escritor, los estudiosos solo le atribuyen a este parte de su texto. Donellan y Ormerod permiten ahora compartir la gloria de la coautoría al largamente olvidado George Wilkins, a quien Harold Bloom defino como “un plumífero de baja estofa”. Pese a poseer algunas escenas notables, no se puede decir que Pericles sea una buena obra. Abundan las arbitrariedades e inverosimilitudes, y los dos primeros actos —cito de nuevo a Bloom— están expresados espantosamente y no pueden ser de Shakespeare. Ben Jonson calificó la obra de “cuento mohoso”, una reputación que desde entonces la ha acompañado.

Como ocurre con otros textos de Shakespeare, en Pericles se confluyen fuentes diversas: obras de historiadores, cronistas y poetas superpuestas a planos mitológicos, políticos, sociales y metafísicos. Está inspirada en el célebre político griego Pericles, y narra una trama llena de sucesos en los que el azar y los dioses desempeñan un papel importante. Pericles adivina el enigma de Antíoco el Grande y con él, el incesto que este está cometiendo. Huye de Tiro para salvar su vida y se ve expuesto a numerosas aventuras y desventuras. Al igual que Ulises, viaja por el Mediterráneo y acepta con pasiva sumisión una cadena de catástrofes. Naufraga y llega a Pentápolis, donde se casa con Thaisa, hija del rey local.

Pericles no merecía ni el dolor primero ni la redención después

Se entera después que Antíoco ha muerto y cuando sale de regreso a Tiro, su mujer muere al dar a luz. Pericles cede a la superstición de los marineros y lanza su cadáver al mar. Encomienda al gobernador Cleonte el cuidado de su hija Marina. Cuando esta es una joven, la esposa de Cleonte la manda a matar por celos, pero unos piratas la rescatan solo para venderla después a un burdel. Allí a cada hombre que intenta tener relaciones sexuales con ella, Marina lo convierte con su bondad y con sus prédicas sobre el poder de la castidad. Al final, la familia se reúne. Thaisa no murió, sino que llegó en el ataúd a Efeso. Allí es curada y al creer que su marido ha desaparecido, se convierte en sacerdotisa de la diosa Diana. Marina contrae matrimonio con un noble que era antiguo cliente del burdel, y cuya lujuria ella ha logrado convertir en amor.

Familias deshechas, incesto, explotación sexual, traición, torneos, naufragios, intentos de asesinato, intervenciones divinas: todo esa hay en este drama que tiene mucho de melodrama. A lo largo de sus cinco actos desfilan pescadores, piratas, princesas, chulos, miembros de la realeza, caballeros y un príncipe exiliado. ¿Qué director se atrevería a montar una obra así? Posiblemente solo Donellan, quien supo ver en ella la fábula de un hombre que se distancia de los seres queridos y que lentamente se vuelve a reunir con ellos. “En un determinado momento de su vida, Pericles se da cuenta de que ha perdido todo, de que no le quedan asideros, e intenta desesperadamente recuperarlos, reubicarse, pero nada a su alrededor parece ayudarle. Sus esfuerzos son inútiles. Pero después de perder toda esperanza, de pronto, el caos sale al rescate suyo y todo empieza a encajar de nuevo. Pericles es un tipo que no merecía ni el dolor primero ni la redención después. Al final, la obra habla de volver a casa y de cómo regresar al hogar puede ser muy doloroso. En otras manos, esto puede parecer ingenuo o sentimental. Pero nunca en la pluma de Shakespeare”, ha comentado.

¿Cómo dar unidad a una obra con una narrativa inconexa, cuyo argumento transcurre durante casi 15 años y que Shakespeare escribió a cuatro manos con un autor menor? Donellan dio solución a todo ello ubicando la acción en la sala de un hospital. Para ello, Ormerod concibió un aséptico espacio con paredes pintadas de azul. Por más insólito que pueda sonar, la obra se desarrolla totalmente dentro de ese ámbito. Ese concepto que rige el montaje inicialmente puede desconcertar, pero lo cierto es que resuelve varios de los problemas del texto, aunque no deja de sumar algún otro, al que más adelante me he de referir.

En primer lugar, la elección del hospital pienso que se fundamenta en que es un escenario de profundas connotaciones humanas: está asociado a nacimiento, muerte, curación, duelo. Asimismo, al reducir la obra a ese único espacio Donellan y Ormerod parecen decir que esta es esencialmente una historia sobre las relaciones familiares, algo que la constante presencia de Pericles, Thaisa y Marina nos recuerdan. En cuanto a la elección del color azul, cabe deducir que remite al mar, donde Pericles vivió parte de sus peripecias e infortunios y perdió a su mujer.

El montaje se inicia con una escena silente de unos cinco minutos que no figura en el texto. Un enfermo inconsciente yace en una cama. Sentados en unas sillas plásticas están su esposa, su hija y su yerno. Hablan en voz baja con el doctor, mientras los asistentes realizan sus faenas habituales. El enfermo está en coma, parece haber perdido sus facultades mentales, y en un momento dado pasa a tener alucinaciones, probablemente a causa de la morfina. A partir de ahí, la narrativa avanza con constantes cambios de personajes, lugar y tiempo, a través de una serie de episodios que se alternan con el retorno a la rutina del hospital. La historia que se cuenta tiene lugar, pues, en la mente del moribundo, cuyas fantasías se corresponden con las trepidantes andanzas del príncipe de Tiro.

A aquellos espectadores que no estén familiarizados con el texto original, inicialmente les tomará tiempo conectar con lo que ocurre en escena. Las transiciones, ya lo apunté, se producen a un ritmo de vértigo y el principal recurso que se usa para indicarlas es un evocativo sonido de las olas del mar y unos sutiles cambios de iluminación. Donellan eliminó el personaje de Gower, quien sirve de narrador y guía, un rol que en cierta medida asume Pericles. El vestuario además es siempre el mismo y la veintena de personajes corre a cargo de solo siete actores (a una actriz incluso le toca interpretar uno masculino). A todo lo anterior hay que sumar que quien no pueda seguir la obra en francés, tiene que recurrir a los subtítulos en la pantalla situada encima del escenario.

Hace de Pericles una obra coherente, con cierta progresión lógica

Todo eso, ya digo, dificulta que al principio se pueda seguir lo que está ocurriendo. Sin embargo, no constituye un obstáculo que impida disfrutar los muchos aciertos del montaje. El primero, hacer de Pericles una obra coherente, con cierta progresión lógica. En manos de Donellan, ese tempestuoso romance de pérdida y exilio se transforma en una obra de cámara con resonancias actuales: su Mediterráneo no dista mucho del de los viajes desesperados y terribles de nuestros días (de hecho, se escucha una radio que transmite noticias sobre la difícil situación de los inmigrantes). La concepción prueba además su inteligencia en escenas como la de la ceremonia casi religiosa de la virginal Marina, tan poco compatible, por lo absurda, con la mentalidad del siglo XXI. En cambio, en la lectura de Cheek by Jowl funciona al pasar a ser una escena onírica, producto de los delirios de un padre profundamente enfermo. Otro tanto sucede con la escena de la aparición de la diosa Diana.

Representar Pericles llevaría unas 3 horas, pero en la puesta de Cheek by Jowl toma 1 hora 40 minutos sin intermedio. El resultado es un espectáculo dinámico, limpio, atento a los detalles, en el que no hay nada superfluo o que distraiga de la palabra y del juego actoral. Hay escenas divertidas, como el torneo por la mano de Thaisa recreado como una competencia de baile en una discoteca. Otro momento refrescante es la grotesca escena del burdel. En ella intervienen el rufián, la alcahueta y el criado, quienes, a diferencia de los personajes protagónicos, poseen personalidad. Son tres perfectos canallas, tres sensatos pragmáticos, como los describe Bloom, “enfrentados por una doncella mágica a la que no pueden sobornar, cosa que está mucho más allá de su poder”.

Pero el corazón emocional de la obra y del montaje es el reencuentro de Pericles y su hija, donde se restaura la calma después del ilógico caos. Es la escena más emotiva y está entre las más sublimes de Shakespeare. Si el resto de la obra tuviese ese nivel, Pericles estaría entre los grandes textos de su autor. Así también piensa Donellan, quien expresó: “El reencuentro de Pericles y su hija es una de las grandes escenas de toda la historia del teatro. Shakespeare es un maestro en estos ‘duetos'. Tiene unos cuantos magníficos y este es uno de los mejores. Es casi un tratado sobre el perdón, el paso del tiempo, la paciencia y todas esas cosas invisibles que, en esa etapa final de su vida, tanto le interesaban y escribía de un modo casi compulsivo”.

Antes anoté que no hay cambio de vestuario y que toda la obra transcurre en la sala de un hospital. Donellan utiliza imaginativamente los poquísimos elementos de que dispone. Una camilla se transforma en ataúd; una camisa de fuerza en armadura; una almohada pasa a ser un recién nacido; un orinal que Pericles vuelca sobre su cabeza sugiere una tormenta; las enfermeras que lo reaniman devienen pescadores. La puesta en escena se centra principalmente en el trabajo de los actores, y para ello el director cuenta con un elenco de gran nivel. Vuelve a trabajar con sus artistas fetiche: Cécile Leterme, Camille Cayol, Xavier Boiffier y Christophe Grégoire, a quienes se han incorporado los jóvenes Guillaume Pottier, Martin Nikonoff y Valentine Catzéflis. Entre todos, se transforman en 22 personajes, según la historia lo demanda. Emplean un estilo interpretativo muy expresivo, que contribuye a perfilar los caracteres y que, en ocasiones, hace innecesario leer los subtítulos. Aunque todos están muy bien, no me resisto a resaltar la labor de Christophe Grégoire, gracias al cual el descolorido Pericles se transfigura en un personaje que a veces atemoriza, otras resulta cómico y frecuentemente es vulnerable.

El montaje de Pericles de Cheek by Jowl se puede ver a continuación: