Actualizado: 27/03/2024 22:30
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A través de la vida y la obra de sus realizadores, Zoia Barash ha contado la historia del vasto continente del cine producido en las repúblicas que conformaban la Unión Soviética

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En 1963 llegó a La Habana una joven ucraniana que en 1958 se había graduado en el Instituto Superior Pedagógico de Lenguas Extranjeras de Moscú. Su nombre es Zoia Barash y llegó a la Isla después que se enamoró de uno de los tantos cubanos que entonces viajaban a la extinta Unión Soviética, a través de los convenios de intercambio existentes entre los dos países. Sus conocimientos de español, además de alemán, le permitieron empezar a trabajar como traductora en la Junta Central de Planificación y en el centro de documentación del petróleo del Ministerio de la Minería. A partir de 1966, sus servicios comenzaron a ser solicitados por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, organismo que era mucho más afín a sus intereses y aficiones. Finalmente, una década después pudo pasar a laborar allí. Primero en el Centro de Información y después en la Cinemateca de Cuba, como especialista en el cine de los países socialistas.

Zoia Barash cuenta que durante mucho tiempo, la Cinemateca de Cuba fue un centro privilegiado, tal vez único, en el hemisferio occidental para acceder a información sobre el cine soviético. Algo que era posible por las estrechas relaciones que se habían establecido entre ambos países. Así fue como emprendió la tarea de reunir datos sobre los directores soviéticos, a algunos de los cuales además tuvo la oportunidad de conocer personalmente cuando llegaron a La Habana para participar en las tradicionales semanas de cine.

“En 1993”, comenta Zoia Barash, “Reynaldo González, el nuevo director de la Cinemateca, me envía a casa para que escribiese una historia del cine soviético, estaba de acuerdo con mi idea de que esa historia transcurriera a través de las vidas de sus realizadores. Este trabajo, hecho en una vieja máquina de escribir, se concluyó a finales de los años noventa. Luego siguió una especie de postproducción: aprender a usar la computadora, introducir en sus entrañas todo el texto, cortar y pegar, buscar citas, formar la bibliografía mínima con los inconvenientes que tiene toda selección o exclusión, escribir capítulos nuevos”.

Cubierta del libro de Zoia BarashFoto

Cubierta del libro de Zoia Barash.

Para entonces, como ella señala, en Cuba ya no entraba información, pues la Unión Soviética había dejado de existir. Asimismo las estructuras que apoyaban ese cine habían sufrido cambios radicales. Eso le hizo comprender que debía concluir su proyecto, que “refleja esa cadencia que impone la vida: nacimiento, esplendor y agonía”. El libro en el cual cristalizó aquel trabajo lleva por eso un título muy adecuado: El cine soviético del principio al fin (Ediciones ICAIC, Ciudad de La Habana, 2008, 444 páginas).

La investigación hecha por Zoia Barash tiene como tema de análisis la producción cinematográfica del período durante el cual existió la Unión Soviética. Es, por tanto, una etapa cronológicamente definida que se cerró en 1991, cuando las repúblicas que la integraban paulatinamente se fueron independizando a efectos prácticos. La labor emprendida por ella significaba abarcar unas siete décadas del cine producido no por un país, sino del “vasto continente del cine de las repúblicas que conformaban la Unión Soviética”. Algo que, como es obvio, resulta materialmente imposible recoger en un solo volumen.

Está, por otro lado, la premisa de la cual partió la autora, esto es, trazar el desarrollo seguido por ese cine a través de sus directores, en lugar de pretender hacer un registro enciclopédico. Ella misma anota en el texto introductorio, al que tituló “Preliminar en sovcolor”, que muchos realizadores prominentes quedaron fuera de su libro: Yuli Raizman, Serguéi Yutkevich, Marlen Jutsíev, Mark Donskoi, Serguéi Guerasimov, Eldar Riazanov, Elem Klimov, Vladimir Menshov, Guerogui Danelia y Alexei Guerman, entre otros.

En una entrevista que le hizo Elizabeth Mirabal Llorens, Zoia Barash defiende así el criterio que adoptó para contar la historia del cine soviético: “Otro enfoque no me parecía productivo, porque precisamente en la vida de los grandes realizadores palpitaba la historia del cine soviético. Ellos la hicieron y valía la pena analizar sus biografías para descubrir a través de ellos los matices de ese otro devenir general”. No voy a discrepar con quien es obvio conoce muy bien y de primera mano el tema que aborda. Pienso, no obstante, que el libro habría ganado si las tres grandes etapas en que Zoia Barash ha dividido esa producción (los clásicos, el cine realizado después del XX Congreso y la perestroika) estuviesen encabezadas por textos de carácter panorámico.

Ese compromiso entre el cuadro general y los creadores individuales hubiese permitido al lector tener una visión más clara de la obra de estos, pues al contextualizarla mostraría que, más allá de sus especificidades propias, están interconectadas. De hecho, la autora lo realiza respecto al cine prerrevolucionario (1896-1917) y los años iniciales (1918-1924). Lo hace además estupendamente, pues combina con acierto información equilibrada, valoraciones críticas y aspectos historiográficos. Todo eso con el estilo preciso, claro y ameno con que está escrito el volumen.

Imagen de Síndrome asténico, uno de los filmes de Kira MuratovaFoto

Imagen de Síndrome asténico, uno de los filmes de Kira Muratova.

Para revisar tan abundante producción, Zoia Barash estableció la periodización que antes mencioné, y que responde a los hechos más importantes que conformaron la historia de la Unión Soviética. En primer lugar, la etapa que dio inicio tras el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, y que a partir de la segunda mitad de los años 20 alcanzó un notable nivel. Eso se debió gracias a realizadores como Dziga Vertov, Serguéi Eisenstein, Lev Kuleshov, Vsevolod Pudovkin, Grigori Kozintzev, Mijaíl Romm, Alexander Dovzhenko y Mijaíl Kalatazov. A cada uno de ellos la autora dedica ensayos independientes, que son los que integran el bloque de los clásicos.

“Los hijos del XX Congreso” es el título bajo el cual Zoia Barash reúne textos sobre ocho directores: Grigori Chujrai, Serguéi Bondarchuk, Gleb Panfilov, Larisa Shepitko, Serguéi Paradzhanov, Andrei Tarkovski, Andrei Konchalovski y Nikita Mijalkov. Fueron cineastas que, junto a algunos otros, aprovecharon la breve y limitada apertura que se produjo tras la muerte de Stalin, para introducir visiones estéticas y temáticas nuevas. Personalmente, pienso que en ese grupo hay una ausencia notoria. Es la de Kira Muratova, quien además de ser una de las pocas mujeres que posee una extensa filmografía, ha dirigido filmes tan significativos y atípicos como Breves encuentros, Largos adioses y El síndrome asténico. Incluso fuera de su país cuenta con un gran prestigio y son varios los libros que sobre ella se han publicado. Presumo, no obstante, que su exclusión responde a que en Cuba nunca se proyectaron sus películas, algo en lo que seguramente tuvieron que ver los problemas que siempre confrontó en la Unión Soviética con la censura.

El cine soviético que los cubanos no vieron

Los cambios que ocurrieron en la sociedad entre 1985 y 1991tuvieron una gran influencia en el cine soviético, que siempre ha estado íntimamente vinculado a la realidad política. En “Algunos filmes de la perestroika”, Zoia Barash incluye análisis críticos de cinco títulos estrenados en esos años: Arrepentimiento, La comisaria, La pequeña Vera, El frío verano del 53 y Una chica internacional (asimismo en el capítulo anterior se refiere a Tema, de Panfilov, y La felicidad de Asia, de Konchalovski). Se trata de películas que, sobre todo por su temática, no hubieran podido llegar antes a las pantallas. Ese es el caso de la segunda, que aunque fue rodada en 1967 no pudo ser estrenada hasta 1987.

Aparte de los filmes que Zoia Barash recoge en su libro, la perestroika dejó otros igualmente valiosos como El correo, Assa, Ciudad Cero, El sirviente, Mañana fue la guerra, Quieto, muere, resucita, Taxi blues, Mi amigo Iván Lapshin, La aguja, Cartas de un hombre muerto, varios de los cuales obtuvieron premios en festivales internacionales. La mayoría, sin embargo, son desconocidos para el público cubano, que en aquellos años asistió con sorpresa al hecho paradójico de que las publicaciones y películas del hermano pueblo soviético dejaron de llegar, debido a que por su contenido eran políticamente incorrectas.

Finalmente, El cine soviético del principio al fin incluye un bloque de Anexos, donde Zoia Barash recopiló seis textos nunca antes traducidos al español. Cuatro de ellos pertenecen a cineastas: el guionista Alexei Kepler y los realizadores Serguéi Yutkevich, Evgueni Gabrilovich y Andrei Tarkovski. Los dos restantes llevan las firmas de los críticos Boris Jazanov y Mijaíl Yampolski. El primero se ocupa en su ensayo del culto popular al intelectual ruso, a quien los maestros geniales legaron “el deber de servir al pueblo, le inculcaron la idea de que todo lo inasequible a este, era innecesario” (¿les suena familiar tan peregrina tesis?). Por su parte, Yampolski escribe sobre el tema de la censura. Llama la atención sobre el hecho de que cuando, por ejemplo, se censuraba un filme “la prohibición se convertía en un acto público estrepitoso”. Este carnaval de la censura, señala, no terminaba ahí: “culminaba con la autoflagelación ritual del artista, acto de inquisición que revestía, además, gran importancia simbólica” (cualquiera diría que Yampolski estaba describiendo la autoinculpación de Heberto Padilla en 1971).

Nikita Mijalkov y Liudmila Gurshenko en una escena de Siberiada, de Andrei KonchalovskiFoto

Nikita Mijalkov y Liudmila Gurshenko en una escena de Siberiada, de Andrei Konchalovski.

El cine soviético del principio al fin representa un valioso aporte y viene a llenar un vacío en la bibliografía sobre cine. A diferencia de otros idiomas, como el inglés y el francés, en español son pocos los libros dedicados al cine ruso y soviético. Existen algunas monografías sobre directores como Eisenstein, Tarkovski y Nikita Mijalkov, pero no todas han tenido una adecuado distribución. En ese sentido, el libro de Zoia Barash es, hasta donde he podido rastrear, el primero que ofrece una visión de conjunto del cine producido en la Unión Soviética. Eso hace del mismo una obra a la cual siempre habrá que acudir.

Su autora manejó además una amplia bibliografía, que solo se halla accesible en ruso. Sus conocimientos de ese idioma le permitieron consultar artículos, libros, entrevistas que ella ha aprovechado muy bien, y que han enriquecido su análisis notablemente. Así, cuando comenta La pequeña Vera se refiere a las reacciones que provocó y reproduce un fragmento de la carta que dirigió al director una airada mujer, que consideraba que se trata de “una película hecha por gente desvergonzada”.

De igual modo, Zoia Barash incorpora elementos vivenciales que dan al libro un carácter más personal y cálido. Relata, por ejemplo, cómo fue testigo del estreno en la Casa del Cine de La comisaria, que se proyectó en la misma sala donde su director, Alexander Askoldov, había sido expulsado del Partido. Y apunta: “Todos los espectadores comprendimos que asistíamos a un hecho insólito y poco frecuente: el triunfo de la justicia. Se veía cómo temblaban las manos de Askoldov y cómo lloraban las actrices Nonna Mordiukova (la comisaria) y Raisa Nedashkovskaia (María), quienes también sufrieron lo suyo a causa de su participación en el filme”.

Pienso que Zoia Barash bien pudiera completar el proyecto y acometer un segundo libro, dedicado a la incidencia del cine soviético en Cuba. Sus muchos años de trabajo en el ICAIC le dieron un nivel de información que cualquier otro investigador está lejos de poseer. Sería interesante conocer, digo yo, qué películas fueron las más populares entre los espectadores. Me imagino que en esa lista han de estar Moscú no cree en lágrimas, El premio, Los vengadores incapturables, Liberación… Otro aspecto a tratar sería la valoración que han recibido esos filmes por parte de los críticos de la Isla.

Pero, en fin, es una sugerencia que me ha desviado del propósito de estas líneas, que no es más que expresar mi regocijo y mi agradecimiento por que podamos contar con un libro como El cine soviético del principio al fin.