Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Un año de película (I)

En 1960 se estrenaron nueve significativas películas que, medio siglo después, conservan su condición de obras cinematográficas imprescindibles e influyentes

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La década de los 60 disfruta de una elevada valoración e incluso para muchos representa una etapa mítica. Sin entrar a apoyar ni a rebatir esa opinión, es innegable reconocer que nunca un decenio dio tanto de sí. Basta echar una mirada retrospectiva para comprender por qué para quienes los vivimos, los 60 constituyen diez años irrepetibles.

En los 60, recordemos, se realizaron los primeros trasplantes del corazón. También fue cuando comenzó a comercializarse la píldora anticonceptiva. Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano que sale al espacio y Neil Armstrong en el primero que pisó la Luna. Los países de África se independizaron de sus antiguos dueños y los latinoamericanos se tomaron su venganza de los españoles a través del boom de la narrativa. En esos años aparecen los hippies, el amor libre, el maquillaje místico oriental, los colores chillones de la psicodelia. Las melenas largas devienen un símbolo de libertad y un alegato contra los padres. Surge una contracultura juvenil, que se manifiesta en la música, la ropa, la contestación. Esta última alcanza su máximo exponente en el mayo del 68, sin duda la cifra emblemática de ese período. El panorama musical está dominado por los Beatles, cuatro chicos que estaban por encima de estilos y que fundaron las bases de la música actual. Como antítesis de los acicalados John, Paul, George y Ringo, los Rolling Stones pasaron a ser los chicos malos de la película. Y fue, en fin, la década en que la carne salió de su escondite con la minifalda, mientras que los chicos usaban zapatones de plataforma y pantalones de campana.

En la memoria del patio trasero de la década, está la absurda guerra que Estados Unidos declaró a Vietnam, y que fue la primera perdida por ese país. En 1962, la crisis de los misiles pone al planeta al borde del precipicio nuclear. De aquel incidente queda como recuerdo anecdótico el zapatazo de Nikita Jrushov en la asamblea de las Naciones Unidas. En esa etapa el mundo asiste consternado a los asesinatos de John F. Kennedy, Martin Luther King, Patricio Lumumba, Malcom X. En China, los jóvenes declaran la guerra a Shakespeare, Confucio y Beethoven, y enarbolando el Libro Rojo del Gran Timonel inician la revolución cultural. La RDA levanta el oprobioso muro que divide a Berlín en dos ciudades. Sin embargo, el peor golpe que sufre el comunismo en esta década ocurre cuando los tanques soviéticos invaden Checoslovaquia, para poner fin a aquel intento de socialismo en libertad que fue la primavera de Praga. Al comenzar los 70, son muchas las ideas que se habían ido quedando en el camino.

Pero me apresuro a aclarar que el propósito de estas páginas no es el análisis de esa década, pues luego hay quienes escriben a este portal para quejarse de que no mencioné esto o aquello. El tema del cual me ocuparé aquí es mucho más limitado, pues me concentraré en un solo año, el de 1960, y en un único aspecto, la producción cinematográfica. Más aun, sólo me referiré a nueve filmes que, en opinión generalizada de los críticos fueron los más significativos de todos los que entonces se estrenaron. Por supuesto, toda selección es subjetiva y caprichosa, pero estoy seguro de que si hiciesen su lista, muchos lectores han de coincidir con algunos de estos títulos.

Tres de esos filmes fueron realizados en Italia, lo cual refleja la importancia que entonces tenía su cinematografía y que después fue perdiendo. Posiblemente el que muchos más han de recordar es La dulce vida, el descomunal e impresionante fresco de la vida nocturna de Roma de Federico Fellini. Según declaró éste, los diferentes episodios que componen su cinta se inspiran en hechos reales y escándalos divulgados por la prensa. De todos modos, se advierte que incorporó además una fantasiosa amalgama de sus recuerdos, pensamientos e imágenes. Pese a ser más convencional que obras posteriores suyas como , Amarcord y Julieta de los Espíritus, La dulce vida es una película sin un verdadero argumento, estructurada en una sucesión de episodios que podrían ordenarse de otro modo, pues no responden a una lógica particular. Su unidad narrativa viene dada por el personaje principal, un periodista que se gana la vida escribiendo columnas de chismes.

Cartel del filme La dulce vida.Foto

Cartel del filme La dulce vida.

Como ocurre con muchas de las obras de Fellini, La dulce vida es difícil de resumir en pocas líneas. Andrew Sarris apuntó que en ella su realizador quiso ofrecer una visión dantesca del mundo moderno, contemplándolo desde la cumbre en vez de desde el fondo. Ahora bien, más que del mundo, es una imagen de la noche romana y de las juergas de los yuppies adinerados de la Italia de la posguerra. El lirismo tragicómico y la nostalgia delicada por el idealismo perdido de I Vitelloni, La Strada y Las noches de Cabiria, dan paso en La dulce vida a una mirada más sarcástica de la cual nada se salva, y que hoy sigue siendo vigente y lúcida.

Abundan asimismo las escenas empapadas de iconografías simbólicas y de pesimismo existencial. Varias de ellas devinieron patrimonio de la memoria colectiva, como la surrealista de la monumental estatura voladora de Cristo, o la tan breve como famosa del baño en la Fontana di Trevi de Anita Ekberg (Anitona, la llamaba Fellini). Otros aciertos a señalar son el excelente manejo de la cámara, el ritmo sostenido (algo difícil de conseguir en un filme que dura 173 minutos) y los magníficos trabajos actorales de Marcello Mastroiani y Anouk Aimee. Hoy, ha hecho notar Rodrigo Fresán, La Dolce Vita es el título de varias canciones, de un perfume de Dior, de un rascacielos en Dubai, de un remake porno-gay del 2006 (que tuvo problemas legales por apropiación indebida de marca) y una innecesaria película de Woody Allen titulada Celebrity. Pero La dulce vida es como la Mona Lisa: no hay más que una.

También es un inmenso fresco, aunque de un estilo muy distinto, Rocco y sus hermanos, la magna opus de Luchino Visconti. Se trata de un amplio lienzo social dentro del cual se desarrolla un intenso drama humano. En él, Visconti vuelve al sur de Italia, que ya había mostrado antes en La terra trema, para realizar la que, por su temática, se puede considerar la última gran obra del neorrealismo. Para su plasmación estética, sin embargo, el director apostó por un realismo crítico, no exento de poesía y lirismo, que le permitió hacer una representación social mucho más compleja. A través de un guión con numerosos recovecos y matices, se narra la epopeya de una familia campesina del sur que se traslada a una urbe industrial del norte. Ese material permite a Visconti tratar los efectos devastadores del capitalismo en el subproletariado. Pero, por supuesto, Rocco y sus hermanos es algo más que un filme de denuncia.

Amante del melodrama, que ya había abordado en La tierra trema, Visconti conjugó su mejor esencia de ese género en una obra que tiene aires de tragedia griega e incorpora elementos de la serie negra (recuérdese Ossessione, su excelente adaptación de El cartero llama dos veces, de James G. Cain). Dividida en cinco actos, que llevan como titulo el nombre de los personajes, Rocco y sus hermanos posee el aliento literario y una estructura similar a las de las grandes novelas del siglo XIX. El resultado es un melodrama soberbio, sublime, rotundo, que tiene la virtud de ser a la vez refinado y violento, grandilocuente y sincero.

Una nueva forma de narrativa cinematográfica

Escena de la cinta La fuente de la virgen.Foto

Escena de la cinta La fuente de la virgen.

A eso contribuyó, ante todo, la excelente dirección de Visconti, que se pone de manifiesto en la composición de los planos, en su gran sentido de la precisión, en el empleo de la luz y el contraste, en el admirable gusto estético con que está rodado el filme. Visconti era además un maestro en el arte de contar historias y consigue que los 177 minutos no se hagan sentir en el espectador. Muy buena es también la música compuesta por Nino Rota, lo mismo que la majestuosa fotografía de Giuseppe Rotuno (fue la última película en la cual Visconti usó el blanco y negro). Rocco y sus hermanos contó además con un alto nivel de interpretación del elenco, integrado por artistas que entonces eran virtualmente desconocidos. Entre todos, sobresalen de modo brillante Renato Salvatori, Annie Girardot y Alain Delon. Para este último, la película significó su lanzamiento al estrellato, algo que luego se consolidó definitivamente con El gatopardo. Es en buena medida gracias a esas notables actuaciones que en nuestra memoria quedan secuencias tan inolvidables como la del encuentro de Rocco y Nadia en la terraza del Duomo, la de Luca cuando acaricia las fotografías de Rocco en las portadas de los periódicos y la sobrecogedora escena del asesinato o suicidio pasivo de Nadia.

Para Visconti, Rocco y sus hermanos fue su película más difícil, y por eso, de todas las que filmó, era su preferida. En la taquilla funcionó muy bien, y a pesar de que al público le chocó su violencia, le reportó uno de sus mayores éxitos comerciales. En cambio, fue boicoteada por la prensa, los neofascistas y los democristianos, y cuando se presentó en el Festival de Venecia de ese año produjo el escándalo esperado. El jurado le negó el León de Oro que con toda justicia se merecía, y prefirió concedérselo a André Cayatte por Le pasaje du Rhin, una cinta que hoy nadie recuerda. A Rocco y sus hermanos se le otorgó el premio especial, decisión que indignó al realizador soviético Serguéi Bondarchuck, integrante del jurado, quien se negó a firmar el acta. Visconti, por su parte, rehusó a ir a recoger el galardón. Nada de eso logró empañar los grandes valores de ese monumento cinematográfico sobre gentes de la clase obrera, realizado por un aristócrata marxista.

En el Festival de Cannes de 1960, en el que La dulce vida recibió por unanimidad la Palma de Oro, también fue galardonada otra cinta italiana. Me refiero a La aventura, de Michelangelo Antonioni, que recibió el premio especial del jurado, compartido con Kagi, de Kon Ichikawa. El galardón contribuyó a que el realizador saltara a la fama, pero igualmente su participación en aquel certamen, todo hay que decirlo, se vio empañada debido a que tras la proyección, su filme fue abucheado en masa por un sector del que supuestamente es uno de los públicos cinéfilos más exigentes del mundo.

Aunque no alcanzó a dedicarle un comentario, en Un oficio del siglo XX Guillermo Cabrera Infante apunta sobre La aventura: "El momento memorable en que el cine le dice a la novela: A un lado, compañera, yo también puedo contar". En esas breves y atinadas palabras, el escritor cubano resume la principal aportación de la película, que consistió en una nueva forma de contar y de concebir el lenguaje cinematográfico. En ese aspecto, se puede afirmar que es una obra revolucionaria y provocadora, que abrió nuevos caminos. El propio realizador se encargó de definir cuál era su postura estética, al declarar que una película no tiene por qué ser siempre espectáculo, ni seguir un ritmo narrativo dinámico.

Incluso el título mismo es engañoso, pues el argumento es mínimo y no incluye aventura alguna, al menos no en su acepción tradicional. Un hombre, su novia y una amiga van a pasar un día de ocio en una isla siciliana. Allí la segunda desaparece misteriosamente y los otros dos personajes inicialmente se dedican a buscarla. Luego se olvidan de ella y, sin saber por qué, se hacen amantes. Con La aventura, Antonioni inició ese tipo de cine en el que aparentemente no pasa nada. Opta además por un ritmo deliberadamente lento, lo cual contribuye a que a muchos espectadores su cinta les parezca aburrida. Él, sin embargo, no se preocupa por la historia que se cuenta, sino por el retrato psicológico, la belleza visual de cada plano, el relato a través de las imágenes. La aventura fue el primer título de una trilogía no declarada, y que completan La noche y El eclipse. Asimismo sirvió para lanzar al estrellato a su protagonista, Monica Vitti, quien entonces era la pareja de Antonioni.

En el Festival de Cannes de ese año también concursó el sueco Ingmar Bergman, con La fuente de la virgen (en otros países, se titula La fuente de la doncella y El manantial de la doncella). Inexplicablemente, a la hora de la premiación no fue tomada en cuenta por el jurado, que se limitó a darle un reconocimiento honorífico, junto con La joven, de Luis Buñuel. Más sensatez y discernimiento demostró la Academia norteamericana, que le concedió el Oscar al mejor filme extranjero, tras haber recibido antes el Globo de Oro en esa misma categoría. La cinta también fue nominada al Oscar por el mejor vestuario, algo que llama la atención, pues había sido rodada en blanco y negro.

Monica Vitti en La aventura.Foto

Monica Vitti en La aventura.

El guión se inspira en una balada medieval, aunque Bergman declaró que otra de sus fuentes fue el cine de Akira Kurosawa, en especial, Rashomon. Probablemente fue esto último lo que lo influyó para realizar una de sus obras más violentas y controvertidas. En Suecia, su estreno estuvo acompañado por una fuerte polémica en la prensa, que llegó a exigir al Parlamento que tomase alguna medida de censura. Todo eso se debía a la violencia de las escenas finales, cuando el padre de la joven violada y asesinada decide tomar en sus manos la justicia y lleva a cabo una espantosa masacre. Para los espectadores de aquella época, se trataba de imágenes que rozaban el límite de lo que eran capaces de soportar. Hoy, en cambio, esas escenas no horrorizarían a nadie. En 1972, Wes Craven dirigió The last house on the left, un remake contemporáneo y ultraviolento de La fuente de la virgen, en donde, entre otras lindezas, se incluye una castración oral.

Nada más lejos del regodeo gratuito en la violencia, que esta película a través de la cual Bergman abordó uno de sus temas obsesivos, el silencio de Dios. Acerca de ello, él comentó: "Hoy sigo asumiendo la responsabilidad de la problemática religiosa de El séptimo sello. Una auténtica devoción soñadora le da su brillo. Pero en La fuente de la virgen la motivación es muy dudosa. La idea de Dios hacía ya mucho que había comenzado a resquebrajarse y quedaba más que nada como adorno. Lo que en realidad me interesó fue la atroz historia de la chica, los violadores y la venganza. Mis propias ideas religiosas estaban haciendo mutis por el foro".

No creo que valga la pena intentar agregar algo nuevo a lo que se ha escrito sobre esta película. Desoladora, brutal, entre sus muchos aciertos vale destacar su economía de medios, la maestría y sobriedad de la puesta en escena, la economía de medios con que se ha creado tan complejo universo, las actuaciones austeras y precisas y la exquisita fotografía de Sven Nikvist, quien con este trabajo pasó a ser miembro permanente del equipo de Bergman. Con La fuente de la virgen, Ingmar Bergman alcanzó un nivel de excelencia que fue la nota dominante de su filmografía posterior.