Un caleidoscopio de precisa estructura
En El más humano de los autores, Reynaldo González recupera y desentraña la olvidada figura de Félix B. Caignet, el gran nombre de la radionovela en nuestro continente
Sólo un año después de haber salido de la imprenta, El más humano de los autores (Ediciones Unión, La Habana, 2009) cuenta ya con una reedición. Algo, por lo demás, que era fácil de anticipar, pues la más reciente obra de Reynaldo González cuenta con dos aspectos muy a su favor: uno, el ser un abarcador y fascinante asedio a la figura de Félix B. Caignet, “el gran nombre de la radionovela en nuestro continente”, y dos, el ser un libro tan ameno y atractivo en el contenido como en la forma.
Acerca del poco usual formato que posee El más humano de los autores, González apunta en la introducción: “Siempre quise escribir un libro que pareciera una revista: la información con apoyo de imágenes y colaboradores, no importaba si divergían en sus opiniones”. A partir de esa premisa, optó por un tamaño mayor (20 x 24 centímetros) que le ha permitido acoger los muy diversos materiales que conforman su obra. Además de su texto, ha integrado otros adicionales de distintas firmas (Lisandro Otero, Hilarión Cabrisas, Manuel Vázquez Montalbán, Marcelo Pogolotti, Nicolás Guillén, Fernando Ortiz, Rine Leal, Alejo Carpentier y un largo etcétera), que actúan como complemento del cuerpo central, pero que mantienen su independencia respecto a él. Asimismo el libro está profusamente ilustrado con viñetas, anuncios de la prensa, caricaturas, afiches, fotos. Con esa materia prima tan heterogénea, González ha armado un artefacto, si me permiten emplear ese término, que posee una precisa estructura.
Uno de los aciertos de esa estructura polifónica y de líneas cruzadas es que ofrece la posibilidad de varias opciones de lectura. En otras palabras, es un banquete capaz para paladares variados. Por un lado, González ha escrito un libro que posee las cualidades necesarias para ser accesible y disfrutable por lo que, a falta de un término más preciso, suele llamarse público lector en general. Pero de igual modo, El más humano de los autores ha de satisfacer plenamente a un lector más curtido y especializado. El primero quedará atrapado por una obra ensayística y biográfica que posee el nervio de una apasionante narración. El segundo admirará, entre otros aspectos, las estrategias usadas y la inteligencia con que el autor emplea los cánones del ensayo y la biografía para reformularlos y reconducirlos a territorios más imaginativos, oxigenándolos con un aliento de intuición, frescura y desenfado.
No se trata de la primera vez que González aplica este mestizaje o hibridismo de géneros al que antes aludí. Basta recordar, para ilustrar con un ejemplo, La fiesta de los tiburones (1978), donde combinó narrativa y testimonio. En ese sentido, El más humano de los autores representa un proyecto más amplio, pues no sólo participa del ensayo y la biografía, sino que además se sustenta en una investigación que se nutre de disciplinas como la antropología cultural, la historia, la teoría de la comunicación. Con esta última González está bastante familiarizado, pues la empleó en los acercamientos a la cultura popular y la producción cinematográfica que realizó en Llorar es un placer (1988) y Cine Cubano: ese ojo que nos ve (2002).
En Llorar es un placer, su autor hizo un acucioso estudio del fenómeno de la radionovela en las décadas de los cuarenta y los cincuenta, que marcaron su momento de mayor auge. Allí, por cierto, González se refiere a la libertad con que emplea los géneros literarios, cuando aclara sobre su libro: “No es un ensayo ad usum, con el tono doctoral que algunos aprecian como mal inevitable. Pretende, en verdad, comunicar con parte de los intoxicados por el consumo excesivo de mensajes radiotelevisivos, pues de su ámbito radiofónico el «género» alcanzó con celeridad digna de mejores causas un reflejo de las «pequeñas pantallas» de todo el mundo”.
En aquella mirada a la manipulación melodramática de los medios masivos que constituye Llorar es un placer, el gran ausente era el creador de hitos tan sonados como Chan Li Po y El derecho de nacer. El motivo quedaba aclarado en la introducción: “Algunos se preguntarán por una laguna inocultable: el pormenorizado estudio de un autor, Félix B. Caignet, a quien lo radiotelevisivo debe buena parte de sus virtudes y defectos. Pero el tema merece una extensión tan amplia como la contenida en este tomo, lo que me reservo y, de paso, prometo”.
Una pequeña enciclopedia
El más humano de los autores constituye, pues, el cumplimiento de aquella promesa, aunque conviene decir que lo hecho por el autor es algo más que el estudio pormenorizado de la obra de Caignet. González hace, en efecto, un acucioso análisis de la trayectoria y la obra del creador de Chan Li Po. Las numerosas páginas que dedica a ese tema están rigurosamente fundamentadas y documentadas. En ese aspecto, es admirable el paciente trabajo de rastreo en las hemerotecas, así como la atención que dedica a toda la labor de Caignet, tanto la radial y televisiva como la musical. Por supuesto, el capítulo más extenso y pormenorizado es el que dedica a El derecho de nacer. Como anota González, debe recordarse que “en su época esta versión tropicalizada del clásico Edipo mantiene en vilo a radioescuchas de América Latina, llega a la audiencia hispana de Estados Unidos, recibe una atención inopinada, con dos versiones fílmicas y numerosas televisivas, es traducida a varios idiomas, la publican en libros, folletines por entregas, postales coleccionables, fotonovelas y hasta en envoltorios de jabones y golosinas”. Igualmente valiosa es la entrevista que González grabó en 1976 a Caignet. En esas páginas conocemos de primera mano los testimonios, recuerdos y opiniones de un hombre ochentón cuya edad es desmentida por su memoria y su claridad mental.
Pero El más humano de los autores aporta además la reconstrucción de medio siglo de la sociedad cubana. El libro es una pequeña enciclopedia que proporciona al lector el contexto social y cultural necesario para comprender un fenómeno de gran arraigo popular, que “sobrevaloró las sensaciones contra la inteligencia, una comprensión fácil de lo cultural y, salvo excepciones que sólo subrayan la regla, se acogió a un camino trillado”. González se ocupa extensamente de hechos como la llamada “guerra del aire” entre las emisoras CMQ y RHC-Cadena Azul, así como de la muerte de la actriz María Valero y el suicidio del magnate de la radio Amado Trinidad. Asimismo incluye anécdotas, notas curiosas y detalles costumbristas que, aparte de proporcionar información sobre la época, hacen que la lectura sea más amena. Por ejemplo, acerca del gran suceso que logró la serie radial Chan Li Po apunta que “las calles de Cuba quedan desoladas a partir de las ocho de la noche y se reaniman después, en corrillos que comentan el capítulo recién escuchado. Para retener a los espectadores, los cines deben amplificar los episodios antes de iniciar la exhibición de la película. Igual ocurre en los estadios de béisbol, por no arriesgar la pasión deportiva nacional”.
Esa estructura del libro como un bosque de voces a la que antes me referí, no hace que la del autor se diluya. Por el contrario, de esa confrontación sale reforzada. Como otras obras de quien lo firma, El más humano de los autores posee las mejores cualidades de una escritura que se distingue por un estilo cuidado y elegante, pero a la vez gozoso, capaz de integrar toques de humor que oxigenan y quitan solemnidad. A modo de ilustración, copio este fragmento en donde González comenta la reacción popular que provocó el suicidio de Amado Trinidad: “Como ante el cadáver de un césar, la multitud transcurre pavorida de oradores y corifeos. Ninguno quiere desaprovechar la ocasión. Ha muerto uno de los grandes —lo que en Cuba llamamos «un peje gordo»—, uno de los hombres más influyentes en nuestra opinión pública durante el siglo XX. Es el fin de un ricachón cuya fortuna animó eventos significativos, que fue a los extremos, por igual ostentoso, humilde magnánimo y rencoroso (…) El réquiem exige una solemne puesta en escena. Lástima que eso no pueda ocurrir en nuestra condición de pueblo negado al sentido de la tragedia. La gran ocasión la estropean los voceadores de periódicos: ¡Vaya, solito en grima y colgando de una mata de mangos!”
El libro objeto de estas líneas reportó a Reynaldo González su sexto Premio de la Crítica. A ese significativo reconocimiento se ha venido a sumar el de los lectores, que como antes apunté al agotar la primera edición han determinado que El más humano de los autores se reimprima. Ambos hechos confirman la favorable acogida que la obra de Reynaldo González ha tenido y que, con toda justicia, se merece.
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