Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Un cine para correr

Las carreras en el cine, a partir del Neorrealismo Italiano

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Hacia el final de Ladrón de bicicletas el protagonista huye sobre ruedas de una multitud que lo persigue enfurecida. Con esa obra maestra del Neorrealismo Italiano —y en particular con esa escena—, Vittorio De Sica sembró la semilla de donde brotarían las ramificaciones de un frondoso árbol cinematográfico.

En otra película del mismo director, Milagro en Milán, reaparece el recurso de la fuga que simboliza la desesperación en la Europa de posguerra. También hacia el final de Milagro, los pobres huyen al cielo montados en escobas.

Esas huidas de De Sica —ora en bicicleta, ora en escobas voladoras—, tendrán una apasionante descendencia fílmica. El asunto de la evasión neorrealista repercutió en la Nouvelle vague creando una especie de genética del celuloide. En las películas francesas siempre hay alguien huyendo o corriendo.

Á bout de souffle (“Sin aliento”), de Jean-Luc Godard, termina con Jean-Paul Belmondo corriendo por una calle, herido en la espalda. Los cuatrocientos golpes, de Truffaut, concluye con el largo plano secuencia del niño que escapa de un reformatorio para llegar corriendo a la playa donde por fin descubre el mar.

Ese mar metaforiza una gigantesca bolsa de líquido amniótico. El niño ha vuelto a la placenta de donde quisieron expulsarlo, pues poco antes le ha confesado a una psicóloga que su madre quiso abortarlo y él se enteró más tarde por su abuela.

El regreso al útero, el descubrimiento del mar, su mirada perdida y congelada en la pantalla, retratan al feto que ha recuperado la libertad de retornar a la muerte, de donde quizá nunca debió salir para llegar a la triste vida que le esperaba.

Truffaut describe así una suerte de fuga existencialista a la inversa, una evasión hacia atrás, que va de la vida a la muerte. En otra película suya, Jules et Jim, de nuevo tenemos una carrera cuando los tres amigos trotan en un puente.

En Banda aparte, de Godard, otros tres personajes corren nueve minutos por el Louvre. Esa carrera tan “museable” llegó a ser tan mítica que 40 años después Bertolucci le rindió homenaje en The dreamers (Los soñadores).

En el Free cinema —movimiento deudor de la Nouvelle vague— tenemos más correteos. Basta citar La soledad del corredor de fondo, de Tony Richardson, quien sin duda se inspiró en Los cuatrocientos golpes, pues su filme también transcurre en un reformatorio y su protagonista emprende una carrera al final.

En otra película inglesa, El Señor de las Moscas, de Peter Brook, el desenlace consiste en otro niño corriendo. De nuevo, el contexto es el mar.

Desesperado, huyendo de una tribu de menores asilvestrados que quieren matarlo, el niño corre tropezando y arrastrándose por la orilla de la playa hasta toparse con unos zapatos blancos. La cámara sube lentamente por los calcetines blancos, las piernas, las rodillas hasta llegar al short blanco de un adulto que será su salvación. Esa minuciosa blancura en la vestimenta es contextualmente trascendental. Significa que a la isla salvaje han llegado la autoridad y la urbanidad.

Aquí el mar —a diferencia de Truffaut— adquiere otra significación. Representa la liberación, la fuga de la barbarie hacia la civilización, ya que los marineros recién desembarcados pondrán orden en el caos de una rupestre dictadura militar.

La carrera —por lo general al final y casi siempre desesperada— se convirtió en la principal seña de identidad del cine vanguardista europeo de aquellos tiempos.

¿Por qué todos corrían en aquellos años cincuenta y sesenta, tanto en Italia como en Francia y en Inglaterra?

Creo que la culpa es del Ladrón de bicicletas en su escapada final. Estos atavismos cinematográficos remiten a aquella escena de 1948. De aquella secuencia seminal salieron todas las demás estampidas.

El cine cubano —heredero directo del Neorrealismo Italiano— no podía escapar a esas influencias. El tercer cuento de Lucia, (Humberto Solás, 1968) termina con una carrera filmada en unas salinas. Adela Legrá huye de su marido interpretado por Adolfo Llauradó.

¡Esa carrera cubana en la salina es una salación!

Otra larga y multitudinaria carrera cubana fue profetizada en Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, cuando el protagonista (Sergio Corrieri) contempla La Habana con un telescopio desde su apartamento. De pronto, su mirada se detiene en una valla con la frase del Che Guevara: “Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”. A lo cual, Sergio agrega zumbón: “Como mis padres, como Laura, y no se detendrán hasta llegar a Miami”.

En efecto, es como si alguien hubiera gritado: “¡la peste el último!”