Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Horror, Literatura, Novela

Un clásico que pone los pelos de punta

La editorial Minotauro ha reeditado la que, en opinión de Stephen King, es la más aterradora de todas las novelas sobre casas encantadas que se han escrito jamás, y destaca sobre las demás, como las montañas despuntan sobre las colinas

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Esta semana quiero dar noticia de la reedición de un clásico de la literatura de terror. Presumo que algunos han de cuestionar que dé esa venerable condición a una obra de un género tan comercial y, por eso, tan escasamente valorado y atendido por la crítica biempensante. Pues sí, se trata de un clásico, pues los hay en cada manifestación, aunque por lo general es una etiqueta que acostumbramos otorgar a libros de contenido más serio y trascendente.

Pues a lo que iba. En su colección Esenciales, en la cual figuran nombres como Ray Bradbury, Philip K. Dick y Frederik Phol, la editorial Minotauro reeditó el año pasado La Casa Infernal, que cuando apareció en 1971 se convirtió de inmediato en un clásico. Su autor es el norteamericano Richard Matheson (1926-2013), que el mismísimo Stephen King ha elogiado más de una vez. De hecho, lo reconoce como una influencia decisiva y ha comentado: “Cuando la gente habla del género de terror, supongo que mi nombre es el primero que se menciona. Pero sin Richard Matheson yo no estaría aquí”.

Cuando este publicó La Casa Infernal, contaba ya con un nombre en los géneros fantástico y de ciencia ficción. Aparte de su faena literaria, desarrolló una destacada y prolífica labor como guionista de cine y televisión. Series tan conocidas como The Twilight Zone y Star Trek llevan su firma, y para la pantalla grande adaptó varias novelas y relatos suyos. La película con la cual más se le asocia es Soy leyenda, que tuvo versiones protagonizadas por Vincent Price y Charlton Heston (hay una posterior, de 2007, con Will Smith). También son suyos los guiones de El increíble hombre menguante, El último escalón y El diablo sobre ruedas, primer largometraje que dirigió Steven Spielberg, así como las adaptaciones de los cuentos de Edgar Allan Poe realizadas por Roger Corman. Como escritor, Matheson ha recibido los premios World Fantasy (1976, 1978, 1984, 1990), Stoker (1990, 1994), International Horror Guild Award (2000), Retro Hugo (2001), Locus (1990), Readcorn (1990) y British Fantasy (1996).

“De todas las novelas sobre casas encantadas, La Casa Infernal es la más aterradora que se ha escrito jamás. Destaca sobre las demás, como las montañas despuntan sobre las colinas”. La opinión es de Stephen King, lo cual le da mucha credibilidad. Matheson, por su parte, declaró que para escribirla, le sirvió de inspiración La maldición de Hill House, de su compatriota Shirley Jackson. Entre ambas novelas existen, en efecto, algunos puntos comunes. Pero la de Jackson juega con el suspenso psicológico, y la de Matheson, por el contrario, incorpora más violencia y sexo. Se aparta además de las historias victorianas de fantasmas, pues tiene un ambiente maligno.

La acción tiene lugar en Estados Unidos en 1970. William Reinhardt Deutsch, un millonario excéntrico y a punto de morir, quiere saber si la vida existe más allá de la muerte. Posee una casa en Maine que lleva cerrada treinta años. En 1940 hubo un intento para investigar el centenar de fenómenos paranormales registrados y documentados dentro de sus paredes. Pero al igual que una investigación en 1931, esta terminó de manera catastrófica: solo uno de los nueve visitantes sobrevivió. Los ocho restantes tuvieron destinos pavorosos, se suicidaron o enloquecieron.

El millonario desea saber a qué responden esos fenómenos y ofrece al doctor Barrett pagarle mil dólares para que demuestre tales hechos. No quiere mentiras, le advierte. Solo exige una respuesta verdadera, sea la que sea. A Barrett lo acompañarán dos personas más: Florence Tanner y Benjamin Franklyn Fischer. La primera es una médium espiritualista excesivamente emotiva; el segundo, un médium físico y el único que sobrevivió de la expedición de 1940.

Deutsch compró la casa a sus herederos. Perteneció a Emeric Belasco y es considerada la casa más encantada del mundo. Se ha ganado el nombre de la Casa Infernal porque “había dejado a sus espaldas una espeluznante leyenda de muertes, suicidios y locura. Una casa terriblemente impura”. Belasco dedicó vida y fortuna a experimentar todos los excesos y perversiones terrenales que cabe imaginar. Creó en la casa su propia versión del infierno. Allí todo se aceptaba, nada era considerado prohibido o depravado.

Quienes venían nunca regresaban con los suyos. Se habituaban a aquel estilo animal de vida. Orgías de asesinatos, mutilaciones, necrofilia y canibalismo formaban parte de la conducta cotidiana. Belasco, sin embargo, no se involucraba, sino que prefería ver el infierno que había engendrado. En 1929, los preocupados familiares de algunos de los visitantes consiguieron que las autoridades cerraran la casa, tras una década de drogas, blasfemia y vicio. Se encontraron decenas de cadáveres, pero el de Belasco, quien murió en 1949, nunca apareció.

Finalmente, el grupo pasa a estar integrado por cuatro personas. Barrett trae con él a su esposa Edith, quien insistió acompañarlo como una especie de segunda luna de miel. Al llegar, hallan una niebla espesa y cerca hay un pantano que despide un hedor fétido y decadente. Envuelta en la niebla, surge amenazadora la silueta de una inmensa casa, que hace decir a Edith: “Es una casa espeluznante (…) No necesito entrar para saberlo”. Las ventanas están tapiadas y aunque les habían dicho que el servicio eléctrico fue restablecido, comprueban que no hay luz. Al poco rato de estar recorriendo la casona —una cocina de 120 metros, un comedor de 450, un teatro con butacas para cien personas, sauna, salón de baile, una piscina olímpica, una capilla—, una voz sale de un gramófono. Es Belasco que les da la bienvenida. Es una de las muchas cosas extrañas de las que han de presenciar en la semana que pasan allí. Cuando ellos piensan que ya lo han visto todo, la casa les reserva algunos trucos más que no podrían haber previsto.

La casa aprovecha sus debilidades personales

Barrett no está contento con los compañeros que la impusieron, mas no tiene alternativa. No cree en fantasmas. Para él, los fenómenos parapsicológicos son producto de la energía de los vivos y piensa que se pueden explicar científicamente. De hecho, planea poner a prueba una máquina que ha construido y que le traerá reconocimiento y fama. Eso no deja de ser paradójico, pues será un cazafantasmas que no cree en fantasmas. Tanner, por el contrario, defiende que esas manifestaciones son impulsos de los muertos, de espíritus que no están en paz y que aún tienen algo que hacer en este mundo. En cuanto a Fisher, vino a la Casa Infernal por primera vez cuando era el médium más famoso del mundo. Ha vuelto ahora para tratar de comprender qué sucedió entonces.

Matheson maneja la trama argumental de modo que los tres investigadores se reafirman en sus convicciones. Cada uno cree que el desarrollo de los hechos corrobora su interpretación sobre la naturaleza de la casa. Se muestra incrédulo ante lo que ocurre a sus compañeros, pero después le toca experimentarlo en sí mismo. Acaba por aceptar la gravedad de la situación, pero para entonces es demasiado tarde. Tanner está convencida de que el espíritu de Daniel Belasco, el atormentado hijo de Emeric, la ha contactado. Barrett opina que ha sido engañada por la casa y que, si bien inconscientemente, ha creado muchos de los fenómenos en que se ve envuelta. Fischer concluye que la casa es demasiado poderosa para enfrentarse a ella. Es el que menos se ve afectado de los tres, pues opta por ignorar su don y hace lo menos posible para no agravar las fuerzas que se hallan dentro de aquellas paredes. Sin embargo, más tarde, cuando los fenómenos se vuelven más extremos, se ve obligado a usar sus poderes para contraatacar.

La cordura de los cuatro va siendo astutamente barrenada por la perversa fuerza sobrenatural, que se concentra en afectar sus debilidades personales. En el caso de Barrett, se trata de su individualismo, rayano en la altivez, en su desconocimiento del espiritualismo y en su debilitado estado físico, consecuencia de la poliomielitis que tuvo de joven. En el de Fischer, su decisión de adoptar una actitud de voluntaria inacción, que él argumenta como precaución. En el de Tanner, su convencimiento de que Daniel Belasco existe y necesita que ella lo ayude a escapar de la casa. Y en el de Edith, su inseguridad y los deseos reprimidos que ha acumulado en un matrimonio sin relaciones sexuales. La casa aprovecha esas áreas de debilidad y además incrementa las tensiones existentes entre ellos para separarlos, para que no funcionen como equipo.

La Casa Infernal combina médiums, misterio, terror material y sexo con la tradición de las casas encantadas. Su autor parte de los ingredientes básicos de los viejos relatos y supersticiones y los incorpora en un contexto contemporáneo (Maine en la semana de las Navidades de 1970). Mezcla el ambiente del terror gótico con la intensidad de un thriller moderno o una película de acción. Desde el principio de la novela crea un ambiente tenebroso y lo mantiene hasta el final. Propone varias explicaciones sobre el origen de los fenómenos parapsicológicos, pero no revela cuál es la causa real hasta el desenlace.

Asimismo, desarrolla con maestría la historia, que está distribuida en capítulos que indican el día, la hora y los minutos en que tienen lugar. Desde el inicio, empiezan a ocurrir cosas misteriosas y horripilantes que van escalando gradualmente, y entre las cuales hay algunas que literalmente ponen los pelos de punta. Cada episodio hace que las circunstancias sean cada vez más y más insólitas. La casa deviene más violenta, lo cual incluye escenas de violencia sexual descritas con detalles casi pornográficos.

Como hizo con otras obras suyas llevadas al cine, Matheson se ocupó de redactar el guion de La Casa Infernal. Se tituló La leyenda de la Casa Infernal y fue rodada en 1973. Los productores rebajaron las escenas más sangrientas, así como las sexuales más explícitas y de mayor virulencia. Matheson, por su parte, eliminó pasajes del libro que habrían sido muy difíciles de rodar entonces, por no estar al alcance de los efectos especiales de la época. Pese al éxito que tuvo su novela, no volvió a tratar el tema de la casa encantada. No deseaba que lo encasillasen, y tampoco escribía pensando en las ventas. Prefería escribir sobre lo que le interesaba y agradaba.

Quienes acudan a La Casa Infernal esperando encontrar la tradicional historia de fantasmas ubicada en un castillo medieval en el siglo XIX, quedarán sorprendidos —y, sobre todo, aterrorizados— al descubrir que lo que se cuenta sucede ahora. Matheson es el autor que más ha contribuido a traer el horror a nuestros días. Ha demostrado además que este es un género que, pese al paso de los años, no ha perdido su capacidad de impresionar. Otros, como el western, atraviesan por tiempos difíciles. El terror, en cambio, disfruta hoy de más popularidad que nunca. Aquellos que quieran entender por qué, o simplemente desean aprender cómo escribir una novela de terror apasionante, harán bien en leer este clásico. Se enterarán, de paso, de que antes de The Walking Dead, Pesadilla en Elm Street e It, existía La Casa Infernal.