Un festín de creatividad y talento
En su último disco, la cantante beninesa Angélique Kidjo rinde un homenaje a Celia Cruz. Diez canciones en las que reivindica la africanía de la música caribeña, en un trabajo que constituye un verdadero prodigio transcultural
El año que ya está a punto de despedirse ha dejado una buena cosecha sonora. Como hace habitualmente por estas fechas, la crítica especializada ya se ha ocupado de espigar en ella lo mejor y más significativo. No me ocuparé, pues, de esa faena. Sin embargo, entre todos los discos que han visto la luz en 2019 quiero llamar la atención sobre un par de ellos que no debieran pasar inadvertidos para quienes admiran la música producida en Cuba.
Esta semana voy a comentar el primero. Es de Angélique Kidjo, la cantante más internacional de Benín y ganadora de tres premios Grammy. Su discografía está integrada por más de una decena de títulos y ha colaborado con artistas como Carlos Santana, Herbie Hancock, Cassandra Wilson, Dave Mathews, Branford Marsalis y Phillip Glass. La revista norteamericana Time la llamó la primera diva africana, la BBC la incluyó en la lista de las 50 figuras icónicas de África y el diario británico The Guardian la incluyó entre las cien mujeres más influyentes del mundo. Está además comprometida con su pequeño país natal: contribuye como activista con proyectos educativos como The Batonga Foundation, dirigida a las jóvenes, a las que Kidjo considera el colectivo más frágil y decisivo de la sociedad. Asimismo, es Embajadora de Buena Voluntad de la UNICEF.
En el mes de abril, salió a la venta su último álbum: Celia (Decca Records, Universal Music, 2019). En el mismo, Kidjo rinde tributo a la Reina de la Salsa, por quien ha confesado que desde su adolescencia siente una gran admiración. Escogió diez temas pertenecientes a su edad de oro. Corresponden a las décadas de los 50 y los 60, cuando Celia Cruz cantaba con la legendaria Sonora Matancera y, después, con Fania All Stars. Se trata de verdaderos clásicos que muchos han de reconocer y recordar: Cúcala, La vida es un carnaval, Sahara, Baila Yemayá, Toro mata, Eleguá, Químbara, Bemba colorá, Oya diosa, Yemayá.
Celia representa un proyecto natural y orgánico en la trayectoria artística de Kidjo. A lo largo de la misma, ha adquirido fama por emplear material ajeno para hacerlo pasar por el filtro africano. Eso la ha llevado a incorporar a su repertorio canciones de Bob Marley, de Sam Cooke, de Nina Simone, de Jimi Hendrix. Pero ha sido sin duda en sus dos últimos trabajos en los que su ambición de mestizaje ha volado más alto. El año pasado, revisitó Remain the Light, el clásico álbum de Talking Heads, para poner en evidencia sus raíces africanas. Esa misma técnica la ha aplicado en Celia, con un balance musical mucho más satisfactorio.
Existen además otras razones que legitimizan su sentido homenaje a Celia. Ella misma ha hablado de ello en varias entrevistas: “Cuando era niña, vi a Celia Cruz cantar en Benín y su energía y alegría me cambiaron la vida. Fue la primera vez que vi a una mujer poderosa en un escenario. Usaba su voz como percusión. Sus baladas eran realmente melódicas, pero dentro de la melodía había un ritmo. Sus canciones resonaban de manera misteriosa en mí. Muchos años después, supe que estaba cantando las canciones yorubas que se interpretaban en Benín desde hace cuatrocientos años. Sentí que era una hermana perdida del otro lado del mundo. Como yo, ella experimentó el exilio de una dictadura y siempre estuvo orgullosa de sus raíces, de sus raíces africanas”. En esa ocasión, al verla interpretar sus canciones con Johnny Pacheco, Kidjo sintió que estaba en territorio familiar. Y agrega que “Celia Cruz, al igual que Miriam Makeba, nos cambió la mentalidad a las mujeres y nos dio fuerza para ser lo que quisiéramos ser”.
Años después, tuvo su primer encuentro con Celia, cuando esta y su banda tocaron en París a principios de la década de los 90. Acerca de aquel encuentro, Kidjo ha contado: “Nos presentaron y ella estuvo muy acogedora. ¡Mi hermana africana, mi hermana negra!, exclamaba en español. Me abrazó y yo pensé: ¡Nunca más voy a lavar esta ropa! Le comenté que me encantaba su canción Químbara, y de modo sorprendente me invitó a que la cantara con ella. La mirada en el rostro de su esposo fue graciosa. Se dio la vuelta como diciendo: ¿Qué demonios es esto? Celia me dijo: Espera ahí. Yo te invitaré al escenario y tú ven y únete a mí en esa canción. Cuando me invitó al escenario, subí, ella me dio el micrófono y yo empecé a cantar algo que no era Químbara. Canté los primeros versos, mientras ella se moría de la risa. Yo la miré y le dije: Celia, estoy haciendo el ridículo. Aquí está tu micrófono. Y me escapé”.
Una atractiva doble transculturación
Por otro lado, conviene apuntar que la salsa es muy popular en África. La propia Kidjo ha comentado que en su niñez, en Benín era muy popular. Y ha recordado que varios de los grandes artistas africanos comenzaron tocando salsa: Youssou N’Dour, Salif Keita, Baaba Maal y, por supuesto, el fallecido Laba Sosseh, la estrella de ese género musical en aquel continente y primer africano que ganó un disco de oro con un elepé de salsa. También comparte inicios similares el baterista nigeriano Tony Allen, uno de los principales colaboradores con los que ha contado Kidjo en Celia.
Este tributo, en el cual hace a la artista cubana viajar a África, es un buen ejemplo de cómo las manifestaciones musicales se retroalimentan. No hace falta que argumente las raíces africanas de buena parte de los géneros y estilos más famosos de nuestra música. De igual modo, es pertinente recordar que esta llegó a ser enormemente popular en toda África Occidental, donde ha sido cantada en los idiomas de la región o bien en un español a veces poco inteligible, e interpretada con aportaciones propias. Eso ha llevado al crítico español Javier Losilla a expresar que “lo que ha hecho Angélique Kidjo, en definitiva, es una atractiva doble transculturación, pues la música africana viajó a América, y andando el tiempo, nuevas mezclas surgieron en África con la llegada de los artistas latinos”.
En efecto, tradicionalmente ha existido una fértil corriente de intercambio entre esas expresiones musicales. El antes mencionado Laba Sosseh fue, de acuerdo a Carlos Galilea, una referencia para esa música que, en un feliz viaje de regreso, se reencontraba con una parte esencial de su raíz. A ese complejo mestizaje cultural se viene a sumar esta relectura de la etapa más sobresaliente de la carrera de la excepcional sonera, que, como aquí se pone de manifiesto, es también la más africana. Una herencia, por cierto, de la cual ella estaba orgullosa.
Kidjo reivindica la africanía de la música caribeña, y en ese camino de devolverla a aquel continente la somete a una actualización que es un verdadero prodigio transcultural. Le inyecta nuevo aliento y energía al repertorio de Celia, al llevarlo a otro terreno con el cual, a la vez, está emparentado. Las raíces africanas de esas canciones quedan así amplificadas y se hacen más visibles, al ser polinizadas con un festín de ritmos como el ethio-jazz, la rumba congoleña, el afrobeat.
No estamos, pues, ante un disco de versiones, sino ante una reinterpretación respetuosa pero creativa de esa decena de canciones. Basta escuchar los originales cantados por Celia y después oír esos mismos temas grabados por Kidjo, para comprobar que los de la beninesa rezuman autenticidad y talento. Así, en su voz poderosa y bien timbrada Oya diosa pierde parte de su cepa bolerística y adquiere una cadencia africana. En Sahara, por el contrario, las magníficas secciones de cuerda y piano y el maravilloso aporte afro-jazz de Shabaka Hutchings con el sexo dan a ese bolero una atmósfera peculiar y misteriosa. Bemba colora está recreado en clave ethio-jazz, lo cual le confiere una sonoridad nueva y sorprendente. Eso mismo se puede decir también de Baila Yemayá, otra de las gemas del álbum. Kidjo se luce igualmente en Químbara, Cúcala, La vida es un carnaval y Toro mata. El disco se cierra brillantemente con Yemayá, cuyo arreglo aleja la canción de Ezequiel Díaz Gómez de la estructura sonera del original, para acercarla a una música similar a la que acompaña los rituales de la religión afrocubana.
Para grabar Celia, Kidjo reunió un equipo de cualificados cómplices. La producción y los arreglos corrieron a cargo del martiniqués David Donatien, quien además interviene como instrumentista. Una colaboración muy valiosa es la de Tony Allen, creador del afrobeat. Acerca de su presencia en el disco, Kidjo comentó: “Quise llamarlo porque estaba segura de que en sus inicios en la música debió tocar salsa, y así fue. Verle tocar es una experiencia de otro mundo. No es que toque la batería: mantiene una conversación con ella”. Para garantizar que los metales estuvieran a la altura del proyecto, la cantante incorporó a los integrantes de la Gangbé Brass Band, un conjunto de Benín considerado entre los mejores de África, que mezcla el jujú africano con el jazz. Al disco contribuyeron también la bajista y rapera Meshell Ndegeocello y Sons of Kemet, una famosa banda británica de jazz cuyo líder es Shabaka Hutchings.
La conjunción de todos esos talentos ha cristalizado en este estupendo homenaje a Celia Cruz, una verdadera delicia que se disfruta desde la primera canción hasta la última. Para resumirlo en pocas palabras, un disco imperdible.
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