Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Teatro

Un Shakespeare procaz, irreverente y festivo

Choteo, travestismo, doble sentido, ingredientes picarescos, pastiches, intertextualidad, parodia y kitsch confluyen en el montaje de Noche de Reyes del Teatro El Público

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“Me llegan noticias del Nuevo Mundo, en el cual me dicen que nativos y recién llegados también se entregan al arte del teatro. Y que en esas Islas y tierras tan recientes, interpretan obras con un descaro y un desafuero que tal vez resulte escandaloso, acompañados por músicos elementales, ritmos que llaman a los goces más libidinosos. Hombres interpretan a mujeres, como es habitual entre nosotros, pero mujeres interpretan a mancebos, y se cruzan trajes y máscaras con tal falta de rigor, que ya no se sabe quién es quién (…) A los que me dicen que debo ordenar con mano dura castigo a tales indisciplinados, no sé qué responderles. En las tierras recién descubiertas, la gente no distingue entre placer y desmesura, y a veces pienso con un poco de sana envidia en la inocencia de tales seres”.

Las palabras anteriores pertenecen a una carta que la reina Isabel Tudor dirigió a William Shakespeare. Aparece en el programa de mano de Noche de Reyes, el más reciente estreno del habanero Teatro El Público. Se trata, naturalmente, de un texto apócrifo, aunque entre bromas y veras se adelantan algunos de los rasgos fundamentales que singularizan esta lectura de la comedia del dramaturgo inglés. En efecto, descaro, desafuero, acompañamiento musical, travestismo en ambos sentidos, placer, desmesura, son calificativos que se pueden aplicar con propiedad al montaje dirigido por Carlos Díaz, aunque esa lista está lejos de ser completa.

De acuerdo a Harold Bloom, uno de los máximos especialistas en Shakespeare, Noche de Reyes constituye una de las mejores comedias puras de su autor. Es una obra festiva y ambigua, repleta de equívocos, enredos y apariencias, que rehúsa tomarse en serio a sí misma y que no se puede ver con expectativas realistas. Por la intriga, el fondo y la atmósfera alegre y satírica, posee muchos puntos comunes con Como gustéis y, sobre todo, con La comedia de las equivocaciones. No se trata, hay que admitirlo, de una obra tan madura y trabajada como la primera, pero en cambio es un delicioso compendio de la materia cómica shakesperiana, además de que incluye algunas escenas muy brillantes. De manera que se puede afirmar, de entrada, que Carlos Díaz contaba a su favor con un texto sumamente agradecido y con muchas posibilidades escénicas.

Quienes hayan asistido a algunos de los montajes del Teatro El Público, saben que de Carlos Díaz no cabe esperar una lectura convencional y fiel a la obra, en el sentido de representarla tal cual la concibió su autor. Para él, el teatro es un hecho vivo, y por eso su tratamiento escénico se sustenta en vías más imaginativas y transgresoras. Con ellas busca adecuar los textos dramáticos a los códigos expresivos que conforman su personal estética. Ese tratamiento Abel González Melo lo ha sintetizado con acierto, al referirse a una de sus puestas en escena. Como él señala, a Carlos Díaz no le interesa tanto marcar como incidir, mostrar como quebrar, componer como desarticular en pos de una lectura abrasiva. Así es como ha concebido sus montajes de obras de García Lorca, Virgilio Piñera, Albert Camus, Jean Genet, Tennessee Williams, Racine, Abilio Estévez, Antón Chéjov. Así también es como ha hecho con Shakespeare y su Noche de Reyes.

Una marcada intención de espectacularidad

En la puesta en escena, que se mantendrá en cartel durante este mes, Noche de Reyes ha sido extrapolada a la actualidad y adaptada al estilo inconfundible del Teatro El Público. Carlos Díaz quiso poner a dialogar a Shakespeare con los espectadores de hoy, y para ello contó, en primer lugar, con la colaboración de Norge Espinosa. Fue este quien realizó una versión del texto que condensa los cinco actos originales del original. A partir de esa base dramatúrgica, Carlos Díaz creó un montaje en el cual la obra se representa de un tirón, a un ritmo muy ágil y, en ocasiones, delirante. (Al respecto, quiero reproducir unas palabras escritas por Harold Bloom: “La falla principal de todas las puestas en escena de Noche de Reyes que he visto es que el ritmo no es bastante rápido. Debería representarse al compás frenético que corresponde a esa compañía de estrafalarios y locos”.) Tras un prólogo, en mi opinión, innecesariamente largo, comienza a desarrollarse una historia repleta de equívocos, enredos y apariencias, que de inmediato atrapa al público. Este llega así al final del montaje como en ensalmo, emborrachado por un Shakespeare seductor, que posee una marcada intención de espectacularidad y que gratifica los sentidos.

Dar una idea, aunque sea leve, de lo que ocurre en el escenario del Teatro Trianón, resulta literalmente imposible. Solo quien asista a alguna de las funciones puede tener una visión cabal de ello. Carlos Díaz es un director talentoso, que además sabe combinar los distintos elementos para crear un buen espectáculo. En Noche de Reyes pone de manifiesto esa capacidad y ha integrado todos los recursos imaginables. En el montaje hay choteo, doble sentido, ingredientes picarescos, recontextualizaciones, pastiches, intertextualidad, parodia, kitsch. Asimismo su Noche de Reyes posee una profusión de citas y códigos, así como símbolos visuales, orales y musicales. Son guiños y referentes que los espectadores saben reconocer y descodificar, y forman parte de los canales de comunicación con ellos que el Teatro El Público ha desarrollado. De ese curioso coctel inevitablemente tenía que salir un Shakespeare cuando menos distinto, y que viene a confirmar los calificativos de posmoderno y neobarroco festivo que en otras ocasiones se han aplicado a la estética del director.

Un ingrediente importante de la puesta en escena es la música. La ejecutan los propios actores y cumple funciones muy diversas. Para sorpresa de los que así estén inclinados a pensarlo, su inclusión no es arbitraria ni desatinada. Es común encontrar la afirmación de que Noche de Reyes es el musical de Shakespeare. De hecho, se han conservado partituras y letras de canciones que se interpretaron cuando la obra fue estrenada, en vida de su autor. La música, por otro lado, viene a ser un componente natural e incluso ineludible en una puesta en escena que recrea la obra de Shakespeare como un jolgorio, como una fiesta desbocada que concluye con una apoteosis final a ritmo de conga. Eso responde además a la concepción de su director, quien defiende la idea de que “el teatro no debe ser nunca aburrido, que su sentido de fiesta no debe olvidarse, ni dejar de aprovecharse jamás”.

El placer pasa a ser así la clave formal del montaje, en el que Carlos Díaz reitera su culto por la belleza. Esto último se extiende a todos los aspectos del hecho escénico, incluido el cuerpo humano. Aunque en Noche de Reyes hay un verdadero despliegue de vestuario y máscaras, no faltan los desnudos, que en esta ocasión solo incluyen a los actores. Carlos Díaz despoja sus cuerpos de atavismos parroquiales y rompe el tabú de mostrar los genitales masculinos. Eso alcanza la mayor cota de desparpajo en la hilarante escena del diálogo entre sir Toby Belch y sir Andrew Aguelcheek.

Una provocación que se traduce en carcajadas

Es innegable que en ello hay una intención de transgredir lo que socialmente se consideran el buen gusto y las buenas costumbres. Pero esa provocación también está animada por la voluntad de presentar el sexo de una manera más natural y desinhibida. Igualmente es lo que el director hace en otras escenas, en las que no se escamotea el elemento erótico. El montaje lo privilegia, pero al mismo tiempo lo distancia mediante el empleo del humor. El resultado es que la provocación escénica se traduce así en carcajadas.

Ese mismo tratamiento desprejuiciado y desacralizador es aplicado al tema del autorreconocimiento y la diversidad sexual. La historia que se cuenta en la comedia de Shakespeare se basa en la cadena de equívocos provocada por Viola y en la confusión de géneros e identidades. Algo que el montaje se ha encargado de amplificar. Eso además permite al director hacer una celebración de la homosexualidad, un aspecto que aparecía ya en sus primeros trabajos.

Una vez más, el texto original proporciona a Carlos Díaz el punto de partida. Lo digo pensando no solo en la atracción que despierta en Olivia el supuesto Cesario. A eso hay que sumar el personaje de Antonio, quien alberga un homoerotismo no por insinuado menos evidente. Acudo por última vez a Harold Bloom: “Me han hablado de una puesta en escena en la que Sebastián se empareja con Orsino, mientras que Olivia y Viola se toman mutuamente. No tengo ganas de verla y Shakespeare no escribió eso. Pero aquí, como en otros lugares, antes y después, Shakespeare califica de manera compleja nuestras certidumbres más fáciles en torno a la identidad sexual. En la danza de parejas que concluye la obra, Malvolio no es el único aspirante insatisfecho. Antonio no vuelve a hablar en la obra después de que exclama: ‘¿Cuál es Sebastián?’. Como el Antonio de El mercader de Venecia, este segundo Antonio ama en vano”.

En Noche de Reyes, Carlos Díaz contó con la colaboración de un estupendo equipo artístico. Roberto Ramos diseñó un vestuario que es un verdadero derroche de imaginación, y al cual la puesta en escena debe mucho de su deslumbrante visualidad. Junto con Nelson Ponce y Edel Rodríguez, Ramos firma también la escenografía, que en esta obra es mucho más despojada que la de otros trabajos del grupo. Asimismo la concepción del espacio escénico integra una pasarela, similar a la usada en La Celestina, que ocupa la zona central del patio de butacas. Igualmente profesionales y eficaces son las aportaciones de Carlos Repilado (diseño de luces), Sandra Ramy (asesoría coreográfica) y Bárbara Llanes y Marcel Beltrán (asesoría vocal, banda sonora).

En Noche de Reyes interviene un numeroso elenco, que en total incluye a 17 actores, todos jóvenes. Muchos de ellos poseen ya una trayectoria de varios años. Otros son recién egresados de la ENA. Sin embargo, esa confluencia de veteranos y debutantes no se advierte en su desempeño en el escenario, que alcanza en conjunto un equilibrado nivel. El mérito de esos artistas es doble, dadas las exigencias que les impone el montaje. Las principales son la integralidad (además de actuar, cantan, bailan, ejecutan los instrumentes) y la variedad de registros por los que deben moverse. Todos, ya digo, realizan una labor estupenda, aunque a riesgo de resultar injusto, quiero destacar de manera especial los magníficos trabajos de Olivia Santana (Olivia), Yerandi Basart (sir Andrew Aguelcheek) y Yanier Palmero (Malvolio).

Más que una bocanada de aire fresco, la Noche de Reyes del Teatro El Público es un vendaval de desafuero, humor irreverente y desmesura. Viéndola, me preguntaba cuándo su director incorporará a su repertorio el sarcasmo deslenguado, la comicidad obscena y la sátira implacable de ese padre del teatro político y el teatro de humor que fue Aristófanes.

Noche de Reyes se presenta hasta el 31 de diciembre en el Teatro Trianón, calle Línea, entre Paseo y A, Vedado. Viernes y sábado, a las 8:30pm. Domingo, a las 5pm.