Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura, Literatura infantil, Gatos

Un tesoro oculto

Poco antes de fallecer, Severo Sarduy escribió Gatico-Gatico, que constituye su primera y única incursión en la literatura para niños

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Un libro publicado hace veintisiete años, que lleva la firma de un autor de prestigio internacional y que, sin embargo, hasta hoy es escasamente conocido. Esos breves datos apuntan a que posiblemente estamos hablando de un tesoro oculto. Y, en efecto, dentro de esa categoría hay que incluir sin duda Gatico-Gatico. Apareció en México en 1994, editado por la Dirección General para la Cultura y las Artes, dentro de la colección EnCuento. Esta, como se anuncia en la contraportada, “tiene el propósito de poner al alcance de los niños la diversidad literaria del mundo iberoamericano con obras de grandes escritores”.

De esto último resulta fácil deducir que se trata de un libro para niños. Pero difícilmente se podrá conjeturar que su autor es Severo Sarduy (Camagüey, 1937-París, 1993). Lo afirmo porque no fue esa una manifestación en la cual él hubiera incursionado antes. Tampoco existen indicios de que manifestase interés por ella. De hecho, Gatico-Gatico es su único texto concebido para ese público lector. Debe haber sido uno de los últimos que alcanzó a escribir, pues vio la luz póstumamente. Lo redactó a solicitud de la editorial mexicana, y lo envió poco antes de fallecer acompañado de estas palabras: “Gracias por la alegría que me han dado al pensar en mí para este cuento. Tanto escribirlo como leerlo después, imitando las voces de los personajes, fueron un constante placer”.

El hecho de que quienes se han ocupado con regularidad de la obra de Sarduy ni siquiera mencionen Gatico-Gatico no debe sorprender. Como escribió hace varios años Michi Straufeld, la literatura para niños y jóvenes “es considerada como una especie de curiosidad, un subgénero literario que los escritores y críticos pasan por alto con buena conciencia y pleno convencimiento”. No es momento para extenderme sobre ello, pero sí conviene anotar que es una opinión bastante generalizada que se puede hallar en otros campos, como el editorial y el de los premios literarios.

Paso ahora al tema que motiva estas líneas, que es el cuento de Sarduy. Su personaje principal, no hace falta decirlo, es un felino, solo que uno muy singular: era tan, pero tan pequeño, que cuando nació la madre, “mientras le ponía un abrigo de lana para que no cogiera frío y lo mecía entre sus brazos”, se preguntaba qué nombre ponerle. El padre gato, “gordón y vestido de cuello y corbata para la ocasión”, sugirió que como ningún nombre era lo suficientemente chiquito para el recién nacido, le pusieran simplemente Gatico. A la madre le pareció que no era lo bastante chiquito, y entonces una idea iluminó los ojos anaranjados del padre gato: “Ya sé —maulló con seguridad. —¡Le pondremos Gatico-Gatico!”.

El tiempo empezó a pasar y Gatico-Gatico seguía sin crecer. Era una miniatura de gato. “Si jugaba en un sillón, desaparecía bajo los cojines; cuando maullaba, se creía que era el grito de un pájaro perdido”. Un día, un perro pelirrojo lo tomó por un ratón. Lo persiguió por todo el jardín y cuando Gatico-Gatico no pudo correr más, le cayó a mordiscos. En realidad, no quería hacerle daño, y el minino aprendió así cómo se juega. A partir de entonces, corría y corría para que el perro lo persiguiera. Y al final, los dos se echaban a reír.

Con quienes Gatico-Gatico la pasó peor fue con unos niños del vecindario. Un día lo vieron cuando dormía un sueño tan profundo que se olvidó de ronronear. Creyeron que era un juguete de peluche, lo envolvieron en papel de regalo y lo adornaron con estrellas y flores. Estaban a punto de atarlo con una cinta de colores que decía “Cumpleaños Feliz”, cuando Gatico-Gatico logró zafarse. “Los insultó abriendo la boca y soplando muy fuerte, como si los fuera a devorar”.

Tantas eran las confusiones debidas a su tamaño, que Gatico-Gatico determinó huir de ese mundo de gigantes e irse lejos, muy lejos de su casa para reencontrarse consigo mismo. Fue a dar a la selva y allí se topó con diversos animales. Aquel mundo no estaba poblado de gigantes, pero árboles y animales tampoco le hicieron la vida más fácil. Había troncos protuberantes y filosos, hojas amenazantes como espadas prestas al combate, lianas que en cualquier momento podían apresarlo, ortigas que picaban. Gatico-Gatico se echó a llorar. Por más que lo intentó, no lograba hallar cabida en ningún sitio. Se sentía inseguro y desgraciado.

Cuando clareaba el alba, apareció, “majestuosa como si subiera de la luz”, una lechuza. Quiso saber por qué el felino lloraba, se acercó a él y tuvieron este diálogo:

“—¿Por qué lloras? —le preguntó a Gatico-Gatico.

“—Porque soy muy chiquito. En el mundo de gigantes hinchados me tratan como un juguete inoportuno y aquí todo tiene púas. No sé a dónde ir, dónde podré vivir.

“—¿De dónde vienes? —preguntó la lechuza.

“—Del otro lado del río.

“—¿Cómo te llamas?

“—Gatico-Gatico.

“—¡Ahí está el error! —exclamó la lechuza dando aletazos de alegría. —A partir de ahora —continuo, sabihonda y severa— te llamarás Gatón-Supergatón”.

Al otro día, el minino se despertó más robusto, grande, hermoso y con deseos de tragarse el mundo. Y al siguiente, era ya un gato monumental. Fue así como regresó a su país, donde fue admirado por todos. Su hazaña se hizo tan famosa, que el artista colombiano Fernando Botero la inmortalizó en una escultura que hoy se puede ver en París, en la gran plaza donde comienzan los Campos Elíseos. ¿Y cuál fue la reacción de él cuando vio el monumento a su gloria? Pues se preguntó “si no deseaba aún ser gatico, una miniatura de gato, para que su madre le pusiera un abrigo de lana y lo meciera entre sus brazos”.

Aunque su cuento no tiene nada de didactismo, Sarduy incluye al final una moraleja: “hay que pensar mucho antes de hablar para escoger siempre la palabra justa”. Durante su itinerario por el lugar donde nació y después por la selva, el gato protagonista descubre que llevar un nombre como el suyo, con doble diminutivo, equivale a aceptar su debilidad. Y eso no es la mejor opción para un animal tan inquieto como él. Una lección de la cual pueden sacar provecho tanto niños como adultos.

Sarduy sigue la vieja tradición de las narraciones protagonizadas por animales, que tanta aceptación como arraigo tiene en la literatura infantil. Concibió un texto entrañable, que cuenta una historia entretenida, breve y sencilla, pero que respeta a los lectores a quienes se dirige. La edición no ha descuidado algo esencial en los libros destinados a los niños más o menos pequeños: el atractivo visual. Incluye unas coloristas ilustraciones del chileno Patricio Gómez, que combinan imaginación y realismo.

Quienes pensaban conocer bien la faena literaria de Sarduy, han de sorprenderse con esta faceta oculta con la cual se nos revela en Gatico-Gatico. Demuestra que, hasta poco antes de morir, se mantuvo curioso y dispuesto a explorar nuevos caminos.