Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura

Un viaje por el imperio doméstico

En Mirada de reojo, Anna Lidia Vega Serova recoge las impresiones que le suscita su singular e imaginativo acercamiento a los objetos comunes de su entorno

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No conozco toda la producción narrativa publicada por Anna Lidia Vega Serova (San Petersburgo, 1968). La integran las colecciones de cuentos Bad Painting (1998, Premio David), Catálogo de mascotas (1999), Limpiando espejos y ventanas (2000) e Imperio doméstico (2003, Premio Dador), así como las novelas Noche de ronda (2003) y Ánima fatua (2007). Pese a ello, me atrevo a afirmar que, en el conjunto de su obra, Mirada de reojo (Ediciones Unión, La Habana, 2010, 116 páginas) se inscribe como un libro singular. Eso lo confirma el hecho de que en el tercer tomo de la Historia de la literatura cubana de sus primeros dos títulos se señala que dan testimonio de una realidad insatisfactoria; que sus protagonistas se limitan a drogarse o a reírse de una realidad que los oprime; y que “un erotismo duro, casi animal, sin concesiones al sentimentalismo, caracteriza esos relatos”.

Nada de eso se puede aplicar a Mirada de reojo. De entrada, la etiqueta de cuentos se ajusta mal a unos textos que, si bien poseen elementos narrativos, no se ajustan a las características que tradicionalmente distinguen ese género literario. Se trata más bien de estampas, de viñetas. En ellas la autora recoge las impresiones que le suscita su singular acercamiento a los objetos comunes de su entorno; de ese “imperio doméstico” al cual alude en el título de uno de sus libros.

Esa actitud que implica el mirarlos de otra manera se relaciona, por un lado, con algo expresado en la cita de Rafael Arráiz Lucca que aparece en las primeras páginas: “Las cosas son lo que de ellas persiste en la memoria.// Las cosas son también lo que de ellas queda cuando la memoria falla”. Y por otro, tiene que ver con un aspecto al cual Vega Serova se refirió en una entrevista: “La vida está llena de magia, de sucesos inexplicables, sobre todo si es vista a través de los ojos de un niño (…) Ese punto de vista da muchas posibilidades para la imaginación. No me lo propongo conscientemente a la hora de comenzar un cuento, pero a menudo uso ese recurso”.

El libro se abre con una carta dirigida a Vega Serova por Alia Pérez Petrova, quien es la autora de los textos que lo conforman. (Para quienes no hayan leído Ánima fatua, apunto que se trata de su protagonista.) En esas líneas, además de disculparse por sus “torpes dibujos, la mala letra y las faltas de ortografía”, Alia expresa: “Necesito que tengas presente que jamás, en ningún momento, escribiré en nombre de la Humanidad. Haré referencia única y exclusivamente a mis propias experiencias, basándome en mis gustos, recuerdos y asociaciones particulares, por lo que este informe será subjetivo y arbitrario. Es un riesgo que he de correr”.

En efecto, Mirada de reojo es un libro escrito a partir de vivencias, aunque en apariencia los objetos cotidianos sean sus protagonistas. En realidad, lo son, pero están íntimamente vinculados a la memoria personal de la narradora, que actúa como hilo conductor. Esos recuerdos, sin embargo, no siguen un orden lineal, sino que emergen por su asociación con los objetos. De ese modo, a través de estos vamos reconstruyendo parte de la biografía de Alia. Nos enteramos, por ejemplo, de que ha vivido en Cuba y en Rusia; que una de sus abuelas, la que más menciona, es de esa última nacionalidad; que sus padres están divorciados; que mantiene malas relaciones con su mamá. (Es evidente que Vega Serova establece un juego con su propia biografía.)

Por otro lado, esos detalles biográficos están diseminados a lo largo del libro, y aparecen incorporados a unos textos que, pese a mantener una sutil interconexión entre sí, son independientes. Eso implica que la historia mayor, la de la narradora, se va armando poco a poco, a través de las pequeñas historias que se cuentan en cada viñeta. De eso se puede deducir que esa continuidad llena de sentido se descubre cuando se lee todo el libro, aunque conviene decir que su estructura permite que se pueda empezar por cualquier página.

Un mapa de sus gustos y fobias

En las páginas dedicadas a la cama, nos enteramos de que la narradora lleva una vida básicamente horizontal. Es además, y probablemente por eso, un sitio que se niega a compartir: “Pocas veces me gusta dormir acompañada. En realidad, disfruto mi cama a solas. Leer, escribir, masturbarme, fumar, escuchar música, beber y hasta comer acostada, es delicioso. Me saca de quicio cuando personas poco conocidas se sientan encima de ella. Creo en las malas vibraciones que pueden influenciar mis sueños. Asimismo odio sentarme en las ajenas (salvo rarísimas excepciones) y siempre me cuesta un trabajo horrible dormir fuera de casa”.

A través de esas miradas que están lejos de ser de reojo, la narradora va trazando así un mapa de sus gustos y fobias. Por ejemplo, posee un equipo de música que le regaló un abogado de Colombia. Según ella, le cambió la vida, le dio un matiz preciso, un toque final. Ahora tiene un tema para cada actividad y ya no logra imaginarse sin su acompañamiento. A la computadora la considera su hermana, su madre, su hija, su amante, su patria. No recuerda, dice, haber tratado a un ser humano con cariño, delicadeza y lealtad similares. A lo cual agrega: “Y ella retribuye con creces mis ternuras, cuidados, cada minuto que le dedico, cada pensamiento”. Incluso recuerda haber estado tentada de abandonar la casa en la ciudad e irse a vivir a algún lugar perdido en el campo. Pero la idea de tener que dejar su computadora la hizo desistir.

Por el contrario, confiesa que el televisor es uno de los artefactos que más detesta. De igual modo, expresa que no le encuentra la gracia al hecho de pasar más trabajo del que le corresponde, razón por la cual nunca le han apasionado los animales domésticos. Eso por no hablar de las cucarachas, por las que siente un pánico y un asco irracionales y afianzados. Y apunta: “En cuanto a los peluches, ¿quieres compañía más fiel y graciosa sin el menor desgaste implícito? Tengo varios, cada uno con su nombre, historia y sitio y simplemente los adoro”.

Algunos objetos además dejan de ser inanimados y adquieren vida propia. Acerca del sofá, la narradora escribe que “los hay que son abrazos de un oso enternecido y otros que recuerdan la sala de espera de un hospital; he visto pérfidos que aparentan ser oasis y, cuando logran seducir a la víctima, revelan su verdadera entidad virulenta. Hay ciertos modelos de los que cuesta trabajo levantarse; hay ciertos modelos en los que cuesta trabajo sentarse; hay ciertos modelos a los que cuesta trabajo hasta mirar”. El reloj le hace sentir “el horror ante sus tripas dentadas, su forma abúlica de engullir el tiempo, su implacable fidelidad, los silencios aplastantes entre latido y latido, su omnipresencia, su fatalidad para el camuflaje y mutaciones, su aparente candidez, su absoluta insensibilidad mecánica…”.

En el acercamiento a esos objetos comunes hay un regodeo poético y una capacidad imaginativa, que hacen que algunos textos se conviertan en epifanías: “De vuelta al útero tibio y húmedo, a los sueños primitivos, a la tranquilidad emancipada del ser. Cada cual debería tener su bañera para regar las raíces que le conectan con su yo. Pero cada cual no la tiene. Yo no la tengo.// La tuve y la perdí y la extraño dolorosamente. Me invento otras vías de relajación, ninguna tan efectiva y placentera”.

Las cosas de las que se habla en Mirada de reojo no pueden ser más corrientes: la cortina, el teléfono, la alfombra, el bolígrafo, el pincel, la escoba, el refrigerador, la agenda, el inodoro, el café, el fogón… Resultarían banales y hasta prosaicas, si no fuese por el modo como la escritora se ha acercado a ellas. La diferencia radica, pues, en la singularidad de la mirada, en la misteriosa percepción infantil, en la considerable dosis de psicología, espiritualidad y sabiduría con que Vega Serova las transmuta y enriquece.

En Mirada de reojo hay que elogiar además la limpieza del lenguaje, la economía de recursos, la inteligencia, la capacidad de comunicación, la irreverencia con los géneros literarios. Tras una sencillez y una ingenuidad que son solo aparentes, depara una agradable sorpresa. Lo recomiendo con entusiasmo, pues su lectura, además de amena y disfrutable, es gratificante.