Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Literatura, Literatura cubana, Novela

Una biografía cimentada con ficción

En su cuarta incursión en la narrativa, Dolores Labarcena se ha acercado a un personaje real para completar los espacios desconocidos de su vida. El resultado es una novela estructurada a manera de un rompecabezas que los lectores deben ir armando

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Al final de No quiero llanto (Editorial Betania, Madrid, 2020, 125 páginas), se incluye como anexo un texto titulado “Cimentación aislada”. En él se proporciona alguna información acerca de Germán Píriz (Canarias, 1926-La Habana, 1994), el personaje real cuya vida es repasada en los 38 capítulos que conforman la novela.

Quien se encarga de hacerlo es Oscar Marquetti, el paciente que más tiempo llevaba en el hospital donde Píriz pasó los que fueron sus días finales. Él mismo se define como “un escritor comprometido”. Está por concluir su decimocuarta novela, y con una anterior, titulada Con el sol entre las manos, ganó el Premio Casa de las Américas. Ha sido también agregado cultural de la embajada de Cuba en Viena. Fue Magdalena, la esposa de Píriz, quien un par de meses después del fallecimiento de este lo llamó para proponerle escribir su vida, a partir de unas cintas que le grabaron: “Me gustaría recopilarlo en forma de libro. Podría ser, por ejemplo: ¿biografía novelada?, ¿testimonio?”. A Marquetti, por su parte, aunque entonces aparentó lo contrario, la propuesta le entusiasmó: “Estaba tan interesado en estas memorias, tan interesado en sacarle lascas a ese material, que le hubiese vendido el alma al mismísimo diablo, como quien dice. No lo tomen tan literal…”.

En su cuarta incursión en la narrativa, Dolores Labarcena (Santiago de Cuba, 1972) ha escrito una obra que a quien esto escribe le hizo recordar La vida trunca del Coronel Felino, de Pedro Marqués de Armas, si bien es bueno anotar que se trata de obras muy distintas. En esa novela, su autor reconstruye la vida de varios participantes en la guerra del 95 que hoy han caído en el olvido. A partir de un retrato y un diario, el narrador emprende una pesquisa que da lugar a lo Marqués de Armas llama una investigación novelada, en la cual buena parte de lo que se cuenta es real.

Pero se trata, repito, de obras muy diferentes en estilo, tono y estructura. Labarcena ha concebido una maquinaria narrativa que posee una estructura fragmentaria y desarrolla su relato de manera disgregada. Asimismo, en lugar de un único narrador posee dos, el antes mencionado Oscar Marquetti y el propio Píriz. Sus voces además se alternan y entremezclan, como ilustra este fragmento: “Al principio de la revolución hice cosas buenas. Bueno, en honor a la verdad, hicimos… Píriz, la conciencia hidráulica, lo que se llama conciencia, no existía a principios de la Revolución. ¿Te acuerdas de Flora? Ese ciclón nos permitió, incluso en un breve lapsus de tiempo, tener uno de los ríos más caudalosos del planeta, el Cauto. ¿Y sabes por qué? Simple, Píriz. Ochenta kilómetros. ¡Ni el Amazonas! El Cauto alcanzó un ancho de ochenta kilómetros”.

En el capítulo que abre la novela, Píriz narra el primer combate en el cual tomó parte, poco después de haberse ido a la Sierra Maestra para unirse al Ejércitos Rebelde: “Cuando no pude más, cuando la extenuación se apropió de todos y cada uno de mis músculos, vi la entrada del campamento y ahí mismo dejé el jolongo con la virgen. Al acercarme escuché al Comandante en Jefe echándole una descarga a los rebeldes que regresaron del combate. Piropos de la Sierra: chernas, pendejos, maricones… ¡Ahí llega el Chivo! ¡El Chivo se salvó!, vociferó uno y todas las miradas se clavaron en mí (…) Eso trajo como consecuencia mis primeras palabras con el Comandante en Jefe: Cómo ha sido, explicate, ¿dónde está? Se me acercó tanto que pude sentir su aliento. A sus órdenes, Comandante en Jefe. El teniente Eutimio Palomero murió disparando. Se llevó a ocho por delante. Cuando gritaron retirada me dijo que no se rajaba. Chivo, si caigo no me recojas, llévate a la virgen para que cuide el campamento y allane el camino a la Revolución. ¡No te separes de ella! ¡Júralo!, dijo. Y juré. La virgen, Comandante en Jefe, la dejé a la entrada del campamento en un jolongo. Aquí está la ametralladora”.

Biografía completada mediante la ficción

Durante la lucha armada contra Batista, Píriz fue a dar a la columna dirigida por Camilo Cienfuegos. Este fue quien le puso el mote de Chivo. Tras el triunfo revolucionario, trabajó como chofer en la recién creada empresa de Ómnibus Urbanos de La Habana. Cuando desempeñaba ese empleo tuvo un accidente: distraídamente se saltó un paso a nivel y la guagua fue chocada por un tren. A resultas de ello, seis personas murieron y catorce fueron heridas, entre ellas él, que perdió varios dientes. Después laboró en la Marina Mercante, donde tuvo como compañeros a dos combatientes de la Sierra Maestra. Y también tomó parte en una misión internacionalista. Por todos esos méritos, fue condecorado con la medalla conmemorativa XX Aniversario de la Revolución.

De acuerdo a su esposa, su entierro fue “un total despropósito”: la madre y la tía, quienes sabían que él tenía un cáncer en estado terminal, lo hicieron santo sin que él fuera religioso. Y comenta: “Ocurre como el teatro del absurdo, Germán Píriz, un combatiente de la Sierra maestra, Angola, y Dios sabe cuántos países más, alguien que creía en el materialismo dialéctico, lo metieron en la caja de muerto con un traje de santo y todos los andariveles: gorro, iddé, collares…”. Sus restos fueron sepultados en el Panteón de Veteranos e Internacionalistas”.

La narración de los hechos no se atiene a un orden cronológico. No hay que olvidar que parte de los capítulos corresponden a las cintas grabadas a Píriz, y ya se sabe que al repasar el pasado los recuerdos no vienen en la misma disposición en la cual ocurrieron. Tampoco aparecen precisiones de fechas, si bien a lo largo de la novela aparecen alusiones y referencias a acontecimientos como la invasión de Playa Girón, el éxodo masivo del Mariel y el hostigamiento que sufrieron los curas y las monjas en los años 60. Asimismo, la concepción de No quiero llanto obliga a los lectores a ir montando un rompecabezas, pues es a través de esos retazos sueltos como el esbozo biográfico del personaje de Píriz vaya adquiriendo forma. La de Labarcena es, además, una escritura a la cual hay que adaptarse, lo que no significa que sea enrevesada. Todo ello, eso sí, puede molestar a los lectores más holgazanes y acomodaticios.

Con Memorias biográficas de pintores extraordinarios (1780), el inglés William Beckford inauguró el género de los retratos imaginarios, de las vidas inventadas de personas que poseen todos los visos de haber existido. Lo desarrollaron después Walter Pater, Marcel Schwob, Edith Sitwel y Jorge Luis Borges, este último lector y admirador de Beckford. Sin embargo, no es eso lo que Labarcena hace en No quiero llanto. El personaje protagónico de su libro existió realmente. La labor de ella ha consistido en completar los espacios desconocidos de su biografía mediante la ficción. Mantiene una adecuada interacción entre historia personal y narrativa, y de la segunda provienen los recursos literarios antes mencionados.

A pesar de que la integran ya cuatro títulos —los anteriores son Kruschev (2015), Cachemir (2016) y Diario de un Tuátara (2018)—, la obra narrativa de Labarcena apenas posee visibilidad. Quiero decir, se conoce muy poco y no ha recibido atención por parte de críticos e investigadores. Al hecho de que haya ido quedando orillada, ha contribuido en parte la propia escritora: debido a su carácter huidizo se mantiene en esa clandestinidad que es el ocultamiento. No quiero llanto posee méritos literarios más que estimables y debería servir para que esa situación comience a enmendarse y se reconozca a Labarcena como una autora con voz propia.