Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Cine, Comedia, Ozon

Una comedia maliciosamente amoral

François Ozon vuelve a su faceta más desenfadada con un film inteligente, cáustico y gozoso, que debajo de su barniz burlesco y reluciente oculta una crítica al machismo y una celebración de la inteligencia de las mujeres

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Desde hace ya bastante tiempo, François Ozon viene demostrando que, además de ser un cineasta prolífico como pocos, también es capaz de transitar de un género a otro con una sorprendente facilidad. No hace muchos meses, comenté en este diario el estreno de Peter von Kant, su versión en clave gay de la pieza teatral de su admirado Fassbinder. Esta semana voy a dar noticia de la llegada a las pantallas madrileñas de su último largometraje: Mi crimen (Francia, 2023, 105 minutos), una comedia que en el país vecino ha sido vista por más de un millón de espectadores.

Quienes conozcan la filmografía de Ozon, han de comprobar la gran diferencia de tono y de registro que Mi crimen tiene con películas como Todo ha ido bien, Gracias a Dios, Verano del 85 y Peter von Kant. Ahora nos reencontramos con el Ozon más desenfadado y burlesco. A propósito de este regreso a la comedia, él ha comentado: “Vivimos tiempos duros, venimos de una pandemia, sufrimos la guerra en Ucrania, una crisis económica… Con tanto drama es bueno reírse y hacer algo ligero”.

Mi crimen viene a cerrar una trilogía sobre la condición femenina, iniciada con 8 mujeres (2002) y Potiche (2010), en las cuales Ozon cuestionaba en clave humorística el patriarcado. Su obra más reciente también comparte con ambas el nutrirse en el filón teatral y el empleo del tono artificioso. De acuerdo al cineasta, 8 mujeres “estaba ambientada en los años 50 y utilizaba el cliché de la rivalidad entre mujeres como argumento. Diría que era una cinta sobre el fin del patriarcado en la que las mujeres del título tomaban el poder”. En Potiche, “la protagonista tomaba directamente el poder de la fábrica y de la familia. Era el triunfo del matriarcado. Ahora se trata de hablar de la sororidad, de cómo solo desde la unión solidaria de las víctimas es posible alcanzar la igualdad y la justicia... aunque para lograrlo haga falta mentir y hasta matar”.

Para redactar el guion, que firma junto con Philippe Piazzo, Ozon partió de una pieza teatral de 1934. Sus autores son Georges Berr y Louis Verneuil, un prolífico dúo que dejó una veintena de títulos hoy olvidados y que apenas se representan. En su época, Mon crime tuvo dos versiones cinematográficas rodadas en Hollywood: True Confession (1937), con Carole Lombard, y Cross my Heart (1946), con Betty Hutton.

Para realizar su filme, Ozon se apropió de ese texto y lo adaptó libremente. El mundo de los negocios en donde se ambienta la trama pasó a ser el del cine y la protagonista pasó a ser actriz. Sobre todo, cambió por completo el sentido de la obra original, que en su opinión es de una misoginia inaceptable en nuestros días. Algo que sí conservó es la idea de la falsa culpable. Asimismo, ha declarado que “en esta historia, me centré principalmente en las relaciones de poder y dominación. Quería mostrar cómo dos mujeres jóvenes de la década de 1930 se las arreglaron para salir adelante gracias a su inteligencia y su agudeza mental. También desarrollan gradualmente una conciencia política y se vuelven feministas sin saberlo”. Es decir, que hizo una relectura feminista de una historia criminal y misógina.

La acción tiene lugar en París en 1935. Un investigador se encarga de resolver el asesinato de un famoso empresario y productor de cine. Entre los sospechosos se halla Madeleine, una actriz joven y guapa, pero sin dinero y sin talento, que pasa a ser acusada del crimen. Acosada por las deudas, urde un plan maquiavélico: decide declararse culpable y utilizar el juicio para impulsar su carrera. Se encarga de defenderla su amiga Pauline, una joven abogada en paro. Logra que salga absuelta, al alegar que su crimen fue en defensa propia. A partir de entonces, para ambas comienza una nueva vida de fama y éxito. Pero esa celebridad resulta frágil porque inesperadamente la verdadera culpable está al acecho y no está dispuesta a que le roben lo que es suyo: “Las recompensas deben ir a quienes las merecen: me robaste mi crimen, ¡tendrás que devolvérmelo!”.

Unos diálogos que son una delicia

Ozon se ha inspirado en el cine de la época dorada de Hollywood y, en especial, en el subgénero de la screwball comedy. Con este término se denomina a un tipo de comedia que floreció en los años 30 y 40. Se caracteriza por sus argumentos inverosímiles y completamente disparatados. Son tan imprevisibles, que resulta difícil adivinar qué nueva escena humorística ocurrirá. Las situaciones se suceden una tras otra y los diálogos ingeniosos aportan un ritmo trepidante a la trama. En general, las mujeres eran quienes sostenían las historias con sus acciones, y arrastraban a los hombres a situaciones rocambolescas. La gran abanderada de esos personajes femeninos fue Katherine Hepburn. En cuanto a los directores que más se destacaron, hay que mencionar a Ernst Lubitsch, Preston Sturges, Gregory La Cava, Leo MacCarey, Frank Capra y George Cukor.

De manera consciente, Ozon ha hecho que Mi crimen participe de las características y el espíritu de la screwball comedy. Sus personajes protagónicos son mujeres que se niegan a ser las personas frágiles, amables y tontas que la sociedad patriarcal se obstina en imponerles ese modelo. Por el contrario, son listas, decididas y manipuladoras. El guion está muy bien escrito y cuenta con unos diálogos que son una delicia: mordaces, trepidantes, cargados de ironía, juegos de palabras y guiños anacrónicos.

A esos diálogos, Ozon sabe sacarles todo el partido y logra que los actores los digan con la velocidad frenética y el ingenio propios de las comedias de Lubitsch, que es aquí su gran referente. Los personajes se enfrentan a duelos verbales y sus golpes de réplica se suceden como ráfagas de ametralladora. Para regocijo del espectador, además la trama se desarrolla fluidamente y va de sorpresa en sorpresa, sin darle respiro. El film es así un ejercicio de estilo, una suerte de comedia “lubitscheana” realizada con buen gusto y con un toque traviesamente amoral.

Sostiene Ozon que en el cine actual hay demasiada ansia de realidad. En cambio, en Mi crimen él apuesta por la teatralidad y el artificio y los asume conscientemente, pues como él opina los secretos, la mentira, las fabulaciones hacen que nuestra vida sea soportable. Por otro lado, la escena del juicio, que por cierto no figura en la pieza original, está construida como un vodevil. El fiscal, la procesada y los abogados que se encargan de la acusación y la defensa son actores que interpretan un papel, mientras que el jurado pasa a representar al público. Con este juego de confusión entre realidad y ficción, el cineasta quiere expresar que el teatro se mezcla con la vida.

Ozon también defiende la comedia porque permite aislar los elementos del drama y propiciar al público una distancia para que vea con claridad y disponga de un espacio de reflexión. Eso lo lleva a no ocultar los orígenes teatrales del guion y a concentrar la historia en espacios interiores: la habitación de las dos jóvenes, la sala donde se celebra el juicio, la mansión del empresario, la oficina del juez. Acerca de esto, reproduzco lo que expresó en una entrevista:

“Quería ser honesto desde el principio. La película comienza con un telón y termina con la escena de una obra. Para mí, era algo inherente al tema. La idea era estar como en una película de Renoir: la vida es una escena de teatro, donde todo el mundo interpreta un papel. La única vez que Madeleine dice la verdad mira a la cámara, y a través de esta al espectador. Desde el principio, atravieso paredes, algo que no se hace en las películas realistas. Es un juego, un pacto que establezco con los espectadores: ¿aceptan entrar en este mundo artificial? Eso es algo que me gusta del cine, aunque entiendo que algunas personas reaccionen de forma hostil y no lo acepten. Aun así, creo que los espectadores son lo suficientemente inteligentes y conscientes como para aceptar este tipo de artificio y disfrutarlo”.

Artistas emergentes junto a veteranos

Al conformar el elenco, Ozon optó por una apuesta arriesgada: combinar figuras emergentes con consagrados veteranos. En la práctica, esa combinación funciona muy bien, lo cual es esencial en una comedia. Para los personajes de Madelaine y Pauline eligió a Nadia Tereszkiewicz y a Rebecca Marder, respectivamente, quienes en ese momento no eran muy conocidas. Una prueba del talento del cineasta para dirigir a mujeres, lo es no solo que ambas forman un dúo estupendo, sino que tras su participación en Mi crimen fueron nominadas en los premios Cesar en la categoría de actriz revelación. La primera por Les amandiers y la segunda por Une jeune fille que va bien.

Las dos realizan un trabajo que no desmerece al compararlo con el del resto del elenco. Y conviene apuntar que del mismo forma parte Isabelle Huppert, quien es capaz de robar el protagonismo aunque tenga una escena breve. Aquí interpreta a una diva en decadencia que no supo adaptarse al cine sonoro. Como es usual, su interpretación de Odette Chaumette es brillante y remite al personaje de Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses. Como esta desea volver a los escenarios, pero a diferencia de ella no ha perdido el contacto con la realidad ni tiene su aureola melancólica. Huppert está guapísima y exultante, y su irrupción en la trama hace que el ritmo se acelere, llegando a un delicioso delirio al que es imposible resistirse. Pero insisto en que está dirigida de un modo que no eclipsa a sus compañeros.

Coherente con la preocupación del director de eludir cualquier intención de realismo, las interpretaciones poseen un marcado carácter histriónico y levemente caricaturesco. Eso se relaciona además con que Mi crimen es un homenaje al cine y al teatro, a la vez que una amable parodia de ellos. Todos sobreactúan de manera premeditada, y es obvio que se lo pasaron muy bien. Componen una farándula alegre y colorida y se entregan a su faena y hacen evidente que hacen un papel. Además de Isabelle Huppert, está muy simpático Fabrice Luchini, como el juez Rabusset, quien a causa de su misoginia se comporta como un inepto y está dispuesto a concluir el juicio lo antes posible. Adecuados a sus papeles, están en otro registro André Dussolier y Dany Boon.

Estamos ante una comedia inteligente, cáustica y gozosa, en la que hay un asesinato, un comisario ambicioso, una abogada en paro, una vieja gloria del cine mudo, un empresario que se aprovecha de su poder para abusar de las artistas novatas, una amenaza de desahucio, una galería de hombres podridos e incompetentes hasta la médula, una actriz sin trabajo que logra beneficiarse de un crimen que no cometió. Mi crimen se suma a la lista de comedias ligeras de Ozon, que solo lo son en apariencia. Debajo del barniz burlesco y reluciente de esa historia tan divertida como alocada, hay una crítica al machismo y una celebración de “la inteligencia de las mujeres que hacen reír y son amorales”.

Resonancias del MeToo

En la reescritura de la obra original, Ozon mantuvo la historia en los años 30, pero incorporó a su comedia agradablemente retro un trasfondo muy actual. El detonante argumental de Mi crimen es el abuso del productor a Madelaine, un detalle que de inmediato remite a los castings de Harvery Weinstein. De igual modo, la figura de la mujer asesina, que el cine y el teatro de esa época presentaban desde una perspectiva misógina, ahora aparece de acuerdo al pensamiento contemporáneo. Según Ozon, lo interesante del personaje de Madelaine es que miente en lo que se refiere al asesinato, pero no en cuanto a los abusos de los cuales fue víctima.

Durante el juicio, Madelaine expresa: “¿No es posible en 1935 labrarse una carrera, llevar una vida como mujer, sin restricciones, en total libertad y con total igualdad?”. No hace falta más que suprimir la fecha para que esas palabras adquieran plena actualidad y puedan salir de la boca de cualquier mujer de nuestros días. El acierto del film es traer esa historia al presente e incorporarle resonancias del MeToo y de los avances logrados por las mujeres, pero sin recurrir a subrayados, a detalles traídos por los pelos, ni a discursos militantes.

“Esta es una película femenina y feminista”, ha comentado su director. Solo que lo segundo lo es a su manera. Tras salir absuelta del juicio, Madelaine se convierte sin pretenderlo en símbolo de la causa de las mujeres. En realidad, ella no es una víctima de la opresión de los hombres, sino una mujer que utiliza un crimen que no ha cometido para su ascensión social. El empoderamiento que ella y Pauline consiguen no tiene un origen reivindicativo, sino que es un instrumento para el beneficio personal.

Pero, ¿qué otro recurso tenían ellas para salir adelante? En una sociedad amoral, cierta dosis de amoralidad está permitida. Eso justifica que las dos jóvenes apelen a su inteligencia y mientan para conseguir sus propios fines. Y el sentido del feminismo, sostiene Ozon, no es otro que la profunda amoralidad del patriarcado. Por eso Madelaine, Pauline y Odette son personajes entrañables, con los cuales uno acaba por simpatizar.

Como anoté antes, la levedad de las comedias de Ozon es engañosa. De las líneas precedentes, se puede deducir que Mi crimen no es excepción y proporciona otros niveles de lectura. Así, los espectadores más curtidos descubrirán los guiños cinematográficos que el director va insertando. Ejemplos de ello son los detalles que parodian el cine de crímenes, el titular la primera película que protagoniza Madelaine Las amargas lágrimas de María Antonieta, el homenaje a Danielle Darrieux (las dos amigas van a un cine a ver Mauvaise graine, codirigida por un entonces desconocido Billy Wilder). Pero lo que queda fuera de duda es que todos aquellos que vayan a ver Mi crimen disfrutarán una comedia brillante, benévola y a la vez caustica, que retribuye con creces el dinero invertido en la entrada.