Una lección de elegancia y sabiduría
'Flor de amor' muestra a una Omara Portuondo en buena forma e instalada en la madurez de su larga y brillante trayectoria.
Gracias a su participación en Buena Vista Social Club (1997), Omara Portuondo (La Habana, 1930) está disfrutando en los últimos años de un reconocimiento internacional que debió haberle llegado desde mucho antes. Su presencia en aquel compacto producido por Ry Cooder fue, por cierto, debida al azar. En 1996, se encontraba en los estudios habaneros de la EGREM, trabajando en el que iba a ser su próximo disco. Coincidió un día con el grupo de veteranos artistas que en ese momento grababan el que después se convertiría en el suceso mundial de BVSC. De ahí surgió que le abrieran un hueco en aquel conjunto totalmente masculino y la invitaran a interpretar uno de los temas.
Tras haber contribuido a aquel disco con su magnífica versión del Veinte años de María Teresa Vera, Omara pudo contar, al igual que Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González y Eliades Ochoa, con su álbum propio, Buena Vista Social Club presenta Omara Portuondo (2000), de muy buena acogida en el extranjero. Eso la sacó del semiretiro en que ya se hallaba, y le dio la oportunidad de volver a los estudios, para trabajar en Flor de amor (Nonesuch Records, Nueva York, 2004). Su buen momento ha continuado con la salida de dos recopilaciones de temas de su repertorio anterior: Sentimiento (Escondida Music, Nueva York, 2005) y Lágrimas negras. Canciones y boleros (Yemayá, Madrid, 2005). Si a esos títulos se suma que su nombre aparece como invitada en trabajos discográficos de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Pío Leyva, Barbarito Torres, la Orquesta Aragón y el conjunto Sierra Maestra, así como en los compactos colectivos Cuban Sessions, Cuba le canta a Serrat, All children in school, Hecho en Cuba 2 y Cuban Lullaby, se concluirá que a sus setenta y cinco años Omara está recogiendo la más que merecida recompensa a su brillante y larga andadura musical.
Hace unos meses, el Festival Internacional de Segovia dedicó su edición de 2005 a las grandes damas de la música mundial. Por allí pasaron la cantante lírica Barbara Hendricks, Susana Rinaldi, la renovadora del tango, la portuguesa Argentina Santos, la gran señora del fado, la soprano mexicana María Elena Rueda. También se presentó en ese evento Omara, a quien fue concedido el honor de cerrarlo. Fue una expresión más de ese tardío reconocimiento a la que ha sido llamada la Edith Piaf cubana, y quien en todo caso ya tiene asegurado un sitio privilegiado en el libro de honor de nuestra música, junto a figuras como Elena Burke, Bola de Nieve, Esther Borja y Celia Cruz, que como ella nunca se sometieron al corsé de la moda.
Cualquier duda respecto a que la edad haya podido mermar o afectar esas cualidades de Omara, se viene abajo cuando se escucha Flor de amor. Las catorce canciones recogidas en el compacto son la evidencia de que, en lugar de significar pérdida de facultades, los años han venido a depurarlas. Estamos ante un trabajo regido por una espléndida madurez, lo cual se pone de manifiesto en la selección de los temas, en los arreglos que de los mismos se han hecho, en la inteligente adecuación del repertorio a su capacidad vocal de hoy, en el tono general de elegancia que predomina en el disco, en el magnífico equipo de instrumentistas con el que se ha hecho acompañar.
La Omara Portuondo de Flor de amor no es, naturalmente, la que en otros tiempos hacía derroche de una voz espectacular en canciones como La era está pariendo un corazón, Vuela pena y la Danza de los ñáñigos. No lo es, y tampoco hace falta que lo sea. Una de las mejores maneras en que un artista puede demostrar su inteligencia es precisamente el saber evolucionar y amoldarse al inevitable paso de los años, y no pretender ir más allá de lo que sus facultades le permiten realizar en cada etapa. Lo contrario es no aceptar una verdad como un templo. De esto último en Cuba contamos con un ejemplo tan elocuente como patético: el de una relevante bailarina que durante varios años se empecinó con torpe terquedad en ignorar que sus condiciones físicas se habían reducido, empañando de ese modo una trayectoria hasta entonces impecable.
No es ese, por fortuna, el caso de Omara. Consciente de lo que su voz de hoy le permite interpretar, ha seleccionado un puñado de magníficas canciones pertenecientes a nuestra herencia tradicional ( Flor de amor lleva esta dedicatoria: "A Celina González, maravillosa intérprete de la música campesina cubana"). Verdaderas joyas como Amorosa guajira (Jorge González Allué), Juramento (Miguel Matamoros), Si llego a besarte (Luis Casas Romero), Junto a un cañaveral (Rosendo Ruiz), El madrugador (José Ramón Sánchez), Habanera ven (Graciano Gómez) y Tabú (Margarita Lecuona). Incorporó asimismo composiciones de autores de generaciones posteriores como Rolando Vergara ( Hermosa Habana), María Lara ( Amor de mis amores, He venido a decirte) y el brasileño Carlinhos Brown ( Casa calor), que prolongan esa misma línea estética trazada por la más luminosa y mejor tradición. Se trata, por lo demás, de un repertorio que en modo alguno resulta ajeno a Omara, quien está familiarizada con el mismo desde los ya lejanos años en que formó parte de agrupaciones como la orquesta Anacaona y los cuartetos de Orlando de la Rosa y de Aida Diestro.
Los catorce temas que conforman el compacto permiten a Omara cubrir una variada gama de géneros y estilos: el son, la guajira, el danzón, el bolero, el cha cha chá, la habanera, la canción trovadoresca tradicional, a los cuales añade un sutil toque de bossa nova. No en balde la versatilidad ha sido una de sus grandes cualidades como cantante. Conserva además su vocalización cuidada y diáfana y esa manera musitada, suave y sensual de interpretar las canciones románticas que le viene del feeling. Nunca antes composiciones como Amorosa guajira, Hermosa Habana y He venido a decirte habían sido cantadas con tanta delicadeza y lirismo como ella lo hace en Flor de amor. Gracias a esas hermosas versiones, adquieren un sello de elegancia e intimismo que las enriquece pero que, sin embargo, no las desvirtúa. Pertenece Omara a esa categoría especial de artistas capaces de convertir cualquier número musical en una gran canción, cuando pasa por la alquitara maravillosa de su voz.
Esas canciones Omara las canta además con tal naturalidad, que da la engañosa impresión de que no le cuesta ningún esfuerzo, de que hacerlo es para ella la cosa más fácil de este mundo. Mas no es así. Flor de amor es el resultado de la técnica, la sabiduría y la sensibilidad almacenadas por ella en las más de cuatro décadas que cubre su carrera como cantante. A esa naturalidad, esa sobriedad y elegancia interpretativas, esa preferencia por las versiones casi acústicas, se llega por lo general en la madurez y mediante la síntesis quintaesenciada de muchas cualidades artísticas. Para muchos creadores (escritores, pintores, músicos), el camino de ascensión culmina en el despojamiento y la depuración. A la perfección y la excelencia, sostenía Antoine de Saint-Exupéry, se llega más restando que añadiendo.
Desaparecidas Elena Burke y Celia Cruz, nos queda el consuelo de contar aún con Omara Portuondo. Constatar que sigue ahí y que se mantiene en buena forma, es todo un lujo. Quieran los dioses que nos dure muchos más años.
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