cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Diccionario, Cuba, Erotismo

Una manera de entender la vida

Marlene García y José Ramón Alonso han preparado un diccionario tan singular como necesario, que registra el lenguaje sabroso y vivo con el cual los cubanos se han referido al sexo y a su práctica

Enviar Imprimir

Para este cronista, resulta increíble el que haya venido a descubrir este libro tantos años después de haberse publicado. Y más increíble aún es que quien le habló de él por primera vez sea una española, Ángeles Monte, la esposa del pintor Umberto Peña. Me refiero al Diccionario de voces eróticas cubanas (Celeste Ediciones, Madrid, 2001, 213 páginas). Sus autores son los habaneros Marlene García (1968) y José Ramón Alonso (1963), ambos graduados de Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Asimismo, los dos colaboraron en el Diccionario de hispanoamericanismos no recogidos por la Real Academia (2006).

Estoy seguro de que, si se editase en Cuba, este libro sería un éxito enorme en cuanto a ventas. Otra cosa muy distinta es la razón por la cual muchos de sus potenciales compradores se acercarían al mismo. Vaya por delante que esta es una obra de lectura amena, divertida y disfrutable. Pero a eso hay que agregar que se trata de un glosario hecho con mucho rigor y mucha seriedad. Y que como señala Dennys Matos en el texto que se reproduce en la contraportada, “es una obra nueva y audaz que actualiza con originalidad exquisita el panorama lexicográfico cubano”.

García y Alonso declaran que quisieron rendir homenaje al autor del Diccionario provincial de voces cubanas (1836), primero de su tipo redactado en América: Esteban Pichardo (1799-1879). Este “no tuvo a menos recoger en su glosario algunos de esos vocablos que los académicos califican de «basto, ordinario y sin arte», y que llegan a nosotros, con más edad que un siglo, derramando esperma sobre la más «sucia» de las jergas: la erótica”. García ha comentado que “el lenguaje erótico en Cuba es muy rico porque el sexo forma parte de la idiosincrasia cubana”. Respecto al trabajo realizado por ambos, expresa que “hemos investigado la historia de cada palabra, hemos buscado su función social”. Asimismo, cuenta que Alonso y ella recogieron más de mil términos. Y agrega: “Nos dejamos unos cien fuera porque no nos dio tiempo a investigarlos”. Los dos autores desean al lector de su libro “suerte, ánimo y más milenios de erotismo, de sexo y de esas «vulgaridades» que nos dan tanta salud y brillo en los ojos”.

Las entradas correspondientes a cada vocablo comparten la vocación lingüística con la literaria. A las explicaciones “modestamente eruditas” de los autores, siguen en muchas ocasiones citas de obras de autores cubanos que vienen a corroborar el empleo de esta jerga erótica. Ilustro con un ejemplo con el cual se ha de tener una idea más clara de lo que digo. Se refiere a uno de los términos populares con que se designa el sexo masculino.

Tolete. m. Pene. En su origen es voz marítima. Luego fue el «tolete» un palo redondo y corto, de madera dura, que se usaba para deshacer los panes de azúcar solidificada en los ingenios azucareros, y que además, usaron los campesinos pobres a manera de bastón y como arma defensiva. También la policía hizo —y hace— uso de ellos. La dureza, cilindrez y tamaño suficiente, convirtió al tolete en un paradigma simbólico, vulgarísimo, de la virilidad masculina. Ej. «Evoqué la guillotina, y de un tirón me senté en la cabeza del rabo. Él chilló de dolor, yo no había lubricado lo suficiente (…) Mi himen había cumplido su cometido: matar a un tolete» (Zoé Valdés 1995: 44).

“También suele escucharse otras derivaciones del mismo término: toletón o toletazo por pene mayúsculo, algo mayor que lo ordinario en su especie; toletúo por la persona portadora del tamaño pene; «dar un toletazo» por tener una relación sexual sin que medie compromiso; y si de poseer sexualmente se trata: «meter el tolete» es la frase usada”.

Adentrarse en esta inmersión que García y Alonso han hecho en nuestra habla popular, depara muchos hallazgos. En el prólogo que redactó para el libro, el español Luis García Berlanga, quien además de reputado cineasta era un experto en el tema del erotismo, hace notar cómo un verbo tan común como matar entre los cubanos cambia el sentido y adquiere los adicionales de “mirar con lujuria” y “masturbar, generalmente el varón”; y que virtud se emplee para designar el “órgano sexual masculino”, como recogió Fernando Ortiz en su Nuevo Catauro de Cubanismos. Eso ilustra, como señala Dennys Matos, la capacidad del imaginario social de “contaminar” el más puro de los significados, ya sea mediante la subversión o la reinvención.

Expresiones que admiran por su capacidad metafórica

García y Alonso aportan argumentos para tratar de explicar por qué determinados términos pasaron a formar parte de nuestra jerga erótica. Así, en el caso de berocos (testículos), razonan: “La palabra pudiera venir del término «berrueco», que según la Academia es «tolmo granítico». La figuración parece estar fundamentada por esa idea de la hombría asociada a las cosas sólidas, macizas. Siéndolos berocos figuración del granito de roca compacta y dura (las gónadas masculinas), que generan la «secreción interna específica del sexo y los espermatozoos». Conocemos a una persona que siempre tiene a flor de labio la siguiente frase: «por mis berocos a que esa jeva la empato». También se dice «cojones» y «huevos» con la misma acepción «testicular» que da la Academia”.

Al repasar los términos recogidos en el diccionario objeto de estas líneas, llama la atención la cantidad de ellos que se han aplicado popularmente para denominar al órgano sexual masculino. Pasando por alto el que viene a la mente de todos los lectores cubanos, que este cronista tendrá el buen gusto de omitir, hay que decir que la lista cubre casi todas las letras del abecedario: aparato, aquello, barra, bate, bejuco, bicho, caballo, cabilla, caña, cañón, cuero, escopeta, flauta, fusil, herramienta, leña, linga, macana, mandarria, manguera, mazorca, mondongo, morcilla, muñeco, nabo, palo, picha, pija, piringola, pito, plátano, rabo, sable, tabaco, tallo, tolete, tranca, varilla, virtud y yuca. Asimismo, hay incluso palabras para nombrar los penes muy pequeños (mocho, pellejo, cañón corto, cortometraje, croquetica de fiesta) y los muy grandes (trípode, tronco). ¡Y luego dicen que el español es un idioma pobre en sinónimos!

Hay términos y frases que resultan muy elocuentes. Por ejemplo, papaya, vocablo asimilado para designar la vagina. Si se piensa en esa fruta cuando está abierta, se comprende cuánto ingenio desarrolló la picaresca del cubano. Sabemos por Esteban Pichardo que ya desde el siglo XIX los habitantes de las zonas occidentales de la Isla optaron por llamarla, “por una gazmoñería imprudente”, fruta bomba. Igualmente, es de reconocer la capacidad metafórica que ponen de manifiesto expresiones como tocar la flauta (hacer una felación), meter el yipi en el fango (realizar el acto sexual), dar por segunda base (tener sexo anal), darle coco al muerto (practicar el sexo entre homosexuales), quemar petróleo (tener una persona blanca relaciones sexuales con una persona negra) y coger el agua con la tinaja (practicar contacto bucal con los genitales femeninos). Por el contrario, resulta difícil comprender por qué se le llama huraco a la vagina, vaina al coito, tarimera a la mujer alcahueta y rayar la pintura, a cometer adulterio.

Pero el título del diccionario lleva un adjetivo sobre el cual es de rigor que me detenga. Lo de ilustrado no solo tiene que ver con las citas de obras literarias que acompañan las explicaciones, sino también con los 21 dibujos que se incluyen. Pertenecen a Reinerio Tamayo (Niquero, 1968), un artista plástico que ha desarrollado su actividad en la pintura, el cartel, la caricatura, la historieta y la animación. Posee una sólida formación académico y una destacada trayectoria, de la cual dan cuenta sus numerosas exposiciones personales en Cuba y el extranjero. Tamayo ha aportado al libro unas irreverentes ilustraciones que combinan el humor y el doble sentido criollos con una gran maestría técnica.

A García y Alonso hay que agradecerles, pues, por haber realizado un diccionario tan singular y tan necesario, que registra el lenguaje sabroso y vivo con el cual los cubanos se han referido al sexo y a su práctica. Además de proporcionar una lectura muy entretenida, bien mirado y leído, lo que este libro nos está ofreciendo es, como expresa García Berlanga, “una manera de entender la vida”.