Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura

Una mujer que cuenta

Mariela Varona Roque confirma la singularidad de su propuesta narrativa con un libro que se distingue por su variedad formal, estructural y temática

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En su primera entrega correspondiente a enero-febrero de 2002, La Gaceta de Cuba incluyó el cuento “Anna Lidia Vega Serova lee un cuento erótico en el patio de un museo colonial”, que el año anterior había obtenido el premio en el concurso convocado por esa publicación. Aquel insólito texto llamó de inmediato la atención y circuló extensamente. Ello se debió, ante todo, al desenfado con que allí se trata el tema erótico, una imagen que se despliega y multiplica hasta confundir los límites entre la realidad y el universo ficcional. Eso además da pie a una reflexión sobre el proceso mismo de la escritura.

Aquel cuento dio a conocer a Mariela Varona Roque (Banes, 1964), de quien al año siguiente vieron la luz los libros Cable a tierra (Premio David 2002) y El verano del diablo (en este último figura la narración a la cual antes hice referencia). Tras la salida de aquellos dos títulos, no volvió a comparecer ante los lectores hasta 2009, cuando salió de la imprenta La casa de la discreta despedida. Apareció bajo el sello editorial Caja China, del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, que algunos años antes había concedido a Varona Roque una de sus becas Caballo de Coral.

La autora de La casa de la discreta despedida ilustra la descentralización del circuito capitalino que en las dos últimas décadas se advierte en el panorama literario de la Isla. No quiero decir con esto que en las anteriores no existiesen autores fuera de La Habana. Pero no se daba en las proporciones que hoy alcanza, ni tampoco con un nivel de calidad tan notable. En la edición de 2001, los propios organizadores del concurso de cuento de La Gaceta de Cuba llamaban la atención sobre el hecho de que los dos escritores galardonados, Mariela Varona Roque (premio) y Carlos Esquivel (beca de creación), “nacieron y, lo más significativo, residen aún en las provincias de Holguín y Las Tunas. Por si fuera poco, algo similar ocurre con el pinareño Yomar González, acreedor de la primera mención”.

A la autora de La casa de la discreta despedida yo nunca la he visto. Ni siquiera la había oído mencionar hasta el año pasado, cuando un amigo me regaló un ejemplar de su libro. Es cierto que recibí en su momento el número de La Gaceta de Cuba donde se publicó su cuento más famoso y divulgado. Pero debo admitir con vergüenza que me acordaba del texto y, sobre todo, de su título, pero era incapaz de decir el nombre de quien lo había escrito. Tras la lectura de La casa de la discreta despedida, me di a la tarea de buscar información sobre su autora. Hallé así un documental dirigido por Yunier Escobar González, realizado en la filial holguinera de la Facultad de los Medios de Comunicación Audiovisual, del Instituto Superior de Arte. Allí pude enterarme de que en 1987 Varona Roque se graduó en control automático en la Universidad de Oriente; que desde 1988 labora como especialista de líneas de transmisión de alto voltaje en la Empresa Eléctrica; que de lunes a viernes, de las 6 de la mañana (hora en que se levanta) hasta las 6 de la tarde (hora en que regresa a su casa), está en función de actividades que, si bien constituyen una cadena atada al pie, también la ayudan a defenderse de las sorpresas.

Dice no creer en el mito de que sea escritora, por haber publicado tres libros y de haber ganado determinados premios. Para ella, ser escritora “necesita mucha más fuerza, más entrega de las que yo le he dado”. Milan Kundera, Roberto Bolaño, Mijaíl Bulgákov, afirma, “esos son escritores de verdad, gente que perdió incluso todo, hasta la salud, por escribir”. Al ser interrogada acerca de su obra, comenta: “La realidad, por lo menos la que yo he vivido, me ha llenado de odio, de resentimiento. Y la única válvula de escape que tengo es escribir. No me importa si se publica o no se publica, si se lee o no se lee por otras personas. Lo que yo quiero es eso, soltarlo de alguna manera. Es eso lo que yo hago cuando escribo, vengarme de la realidad. Porque con la escritura puedo construir una realidad que yo invento y que acomodo a mi manera. La realidad debería estar prohibida, como bien dijo un personaje de Almodóvar”.

Conjunto atractivo y variado

La casa de la discreta despedida tiene 96 páginas, en mi opinión, una extensión idónea para un libro de cuentos. En las nueve narraciones que lo integran, Varona Roque ha sido capaz de crear, sin embargo, un conjunto atractivo y variado. En solo uno de ellos, “Las putas no tienen nombre”, emplea el punto de vista omnisciente. Eso pone de manifiesto una marcada preferencia por la primera persona. Algo que ella ha reconocido y sobre lo cual ha dicho: “Esto me obliga a asumir el personaje como si fuera una actriz, tengo que creérmelo de punta a cabo, y ahí dentro va incluido su lenguaje”. Su comentario es justo, pues aparte de que los narradores son muy distintos entre sí, cuatro de ellos corresponden a narradores-protagonistas masculinos. En ese sentido, hay que destacar su habilidad para crear de manera convincente esa polifonía de voces. Igualmente, sabe delinear los ambientes y contextos en los que se desarrollan las historias.

Un elemento que estaba presente en “Anna Lidia Vega Serova lee un cuento erótico en el patio de un museo colonial”, el humor, es utilizado por la escritora en algunos de los cuentos del libro. El ejemplo más obvio es “Llévame a navegar”, que combina los diálogos de un chat con los comentarios que se dice a sí misma la narradora. Esta es una chica que se identifica como cubanitalegre2109 y que busca desesperadamente un extranjero que la saque del país junto con su hija. En ese texto, el humor tiene como principal baza el desparpajo del lenguaje. No ocurre así en los otros, donde ese ingrediente deja de poseer tanto peso, resulta menos exterior y se transforma en ironía. Eso se puede apreciar en el cuento que da título a la colección. Su narrador-protagonista piensa que su vida no carece de ilusiones, metas y sentido. Quiere morirse, pero le tiene horror a la sangre, las alturas, las pastillas. Un amigo le sugiere ir a una casa donde, mediante el pago de una suma, le aseguran una muerte tan suave y gentil como él pudiera desear. Pero al final pasa a ser una víctima más de quienes no tienen escrúpulos en hacer dinero con los sentimientos ajenos.

Pero aunque el humor esté presente, las historias de La casa de la discreta despedida no permiten una lectura risueña ni amable. En el texto de la contraportada se apunta que esos cuentos “son un paseo por la muerte de todas las cosas: la muerte del deseo, la muerte de la esperanza, la muerte del amor. Sus personajes viven la soledad del que está en medio de una multitud que mira a otra parte, a ningún lugar, a nada”. Si tuviese que ilustrar eso con una de las narraciones, escogería “Teoría del cuarto oscuro”, en mi opinión, uno de los mejores del libro. La narradora y su esposo tuvieron con otra mujer una relación que para los demás fue rara, confusa, inaprensible. Años después se repite con la hija, quien un día les toca a la puerta. Solo que ahora la narradora está en desventaja: su esposo ya no se revuelca con dos muchachas, sino con una muchacha y una señora madura.

Eso la hace sentirse vieja sin serlo, avergonzarse de sus carnes flácidas, sus rugosidades, sus enrojecimientos. Algo que ella viene a tomar en cuenta ahora, cuando al lado suyo tiene otro cuerpo para comparar. El ménage à trois pasa a ser así una pareja y una intrusa. A la narradora le toca ahora ver dormir a su marido con la hija de su ex amante. No les perdona ese sueño del sexo satisfecho, pero se conoce a sí misma y sabe que no ha nacido para la lucha. Opta entonces por dejarles el campo libre: “Cuando empiece a dormirme tal vez entienda la gracia (la tremenda tentación) que nos arrastra a probar lo no probado. A hundirnos en la oscuridad de ese ser desconocido que tenemos dentro y que me arrepiento de haber querido despertar”.

El otro cuento al que me voy a referir es “Una cuestión de plumas”, pues ilustra la variedad de temas y registros logrados por Varona Roque. El narrador es un hombre que toma un camión para Holguín. Va a llevar a una mujer un abanico de plumas de pavorreal que el hijo le ha enviado del extranjero. Sus compañeros de viaje pertenecen a la fauna variopinta de nuestra realidad: tres estudiantes de medicina con el corte altivo de hijitas de papá, un señor con sombrero de yarey y camisa de caqui, un matrimonio de mulatos con su hijito, una turba de muchachos con uniformes de politécnico, una viejita con un gallo envuelto en un trapo. Pero lo que parecía ser una típica escena costumbrista del Período Especial comienza a adquirir un tono distinto, cuando el narrador oye en su mente la voz de la viejita que le dice: “Tuve un velorio lindísimo, sí señor; vinieron todos mis hijos y mis nietos, hasta Alfredito, el que estudia en La Habana; hasta Mercy, que quiso que me enterraran con uno de los vestidos que trajo de Alemania”.

Lo real y lo sobrenatural se permean

A ese detalle se van sumando después otros que hacen que el narrador pase de la inquietud al terror. Se baja en una parada para tomar allí otro camión, pero al hacerlo comienza a descubrir un rostro conocido, luego otro, y otro. Se pregunta si no ha estado soñando, si el descenso en la parada no es sino un sueño minucioso como la realidad virtual. Se desespera, grita, vocifera que se tiene que bajar, y de nuevo siente dentro de su cabeza la voz: “No te desgastes, mi niño, este camión se volcó hace más de dos años, pero tú eres el único que no acaba de acostumbrarse. Y cállate, que ya no vamos a pasar más por la loma de la Gloria”.

En “Una cuestión de plumas”, su autora demuestra que ha asimilado muy bien las concepciones sobre el cuento fantástico de Julio Cortázar (la referencia dista de ser casual, pues es un autor a quien ella ha declarado que admira). En este caso, lo real y lo sobrenatural se permean, entre ambos se establece una articulación y una ósmosis convincentes. Varona Roque hace además que lo excepcional pase a ser regla, pero sin desplazar las estructuras ordinarias en las que se ha insertado. El espacio donde tiene lugar la historia nunca deja de ser el interior del camión, los personajes son igualmente los que el narrador encontró al inicio. La irrupción de lo fantástico se produce cuando este se da cuenta de que ha vuelto a subirse al mismo camión y que avanza inexorablemente hacia una catástrofe, sin que él pueda salir ni hacer nada para impedirlo. La escritora logra concluir estupendamente el cuento, cuando el narrador mira hacia la parada y ve que “hay tres hombres y uno de ellos soy yo, con mi maletín y mi abanico de pavorreal. Yo mismo que sonrío al cobrador, contento porque pararon para recogerme, y agradezco su palmadita en el hombro para que me apresure: caballeros, suban rápido, que estamos cogidos”.

Además de los cuentos hasta aquí mencionados, hay otros igualmente interesantes. En “Porcelana”, una joven sublimiza sus pasiones más secretas y oscuras a través de los pedazos de porcelana que colecciona desde niña. “Los asesinos” narra un crimen inútil. Dos hombres son contratados para matar a otro. Planean todo muy bien, pero no cuentan con la intromisión del azar. “Black Dog” tiene como protagonista a un joven negro, huérfano de madre, que es acogido por una pareja de rockeros. Llegó allí para escapar de un padre que no lo comprende y que es un acérrimo defensor de los valores machistas: “Desde los catorce años creo que está diciéndome lo mismo. Comemierda, inútil, vago, bruto, maricón. El repertorio no varía mucho, sobre todo desde que la pura ya no está. Esa música no es de machos, las argollas no son de machos, la ropa que uso no es de machos. Los socios míos son unas pelúas. Las socitas mías son unos cueros. La única que sirve es su mujer, Nancy”.

Pienso que de los comentarios anteriores se puede deducir que muchos de los personajes de estos cuentos son o bien admiten el calificativo de marginales (esto, no necesariamente por elección propia, sino debido a un contexto social que no los considera “normales”). Se incorporan a los estudiantes asediados por la doble moral, las jineteras de oblicua sensibilidad e incierto destino, los adolescentes “pastilleros” que experimentan con las drogas, que a juicio de Margarita Mateo, son algunos de los nuevos protagonistas que han irrumpido en la narrativa de los nuevos autores. Sobre ese aspecto, Varona Roque comentó en una entrevista: “Siempre me ha atraído la marginalidad y molestado la mojigatería. Cuando empiezas a detestar las verdades oficiales, esas que todo el mundo defiende en público y viola en la intimidad, es inevitable acercarse a mundos donde funcionan otros códigos”.

Pero los hallazgos y aciertos de La casa de la discreta despedida no se justifican solo en la singularidad de los personajes y las historias. Su autora demuestra poseer un sentido de la narración pura, que la lleva a buscar la máxima expresividad y a aplicar esa especie de ley universal de la relación inversa entre extensión e intensidad. Esto último resulta esencial en el cuento, un género literario particularmente estricto (de acuerdo a Rodrigo Fresán, es aquel donde más se notan los defectos de un escritor). Sabe seleccionar lo esencial para contar en unas pocas páginas historias interesantes y complejas, que dan la medida de sus posibilidades. Asimismo Varona Roque concluye sus textos con finales que rematan la fuerza de lo narrado. Igualmente es de destacar su capacidad para mimetizar la voz propia con la de los distintos narradores. Como también lo es la de lograr darle a cada historia el formato adecuado.

Se trata, pues, de un libro con un muy buen nivel literario y en el cual hay variedad formal, estructural y temática. Dentro del conjunto, se destacan algunos cuentos que podrían figurar muy bien en cualquier antología de esta modalidad narrativa. Y, en resumen, me atrevo a afirmar que quien lea estos nueve textos discrepará con Mariela Varona Roque respecto a que no se considera escritora y, por el contrario, coincidirá conmigo en que sí lo es.