Actualizado: 01/05/2024 21:49
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Música

Una vieja novedad

Editado hace años, aunque escasamente conocido, el único trabajo discográfico que alcanzó a realizar Héctor Quintero posee el esquivo don de la belleza y el buen gusto

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Tan pronto como terminé de redactar el último trabajo del año que acabamos de despedir, me puse a pensar en el tema al cual iba a dedicar el primero de 2012. Un compacto que hace pocos días compré me hizo modificar las distintas opciones que inicialmente consideré y me vino a sugerir la solución. ¿Por qué no recordar, en la figura de una de ellas, a las personas que nos dejaron en el 2011? Por supuesto, nunca me pasó por la mente escribir una nota necrológica, pues sería algo extemporáneo y sin sentido. El compacto del cual hablo además ha significado para mí una gratísima sorpresa, pues aunque tenía una vaga referencia de su salida nunca lo había escuchado y ni tan siquiera visto. De modo que ya no tenía que buscar más el tema sobre el cual iba a escribir.

En 1986, el fallecido Juan Carlos Martínez escribió para para la primera edición de la obra teatral Sábado corto un texto titulado “El Quintero nuestro de cada día”. En esa frase aludía a la que, en su opinión, es una de las virtudes más apreciables de su autor: “ese saber apropiarse de lo cotidiano, de eso que uno da por sentado que es externo o epidérmico, pero que él nos descubre en su dimensión humana”. Creo, o así lo interpreto yo, que el título además tenía que ver con que desde los años 60, cuando se estrenó Contigo pan y cebolla, Héctor Quintero (La Habana, 1942-2011) se convirtió en una presencia habitual e imprescindible de nuestros escenarios, sobre todo para el público numeroso y fiel que tuvo hasta Monseñor Bola, la última obra que estrenó semanas antes de su fallecimiento. De ese Quintero hablé en un trabajo publicado en el año 2010 en este mismo periódico. Hoy quiero hablar de otro mucho menos conocido, incluso por quienes estuvieron al tanto de su quehacer como dramaturgo y director.

Pese a que dista mucho de ser una novedad, Toma esta flor (EGREM, La Habana, 2000) es, como ya dije, escasamente conocido. Al menos no lo es por las personas a quienes les he preguntado. Varias de ellas son además actrices, directores y críticos, que estaban ampliamente familiarizados con la actividad en el teatro de Quintero. La razón puede deberse a que el disco no tuvo difusión en la Isla cuando se editó. Sé que poco después, su intérprete, quien también fue su productor general, lo presentó en un recital que ofreció en la sala Caturla, del Teatro Amadeo Roldán, en febrero del 2001.

El nombre de Quintero había aparecido en los créditos de algunos discos. Por ejemplo, fue quien leyó el texto para la versión de Pedro y el lobo, de Prokofiev, grabada por la Orquesta Sinfónica Nacional. Toma esta flor es, sin embargo, su primer y único proyecto propio. Para realizarlo, seleccionó un puñado de canciones y poemas de creadores de Cuba y América Latina. Las primeras llevan las firmas de Marta Valdés (Hacia dónde), Jorge del Moral (¿Por qué si estás en mí no estás conmigo?), Ernesto Lecuona (Te vas, juventud), Pablo Milanés (El tiempo, el implacable, el que pasó), Henry Martínez (Besos de naturaleza, Que sea conmigo), Alberto Cortez (Adónde diablos), Enrique Pinti (Cuiden al artista). En cuanto a los textos poéticos, pertenecen a Mirta Aguirre (Cantares del mal de amores), Nicolás Guillén (Si a mí me hubieran dicho, Tercera canción), Dulce María Loynaz (La balada del amor tardío), Calderón de la Barca (monólogo de Segismundo de La vida es sueño), Mario Benedetti (Todavía, Un Padrenuestro Latinoamericano), Pablo Neruda (Poema 20). Con Quintero colaboraron Eduardo Sardiñas (producción y dirección musical), la Schola Cantorum Coralina y un grupo de músicos entre los cuales figuran los pianistas Guillermo Tuzzio y José Bermúdez. El trabajo de todos esos artistas se materializó en un disco que posee el esquivo don de la belleza y el buen gusto.

Disco magnífico y de una rara homogeneidad

En el catálogo de las compañías discográficas de cualquier país, Toma esta flor sería una rareza, un título que difícilmente encontraría cabida. Que un artista apueste por un grupo de canciones que, aunque de calidad incuestionable, resultan poco comerciales de acuerdo a los gustos que hoy determinan las ventas, excepcionalmente se puede permitir. Pero que a esas composiciones incorpore una decena de textos poéticos para ser interpretados sin más recurso que la voz, es algo rayano en la insania. Así que no sé cuáles fueron los argumentos empleados por Quintero para convencer a los responsables de la EGREM para que aprobasen su proyecto.

Teatro y música siempre tuvieron en Quintero una convivencia armónica. Pocos años después de debutar a comienzos de los 60 como actor y, luego, como dramaturgo y director, se estrenó como compositor de la música de Pato Macho, de Ignacio Gutiérrez. Tras aquella experiencia, vinieron sus primeros trabajos en el teatro musical (Los siete pecados capitales, Los muñecones), un género al cual dedicó buena parte de su quehacer. A propósito de este aspecto, reproduzco unas palabras que expresó en una entrevista: “Mi interés por la música es parte de mi naturaleza. No me concibo sin música. De hecho, me recuerdo de adolescente componiendo y cantando canciones. Hasta grabé un disco a los 18 años con dos temas estúpidos que hoy me abochornan. Y luego he compuesto la música de mis comedias y realizado la banda sonora de todos mis espectáculos. Solo no escucho música cuando leo y cuando duermo. Todo lo demás lo hago con música”.

En Toma esta flor, Quintero utilizó la experiencia adquirida durante varias décadas de actividad escénica y la puso al servicio de canciones y poemas de otros autores. Esto se pone de manifiesto en los recursos propios del teatro con que arropa y enriquece sus interpretaciones: el empleo del tono justo, el tratamiento coloquial, la atinada inclusión de las pausas, la impecable dicción, la manera natural y fluida de decir el verso. Pero también se advierte, aunque de modo menos obvio, en la inteligente dramaturgia aplicada al combinar poemas y canciones, de modo que se engarzan y configuran bloques temáticos. Quintero era además, conviene decirlo, un buen cantante, y como anota Sergio Vitier en el texto que redactó para el folleto del compacto, en su bien timbrada voz se combinaban “una afinación impecable y una forma de articular de gran originalidad expresiva”.

Desde la selección del repertorio a la delicadeza y expresividad de las interpretaciones, junto a un sobrio acompañamiento musical, todo contribuye a hacer de Toma esta flor un disco magnífico y de una rara homogeneidad. La elegancia y el buen gusto funcionan como los principios rectores de un notable trabajo, que también recupera una sencillez esencial. Su escucha constituye un paseo de 50 minutos que parece mucho más breve, y una vez concluida deja un agradable sedimento de belleza.

Concluyo aquí este primer trabajo del recién iniciado 2012, en que quise ocuparme de un disco que no es nuevo. Cuando salió, el sello discográfico no le otorgó la gracia de la promoción. De modo que solo puede descubrirse gracias a la recomendación de alguna persona que lo conozca. Ese ha sido, en esencia, el modesto propósito de estas líneas.