Annie Silva Pais, Literatura, Portugal
Viaje del fascismo a la utopía
Un libro recupera la figura de Annie Silva Pais, hija del director de la policía política del régimen de Salazar, quien un día abandonó esposo, familia y país para vivir en Cuba y trabajar para la revolución
La primera pista sobre el tema me la proporcionó la lectura de un artículo aparecido en el periódico El País, a mediados del año pasado. Allí se daba cuenta del proceso judicial al que iban a ser llevados los responsables de una obra de teatro. Su título es A filha rebelde. Se estrenó en el año 2007 en el Teatro Nacional Doña María II, de Lisboa, dirigida por la española Helena Pimenta. Se presentó entre mayo y julio y luego viajó a festivales internacionales en Madrid y Oporto.
Concretamente, Margarida Fonseca (autora), Carlos Fragateiro (entonces director del TNDM) y José Manuel Castanheiro (escenógrafo) fueron llevados al banquillo del Tribunal Criminal de Lisboa por difamación y “ofensa a la memoria” del mayor Fernando Silva Pais (1905-1981), tío de quienes presentaron la denuncia. Los cargos no se referían a toda la obra, sino a una escena en la cual se hace referencia al asesinato en España del general Humberto Delgado, quien defendió los ideales democráticos y se enfrentó a la dictadura de António Oliveira de Salazar. De acuerdo a los sobrinos, Silva Pais no tuvo que ver con aquel crimen ocurrido en 1965. Y reclamaban por ello no una disculpa o reparación pública, sino el pago de 30 mil euros.
Sin embargo, los “ofendidos” demandantes se olvidaban de dos cosas. La primera, que tras la revolución de abril de 1974 en Portugal se abolió la censura. La segunda, que su tío estaba siendo juzgado exactamente por su participación en varios crímenes entre 1962 y 1974, etapa cuando fue el dirigente máximo de la Polícia Internacional e de Defesa do Estado (PIDE), el funesto aparato represivo del régimen salazarista. Al final, los acusados fueron absueltos. El tribunal estimó los cargos infundados y declaró que “la crítica pública debe ser un derecho y no un riesgo”. Asimismo en el fallo se afirmó que la libertad de expresión es “una de las condiciones de las sociedades democráticas”, y se reiteró “el derecho a la manifestación artística” y a “la historia”.
En A filha rebelde, Fernando Silva Pais es solo un personaje secundario. El protagonismo corresponde a Annie Silva Pais (Lisboa, 1935-La Habana, 1990), quien fue la hija rebelde a la que alude el título. Asimismo el texto de Margarida Fonseca es una versión del libro homónimo (Temas e Debates, Lisboa, 2003, 308 páginas), escrito por José Pedro Castanheira y Valdemar Cruz. Cuando se publicó tuvo mucho éxito y se hicieron siete ediciones. Obtuvo además el Gran Premio Gazeta, el principal galardón de periodismo que se concede en Portugal. El jurado consideró unánimemente que el trabajo se distingue “por la originalidad de la investigación, agilidad de la construcción narrativa y destreza de la escritura”.
Lo que leí sobre el libro me interesó mucho, pero tenía dudas de que lo pudiese conseguir en Estados Unidos. Por supuesto, podía intentar encargarlo a Portugal. Pero quienes han comprado libros en otros países saben lo caros que resultan a causa de los gastos de envío. Estos suelen oscilar entre 18 y 30 dólares, de acuerdo al tamaño y al número de páginas. Sin embargo, la suerte me acompañó. Una librería de segunda mano de Iowa City ofrecía un ejemplar a un precio muy asequible, 7 dólares más 3,95 por el envío. Es evidente que había pertenecido a una persona que lo leyó, pues está subrayado y posee algunas breves anotaciones en los márgenes. Hace pocos días me enteré que existe una traducción al español (La hija rebelde, Editorial Circe, 2005), pero para entonces ya había leído la edición original, de donde procede toda la información con que he redactado este artículo.
Una fuerza de la naturaleza
En unas páginas introductorias tituladas “Una mujer de coraje”, Castanheira y Cruz señalan que escucharon hablar por primera vez de Annie Silva Pais en 1999. Fue durante una entrevista a Luís Gonzaga Ferreira, quien había sido encargado de negocios de Portugal en La Habana. Allí se enteraron de “las incidencias de la inesperada y sorprendente decisión de Annie de abandonar todo su pasado y estatus, todas sus referencias familiares, todas sus amistades, para entregarse, bajo la fascinación de la figura del Che, a la revolución cubana”. Tuvieron entonces la idea de escribir un gran reportaje, y cuando salieron de los proyectos en que estaban trabajando la propusieron a la dirección del diario Expresso, donde fue prontamente aceptada.
Cuentan que determinaron que el primer contacto destinado a desentrañar esa enorme novela debía ser la Embajada de Cuba en Lisboa. Desde luego, iba a ser imprescindible viajar a La Habana, y para ello necesitaban el apoyo de las autoridades cubanas. En febrero de 2001 fueron recibidos por el embajador, un hombre simpático que aparentó un sincero entusiasmo por la historia que Castanheira y Cruz le narraron de forma sucinta. El principal objetivo de ellos era obtener la acreditación exigida a los periodistas extranjeros que pretenden realizar algún trabajo en la Isla. Y anotan: “Hasta la fecha de edición de este libro, sin embargo, la embajada de Cuba no respondió a nuestro pedido, reiterado de forma insistente. Resultado: fuimos a la isla como turistas, sin ningún apoyo ni cobertura oficial, a no ser la fundamental e inestimable ayuda del embajador de Portugal en La Habana, Alfredo Duarte Costa”.
Su situación era, pues, compleja. No obstante, se arriesgaron y al final consiguieron hablar sin problemas con todas las personas. Lo curioso es que era imposible que las autoridades no estuvieran al tanto de lo que los dos periodistas estaban haciendo, ya que muchos de los entrevistados pertenecían a organismos e instituciones oficiales para los cuales Annie trabajó. Hasta hoy la duda de ambos es por qué entonces la ausencia de respuesta. Por otro lado, muchas de las personas en Portugal estaban vivas y se mostraron dispuestas a contar sus recuerdos y vivencias. Los autores tuvieron acceso además a los archivos, algunos de ellos oficiales. También pudieron acceder a la documentación de la familia de Annie. Entre esos papeles estaban los diarios de la madre, que resultaron ser una fuente de enorme riqueza.
Castanheira y Cruz dedicaron tres años a realizar la investigación que cristalizó en el excelente trabajo periodístico que es A filha rebelde. A partir del material que reunieron, han montado una suerte de novela documental, estructurada como una sinfonía de voces entrelazadas. De sus páginas emerge una historia insólita e intensa que nunca antes había sido contada. La vida de una mujer que constituyó un caso límite de rebeldía, y en la cual se cruzan el drama, los afectos, la traición, la muerte, los enfrentamientos ideológicos y las desavenencias familiares.
Los autores de A filha rebelde definen a Annie Silva Pais como “una fuerza de la naturaleza”, una mujer de “un coraje asombroso”. En sus últimos veinticinco años (1965-1990) protagonizó una historia extraña y ejemplar, que nada en su vida anterior permitía suponer. Nacida en el seno de una familia perteneciente a la gran burguesía portuguesa, hija única del director de la siniestra policía política del régimen dictatorial de Salazar, casada con un diplomático, descubrió en Cuba un mundo que hasta entonces ella desconocía y decidió abrazar con alma y corazón la revolución cubana en su fase más o menos utópica.
Cautivada por la revolución y por sus líderes
En octubre de 1960, Annie se había casado con el suizo Raymond Quendoz, quien un año antes había llegado a Lisboa para trabajar en la misión diplomática de su país. Llevaban dos años de matrimonio, cuando él fue transferido a La Habana. Llegaron allí el 12 de octubre de 1962, en plena crisis de los misiles. Annie empieza a conocer la realidad cubana, que despierta en ella sentimientos nuevos y confusos. Pronto queda cautivada por la revolución y por sus líderes. En particular, se fascina con el Che Guevara, quien era entonces su rostro más seductor. Copio a continuación el párrafo con el cual se inicia el libro:
“Nunca el comandante Che Guevara fue tan osado como al final de aquella tarde en La Habana, hasta el punto de fijar una mirada turbada y ostensible en el cuerpo esbelto de madame Quendoz. Esplendorosa, con un vestido rojo de encaje que le dibuja la figura realzada por un escote generoso, en ese preciso instante Annie deja de ser una mujer más, perdida en una de las innumerables fiestas promovidas por las embajadas europeas. Ajena al contenido de las conversaciones casi siempre anodinas que entablan las damas y los caballeros del cuerpo diplomático, todo le suena a ruido. Si alguien aún baila, los movimientos parecen los propios de un carrusel, indiferentes a la rumba, al mambo, al chachachá o al danzón. Se siente la reina. El palco es todo suyo. Y, como en la canción antaño popularizada por la célebre Orquesta Ritmo Oriental, quizás le apeteciera lanzar al comandante una mirada de desafío, rematada con una provocación definitiva: ‘¡Qué rico bailo yo!’”.
El Che era un hombre casado y aunque se aproximó a Annie en un gesto galante y le elogió el vestido (acaso como un modo discreto de elogiar a la hermosa mujer que lo llevaba), el hecho no pasó de ahí. Ella, en cambio, guardó como un tesoro el recuerdo de aquel breve encuentro. Siempre conservó en su memoria a aquel hombre que, más allá de su belleza física, para ella “representaba todo un mundo nuevo, generoso, utópico, destructor de amarras, aniquilador de fronteras, con el cual ella se identificaba”. La Seguridad cubana decidió sacar partido de esa fascinación ejercida por el Che en madame Quendoz. Envió a uno de sus agentes más experimentados, Carlos Neyra, quien luego fue embajador en Lisboa, entre 1988 y 1990. Este se hizo pasar como colaborador próximo del Che, con lo cual logró que Annie lo recibiera con los brazos abiertos. Inició entonces un profundo trabajo ideológico para captarla para la revolución, que se saldó con un éxito absoluto.
Por otro lado, la relación de Annie con su esposo se había ido deteriorando. El matrimonio era cada vez más inestable e infeliz. En 1965 ella viajó a México, de donde debía regresar el 25 de octubre. Raymond fue al aeropuerto a esperar a “la mujer cuya belleza hacía furor en La Habana, y con quien aquel día esperaba conmemorar el quinto aniversario del casamiento, celebrado en Lausana”. En la ansiedad de la espera, no dio ninguna importancia a la llegada del comandante René Vallejo, médico personal del Innombrable. Como se conocían, intercambiaron algunas palabras de circunstancia. Uno decía estar aguardando la llegada de su mujer. El otro afirmó que esperaba a un periodista norteamericano que partiría en un vuelo de Iberia. En realidad, los dos estaban allí por el mismo motivo. Uno quería llevar a Annie a la casa. El otro venía a llevarla al interior de la revolución.
Annie no llegó en aquel vuelo. Al volver a la embajada, Raymond encontró un cable en el que su esposa le anunciaba que ese día saldría para Europa. A partir de ese día, no tuvo más noticias de ella. Llamó por teléfono a México y la amiga en cuya casa Annie iba a hospedarse quedó sorprendida: ella misma la acompañó a tomar el avión, el día previsto en que debió llegar a La Habana. El angustiado esposo se dedicó entonces a tratar de averiguar el paradero de su esposa. A través de los servicios de la embajada recurrió a Interpol, según la cual era falso todo lo relacionado con un supuesto viaje a Europa de Annie.
Reaparece en enero de 1966
En las primeras semanas, la embajada suiza no dio valor a lo que consideraba una crisis conyugal. Eso hizo que demorase en darse cuenta de la gravedad del caso. La inusual situación pronto mereció la atención del Gobierno norteamericano. Los agentes de la CIA en La Habana ejercieron fuertes presiones, en particular sobre el embajador, Gonzaga Ferreira. Hay que recordar que la misión diplomática suiza representaba los intereses de Estados Unidos. Raymond además era responsable de todas las transmisiones enviadas y dirigidas a la cancillería, por lo que había recelo de que se hubiesen podido filtrar informaciones secretas.
En cuanto al punto de vista del Gobierno portugués, en esos años enfrascado en guerras coloniales, se temía que Annie hubiera sido secuestrada. En tal caso, la podrían utilizar en un acto de propaganda contra el régimen de Salazar en la Conferencia Tricontinental, que se iba a celebrar en La Habana, en enero de 1966. Fernando Silva Pais, escogido directamente por el dictador para dirigir la PIDE, comenzó ese año con la desesperación por la ausencia de noticias sobre su hija. De Cuba llegaban informaciones increíbles y preocupantes sobre una Annie muy distinta a la que él conocía. El incidente, sin embargo, no afectó la carrera de Silva Pais, quien retribuyó la confianza que Salazar le mantuvo con redoblada lealtad y acrecentada gratitud.
Annie reapareció en La Habana en los primeros días de enero de 1966. Aparte de su idioma materno, tenía un perfecto dominio del francés y se ofreció para trabajar voluntariamente en la Tricontinental. Sin embargo, su situación era un factor eliminatorio. Legalmente estaba casada con un diplomático extranjero y su estatus en la Isla aún no estaba resuelto. Inició entonces los primeros pasos para tener una vida más organizada. Le asignaron una casa en el Vedado, junto al cementerio chino, lo cual, como señalan Castanheira y Cruz, refuerza la convicción de que en ese proceso estaban involucradas las altas esferas del Gobierno.
Por otro lado, Annie aceptó la sugerencia de la embajada suiza de devolver su pasaporte diplomático y a partir de entonces pasó a contar con uno normal. En esta etapa inicial estuvo acompañada por oficiales de la Seguridad. El más importante de ellos era José Manuel Abrante, futuro ministro del Interior y, probablemente, el último hombre con quien la portuguesa mantuvo una relación amorosa sólida. Uno de sus últimos gestos de afecto para con ella fue el envío de un ramo de gladiolos rojos, el 14 de febrero de 1989, cuando a ella ya le habían descubierto la dolencia a causa de la cual murió.
En noviembre del 66, Armanda Palhota de Silva Pais viajó a Cuba para intentar convencer a su hija de que regresara a Portugal. La respuesta negativa de Annie fue tajante: simpatiza y trabaja con la revolución y se siente feliz allí. Las relaciones entre ambas lejos de ser buenas, eran distantes y conflictivas. Había una tensión permanente, que se manifestaba en los episodios más comunes. Armanda le pidió a Annie que “no se metiera en política, pues su padre no se lo perdonaría”. Unas palabras que cayeron en saco roto. En su diario, la madre anotó con desdén que su hija hasta andaba con uniforme (se refería al de las milicias, fundadas en 1960).
Annie comenzó a colaborar en la OSPAAL, así como en el Ministerio de Educación. A menudo esas ocupaciones eran temporales, pero le garantizaban una vida estable. En 1973 se creó el Equipo de Servicio de Traductores e Intérpretes, dependiente del Comité Ejecutivo del Consejo de Estado y con una relación directa con el Comité Central del Partido. Annie estuvo entre los fundadores de ese organismo, que a partir de ese momento se convirtió en su segunda casa. Allí pasó a ocuparse de la preparación de los nuevos traductores, en especial los de portugués (el portugués de Portugal, subrayaba ella, pues le desagradaba el dejo brasileño). Estuvo presente además en los principales eventos internacionales realizados en Cuba. También viajó por todo el mundo, acompañando a las delegaciones cubanas que asistían a congresos y encuentros. Tenía la total confianza del Innombrable y era siempre quien traducía al portugués sus discursos.
Cambió de vida en todos los aspectos
Su compromiso con la revolución era total. Esa entrega la obligó a un corte radical con su pasado y también a cambiar de vida en todos los aspectos. Al igual que el resto de la población, pasó a vivir con lo que suministraba la libreta de racionamiento. De acuerdo a la escritora Julia Calzadilla, quien fue compañera suya en el ESTI, eso “siempre constituyó motivo de admiración y respeto por parte de todos los que la conocían y visitaban su casa”.
Tras la revolución de abril de 1974, que puso fin a la dictadura de Salazar, Annie volvió temporalmente a Portugal. Llegó en mayo de 1975 y se quedó hasta julio del año siguiente. Una de sus primeras tareas allí fue acompañar al poeta Nicolás Guillén, quien había ido invitado por la Asociación de Amistad Portugal-Cuba. Asimismo visitó a su padre, entonces en la cárcel, en espera de ser procesado. Hizo gestiones para que lo liberaran, pero resultaron infructuosas. Con la madre, las relaciones siguieron siendo malas.
La década de los 80 fue para ella muy difícil. La destitución y encarcelamiento de Abrantes la afectó, pues él constituyó un apoyo decisivo desde los primeros momentos de su “cubanización”. Tuvo además algunos intentos de formalizar una relación, entre ellas una con un francés que le había prometido divorciarse. Al final, se convenció de que no tenía interés en ella y rompió con él. Tenía problemas con los vecinos, a causa de sus perros, y deseaba encontrar otra casa para mudarse. En el ESTI el ambiente no siempre era agradable. Asimismo la embajada portuguesa le comunicó que como ya no poseía la nacionalidad, no podían darle el pasaporte. Y en julio de 1988, acabada de llegar de Corea del Norte, tuvo que ser operada de un nódulo en el seno.
Sus últimos años los pasó entre largas penas y dolorosos tormentos. Fue necesario amputarle el seno, lo cual fue traumático para ella, que siempre había presumido de tener un busto fabuloso que realzaba con blusas escotadas. Además, debido a la quimioterapia perdió parte del pelo y tuvo que empezar a usar una peluca. En 1989 su madre viajó a Cuba para acompañarla. Años más tarde, le comentó a José Fernandes Fafe, entonces embajador de Portugal en la Isla: “Cuando Annie fue operada y yo estuve en La Habana para apoyarla, Fidel le mandó un ramo de rosas blancas. Y después, un secretario me preguntó si yo daba la autorización para que el Comandante me hiciese una visita. Un caballero, un hombre educado”.
A pesar de su enfermedad, Annie continuó trabajando y viajando. Pero su salud empeoró, pues el cáncer que tenía era muy agresivo y difícil de controlar. En 1989 tuvo que ser ingresada en el Hospital Hermanos Amejeiras. En medio de eso, el presidente de su CDR le dio una noticia desagradable: sin que se supiese cómo, una persona se había inscrito como si viviese en su casa. Tuvo entonces que firmar una declaración de que eso era falso y acudir a tres notarios. En julio de 1990 su estado se agravó y la madre viajó de nuevo a La Habana. Ya no alcanzó a hablar con ella, pues cuando llegó estaba inconsciente. Falleció en la madrugada del día 13. Según una persona que la acompañó en sus últimos momentos, “no sufrió. Simplemente dejó de respirar”.
Fue enterrada en una modesta sepultura en el Cementerio Cristóbal Colón. Allí estuvo dos años. De acuerdo a las normas, después de ese período y dado que no poseía panteón familiar propio, sus restos fueron exhumados y depositados en una cajita rectangular sin ningún ornamento. El cementerio tiene establecido que a partir de ese momento, para que los restos continúen ocupando un espacio, cada familia debe pagar una cuantía simbólica, reveladora de que alguien se interesa por esa persona muerta. Si eso no se cumple, al cabo de seis meses todo lo que queda del que una vez fue un cuerpo vivo es quemado y desaparece para siempre. Esa es la razón por la cual en el cementerio habanero nada queda de Annie Silva Pais. En los registros, el suyo es un nombre que no existe.
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