César Valido, MF
No es hombre de segunda, sino un guerrero a la antigua al que no tirarán al fondo del farallón.
Levanté el auricular, y Luis Ángel Pérez, amigo, maestro y artesano de Centro Habana, me pregunta: "Oye, Pujol, ¿no sabes nada de Valido?". "No", le dije, y quedé a la espera, pues el tono me sonó retórico: "Pues está en Camaguey en medio de una operación urgente".
En shock, no me dio tiempo a preguntar más: "De la cabeza, tenía dos coágulos de sangre que, según la hermana, dice el médico no sabe cómo está vivo". Y ahí si no supe qué decir... "Y le va a afectar?", pregunté al fin. "Ah, eso no sé, ¿pero tú te imaginas?". No, no me lo podía imaginar: rómpale las manos a un pianista, prívele de la vista a un pintor, suprímale la voz a un cantante, y tal vez se pueda llevar una idea desesperada de lo que seria la vida de César Valido sin ajedrez.
Sabía de dónde le venía la herida, una pelea de club por una trampa que un bárbaro de manos hábiles y conocidas le tendió. "Valido lo salió a discutir", me contaban después, "y el otro, con más calle, ni le hacía caso; pero él ahí-ahí, tú sabes cómo él se pone". Sí, claro que sí, con ese carácter recto e irritable como pocos poseen. "El tipo se cansó y le sonó un solo piñazo que lo dejó en el piso temblequeando. Valido ni se acordaba después".
Algunos ignorantes murmuraron: "Se lo buscó". Me hicieron falta años para saber a ciencia cierta que alguna regla deportiva no escrita se había roto, y que él, pequeño hombre disfrazado de espartano, no vaciló en salir a rescatar su honor perdido.
Cierta vez —y en mala hora— se me ocurrió dudar de su honestidad, en cuanto a una pequeña deuda: ahí mismo, con vocación suicida, me pagó hasta el último centavo, y se quedó con los zapatos puestos de casualidad.
Proveniente de la orgullosa Camagüey, Valido se integró a la fauna del club Capablanca, en el Vedado, cuando decidió dar el salto mortal hacia una vida en solitario en La Habana, en la persecución de su sueño de alcanzar la maestría en ajedrez. Atrás dejó amigos, una hermana querida, los recuerdos de su infancia.
Su sentido de la vida era el mismo que el de su abuelo, cuando casi un siglo atrás un barco lo parió de nuevo y se abrió paso a partir de la nada, aunque con una enseñanza: "Yo no puedo terminar como mi abuelo", me dijo una vez, "secándose de tristeza y frustración, después de que le nacionalizaron sus propiedades, a principios de los sesenta. Si a mi nadie me va a regalar nada, yo voy a ir a ganármelo".
Valido, de valer
Jugador de estilo nada ortodoxo, es el colmo de la desesperación para los jugadores tradicionales, pues con él no valen las preparaciones previas, ni las tablas acordadas, y de él es el credo que en el tablero, como en la vida, estás solo para demostrar tu valía. Valido, de valer.
Para César, Caissa lo es todo, y los logros en su cortejo son motivos de celebración. Recuerdo un torneo en junio de 2004, en el que jugaba. Llega el comisionado provincial con la nueva lista Elo (el rating internacional), y el de él había subido más de 2300, y al lado de su nombre un nuevo título, MF: Maestro de la Federación Internacional de Ajedrez. Otro también lo había logrado, y ambos invitaron a unos tragos. Avanzada la tarde, y en medio de un ambiente festivo, él —malinterpretando mi aislamiento de siempre de toda bullanguería social—, detiene el tiempo y, mirándome fijo, dice: "Tú no lo comprendes, a ti te importa un comino, hace rato eres maestro, pero para mí es un momento grandioso".
Hoy todavía no sé si el alcohol tenía que ver con la brillantez de sus ojos. La fiesta ni se enteró de la confesión.
"Valido salió bien de las operaciones, porque fueron dos", me dijo Luis Ángel Pérez días después del primer aviso. "Vivo, quiero decir. De lo otro hay que esperar". Pero unos meses después lo teníamos de vuelta en La Habana, la mitad del cuerpo sufriendo los estragos, aunque con los mismos objetivos de siempre.
Nosotros observábamos con circunspección sus movimientos por domar, la intención de aquí-no-ha-pasado-nada; pero, en el primer torneo que participó, convenció, y todos dejamos de preguntarnos si su capacidad había resultado afectada. Sin embargo, le notamos un interés creciente por la medicina, con la idea de conocerse mejor a sí mismo con sus nuevas limitaciones.
También percibimos un aumento de su autoestima, si es posible, un deseo de dejar bien claro que no es hombre de segunda, alguien que no ha dejado de saber valerse por sí mismo, un guerrero a la antigua al que no tirarán hacia el fondo del farallón donde yacen las semillas deformadas.
Lo dejé en La Habana, esa jungla. No me preocupo por él, aunque de vez en cuando me acuerdo que logré una de sus metas soñadas, pero de diferente manera; estará pensando que estoy desperdiciando oportunidades: él daría lo que no tiene por viajar el mundo sirviendo a su diosa caprichosa.
Que viva Esparta, Maestro.
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