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La peor de las impresiones

Cuba no irá al Mundial de Chicago: Al gobierno sólo le queda como argumento el 'irrespeto' a la dignidad y los derechos de los atletas.

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El Campeonato Mundial AIBA 2007 se celebra en octubre en la ciudad norteamericana de Chicago sin la participación de la representación de la Isla, principal animadora de los certámenes del pugilismo aficionado en las últimas décadas. La noticia no sorprendió a nadie, acostumbrados a los inconsultos desmanes y arbitrariedades del alto liderazgo. Aunque si causó la peor de las impresiones, por las graves implicaciones que el hecho puede tener para el deporte nacional, tanto por sus compromisos y participación internacional, como por su desarrollo atlético.

Los medios informativos de la Isla confirmaron lo que anunciara semanas antes Fidel Castro, al comentar el conato de "deserción" de las estrellas de la escuadra nacional Guillermo Rigondeaux y Erislandy Lara en el marco de los XV Juegos Panamericanos, así como la posterior deportación que en extrañas circunstancias devolvió a los púgiles a la Isla.

La Federación Cubana de Boxeo, en un acto de increíble sumisión corporativa, se limitó a decir que la razón de esta ausencia había sido expuesta por Castro, quien denunció la existencia de fuertes intereses empresariales y comerciales vinculados al pugilismo rentado, empeñados en "robarse" los talentos "formados por la Revolución". En dicho comentario —otra de sus "reflexiones"— predijo una posible conspiración internacional para intentar acosar y comprar a los atletas de la Isla durante la celebración del Mundial en la Ciudad de los Vientos.

En este asunto, el máximo líder se debate en una contradicción insalvable: por un lado, asegura que los deportistas que se mantienen fieles a la causa, es decir, los que no han abandonado Cuba todavía, constituyen modelos de dignidad, firmeza y patriotismo, y por otro, premia a esos "firmes patriotas" con la no asistencia a un evento que incluso otorga clasificación olímpica.

Pero las contradicciones de Castro no son sólo a nivel de comentarios, sino también con su ejecutoria. Todos recuerdan que en 1966, armado sólo de una razón que creía le asistía, desafió las prohibiciones del departamento de Estado y la hostilidad de sus opositores en plaza para, poniendo en riesgo a los atletas —como siempre—, "colarse a la cañona" en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Juan, Puerto Rico.

Parece que, 41 años después, a Castro no le queda un ápice de razón, convicción o confianza en su gente para enfrentar las posibles ofertas de los negociantes de siempre. Con toda lógica, estos últimos pretenden animar el alicaído boxeo profesional con la calidad innegable de los hasta ahora muy mal pagados campeones de la Isla. Son conscientes de lo que significa a estas alturas una inyección de sangre y talento joven, como lo fue el filipino May Paquiao, seguro contendiente de Guillermo Rigondeaux en un combate que reportaría una bolsa nada despreciable para todos los interesados.

A las autoridades parece no bastarles con exigir irrestricta fidelidad política a los atletas, ni mantenerlos cual prisioneros bajo minucioso control y vigilancia en cada evento internacional. Ahora, para escapar de la realidad, deben faltar a los compromisos internacionales y frustrar las aspiraciones competitivas de los boxeadores, demostrando, de paso, menosprecio total por su esfuerzo y sacrificio diario para alcanzar la maestría deportiva que, de momento, no podrán mostrar en la liza mundialista.

Tirar la toalla

Tan acostumbrado a manipular los destinos ajenos, como a evadir la verdad, Castro vuelve a imponer la soberbia y el miedo como política de Estado contra los intereses del país, como para que no se olvide que en el siglo XXI queda un mandatario en Occidente que dispone sin sonrojo del premio en metálico ganado por un atleta o decide, por inconsulto capricho, la participación o no en un evento internacional. Ello indica una vez más que en Cuba las instituciones son meras entelequias nominales y, en el mejor de los casos, fuente coyuntural del bienestar personal de los funcionarios de turno.

Está claro que el gobierno tiene justificado miedo a que se repitan en un deporte que hasta ahora ha sido el buque insignia de su nave olímpica las fugas masivas que han vivido el baloncesto y el voleibol. Para evitar esto en el mediano plazo, las autoridades deben reconocer con valentía que el mundo está cambiando sin remedio, también en el deporte, tomar más en cuenta los intereses y necesidades ajenas e imaginar soluciones modernas y nada dogmáticas.

Es muy conocida en la Isla la moraleja del marido engañado que vende el diván donde sorprendió a la esposa con su amante, como el modelo inequívoco de quien trata de resolver un problema evadiéndose por la tangente, con reticencia a enfrentar las causas del mismo.

Se sabe que lanzar la toalla al cuadrilátero en medio del combate boxístico es la forma que tiene un entrenador de sustraer a su pupilo de un reto que es incapaz de enfrentar ya. Al gobierno sólo le queda como argumento el irrespeto a la dignidad y los derechos de las personas y sin abandonar su retórica arroja la toalla incapaz de enfrentar su combate con la realidad.


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