Actualizado: 23/04/2024 20:43
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México D.F.

La causa cubana juega a la pelota

¿De cuál cubanidad se habla? ¿De la que pretende construir una patria nueva sin limpiar los escombros ideológicos de un nacionalismo extemporáneo?

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El Clásico Mundial de Béisbol terminó con la derrota de Cuba 10 por 6 frente a Japón. Nos apesadumbramos… Vi el emocionante partido —ganó el mejor equipo— en casa de un amigo, que tras el resultado gritó: "¡Porque el Viejo (censurado) no dejó jugar a los que tenemos en las ligas grandes!". Yo pensé en la causa cubana, que como dice el dicho de la pelota: es redonda, pero viene en caja cuadrada…

¿Causa cubana: bola muerta o movida ? No sé, por mi madre. Pícara sinécdoque… La parte por el todo, una parte que se quiere vestir de todo. ¿Existe el todo? Por supuesto que se trataría de la más leninista demagogia. En lo único que coincidimos es en expulsar del juego al totalitarismo y sus repugnantes atributos. Tal vez en la dosis de aburrimiento a partir del homolenguaje. En nada más, gracias a Dios.

La causa cubana apenas alberga ese axioma, ni siquiera estamos de acuerdo en cómo conseguir que se acabe la longeva dictadura. Mucho menos en lo que debe hacerse después. La primera inferencia —salvo para charlatanes— es que ninguna persona o partido o concertación puede hablar a nombre de ella, salvo que el bateador designado sea un saludable singular sin plurales de participación o de falsa modestia.

Excluyo subterfugios gramaticales, aunque vengan avalados por admirables sacrificios, sólidos prestigios, sensacionales retóricas… Sería un contrasentido admitir que alguien lance a nombre de todos, que se apropie de ese ideal que llamamos causa cubana, aun concediéndoles a los presos de conciencia, o a los disidentes que por estar dentro merecen mayor respeto y atención, más derecho a abrogarse representatividad.

Quizás el enunciado —mejor los enunciados— de la causa exija tres strikes en la esquina de afuera —¿ sliders?—, bajo la premisa de extirpar el rancio caudillismo-comunismo. El primero consiste en subordinar a la valoración ética cualquier punto de vista filosófico o político. Es decir, creer primero en la honradez y en la honestidad que en idearios, programas o principios sociales. Virtudes y después valores, tan diáfano.

La hipocresía —se sabe bien— es una forma de corrupción, a pesar de que la vida nos imponga simulaciones, algunas inevitables, como cuando tuve que elogiar un regalo de cumpleaños, aunque se trataba de uno de esos cuadros espantosos que venden a turistas —analfabetos funcionales— en la feria que usurpa el atrio del Seminario de san Carlos y san Ambrosio. Pero de las mentiras piadosas al silencio cómplice o a la politiquería populista va como de hoy a 1959.


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