Actualizado: 29/04/2024 7:40
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Literatura-Política

Escarmentar por cabeza ajena

Entrevista a Judith Némethy, profesora de la Universidad de Nueva York, sobre el exilio húngaro en Argentina.

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Las diferencias dentro de los exiliados de la postguerra eran entre quienes no reconocían ni siquiera el gobierno que salió de estas elecciones y los que todavía tenían esperanzas de que se pudiera llegar a algún entendimiento con éste. Para estos últimos el desencanto llegó en 1948, cuando los comunistas, quienes en las elecciones habían tenido sólo un 10% de los votos, tomaron el control completo del gobierno. Hoy en día podemos pensar que ambas tendencias podían haber colaborado más entre ellas, pero en esa época era bastante fuerte la división. Después vino la revolución anticomunista de 1956 y ya todos se unieron.

¿Qué incidencia tuvieron en esta comunidad los exiliados de 1956?

En realidad tuvieron muy poca, porque para ese entonces la situación económica de Argentina había empeorado mucho. En esa época muchos de los de la emigración de 1948 que habían pedido entrar en Estados Unidos empezaron a abandonar Argentina para venirse acá.

Los exiliados que llegaron a Argentina en 1956 eran en su mayoría obreros y no se mezclaron mucho con los que habían llegado antes. Hay que reconocer también que los exiliados de 1948 eran un poco snobs y clasistas y desconfiaban de los que venían del régimen comunista.

Su libro recoge, por primera vez, información de primera mano de los archivos secretos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Hungría. ¿Podría ilustrar sobre la estrategia que seguía el Ministerio y por tanto el gobierno con los exiliados?

Cuando empecé a investigar estos archivos descubrí la importancia que tenían para las autoridades húngaras las actividades de los exiliados. Me concentré en investigar sólo lo que tenía incidencia directamente en el mundo cultural, y aun así, en el Ministerio de Relaciones Exteriores encontré mucho material sobre nosotros.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue la pobreza intelectual de la gente que manejaba el Ministerio de Relaciones Exteriores y la embajada en Buenos Aires en esos primeros años. Escribían muy mal y obviamente estaban muy acomplejados con los exiliados. Daban informes constantes de las actividades de los exiliados, mandaban copias de los diarios que publicaban, etcétera.

También noté que al menos al principio estaban muy desinformados. Se notaba que se habían enterado por vías muy oblicuas. Pero poco a poco fueron poniendo al frente de la embajada a personal mucho mejor preparado y culto e hicieron su labor de penetración de maneras muy interesantes.

Por ejemplo, un obrero se pudo infiltrar en la imprenta donde se imprimía el diario de los exiliados húngaros y ese hombre, con el diario ya en la imprenta, cambió algunos textos. Encontré una carta en los archivos del Ministerio en la que los funcionarios de la embajada se jactaban de lo hábil que había sido este hombre.

Otra manera de infiltrarse en los años sesenta fue a través de los clubes de los inmigrantes económicos que habían llegado antes que nosotros. A estos clubes les llegaban películas y libros de Hungría. Como sabían que los exiliados añoraban la cultura húngara, intentaban penetrar por ahí.

Tenían por ejemplo una revista con el título inocente Noticias de Hungría, llena de hermosas fotos y artículos optimistas sobre la situación del país y lo mucho que había prosperado la gente. Esa revista la enviaban gratis a todas partes. Los exiliados la llamaban El Diario de la Tentación, porque obviamente estaba hecha con la intención de debilitar la militancia de los exiliados en contra del gobierno comunista.

También organizaron festivales de cine, trajeron compañías de bailes folklóricos, etcétera. Por supuesto que nosotros sabíamos distinguir a los funcionarios que organizaban todo eso de los artistas que venían en esas delegaciones. A los artistas los veíamos como nuestros hermanos. Aunque a veces protestábamos contra las actividades organizadas por la embajada, para nosotros estaba claro que estos chicos no tenían la culpa, aunque fueran utilizados por el régimen con fines propagandísticos y económicos.