Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura, Exilio

Fernando Velázquez Medina, New Jersey

“Pasar a integrar la masa anónima de la población inmigrante norteamericana, sin amigos cercanos ni el acceso a la élite intelectual que había tenido en Cuba, fue muy doloroso. Traumático”

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Fernando Velázquez Medina nació en La Habana, Cuba, en 1951. Su novela Última rumba en La Habana, que recrea los más bajos fondos de la realidad habanera de hoy, es señalada como uno de los mejores exponentes del denominado “realismo sucio” y ha recibido una notable acogida de la crítica. También crítico de cine y literatura, Velázquez Medina tiene una extensa bibliografía en estos rubros. Fue el redactor, en 1991, de la llamada Carta de los Intelectuales Cubanos o Carta de los Diez, en la cual se solicitaban cambios políticos en la Isla y que lo llevó a prisión.

¿Por qué decidió trasladarse a otro país?

Fernando Velázquez Medina (FVM): La decisión me fue impuesta por circunstancias políticas. Era dirigente de un grupo ilegal de reflexión ilegal, (no es un error, tanto el grupo como la reflexión eran, son, ilegales, hoy como ayer) creado en principio por intelectuales, llamado Criterio Alternativo, —nombre que en ese tiempo en Cuba era un atrevimiento insoportable— que luego se amplió a obreros y posteriormente a toda la población, un poco antes de que se declarara el llamado “período especial”, en 1991.

Visitábamos embajadas y a la prensa extranjera para explicar que el susodicho “período” que todavía existe, en su peor versión era un proyecto copiado del Kmer Rouge de Cambodia y que sería igual de terrible y cruel.

La dirección del grupo, formada por la poetisa María Elena Cruz Varela y el traductor Jorge Pomar, me confió la tarea de escribir una carta abierta al Gobierno que, firmada por otros siete intelectuales, pidió un cambio de política, señalando que no íbamos a seguir siendo convidados de piedra ante las decisiones tomadas por una sola persona que llevaba años equivocándose.

La carta fue una sorpresa para el Gobierno, acostumbrado a la aquiescencia y creó una división dentro de la intelligentsia cubana, a pesar de ser bastante ingenua. Pero fue la primera y tuvimos que pagar el precio, tanto Pomar, Cruz Varela y yo, junto a otras tres personas, fuimos juzgados y sentenciados a cárcel y luego presionados para que nos desterráramos, o sea, que dejáramos la tierra y quedáramos en el limbo. Como dijo un gran poeta turco: duro oficio, el exilio.

¿De qué manera salió de Cuba?

FVM: En un avión matriculado en Haití y con toda la tripulación rubia y de ojos azules, o así me lo parece hoy, porque negro no había ninguno. El propio Gobierno me consiguió una carte blanche del tribunal que me había condenado, porque la de libertad me la robaron en un ómnibus y se suponía que fuera a la cárcel de Manacas, en Las Villas, a buscar una copia. Primero muerto.

Me parece algo raro que el carterista se interesara más por mi carta de libertad que por cualquier otro objeto en mis bolsillos. Un documento escrito en una hoja blanca no se parece mucho a un billete coloreado como los que se usan en Cuba. ¡Porca miseria! Tropecé con el único carterista daltónico de La Habana.

¿Le ha resultado muy difícil adaptarse al sitio en donde reside hoy?

FVM: A mí me resulta difícil adaptarme a un cambio de habitación en un mismo apartamento; cambiar de país, de ciudad y de idioma, amén de pasar a integrar la masa anónima de la población inmigrante norteamericana, sin amigos cercanos ni el acceso a la élite intelectual que había tenido en Cuba, fue muy doloroso. Traumático. Y la pérdida del idioma en versión habanera más. Porque el spanglish es un desastre, una tragedia, una lengua franca demasiado joven para escribir en ella. Y no tiene tradición alguna.

Pero esto me sirvió para ponerme a trabajar, sin censura ni interferencias, en algunos proyectos que llevaban largo tiempo detenidos, además de trabajar para comer y pagar la “renta”. Quiero aclarar que todavía no me he adaptado, aunque ya hable inglés y lo lea mejor aún. Me encantaría vivir en un país latinoamericano. Pero aquí pagan mejor.

¿Cuál ha sido su trayectoria artística en su actual lugar de residencia?, ¿qué logros ha obtenido?

FVM: Considero un logro el haber escrito y publicado una novela experimental, Última rumba en La Habana, que fue finalista de un premio en España y se ha editado dos veces, una en Nueva York y otra en Islas Canarias, con discreto éxito de público pero muy buena aceptación de la crítica y que me consiguió la amistad de escritores de renombre internacional, lo cual me animó a reincidir y ya tengo medio cocinada otra historia, esta sobre el Caribe de hace 450 años, piratas, navegación, la colonización, etc.

Y llegué a dirigir la sección de Opinión de un diario en español en Nueva York, perteneciente a la cadena Tribune, de nombre Hoy, ya desaparecido. Lo cual no es ningún logro artístico, pero allí me apropié de la sección de reseñas y críticas literarias, que hacía gratis, y tuve la grata sorpresa de que las editoriales españolas y algunas hispanas, me tomaran en cuenta y me enviaran las novedades editoriales también gratis, con lo cual logré seguir escribiendo críticas y leer sin pagar, como hacía en Cuba hasta 1990, y pude reelaborar mi teoría personal de la novela. He adquirido otro idioma, lo que me permite leer libros en inglés y ampliar con ello mi dominio del castellano, aunque parezca contradictorio.

¿Qué opina de la sociedad de la que ahora forma parte?

FVM: Un país muy interesante y una sociedad muy aislada, que se complace en sí misma y cree que todo surgió con ella. Y una élite intelectual muy inteligente, con muchas supersticiones políticas y distorsiones históricas y una gran ingenuidad. Mucha división entre clases, razas, religiones, profesiones. Increíble. Un palimpsesto con varias capas superpuestas. Un caleidoscopio.

¿Alguna otra observación para los lectores de Cubaencuentro?

FVM: Darle las gracias a Cubaencuentro por su existencia y las gracias también a quienes lean mis digresiones. Pero así somos los “hablaneros”, como hubiese dicho Cabrera Infante.


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