Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Política

«Raúl no tiene independencia»

El académico chileno José Rodríguez Elizondo habla sobre la 'dualidad de poderes' en la Isla.

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José Rodríguez Elizondo es una voz autorizada en Chile y en no pocos sitios fuera de su país. Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile, es además abogado, periodista, ex diplomático y… caricaturista. Su firma aparece al pie de libros y ensayos como Crisis y renovación de las izquierdas, El Papa y sus hermanos judíos, Chile: un caso de subdesarrollo exitoso y Las crisis vecinales del gobierno de Lagos, entre otros textos, incluso de ficción.

En total, es autor de unos 20 títulos, el último de los cuales, De Charaña a La Haya (sobre el pleito marítimo entre Chile y Perú), se publicará a finales de este mes. Los premios que ha recibido por su trabajo provienen de diversas geografías.

Esta vez, lo hemos convocado para que opine sobre la situación cubana actual, determinada por lo que llama "dualidad de poderes".

¿Cuál es su opinión sobre los cambios que ha hecho Raúl Castro, teniendo en cuenta la postura menos rígida del presidente Barack Obama?

Primero, la coyuntura permite un festín a los medios de comunicación, que tratan de discernir si esos cambios favorecen el poder de Raúl, si reflejan la decadencia de Fidel o el dominio de Fidel sobre Raúl, etcétera. Yo creo que la ciencia política ha fraseado mucho mejor este problema hace mucho tiempo. Aquí estamos en presencia de la clásica dualidad de poderes en un momento y en un país determinado. Estamos frente al poder viejo que no se resigna a desaparecer, el de Fidel Castro, y el de Raúl Castro, que no se decide a presentarse de cuerpo entero.

Por lo tanto, si asumimos que Raúl quiere tener mejores relaciones con Estados Unidos o, más ampliamente, si creemos que tiene intención de abrir su política y su economía en un tono parecido al de China y a lo que exige el mundo contemporáneo, tenemos que concluir que está en un juego muy difícil. Él no tiene las condiciones personales necesarias para emerger como lo hizo el líder chino Deng Xiaoping. No tiene independencia con respecto al poder viejo, que todavía está in situ. En síntesis, si no se resuelve primero la dualidad de poderes, todo lo que se diga con respecto a aperturas y cerrazones en Cuba es especulación metafísica.

¿Existen en la coyuntura actual cubana condiciones para un cambio significativo en sus relaciones con Estados Unidos?

Las aperturas verdaderamente significativas nunca se producen unilateralmente. Siempre hay un trabajo de base diplomática, en virtud del cual un presidente se arriesga a anunciar algo cuando ya ha sido negociado previamente. No puede arriesgarse a un fiasco. Por ejemplo, aquí se supone que los equipos diplomáticos norteamericanos y cubanos deberían estar negociando reservadamente para poder anunciar eso. No le consta a nadie. Cualquier anuncio de Obama tendría que significar que previamente ha habido una conversación y lo recientemente sucedido es casi lo contrario.

Por eso, cuando destituyeron a Carlos Lage y Pérez Roque, al día siguiente la prensa especulaba sobre si eso aumentó el poder de Raúl y disminuyó el poder de Fidel. Fidel, siempre listo como un tigre, saltó igual que hace 50 años, diciendo que no era el patrocinante de Pérez Roque ni de Lage, y que su sucesión le había sido consultada. Quería decir que él seguía manejando todo el tinglado. Confirmaba, así, que mientras haya dualidad de poder no puede haber negociaciones francas con nadie.

¿Una liberalización de los viajes a Cuba y el permiso para un incremento de las remesas pudiera influir en el régimen cubano?

El que Obama no pueda anunciar una medida dramática de recomposición de relaciones, por la dualidad de poder en la Isla, no significa que no tenga medidas políticas propias, inmediatas, que llevar a cabo. Él tiene que tener su política cubana. Y está claro que la política del embargo ha sido un fracaso por 50 años.

Cualquier tipo inteligente —y Obama lo es— tendría que iniciar una nueva política hacia Cuba que signifique incentivos para la democracia y la libertad, sin preocuparse de que pueda encontrar o no retribuciones en el poder que se está definiendo. No me extrañaría para nada que Obama establezca mayores franquicias para el pueblo cubano, afectado por el embargo. Obama perfectamente puede iniciar una nueva política hacia Cuba, más abierta, más generosa, menos ideológica.

En su exilio a causa de la dictadura militar chilena, tuvo experiencia sobre cómo actúan regímenes de corte socialista ortodoxo, por ejemplo, en la extinta República Democrática Alemana. En una de sus "reflexiones", Fidel Castro llamó indignos a Carlos Lage y Pérez Roque, sin embargo, en la renuncia, ambos le reiteran a Castro su fidelidad.

Usted tendría que recorrer la historia soviética y ver qué pasaba con José Stalin y la gente que iba cayendo en purgas sucesivas. Comprobaría cómo se producía un guión increíblemente similar al de la Cuba castrista. Culminaba muchas veces con escritos de autocrítica, inclusive con fusilamientos y hasta con militantes que morían gritando su lealtad a Stalin. Lo que hizo y sigue haciendo Castro es simplemente lo que hizo Stalin, pero con el plus de su carisma personal.

Lo digo porque Stalin no tenía brillo propio, era un tipo opaco. Castro fue un tipo brillante. Importa mucho la personalidad en la política, por más que el marxismo diga que la historia la hacen los pueblos. Aquí estamos frente a un problema en que un solo personaje sigue haciendo o manipulando la historia. Queda por ver si ésta lo absolverá o no. Lo que Castro no debe ignorar es que él está haciendo en limpio, con buena letra, el guión que escribió Stalin hace muchos años. Un periodista peruano muy conocido, César Hildebrandt, definió la situación con una buena metáfora: "Hugo Chávez es una mala copia de Fidel Castro, y éste es una copia brillante de Stalin".

¿Cuál es su opinión sobre la visita de Michelle Bachelet a Cuba?

Me remito a columnas sucesivas que publiqué en el diario La Tercera. Ahí decía que no hay ninguna evidencia de interés nacional en esta visita y que la mayoría de la sociedad chilena estaba en contra. Ya con la visita producida, di cuenta de la frustración de nuestra presidenta por el maltrato que recibió de Fidel Castro, quien abusó de lo que yo llamé su "candor ideologizado". Ella iba con mucha ilusión desde el punto de vista íntimo, personal. Seguramente sintió por el Castro de los años sesenta —ese Robin Hood de la Sierra Maestra— la misma admiración de quienes éramos jóvenes progresistas o de izquierda.

Yo creo, con tristeza, que lo sucedido me dio la razón. Bachelet cayó en medio de la dualidad de poder que representan los hermanos Castro. Raúl no le podía asegurar el excelente tratamiento que posiblemente quería darle. Porque no es cosa gratis que los presidentes vayan a Cuba para desaislarla. Pero Fidel, el poder viejo, estaba más interesado en darle una mano geopolítica a la aspiración marítima boliviana, que también coincide con el interés político de Chávez.

Además, para quienes leemos la historia sin anteojeras ideológicas, está claro que Fidel Castro nunca ha tenido ningún cariño por Chile. Desde que emergió a la notoriedad mundial, él ha combatido a todos nuestros gobernantes, abierta o solapadamente. El primero con el que coincidió fue con Eduardo Frei Montalva, a cuyo gobierno calificó como "prostituta del imperialismo". Después se opuso hasta el último día a la posibilidad de un triunfo de Salvador Allende, porque iba en contra de su estrategia de lucha armada continental. Acto seguido, vino a Chile en una visita de un mes, que sólo sirvió para anticipar la crisis política general que cuajó con el golpe de Estado de 1973. En tercer lugar, cuando se produjo el golpe de Estado, él incluso manipuló la muerte de Allende para que favoreciera su tesis de la lucha armada.

Después, contra Augusto Pinochet, tenía motivos ideológicos sobrados para combatirlo sin fingimientos. Incluso sugirió la posibilidad de una guerra de Perú y Argentina contra "el fascismo chileno". Luego, llegaron los gobiernos de la Concertación y Patricio Aylwin, conocedor de la historia, no le permitió un acercamiento.

Hay una anécdota en que Fidel Castro le pregunta a Aylwin si lo puede tutear, pues "yo me tuteo con todos". La respuesta de Aylwin, muy inteligente, fue: "Mire usted, este señor que está aquí a mi lado, mi canciller don Enrique Silva Cimma… con él somos amigos por décadas, desde que éramos profesores jóvenes de la universidad, y siempre nos hemos tratado de usted".

Así, llegó el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que mantuvo el distanciamiento, y después el gobierno de Ricardo Lagos, quien fue atacado por Castro, al alimón con Chávez, pues lo consideraban un falso socialista, un vasallo del "imperio", etcétera. En realidad, Castro aborrece a todos los socialistas renovados chilenos.

¿Pensó La Moneda que Fidel Castro no iba a reaccionar cuando pocos días antes de la visita oficial la cancillería chilena mostró una fuerte postura crítica en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU?

Fidel Castro no perdona. Es un animal ideológico. Él es la historia de Cuba y él es la revolución. La defensa tradicional de Chile de la cultura de derechos humanos debe haberle sonado a chicharrón de sebo, pero la animadversión con la Concertación chilena ya era histórica. Además, la diferencia está en que la postura de Chile sobre derechos humanos apenas apareció en algunos medios, mientras que el desplante de Fidel Castro hacia nuestra presidenta fue conocido en todo el mundo.


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