Ante una encrucijada
Cuando el desencanto se convierte en rabia, la democracia se apaga.
Hace 15 años el porvenir de América Latina parecía prometedor. La democracia y el mercado auguraban una nueva era de buen gobierno y bienestar popular. Pero no fue así. Sectores de la clase política y de la opinión pública manifiestan un profundo desencanto con los pobres resultados del mercado y del libre comercio. Las protestas callejeras por la Cumbre de las Américas en Argentina y la rotunda victoria de Evo Morales en Bolivia, son las expresiones más recientes de este malestar.
En Mar del Plata, Hugo Chávez —acompañado del entonces candidato Morales— denunció al "imperio" incansablemente, mientras cantaba la victoria venidera del socialismo bolivariano ante miles de manifestantes. Poco después, el presidente argentino Néstor Kirchner viajó a Caracas para trazar una agenda común con Chávez.
¿Cuáles serán las repercusiones hemisféricas de la victoria de Morales? ¿Alentará el apoyo que el populista Ollanta Humala ha ido sumando en Perú? ¿Qué efecto tendrá en Ecuador, donde los indígenas llevan más de dos décadas de militancia política? ¿Qué harán Chávez y Fidel Castro?
En América Latina, resultó más fácil acabar con las dictaduras que consolidar la democracia. Si bien holgadas mayorías en el Informe Latinobarómetro 2005 dicen que no apoyarían un gobierno militar bajo ninguna circunstancia, las instituciones democráticas no han movilizado la confianza ciudadana.
La dura vida
Los partidos políticos, las legislaturas y el poder judicial reciben una pobrísima aprobación de la ciudadanía. El ciudadano promedio no ha visto mejorías sensibles en sus estándares de vida. El empleo, la pobreza y los bajos salarios son las principales preocupaciones. Un 59 por ciento dice que hubo algún adulto desempleado en su hogar en los últimos 12 meses. Así y todo, el crecimiento económico registrado a partir de 2003 ha reanimado las expectativas. Un 54 por ciento de los latinoamericanos cree que sus hijos vivirán mejor de lo que ellos viven hoy.
Más significativo aún, la mayoría de los encuestados entiende que el progreso pasa por la democracia y el mercado. El populismo —que intrínsecamente desprecia los contrapesos democráticos y ensalza al Estado como motor económico— poco tiene que ver con la sensatez que abriga la media ciudadana.
Así y todo, el populismo puede encadilar al imaginario popular —como acaba de demostrar Morales—, si la élite latinoamericana no se pone a la altura de las circunstancias; es decir, si no logra reparar el desencanto en el contexto de la democracia y el mercado. Cuando el desencanto se convierte en rabia, la democracia se apaga.
En realidad, las reformas de libre mercado no fracasaron. Lo que si fracasó estrepitosamente fue el viejo modelo basado en el papel rector del Estado. Durante la llamada época dorada de los sesenta y setenta, América Latina registró un crecimiento económico per cápita respetable, aunque menor al logrado en otras latitudes.
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