Actualizado: 27/03/2024 22:30
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América Latina

Ante una encrucijada

Cuando el desencanto se convierte en rabia, la democracia se apaga.

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La implosión del modelo en los ochenta acarreó la hiperinflación, una deuda asfixiante e ingresos que cayeron en picado. ¿Cómo si no a través de la liberalización económica hubiera podido América Latina recuperarse de esta crisis que tantos estragos causó, especialmente a los más necesitados?

Con todo, la estabilidad macroeconómica y el aumento del comercio exterior —sin los cuales la región hoy estaría considerablemente peor— sólo constituyen una plataforma para el progreso, no un fin. Durante los noventa, el crecimiento económico fue mediocre y trajo como consecuencia una pobre creación de empleos y un empeoramiento de la pobreza, sin hacer mella en la desigualdad.

Sacar al Estado del armario

América Latina enfrenta un desafío económico de primer orden: alcanzar un crecimiento fuerte y sostenido, a la par de una redistribución de riqueza que beneficie a los más desfavorecidos.

Ese es el camino para ir creando una verdadera clase media. En los países desarrollados, el ingreso mediano equivale aproximadamente al 90 por ciento de la media nacional. En los países latinoamericanos, éste representa el 50 por ciento o bastante menos; es decir, la llamada clase media se encuentra muy por encima del medio. Sólo cuando se reduzca la brecha entre el ingreso mediano y el ingreso medio podrá decirse que América Latina anda por buen camino.

Las reformas metieron al Estado en el armario y hay que sacarlo ya, si bien con otra mentalidad. Sin un Estado más activo, América Latina no podrá realizar las inversiones en salud pública, educación e infraestructuras que necesita con urgencia. Hacen falta recursos para invertir, así como para acordar proyectos mixtos con el sector privado.

La región, sin embargo, adolece de una base impositiva mínimamente adecuada. Aunque representa más del 50 por ciento de la totalidad del ingreso, el 10 por ciento más privilegiado paga impuestos sobre menos del 10 por ciento de sus ingresos. Un Estado moderno es imprescindible para fomentar el crecimiento sostenido y combatir la pobreza.

Chile es el país que mejor funciona en América Latina. Logró reducir la pobreza en más de la mitad, gracias a un crecimiento económico robusto y unas políticas sociales efectivas. Hoy, sin embargo, el reto apremiante es reducir la desigualdad. Afortunadamente, tanto la izquierda como la derecha lo asumen. El admirable consenso chileno sobre el mercado se extiende ahora a sus consecuencias sociales que, si no se atienden, podrían frenar el éxito del país.

América Latina está ante una encrucijada que no admite tapujos: o se integra plenamente a la economía del siglo XXI o quedará, lamentablemente, relegada.

La experiencia chilena afirma lo obvio: para prosperar hacen falta una clase política madura, una economía de mercado y un Estado responsable. Resultados semejantes a los de Chile en Brasil y México —las economías de mayor envergadura—, podrían tirar hacia adelante al resto de la región.

Si América Latina se retrasara aún más, la élite cargaría con la responsabilidad, bien por no haber actuado a la altura de las circunstancias o por haber sucumbido a los delirios populistas que —tarde o temprano— desatan desastres para todos pero, especialmente, para los de abajo. El porvenir aún puede ser prometedor. Si así fuera, los Chávez y los Morales perderían su atractivo. De lo contrario, a América Latina le aguardan tiempos borrascosos.

* Publicado en El País, España.


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