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Hungría

Drama y catarsis

Al gobierno que corresponda reorganizar las finanzas, deberá cortar por lo sano si quiere ingresar al espacio Schengen y adoptar el euro.

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Esto significa, agrega, que "hay un elemento general de descontento tanto en la economía como en la política, y la opinión pública comienza a pensar que no está disfrutando de los beneficios económicos que trajeron los cambios y que el país está siendo dirigido por los mismos viejos comunistas".

Para el economista Bela Nemeth, "combatir el déficit presupuestario ha sido el mayor dolor de cabeza de todos los gobiernos húngaros post-comunistas", y precisa que el antecesor de Gyurcsany, el conservador Viktor Orbán, ya tuvo que lidiar con la transformación de la economía y los éxitos y los fracasos de quienes le antecedieron.

"En los años noventa, ya era una tarea de enorme magnitud ir contra la corriente y recortar los gastos sociales y eliminar los suculentos subsidios a la producción agrícola, y en la práctica esto se convirtió en una 'misión imposible' que se ha venido aplazando", agregó.

Errores de la transición

Desde que cayó el comunismo en 1989, uno de los mayores problemas que han tenido que encarar los antiguos países comunistas del Este de Europa ha sido cómo conjugar las expectativas del electorado con las duras realidades de implantar una economía de libre mercado desde las bases de la economía planificada, y competir con las economías europeas más desarrolladas.

Las estadísticas indican que el crecimiento registrado en el salario promedio del húngaro de hoy, que el Banco Mundial calcula en 750 dólares mensuales (cifra más o menos al nivel de los demás ciudadanos comunitarios), se ha logrado principalmente a base del incremento del gasto estatal, porque los gobiernos en transición han ido aplazando decisiones dolorosas como reducir el gasto de salud, educación o pensiones, entre otras.

Como resultado, el presupuesto húngaro ha subido en espiral, llegando en la actualidad al 10,1% del Producto Interno Bruto (PIB), una cifra tres veces superior, por ejemplo, al de la República Checa, que es 3,2%, según cifras de la Comisión Europea.