El peor enemigo
Las democracias desanimadas son terreno fértil para la llegada de dirigentes mesiánicos y abren las puertas al populismo.
En estos tiempos, la democracia es en sí misma su peor enemigo en América Latina. Mientras la igualdad ante la ley sea sólo una frase, las instituciones se transformen en feudos y el crecimiento económico no signifique mejoramiento de los niveles de vida, la democracia sembrará un desencanto popular, una enfermedad y el populismo se instalará en su lugar. Es lo que ha sucedido en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
El desencanto popular hace sonar las alarmas y, al mismo tiempo, es un tributo a la democracia. Los ciudadanos no sentirían desilusión si no fuera por la comprensión de sus derechos y su idea de cómo la democracia debería funcionar. Los demócratas de América Latina deben responder a esa enfermedad con instituciones democráticas y con una economía de mercado. Si así lo hicieran, la democracia saldría fortalecida y el populismo se hundiría.
Por desgracia, los intereses creados constituyen impedimentos: la política de clientelismo que hurta el dinero de la nación, los "duopolios" o monopolios que se oponen a la competencia y los sindicatos que obstaculizan las reformas. Para que las democracias sean efectivas, los actores principales deben alcanzar acuerdos, ya sea de una vez o de forma gradual.
México es un buen ejemplo. A mediados de la década de los años ochenta, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) —entonces el partido principal— logró un consenso sobre el libre comercio y la privatización de las empresas estatales. Sin embargo, ni el PRI ni Vicente Fox tuvieron éxito para alcanzar las reformas que debían seguir. El presidente Felipe Calderón, junto al PRI, ha comenzado a forjar acuerdos para realizar algunas de manera escalonada, por ejemplo, las reformas fiscales y de pensiones.
Ecuador no es un buen ejemplo. El pasado 30 de septiembre, el presidente Rafael Correa obtuvo una mayoría abrumadora en la asamblea que habrá de elaborar una nueva constitución. Aunque no exactamente como en Venezuela, la Carta ecuatoriana casi, de seguro, fortalecerá los poderes presidenciales en perjuicio del equilibrio y control necesarios.
Como Hugo Chávez, en Venezuela, y Evo Morales, en Bolivia, Correa llegó a la presidencia por el ímpetu de un justo desencanto hacia los políticos tradicionales y sus partidos políticos. Hace ya tiempo que Chávez gobierna de forma autocrática y ahora busca una reelección indefinida. Al tratar de seguir sus pasos, Morales se enfrenta a una oposición eficaz en la asamblea constituyente, que podría ser disuelta. Pronto veremos qué propone Correa para Ecuador.
Los dirigentes mesiánicos y las democracias no mezclan bien. Las democracias prosperan con las negociaciones, los acuerdos y los cambios para mejor. La dignidad nacional, la felicidad de su pueblo y la construcción del socialismo del siglo XXI, son fines tan imposibles de ser colocados en tela de juicio, que todos los medios deben ser puestos a su disposición. Y, claro, sólo los dirigentes mesiánicos saben cómo.
La actitud manifestada por Correa, de dialogar sólo con las personas bien intencionadas no es un buen augurio. A pesar de estar desacreditados y mermados en influencias, Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa —un ex presidente y el candidato que Correa derrotara el año pasado— ganaron una representación minoritaria en la asamblea constituyente y no deberían ser descalificados a priori. En una democracia, los ciudadanos también eligen a la oposición. Los vencedores deberían aprender a vivir con la manifestación total de la voluntad popular.
Sonidos fúnebres
La incertidumbre es buena para la democracia. Siempre que los derechos se respeten y las reglas del juego sean justas, la oposición tiene la oportunidad de ganar la próxima elección. Chávez ha cargado todos los dados a su favor y eliminará cualquier vestigio de justeza si las enmiendas constitucionales propuestas se llevan a cabo. El mesianismo puede estar nublando sus instintos políticos. Exigirle a los venezolanos que moderen sus consumos de alcohol y limiten sus compras ilimitadas, puede ser bien un boomerang.
Los golpes militares y las guerrillas izquierdistas no constituyen ya amenazas para la democracia en América Latina. Las democracias desanimadas, que preparan el terreno para la llegada de los dirigentes mesiánicos, son los peores enemigos. Un candidato populista que gana una elección libre y justa puede tañer los sonidos fúnebres de la democracia.
Los demócratas en América Latina necesitan gobernar con el futuro en sus mentes. Alan García, en Perú, aprendió de su desastroso primer mandato (1985-1990). Las segundas vueltas no son habituales en política, en especial cuando un Chávez —quizás un Morales o un Correa— gana una elección democrática y se erige a sí mismo como el salvador de la nación.
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