Actualizado: 07/05/2024 1:47
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Centroeuropa

¿Inestabilidad o reajuste?

Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia ponen a prueba su cultura democrática en el seno de la Unión Europea.

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El comentarista Meter Schutz estima que las agresiones físicas contra eslovacos de nacionalidad húngara comenzaron desde que el Partido Nacional Eslovaco entró en el gobierno y exige al presidente Robert Fico que "se disocie de estas actuaciones".

No se puede olvidar que de una población total de cinco millones, en Eslovaquia viven unas 600.000 personas de origen húngaro. Según el diario húngaro Nepszabadsag, hace 10 años el 70% de los eslovacos temía el irredentismo de la minoría húngara y actualmente esta proporción ha crecido al 80%: son los que piensan que durante 1.000 años los húngaros oprimieron a los eslovacos (período del Imperio Austro-Húngaro).

Hungría:

En lo que respecta a Hungría, las cosas se les fueron de las manos al actual gobierno socialista, cuando en octubre la gente descubrió que su primer ministro, Ferenc Gyurcsany, con el fin de ganar las elecciones, les había mentido abiertamente sobre la situación económica del país durante la campaña electoral.

A partir de ahí la opinión pública se insubordinó de tal forma que el país ha experimentado en las últimas semanas las mayores demostraciones de protesta desde 1989 y el comisionado de justicia de la UE, Franco Frattini, tuvo que pedir a Budapest explicaciones por el uso de la fuerza policial excesiva para reprimir a los manifestantes.

Según los reportes oficiales, decenas de personas resultaron heridas cuando la policía utilizó gases lacrimógenos y balas de goma para controlar las protestas. Las luchas callejeras, que coincidieron con el aniversario 50 de la revuelta antisoviética de 1956, dejó un saldo de unas 100 personas hospitalizadas. El ministro de Justicia húngaro, Jozsef Petretei, negó que se abusara de la fuerza.

República Checa:

La República Checa, hasta ahora la más apacible y más exitosa en las transformaciones económicas en la región, ha registrado un inusitado terremoto político debido a la incapacidad de los líderes de los principales partidos de encontrar una solución al virtual empate entre la derecha y la izquierda, resultante de las últimas elecciones generales celebradas en junio.

Quizás el destino quiso jugarle una mala pasada al escenario político checo, cuando en esa contienda las fuerzas opositoras sumaron cada una 100 asientos de un total de 200 en el Parlamento. A partir de ahí han caído cabezas como barajas en el intento de establecer posible coaliciones; se han agotado los traspiés y las artimañas sin que el país pueda tener un gobierno estable. Todo apunta a elecciones anticipadas para los próximos meses.

La situación ha sido ridiculizada hasta el infinito por la opinión pública de un país donde el absurdo se ha impuesto con raíces kafkianas y el resultado de la situación ha sido una total y generalizada apatía del electorado, que mira desde su balcón la pelea y se ha divorciado de las urnas. Las últimas elecciones senatoriales alcanzaron una de las menores participaciones del período democrático postcomunista.

Pronósticos

Ignorando a quienes dicen que las culturas centroeuropeas todavía están muy influenciadas por la era comunista, para no hablar de las largas tradiciones de la era de los Habsburgo, cuando las políticas estaban plagadas de corrupción y secretismo, hay que aceptar que entre mediados de los años noventa y el 1 de mayo de 2004 (día del ingreso a la UE) en estos países primó un consenso general para suprimir sus problemas domésticos en aras de alcanzar su membresía al club de los ricos.

Una vez llegados a la meta y alcanzada la transformación de las instituciones, resulta evidente que el proceso de cambiar las actitudes de los dirigentes y las poblaciones no pudo realizarse con la misma velocidad. El analista Jiri Pehe rechaza la tesis de que los países de Centroeuropa son democracias sin demócratas.