La madre de todas las conspiraciones (II)
Segunda entrega de un trabajo que aparecerá en tres partes
4. El Gobierno Invisible
“Los que controlan el gobierno de Estados Unidos son los capitalistas e industriales unidos”[1]. Esta frase no la dijo un militante de izquierda antimperialista, sino el candidato demócrata Woodrow Wilson durante su campaña presidencial en 1912. Lo sabía por experiencia propia, porque para entonces ya había aceptado, de ser elegido, firmar el Acta de Reserva Federal que ya antes el Congreso había rechazado, a cambio del financiamiento de su campaña por los grandes bancos. Pero su contrincante republicano en la Casa Blanca, Howard Taft, que competía por un segundo mandato, había hecho lo mismo que él, por lo que cualquiera de los dos que ganara las elecciones ya estaba comprometido a apoyar el controvertido Proyecto Ley.
Los grandes banqueros habían comprendido que, en países con instituciones fuertes como el Reino Unido y sobre todo Estados Unidos, donde además existía una fuerte tendencia antimonopolista, no podían lograr abiertamente sus propósitos de crear regímenes altamente centralizados, pero sí un gobierno invisible moviendo los hilos de las administraciones oficialmente elegidas. Por eso les era tan necesario lograr el control del dinero de toda la nación.
Sin embargo, cuando esos banqueros creyeron que lo tenían todo amarrado, un obstáculo imprevisto se les presentó de pronto: un tercer candidato dispuesto a hacer fracasar aquellos planes. Ese candidato se llamaba Theodore Roosevelt.
Roosevelt, quien gozaba de gran popularidad por ser considerado un héroe debido a su participación en Cuba durante la guerra de Estados Unidos contra España, había ganado la gobernatura del estado de Nueva York y luego había sido designado vicepresidente durante la administración de Mckinley. Pero éste había muerto durante un atentado, por lo que Roosevelt, con 42 años, había pasado a ser el presidente más joven, hasta entonces, en ocupar la Casa Blanca. Si luego hubiera optado por un nuevo mandato probablemente habría ganado, pero prefirió favorecer a su amigo Howard Taft, quien había sido gobernador de Cuba en 1906 y luego, secretario de Guerra.
Pero ahora que Howard Taft aspiraba a un segundo mandato, reaparecía Roosevelt al frente de un tercer partido, el Partido Progresista, dispuesto a tronchar las aspiraciones de su antiguo amigo y de paso las de los grandes banqueros. Estos sabían muy bien que no podían comprarlo como habían hecho con los otros dos contendientes, ya que, por su historial, había demostrado ser un implacable enemigo de la corrupción, primero en Nueva York contra la corrupción de la policía, y luego, como presidente, había llevado ante los tribunales al mismísimo J. P. Morgan por violación de la Ley Sherman, la ley antimonopolios[2]. Roosevelt declaraba en su manifiesto político: “Detrás del gobierno aparente se asienta entronizado un gobierno invisible que no debe lealtad ni reconoce responsabilidad alguna hacia el pueblo”, y anunciaba su propósito de “torpedear la nefasta alianza entre los negocios corruptos y la política corrupta”.
Algunos autores han afirmado que también Roosevelt estaba financiado por Morgan, pero esto no tiene sentido a la luz de lo que pasó poco después. Cuando Roosevelt se dirigía a hablar en un acto de campaña, fue objeto de un atentado. Una bala entró en su pecho directo al corazón, pero se detuvo amortiguado por las cincuenta páginas de su discurso que llevaba en un bolsillo de su capa. Aunque se dijo que el autor había sido un anarquista, John Schrank era un hombre religioso, adicto a las lecturas de la Biblia, que alegaba haber recibido en sueños la orden del difunto presidente McKinley de matar a Roosevelt. Sin embargo, su acto coincidía, sospechosamente, con los intereses de los grandes banqueros. Roosevelt, aún en el lugar del hecho, no se amilanó, sino que, incluso, se negó a ser llevado de urgencia a curarse la herida antes de pronunciar su discurso, y así, con la bala en el pecho, se dirigió al auditorio mientras mostraba el agujero en el centro de las cincuenta páginas.
Pero el Partido Progresista no tenía la capacidad de los dos grandes partidos, ni Roosevelt, los fondos de campaña con que contaban los otros dos contendientes. No obstante, quedó en segundo lugar, y quien ganó las elecciones fue Wilson.
Wilson se vio obligado a aceptar, como principal consejero, a Edward Mandel House, alias “El Coronel”, considerado luego por algunos analistas como el real presidente de Estados Unidos detrás de Wilson, y como “el invisible angel guardián” de los hombres de la Reserva Federal. Mandel House expresaba, en sus escritos, la necesidad de establecer el “socialismo como fue soñado por Karl Marx”[3].
Wilson promovió el proyecto en el Congreso, pero como ya había sido rechazado en 1910 con el nombre de “Ley Aldrich” por el nombre del senador que lo presentó por entonces, se le cambió el nombre por “Ley de la Reserva Federal”. Uno de los oponentes, el congresista Charles A. Lindbergh, advertía: “Esta ley establece el más gigantesco trust sobre la tierra. Cuando el Presidente firme esta ley, el gobierno invisible con el poder del dinero, cuya existencia ha sido demostrada por la Investigación sobre Trusts Monetarios, quedará legalizado. La nueva ley creará inflación allí donde los trusts quieran inflación”[4]. Pero fue aprobada en ese año, 1913.
Años después el propio Wilson reconocería que el gobierno de Estados Unidos había caído, permanentemente, en las manos “de un pequeño grupo de hombres dominantes”.
Desde entonces la función de imprimir dinero no estaría ya en manos del Congreso como dictaba la Constitución, sino en las de un grupo de banqueros privados, la institución económica más poderosa de Estados Unidos y el mundo, que se rige por sus propios estatutos y puede tomar decisiones sin que tengan que ser aprobadas ni por el Presidente ni por el Congreso, y que presta con intereses el dinero que imprime, al Gobierno, intereses que todos pagamos con los impuestos. Aunque el Presidente elige a los siete miembros de la Junta de Gobernadores, ésta forma parte de una Junta más grande que incluye también, rotativamente, a cinco de los doce presidentes de bancos regionales de las doce ciudades económicamente más importantes de la nación, entre las cuales la de Nueva York (léase Wall Street) tiene un peso decisivo.
Años después, en 1932, el congresista Louis T. McFadden, presidente del Comité Bancario de la Cámara, denunciaría: “Señor Presidente, tenemos en este país una de las instituciones más corruptas que el mundo ha conocido jamás. La Junta de la Reserva Federal ha estafado al Gobierno de Estados Unidos tanto dinero como para pagar la deuda nacional. Esta institución maléfica ha empobrecido y arruinado al pueblo de Estados Unidos; ha provocado la bancarrota de sí, y prácticamente la bancarrota de nuestro gobierno… Algunas personas piensan que los bancos de la Reserva Federal son instituciones gubernamentales de Estados Unidos. Pero no son instituciones, departamentos o agencias gubernamentales. Son monopolios privados de crédito que rapiñan del pueblo de Estados Unidos para el beneficio de ellos mismos y sus socios extranjeros. Estos doce monopolios privados del crédito fueron falsamente asentados en este país por banqueros que vinieron hasta aquí desde Europa y quienes pagaron nuestra hospitalidad minando nuestras instituciones americanas”[5].
Actualmente la Reserva Federal “regala”, a los bancos americanos, alrededor de $36 mil millones al año[6]. Y por supuesto, nadie ha dicho que la Reserva Federal o los bancos, sean unos “atracadores”.
¿Cuál era el objetivo final de estos hombres de ambiciones insaciables? Todavía cuarenta años después de aquella reunión secreta donde se fraguara aquella conspiración, Warburg hijo confesaría ante el Senado de Estados Unidos el 17 de enero de 1950: “Tendremos un gobierno mundial, guste o no guste. Sólo falta saber si llegaremos a esto imponiéndolo por la fuerza, o si la humanidad se someterá de buen grado”.
5. ¿Rechazar la guerra o aprovecharla?
Lo demás consistía en financiar a aquellos elementos socialistas de los demás países, preferentemente marxistas, para que tomaran el poder e instauraran regímenes totalitarios.
En 1914, en los inicios de la Primera Guerra Mundial, el Partido Socialista Italiano había adoptado la posición de la neutralidad absoluta, esto es, no apoyar a ninguno de los Estados contendientes en concordancia con la idea generalizada de una mayoría de partidos socialistas de Europa, de que se trataba de una guerra imperialista. Otros, en cambio, consideraron que las luchas sociales debían aplazarse y priorizar los intereses nacionales de los respectivos partidos.
Pero el director de Avanti, órgano oficial del Partido Socialista Italiano, discrepaba de las dos posiciones, y en un artículo “De la neutralidad absoluta a la neutralidad activa y operativa”, había declarado su posición de aprovechar la guerra para impulsar la causa de la revolución. Este militante que se apartaba de la posición adoptada por su propio partido se llamabaBenito Mussolini. Por tal razón fue expulsado del Partido a pesar de la defensa de un destacado miembro de ese partido, Antonio Gramsci. Según apuntara Luis Miranda en su trabajo investigativo El Cartel de la Reserva Federal, Mussolinitenía estrechas relaciones con los Morgan[7]. Quizás por eso, pocos días después de su despido, sorpresivamente, le llovieron apoyos financieros de distintos magnates y grandes empresas italianas como la Edison, los Ansaldos y la Fiat, con los cuales pudo fundar un nuevo periódico: Il Popolo D’Italia, el primer paso de lo que sería después el movimiento fascista.
Es curioso que por aquellos días esta misma posición de Mussolini en relación con la guerra, fuera adoptada por un destacado miembro del Partido Socialdemócrata Ruso. ¿Su nombre? Vladimir Ilich Lenin, quien sostenía: “La consigna ‘paz’ es errónea. La consigna debe ser transformar la guerra nacional en guerra civil”[8]. Y esto lo convirtió en un leitmotiv, una posición que difería, tanto de los partidarios del no colaboracionismo, como de aquellos que optaban por apoyar a los Estados beligerantes de sus respectivas naciones. Pero como veremos, esto no fue lo único que él tuvo en común con Mussolini.
Esta posición de no rechazar la guerra sino aprovecharla para incitar la revolución social, estaba más cerca de los intereses de los grandes banqueros. La firma francesa de los Rothschild se comunicó con Morgan en relación a un préstamo de cien millones de dólares para los supuestos gastos bélicos de Estados Unidos a pesar de que todavía esta nación no había intervenido en el conflicto y de que, presuntamente, el presidente Wilson se negaba a participar en él[9]. Esto venía a tono con los deseos de Morgan y de sus clientes, Morgan Remington y Winchester, interesados en aumentar la producción de armas.
La supuesta causa de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el hundimiento del Lusitania, trasatlántico de pasajeros que daba viajes entre Estados Unidos y las islas británicas, con numerosas víctimas por presuntos ataques de submarinos alemanes, fue investigada setenta y cinco años después por el oceanógrafo Robert Ballard, quien descubrió que una explosión interna fue lo que ocasionó el siniestro[10]. Pero ya poco después del hundimiento, Henry Ford, quien se oponía a la guerra, afirmaba: “Pienso que el hundimiento del Lusitania fue deliberadamente planeado para meter a este país, Estados Unidos, en la guerra. Fue planeado por quienes financian la guerra”[11].
El First National Bank, propiedad de Morgan, ganó, en la venta de armas, $363 millones de dólares, una suma inmensa en aquella época[12].
[1] Discurso del candidato Woodrow Wilson pronunciado en Chicago el 10 de octubre de 1912. De Papers and Speeches of Woodrow Wilson, Princeton: Princeton University Press, 1926.
[2] History: “Theodore Roosevelt vs J. P. Morgan”
https://www.history.com/topics/us-presidents/theodore-roosevelt-vs-corporate-america-video.
[3] Edward Mandel House: Philip Dru: Administrator: A Story of Tomorrow.
[4] Bruce L. Larson: Lindbergh of Minnesota: A Political Biography. New York, 1973
[5] Registros del congreso, páginas de la Cámara 1295 y 1296 el 10 de junio de 1932.
[6] Vicente Nieves: “Por qué la Reserva Federal ‘regala’ miles de millones a los bancos cada año”. El Economista.es, 17 de julio de 2019.
[7] Luis Miranda: El Cartel de la Reserva Federal: Las Ocho Familias
https://realagenda.wordpress.com/2011/06/03/el-cartel-de-la-reserva-federal-las-ocho-familias/
[8] Citado por León Trotsky en “Lenin y la Guerra Imperialista”. Tomado de CEIP.org.ar.
[9] Charles Callan Tansill: America goes to war. Little, Brown and Company, 1 de enero de 1938.
[10] Robert Ballard y Spencer Dunmore: Robert Ballard’s Lusitania: Probing the mysteries of the sinking that changed history.
[11] G. K. Chesterton. The Illustraded London News. 11 de diciembre de 1915.
[12] Robinson Rojas: ¡Estos mataron a Kennedy! Reportaje a un golpe de Estado. Ediciones Arco, Santiago de Chile, 1964.
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